Rosendo, navegando a muerte en Las Vistillas

Este año, el programa de conciertos de las fiestas de la Paloma, en Madrid, ha gozado de una calidad superior a la que nos tiene acostumbrados. Baste con decir que, el pasado jueves 13, mi adorado Mikel Erentxun se dejó ver por Las Vistillas y, ayer, Rosendo Mercado cerró la programación, poniendo un broche gamberro y castizo a La Paloma 2015. Porque, si hay un músico madrileño de pura cepa –y que se muestra orgulloso de serlo-, ese es Rosendo.

Rosendo Mercado actuando en Las Vistillas en las fiestas de La Paloma 2015

Ataviado con su tradicional camiseta negra de conciertos y dejando, como siempre, su larga melena plateada al viento, el viejo rockero nos volvió a demostrar, a lo largo de 100 minutos de actuación, que a los 61 años se puede hacer mejor rock que cualquiera de los grupos jóvenes que pueblan el panorama nacional. El pasado septiembre tuve ocasión de verlo en Las Ventas, durante la grabación en directo de un álbum homenaje a su carrera, con ilustres acompañantes como Miguel Ríos o Luz Casal. Anoche, todo fue más improvisado y menos solemne, sin rebajar por ello un ápice la calidad.

Yo estuve allí, entre los centenares de personas que acudieron para verlo y para corear sus canciones, y hasta me atrevo a afirmar que Las Vistillas no estaban preparadas para una actuación tan multitudinaria –algunos hubimos de conformarnos con avistarlo por detrás de improcedentes chiringuitos-. Camisetas negras de Leño, coletas canosas, manos cornutas, olor a fritanga y algún que otro porro en mitad de aquella noche del habitualmente insípido agosto madrileño, una noche en la que no hacía frío ni calor y la ciudad entera parecía haberse congregado en un único espacio.

Y es que Rosendo es, sin duda, la mejor elección para una fiesta popular y castiza como La Paloma, por todo lo que representa como símbolo de nuestra cultura madrileña. Empezó en los albores de la Movida, distinguiéndose de la vertiente más “pija”, como Mecano y Alaska, y apostando por un rock duro de crítica social con su grupo Leño. Gritó aquello de “Es una mierda este Madrid” y ninguno lo acabamos de creer, porque hoy sigue viviendo en el barrio que le vio nacer, Carabanchel Bajo, y defendiéndolo como su guardián más desvergonzado y leal. Hace dos años, fui profesora de prácticas en un instituto de dicho barrio y una de mis alumnas resultó ser su vecina de escalera, y me aseguró que Rosendo resultaba un vecino simpático y cercano. Esta humildad, unida a su maestría, es la que hace a Rosendo un tipo tan especial y tan querido por su público. Otros, como Loquillo, han acabado encantados de conocerse a sí mismos y deambulan por lo saraos culturales disparando provocativas opiniones políticas que no terminan de sostenerse y te miran por encima del hombro, como elitistas deidades que descendieran unos instantes al mundo de los mortales.

Rosendo con sus compañeros de Leño, Chiqui Mariscal y Tony Urbano, en 1978

Rosendo, sin embargo, se mantiene fiel a sus orígenes, en todos los sentidos: sigue apostando por su rock canalla –cuyas letras han mejorado con el paso de los años- y por un estilo sencillo y titiritero con el lenguaje, directo al corazón, extendiendo dicha sencillez incluso al escenario, donde se apaña de lo lindo con su propia guitarra, un bajo y un batería. Y con esa mínima compañía es capaz de ofrecer la muestra más magnífica y honesta de rock nacional.

Anoche, viajé a un Madrid que me hubiera gustado conocer mientras Las Vistillas vibraban al ritmo de aquel himno indiscutible de Leño, “Maneras de vivir”, más sentimental de lo que podría parecer en un primer momento: “Te busco y estás ausente, / te quiero y no es para ti, / a lo mejor no es decente… / ¡Maneras de vivir!”. Decente o no, tras este tema, Rosendo se retiró, como es habitual en sus conciertos, navegando a muerte –“Verás como naufragas en la barra de algún bar…”-, con ovaciones del público y esbozando esa sonrisa que lleva más de cuarenta años encendiendo los escenarios. Y que sea por mucho tiempo más.

Rosendo en Las Ventas: el regreso del viejo rock carabanchelero

Un viento desapacible, embajador del recién inaugurado otoño, soplaba ayer, en medio de la tarde que caía como un manto gris sobre la madrileña Plaza Monumental de Las Ventas. El cielo amenazaba lluvia y las colas para pillar buen sitio en el ruedo se iban espesando a medida que se acercaban las ocho y media, hora en la que se anunciaba la llegada del grupo telonero.

