Toda la luz
No había conocido aún las espinas del mundo.
Dentro de aquella mano, grande como un tumulto
de golondrinas viejas,
fui una niña coleccionista de veranos,
tendente a la melancolía,
que soñaba con hadas y temía los años
en los que nadie pudiera protegerme.
Cuando miro mecerse las hojas de los árboles
en los columpios amarillos que levanta el otoño,
los escombros de una ciudad atardecida,
siento en mi mano todavía
la sombra de su mano,
regalándome, como entonces,
toda la luz.
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Los gritos caídos
Tengo un amor como tengo la noche,
de esa forma compleja y olvidada
en la que se desatan las espigas.
Tengo tu nombre al borde de la boca
y tengo un miedo tenaz a pronunciarlo
sin llenarme la sangre de septiembres.
(Septiembre a veces se confunde con un acantilado).
He visto mundos fabulosos en tus ojos,
besos, barcas, libélulas.
He invadido los bosques de tu ausencia
solo por un instante.
Tengo un amor como tengo una muerte
y los dos se parecen en las manos vacías,
en su forma sutil de acantilado.
Mi voz es alta y soñolienta igual que las espigas
y te grita en silencio,
sin pronunciar tu nombre arrasado de miedos,
bajo la bóveda implacable de la noche.
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© Este mar al final de los espejos, 2020