La Generación de las Galletas Desechas

He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura.

Allen Ginsberg, «Aullido»

Esta noche, en mi sueño, una Marbú Dorada me ha revelado que no tengo futuro (profesional). El carácter profético y solemne de tal augurio queda invadido por el patetismo de que sea una galleta quien me haya puesto sobre aviso. Pero, en cierto modo, la galleta es el símbolo de las ilusiones que se mojan demasiado en un vaso de leche y acaban deshaciéndose.

Nos ha tocado vivir en la generación de las galletas/ilusiones desechas. Al salir del instituto, tu galleta está intacta y crujiente. Pero, a lo largo de los años de universidad y, sobre todo, en esos que los suceden, acabas teniendo no una galleta, sino una masa informe, dulce, que convierte tus sentidos y tus aspiraciones profesionales en una papilla mezclada con leche.

Ginsberg vio a las mejores mentes de su generación destruidas por la locura. Yo las he visto fulminarse por la desmotivación, la más demoledora de las enfermedades y que se ha convertido, actualmente, en una epidemia. Por su parte, los políticos no hacen más que complicar aún más, con leyes absurdas e injustas, una situación ya de por sí desquiciante.

Qué postmodernista, pensaréis. Una Marbú Dorada ocupa el lugar que en otro siglo tendría un arcángel y me hace llegar su mensaje revelador: no tengo futuro. Y mi bonita colección de títulos, sazonados por la energía inútil de mis 25 años, se ríe a carcajadas desde el cajón de mi escritorio.

La banalidad, la desilusión, la mediocridad canonizada por la ley del enchufismo nos está torturando, deshaciendo, convirtiendo en papilla dulce –o amarga, dependiendo del caso-. Pero hay que seguir. Hay que decirle a esa galleta que no tiene razón, que la tormenta no dura para siempre y el sol debe encontrarnos despiertos, cuando regrese. Decir esto es fácil: lo complicado es no venirse abajo. Pero las grandes crisis son el caldo de cultivo de las generaciones más brillantes.

En favor de la Tercera República Española

Hoy se cumplen 84 años del advenimiento de la II República Española, un 14 de abril en el que la Puerta del Sol se cuajó de banderas tricolores y de esperanzas recién nacidas adornando las pupilas de los madrileños. Luis Cernuda y Vicente Aleixandre, tan amantes del reposo y contrarios a las multitudes, salieron también a la calle para mezclarse con las riadas de españoles que celebraban la llegada de un sistema más justo y democrático.

Puerta del Sol (Madrid), 14 de abril de 1931
Puerta del Sol (Madrid), 14 de abril de 1931

La Guerra Civil y el triunfo de los rebeldes en 1939 acabaron con una sociedad que, en apenas cinco años, se había situado a la vanguardia de la cultura, de la investigación científica, de la educación. España se ennegreció y volvió al pasado, y aquella época sombría duraría hasta la muerte del dictador Franco, que eligió a Juan Carlos de Borbón como Jefe de Estado cuando él pasara a mejor vida. La Constitución de 1978 fue una medida tan prudente como necesaria para que la sociedad española comenzara a dar sus primeros pero certeros pasos en democracia, pero el problema comenzó cuando dejó de contemplarse como algo provisional, que fue como nació, para convertirse en definitiva. Ya hablé de todo ello hace unos meses, en mi artículo “Mi mundo no es de este reino”, haciendo mías las palabras del ilustre José Bergamín.

El año 2014 puede contemplarse como un fracaso desde la perspectiva histórica, porque, si la abdicación de Juan Carlos I pudo haber sido aprovechada como un punto de inflexión en el que modificar la Constitución y ofrecer al pueblo español la oportunidad de decidir el sistema de gobierno que prefieren, en vez de eso, se continuó con el injusto y retrógrado proceso de la sucesión hereditaria, y de este modo nos encasquetaron a Felipe VI como Jefe de Estado.

Juan Carlos I de España y su hijo y sucesor, Felipe VI
Juan Carlos I de España y su hijo y sucesor, Felipe VI

Desde la llegada de Felipe al trono, muchos republicanos han guardado silencio, alegando que nuestro nuevo monarca es un tipo muy culto y muy inteligente y con un discurso envidiable. No negaré que, desde luego, si lo comparamos con su padre sale ganando por goleada, pero eso es porque Juan Carlos I era, directamente, un impresentable, y su presencia al frente del Estado casi resultaba un chiste de mal gusto.

