Los ojos fríos del vals

He heredado el color de su mirada

Alguien cruza el espejo cuando lloro
y se detiene aquí a mi lado
para hablarme de sueños envejecidos
y de ciudades rotas cerca del mar.
Reconozco sus ojos, la tristeza que habita
sus hondas galerías,
como súbita luz en los cristales
cuando ya no esperamos
nada más que la sombra.
Después alza la voz,
se ríe gravemente de la muerte,
me canta una canción
que nos pertenecía
y queremos marcharnos,

pero nunca sé dónde.

.

.

Billy Wilder

He deshojado el tiempo como una margarita.
Dobladas, las esquinas de las noches
huelen a blanco y negro, parecen dirigidas
por Billy Wilder –una muchacha sola bailando
en la penumbra del salón,
alguien que nunca llega,
la catarata oscura del rímel desbordando su mejilla.

Montaje paralelo: un joven con un sombrero hongo
escribe una carta y espera. Dentro de sus ojos
aletean dos incertidumbres.
¿Por qué no conocemos todavía Nueva York?
Siempre he creído que una bondad mitológica
como la tuya
debe de ser producto de la imaginación de Wilder.

Cambio de decorado: autobuses al fondo de la noche.
La muchacha desciende y atraviesa la plaza
y sus labios inventan colores
para justificar la repentina soledad.
Tras la ventana, el joven
se ha quitado el sombrero y la ha buscado
arañando los restos de la luz.
¿Por qué los edificios en Madrid
lloran como soñando
una banda sonora de violines?

En la última escena, el joven sin sombrero
detiene el autobús y corre hacia su amada.
(Las estrellas diseñan caminos invisibles
sobre la frente azul del cielo.)
El beso es el final de toda obra
y también el principio.
Billy Wilder sabía que en el cine
la tristeza se cura con violines
y un amor inocente
a punto de estallar.

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© Los ojos fríos del vals, 2022

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