Siempre nos quedará la Música

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Silvio Rodríguez junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. Madrid, 18/5/2019

Mientras media España veía ayer Eurovisión –ese caldillo rancio y veleidoso con tropezones de músicos que hoy triunfan y mañana nadie recordará–, unos cuantos acudíamos al antiguo Palacio de los Deportes de Madrid para deleitarnos con auténticos artistas en un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba con la colaboración de… Silvio Rodríguez.

En mi casa siempre se ha escuchado a Silvio, desde que tengo uso de razón y aun antes. Tal vez por eso lo siento más de mi época que a todos los cantantes “actuales” que me transmiten tan poco y cuyo ascenso meteórico deja una estela pronta a borrarse.

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En defensa del casticismo

Artículo publicado en Estrella Digital el 20/8/2018

Cada quince de agosto, mis padres solían llevarme a dar una vuelta por las madrileñas fiestas de La Paloma. Es una tradición familiar que me gusta conservar, aunque deba ser sin ellos. Este año, la programación anunciaba “música castiza” en las Vistillas. Al contrario que a la mayoría de integrantes de mi generación, el adjetivo “castizo” no me causa rechazo, sino más bien lo contrario. Se trataba de chotis, pasodobles y zarzuelas populares. Lo cierto es que el planteamiento era algo cutre, porque se limitaron a poner una grabación muy artificial, en lugar de contratar alguna orquesta en directo. Pero me emocioné igualmente, pues todas esas piezas forman parte de mi propia idiosincrasia y mi limitada biografía está plagada de recuerdos en los que aparecen, de uno u otro modo. Sin embargo, a mi lado había una pareja indignada. Un treintañero que se quejaba del carácter “fascista” de la programación musical y que acabó marchándose bruscamente al sonar el pasodoble “En er mundo”, habiendo alcanzado su límite de indignación. Su postura, que no es única ni exclusiva, me condujo a reflexionar.

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1967, el año que marcó la historia de la música

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Concentración hippie en San Francisco durante el Verano del Amor (1967)

En cuestiones de música, confieso que siento debilidad por la década de los sesenta. Partiendo de esta consideración, no se puede obviar que 1967 fue El Año, por muchas razones que cobran forma de grandes canciones y álbumes y de las que hablaré brevemente en este artículo.

Puede resultar extraño para algunos lectores que me decante por los sesenta cuando yo nací en los albores de los noventa; pero con la música ocurre como con la literatura: ¿por qué recurrir a un best seller de Dan Brown si puedes acceder a un Dostoyevski? Pues bien: ¿qué razones me llevarían a contentarme con Ed Sheeran o Lady Gaga, si puedo rescatar un disco de los Beatles? Algunos, en el terreno musical, también nos rendimos ante el magisterio de los clásicos. Y la música de los sesenta contiene la dosis exacta de sentimentalidad mezclada con ritmo. Un requiebro nostálgico y hondo en medio del terreno de lo “bailable”, como podría ser los dos inicios de estrofa en “Good Vibrations” (The Beach Boys), que contrastan exquisitamente con el estribillo. Comparada con la de los sesenta, la música actual me resulta previsible y anodina —aunque exista alguna que otra honrosa excepción—. En los setenta, la música perruna de discoteca eran los Bee Gees. ¡Los Bee Gees! Ahora soportamos a Juan Magán, Enrique Iglesias y Shakira. ¿Qué nos ha pasado?

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Portada del álbum The Voice Of Scott McKenzie, publicado en 1967, que incluye su gran éxito «San Francisco»

Hace medio siglo, en junio de 1967, Scott McKenzie convocaba en San Francisco a los hippies de medio mundo instándolos a que llevaran flores en el cabello —Be Sure To Wear Flowers In Your Hair—. La famosa canción fue obra de John Phillips, el ya por entonces celebérrimo vocalista de The Mamas & The Papas, que colaboró con la industria discográfica de Los Ángeles para sembrar el inicio de lo que se ha conocido históricamente como el Verano del Amor (Summer of Love). Este no debe entenderse más que como un intento de comercialización del movimiento contracultural que se venía gestando en San Francisco —concretamente, en el barrio de Haight-Ashbury— desde hacía aproximadamente un año. Influyeron varias cuestiones: el legado de los beatnik, los bajos precios de los alquileres en Haight-Asbury, la legalidad del LSD en California hasta octubre de 1966, la oposición de los pacifistas a la cruenta Guerra de Vietnam. El resultado se concretó en oleadas de jóvenes que se asentaban en San Francisco con la aspiración de vivir enfrentados al sistema, experimentando con la psicodelia aportada por las drogas y con nuevas formas de sexualidad. Lo que empezó como una revolucionaria y alocada propuesta se iría internando después por caminos más oscuros y peligrosos que conducían, en muchos casos, a la muerte.