A mí me parece estupendo que sea tan culto y tan estudiado –después de todo, no ha tenido que dedicarse a otra cosa desde que nació y se lo han dado todo hecho-, pero eso no debería eximirle de presentarse a unas elecciones y ganarlas, si tan preparado está. Si Felipe fuera elegido por el pueblo, yo sería la primera en cerrar la boca y agachar la cabeza, igual que ahora me toca hacerlo ante nuestro actual Presidente del Gobierno y su más que dudosa capacidad de gobernar. Por otra parte, no nos engañemos: Felipe VI, de progresista, tiene poco. Que parece que a los españoles los compran con una sonrisa y un discurso bien hecho. Pero no seguiré por ahí, porque no es lo más importante.

El caso es que, desde la llegada de Felipe, que se ha producido en mitad de la peor crisis económica en muchos años, parece que está mal visto defender la necesidad de un sistema republicano en España. Porque “hay cosas más urgentes que atender”. En mi opinión, afirmar esto es mezclar la velocidad con el tocino, porque una cosa es hacer frente a la crisis y otra es desaprovechar un momento histórico como la abdicación de Juan Carlos I para, al menos, abrir una puerta de decisión y hacer gala de esa democracia de la que tanto alardeamos.

Y además, todo está conectado. Por mucho que se empeñen en negarlo, un sistema republicano es más económico y, principalmente, más justo. Porque la persona que se sitúa al frente del Estado ha sido elegida democráticamente por el pueblo y no está, como el Rey, por encima de la Ley: debe hacer frente a la justicia como un ciudadano más. Por muy mal que pueda hacer su labor, esta se encuentra legitimada por la decisión del pueblo. Únicamente este argumento debería inclinar la balanza hacia el lado republicano, pero hay muchos más. Por ejemplo, ¿cómo podemos llamar “democrático” a un sistema en el que la monarquía no está en modo alguno controlada por la prensa, donde los escándalos de la Familia Real se ocultan a la opinión pública? En este sentido, la libertad de prensa en España es bastante relativa.

.

Siempre había sido optimista con respecto a la idea de que algún día se planteara, al menos, un referéndum para elegir el sistema de gobierno. Pero, después de lo que hemos vivido en 2014, creo que nos queda monarquía para rato y el futuro se antoja bastante negro. Pero ser consciente de esto no me impedirá seguir afirmando que la monarquía es algo retrógrado e injusto, contrario a la igualdad que debería existir entre los habitantes de una sociedad del siglo XXI. Yo no me siento representada por un señor cuyo mayor mérito ha sido el de ser hijo del Rey anterior, elegido directamente por un dictador. No siento ninguna vergüenza al defender la necesidad de otro tipo de sistema.

Yo sí creo en una hipotética III República Española.

Supervivencias tribales en el medio literario

El título de un poema de Desolación de la quimera, de Luis Cernuda –Cernuda, ¡siempre Cernuda!- me inspiró a la hora de escribir esta humilde radiografía de la realidad. La escribo para todas aquellas almas inocentes que, como yo, tratan de abrirse camino por el laberíntico y envenenado “mundillo cultural”. No lo hago con la intención de desanimar a nadie, pero sí de poner en alerta.

Fotograma de El Padrino (1972), de Francis Ford Coppola
Fotograma de El Padrino (1972), de Francis Ford Coppola

Para que nos entendamos bien, el “mundillo cultural” madrileño –hablaré del madrileño, por ser el que conozco- funciona del mismo modo que las “familias” en la novela de Mario Puzo que dio origen a la famosa trilogía cinematográfica de Coppola: El Padrino. No voy a especificar quiénes serían los Corleone, quiénes los Tattaglia y en qué lugar quedarían los Barzini, los Cuneo y los Stracci. Pero, insisto: funciona exactamente del mismo modo. Luis Cernuda habló de “tribus”, concepto que serviría igualmente para explicar el mecanismo que rige el mundillo cultural y literario de la capital española.

