Recital en la Asociación Prometeo

Ayer, 6 de noviembre, la poeta Elena González y yo participamos en un recital poético organizado por Ángela Reyes, de la Asociación Prometeo de Poesía, en el Centro Riojano de Madrid. Hice un repaso por todos mis libros. Os dejo aquí un fragmento, cuya grabación debo agradecer a Andrés París (autor también de las fotos).

Homenaje a Luis Cernuda

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Luis Cernuda en los años veinte

Hoy se cumplen 116 años del nacimiento de mi ídolo poético. En 1947, escribió el poema «A un poeta futuro», uno de los más emotivos de su obra. En él, apela a un hipotético poeta futuro a quien él ya no podrá conocer. En diciembre del año pasado, me atreví a escribirle una respuesta. A continuación, reproduzco el poema original de Cernuda y mi humilde pero sentida respuesta:

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Solo la luna

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“Ya nadie piensa en ti, Miss X niña.”
(Rafael Alberti)

Detrás de un beso hay siempre
una región inabarcable de soledad.
En cada abrazo, juegan los cuerpos a simular
durante unos instantes que se componen de algo más
que nubes hilvanadas con deseos.
Abrir los ojos es cerrarlos,
y entonces ya no existe un tú y yo: solo la luna.
Solo la soledad desenterrada del viento del oeste,
de las niñas sin nombre –¡ah, Miss X!–
perdidas por los mundos ignotos
de nuestros pensamientos.

 

(De Mi nombre de agua, Ediciones de la Torre, 2016)

Nueva Orleans

 

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Recuerdo cuando fuimos inmortales.
La luz de media tarde
desparramaba sus cabellos de oro
sobre el sofá.
La vecina del cuarto, aquella niña llamada Mara,
canturreaba una canción de plastilina
en los oídos de las hadas
que nunca se atrevieron a buscarnos.
Mara tenía la mirada bovina
y una ancha sonrisa confiada y patética
colgando con lustrosa placidez de las mejillas.
Yo siempre tuve las pupilas demasiado grandes.
Alguien hablaba de Nueva Orleans
y yo veía las trompetas conviviendo
con las luces rojizas de los bares,
sombreros desgastados, calles amargas
perfiladas de risas en el anochecer.

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Convicciones anémona

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L’Anneau D’Or, René Magritte

La seguridad, ese insecto
Que anida en los volantes de la luz.

Luis Cernuda

 

He intentado buscar el equilibrio.

(He escrito tantas veces esto que, realmente, empiezo a creerlo).

Pero siempre responde el invierno. Con sus luces y sus sombras, sus algarabías de penumbra que dibujan lluvias también en mis pupilas.

Hoy miro el abismo, tentada de saltar otra vez; pensando, de nuevo, que no lo dudaría si me dijeran que mañana es el último día sobre la Tierra. Y ahora es cuando puedo reírme de mi pasado, de mi presente y de todos los futuros que lentamente se difuminan entre la niebla de aquello que todavía no puede ser recordado. Que tal vez no se recuerde jamás y muera despacio en el piso 72 de aquel rascacielos del que una vez hablaba.

Donde una vez soñaba. La ciudad se contempla, desde allí, como una diminuta maqueta asediada de luces de neón, de faros de coche que forman ríos delirantes de pequeñas tragedias. Nunca he subido, pero puedo sentirlo. Sentir cómo soñaba. Cómo la realidad se confunde con ese río de llantos deshumanizados que no contempla mi existencia, que se olvida de gritarme.

Así es como sigo soñando. Sola, distante, igual que un astro. Desesperada, como la última luz del otoño. Porque basta tener una convicción para perderla y verla convertirse en una anémona. La marea vuelve a acercarse a la orilla; continúa su ciclo, me pervierte de sombras. Después querremos huir y convertirnos en aire; marcharnos a altamar, desorientarnos.

En todo este tiempo, he perdido una ciudad y el final de una historia. He viajado al país del Trapecista sin toparme con sus ojos, con su guitarra enquistada. He seguido buscando desenlaces y me he encontrado, de repente, con la familiar presencia de unas chimeneas que me hablaban de infancia y cuentos de papel. He hallado luces inmersas en este caos, habitantes de un mundo que también yo habitaba y que creía olvidado. Lo llamaba Ánesthelv. Ahora, cobra tintes de abismo.

He intentado buscar el equilibrio, pero se me escapa entre los dedos como el aire que nunca llegaré a ser.