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Brian Jones y Jimi Hendrix durante el Monterey Pop Festival de 1967

El culto al amor libre, la protesta ante la Guerra de Vietnam y la oposición al sistema capitalista del colectivo hippie constituyeron el caldo de cultivo para el Verano del Amor que gestaron artificialmente Phillips y sus amigos y que acabaría arrasando con la comunidad que se había formado en Haight-Asbury, como bien explica Diego A. Manrique en un artículo de hace un año en El País. En la práctica, se trató de una concentración masiva de hippies y de curiosos en el área de San Francisco. La industria musical californiana dio luz, ese verano, al primer festival al aire libre de la historia del rock: el Monterey Pop Festival, celebrado entre el 16 y el 18 de junio. En él actuaron leyendas como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Otis Redding, Eric Burdon y The Animals, The Byrds, Jefferson Airplane, The Who, Grateful Dead, Buffalo Springfield, The Rolling Stones…

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Jefferson Airplane actuando durante el Monterey Pop Festival de 1967

El rock psicodélico fue, en mi opinión, la mejor aportación del movimiento hippie a la historia de la cultura. En 1967, se formaron grupos de la talla de Fleetwood Mac, Steppenwolf o Status Quo, y fue el año en que se lanzaron álbumes  y sencillos imprescindibles para el género, que demuestran mi teoría acerca de que, en el terreno musical, fue El Año. Concluyo este artículo con una lista que incluye algunos de los álbumes y sencillos más famosos:

Enero: Between The Buttons (The Rolling Stones)

Febrero: The Doors (The Doors), Younger Than Yesterday (The Byrds), Surrealistic Pillow (Jefferson Airplane), “Happy Together” (The Turtles)

Marzo: The Velvet Underground & Nico (The Velvet Underground), I Never Loved A Man The Way I Love You (Aretha Franklin), Mellow Yellow (Donovan), “A Whiter Shade Of Pale” (Procol Harum)

Mayo: Are You Experienced? (Jimi Hendrix), “Waterloo Sunset” (The Kinks)

Junio: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (The Beatles), David Bowie (David Bowie)

Julio: Bee Gees’ 1st (Bee Gees), Flowers (The Rolling Stones), Little Games (The Yardbirds), “Brown Eyed Girl” (Van Morrison)

Agosto: The Piper At The Gates Of Dawn (Pink Floyd)

Octubre: “Love Is All Around” (The Troggs)

Noviembre: Forever Changes (Love), Disraeli Gears (Cream), Buffalo Springfield Again (Buffalo Springfield)

Diciembre: Strange Days (The Doors), Their Satanic Majesties Request (The Rolling Stones), Days Of Future Passed (The Moody Blues), Magical Mystery Tour (The Beatles), The Who Sell Out (The Who), John Wesley Harding (Bob Dylan)

Jim Morrison, jinete en la tormenta

There may be a time when we’ll attend Weather Theaters to recall the sensation of rain.

Jim Morrison, The Lords

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Jim, como aquellos niños enloquecidos de “The End”, también esperaba la lluvia de verano. El verano: la estación insaciable que contiene mundos en sus goznes. Los besos son entonces tan pálidos; el cielo, tan azul. Hay un rumor de desiertos en el pavimento.

La lluvia de verano podía llegar también en invierno. Era la constatación del final de una puesta en escena, la arteria salvaje que podría salvarlo. El amor… El amor no. Pero sí la lluvia. Una lluvia irreal, una tormenta en la que quiso ser jinete.

Jim nació un ocho de diciembre en la ciudad de Melbourne, Florida. Sus ojos tenían el color impreciso de la lluvia de verano. Su alma, loca y encendida, se moría por abandonar la civilización y bailar bajo compases chamánicos en las colinas. Cambió el desierto por los escenarios. Se enamoró de una cabellera que había empezado a arder antes de que el mundo fuera mundo, antes de que Jim persiguiera realidades en vasos inhumanos de vodka. Dicen que el fuego todo lo consume, incluso la lluvia de verano. Pero él seguía esperando ver llover.

Hemos venido al universo como meros espectadores. Lo contrario al baile serían unos ojos fijos en la tormenta que no termina de llegar. Como si en vez de exploradores fuéramos buscadores de irrealidades. Puede parecer lo mismo, pero no lo es. Jim odió a los voyeurs y abrazó la filosofía de Rimbaud, aquel niño loco y apasionado, cruel y espontáneo, que no esperaba la lluvia porque él mismo era la tormenta.

Jim Morrison fue un Rimbaud fuera de su tiempo. Menos brillante, menos lluvioso; pero él tampoco se conformaba con mirar. Ardió entre cabellos rojos y sórdidas bañeras parisinas y jamás volvió a contemplar diciembre, el mes en que sus ojos se invadieron de grises por vez primera.

Entrevista para «Experiencias literarias»

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Esta noche, os recomiendo visitar la web Experiencias literarias, cuyo equipo realiza una magnífica labor por la difusión de la cultura, entrevistando a nuevos talentos.

Hoy me han entrevistado a mí. La entrevista ha corrido a cargo de Carlos Desán, un enamorado del arte, muy polifacético, que también dirige la página Ochenta’s, centrada en las décadas doradas del pop-rock.

Ha sido una entrevista completísima en la que hemos tocado muchos temas: desde mis dos poemarios, pasando por mi faceta rockera, hasta llegar a algo tan irreverente como… el marinismo.

Os dejo aquí el podcast de la entrevista.

Gracias a Carlos Desán y al equipo de Experiencias literarias.