En cada familia, hay un “Don” o “Padrino”, que se constituye como la estrella de una pequeña galaxia en torno a la cual giran una serie de planetas, algunos de los cuales poseen sus propios satélites. Ya lo ilustró en su día el brillante y finalmente errado Ernesto Giménez Caballero:

Dibujo de Ernesto Giménez Caballero
Dibujo de Ernesto Giménez Caballero

En el contexto interno de una “familia literaria”, todo funciona y avanza mediante un sistema de “favores”. El aspirante a nuevo miembro deberá realizar una serie de méritos para ser adoptado. Una vez dentro, la familia –y en especial, el Padrino- iniciará una protección sobre él que incluirá su participación en proyectos y una buena propaganda de sus habilidades. Esta será la cara amable. El novato se sentirá respaldado y motivado; creerá que, por fin, se valora su talento pero, un buen día, descubrirá que todo tiene un precio y que el que le piden, en este caso, es la independencia. Fidelidad rayana a la adoración y no salirse del rebaño. Y si se le ocurre tomar una decisión que no agrade al líder…

Bonasera, Bonasera, ¿qué he hecho yo para que me trates con tan poco respeto? Si hubieras mantenido mi amistad, los que maltrataron a tu hija lo habrían pagado con creces. Porque cuando uno de mis amigos se crea enemigos, yo los convierto en mis enemigos. Y a ese lo temen…

A partir de ese momento, todas esas amabilísimas personas que tanto le habían valorado y elogiado le dan la espalda de forma repentina y sin explicaciones, aunque con ellos no vaya la supuesta “ofensa”. Y eso, si tiene suerte de no ser lo suficientemente impertinente como para acabar encontrando una cabeza de caballo en la cama, claro está. Y entre la indiferencia y la cabeza de caballo, se encuentra la mala propaganda. Y aquí encajaría Georges Brassens con “La mala reputación”.

.

Igual que en El Padrino, hay familias más poderosas y otras menos influyentes que dependen, en último término, de las primeras.  Dentro de la familia, hasta los individuos de menor peso se sentirán más poderosos que aquellos “exiliados” que, por una u otra razón, no pertenecen a ninguna. Aquí entra en juego incluso la descortesía: si no tienes importancia y no posees a nadie que te respalde, hasta los más insignificantes te humillan. Y ya puede ser bueno tu trabajo, que te pisarán sin ningún tipo de remordimiento. Después de todo, no eres nadie y no supones ninguna amenaza.

Una variante de este tipo de personajes los encontramos solamente las que somos mujeres y jóvenes. Qué frustrante es descubrir que, en algunos casos, interesa más tu persona que tu mayor o menor talento.

Fotograma de El Padrino (1972), de Francis Ford Coppola
Fotograma de El Padrino (1972), de Francis Ford Coppola

De esta forma, las tribus o familias se desplazan siempre en compaña y tienen sus lugares preferidos de reunión. Aparentemente, una amistad profunda los une, pero, si indagamos un poco, descubrimos que dichas amistades se basan en el interés, porque son amistades que no salen del ámbito y que se forjan tan rápido como se destruyen.

Personalmente, me considero una apasionada de la cultura, pero me siento muy orgullosa de moverme en círculos que no se reducen a un plano literario o intelectual. Tengo amigos ingenieros, economistas; amigos a los que no les atrae la lectura y otros que son personas inteligentísimas pero confiesan no entender un poema. Y, por supuesto, también cuento con amigos literatos con quienes intercambiar nuestros escritos y acudir a recitales y presentaciones.

Jamás voy a ser una persona gregaria. Y si eso supone no ascender en el mundillo cultural, que así sea. Lo más importante y lo que nadie me va a quitar nunca son las ganas de seguir escribiendo. En mi escasa experiencia, he encontrado alguna que otra persona que ha llegado lejos sin haber pertenecido a ninguna familia, que nunca ha renunciado a su independencia, a pesar de ganarse odios y enemistades. Personas que me han apoyado sin esperar nada a cambio, que han valorado mi trabajo y mi talento. Encontrar estas raras avis por estos mundos y submundos de la cultura constituye, desde luego, una tremenda motivación.