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Viejos rockeros, padres “modernos” con camisetas de Leño y canas en el cabello, un mini de birra en la mano, los ojos brillantes de tiempos en los que no eran padres y la melena de Rosendo aún gozaba de su versión technicolor. Y “Nos va a llover, esto va a ser como el concierto de los Rolling del 82; en el 82 también tocó Rosendo, ¿te acuerdas?”. Chavales jóvenes, colocados, que quisieran haber vivido aquellos años en los que estar colocado era casi motivo de orgullo; se empujan, corean el nombre del cantante, se quitan la camiseta en un intento absurdo por desfasar. Más allá hay un chiquito, no debe de tener ni 18, que lleva el mismo peinado que el ex líder de Leño en los setenta. Me llega hasta aquí el olor de porro; pues claro, son los de al lado los que lo están fumando…

Después estamos nosotros, que formamos parte de esa franja de público que no alcanza los veinticinco y adora a Rosendo desde niños, cuando nuestros padres –esos padres que podrían estar ahora con un mini en la mano contemplando expectantes el escenario- pinchaban sus álbumes en el tocadiscos y contaban las aventuras de su juventud con los ojos brillantes. “Esto es el rock, chicos”.

Rodrigo Mercado
Rodrigo Mercado

Las gradas, que ya se han llenado, comienzan a hacer la ola, porque el telonero lleva ya media hora de retraso y el cielo continúa amenazando lluvia. Y el telonero no es otro que Rodrigo Mercado, hijo de la estrella: un treintañero simpático de pequeños tirabuzones en el cabello, barbita cuidadosamente arreglada y un jersey bonito de mezclilla. Rodrigo no es su padre: no toca la guitarra y se decanta por un ritmo jamaicano destilado, una extraña mezcla de rap y reggae que tiene algo de popero. Rodrigo quiere hacerlo bien y todavía no se puede creer estar teloneando el concierto de su padre en Las Ventas ante 17.000 espectadores. Publicó su primer disco en solitario, Puntualmente demora, el año pasado, y ya está preparando el segundo, aunque hasta ahora sólo ha tocado en bares y pequeñas salas de concierto. Y tal vez la de hoy sea su oportunidad definitiva para abrirse camino en el universo musical.

Se despide Rodrigo y la plaza entera comienza a corear el nombre de su padre, pero todavía falta casi media hora para que este aparezca, con la melena suelta, blanca, agitándose bajo el viento desapacible de finales de septiembre. “Esto es rock, chicos”. Sí, esto es rock carabanchelero, legendario, el rock de “este Madrid” donde “ni las ratas pueden vivir”: aquí están los sueños de tantos chicos de barrio que crecieron fumando porros e invocando la libertad. Rosendo, sesentón, de nariz aguileña y porte desgarbado, sonríe con la boca y con los ojos. Y ahora el viento agita las melenas blancas del Rock mientras de su guitarra comienzan a surgir los primeros acordes de “A dónde va el finado”. En el escenario no le acompañan más que un batería y un bajo, la guitarra ni siquiera tiene arreglos: así es Rosendo, mito del rock, legendario dentro de su sencillez de camiseta negra, lisa, y no necesita más que su guitarra, una batería y un bajo, para hacer vibrar a la Monumental. Porque eso únicamente lo consigue Rosendo.

Rosendo anoche en Las Ventas
Rosendo anoche en Las Ventas

No ha olvidado su pasado como líder de Leño y, sentado sobre un taburete homenajea, con el tema instrumental “Se acabó”, a sus antiguos compañeros de la banda, Chiqui Mariscal y Tony Urbano, fallecidos en 2008 y 2014, respectivamente. La emoción del momento culmina con una imagen luminosa donde se puede leer: “Leño, pa’siempre!”. Pa’siempre, que no “para siempre”, porque “esto es rock, chicos”, y si pudiéramos acercarnos y ver los ojos de Rosendo, apuesto a que los encontraríamos muy brillantes.

Homenaje a Tony Urbano
Homenaje a Tony Urbano
Homenaje a Leño
Homenaje a Leño

Los invitados de la noche son un lujo: cabezas visibles del rock duro nacional como El Drogas, líder de Barricada, que impresiona a los asistentes con una actuación afilada en la que sobresalen su vestimenta de viejo pirata y su bastón, que agita sin cesar; o Kutxi Romero, solista de Marea, amenazante su figura cubierta de cuero negro, y también Fito, que se ha aburguesado desde los tiempos de Platero y tú y ahora hace gala de un rock fino bajo su boina sempiterna. Después está Luz Casal, que asombra a la expectación con una ¿peluca? de un azul brillante, y el gran Miguel Ríos, otro astro del rock de los setenta que ya se había retirado hace tiempo, pero que no ha dudado en camuflar sus 70 años bien cumplidos bajo una chupa de cuero y la misma actitud jocosa de siempre. Se mueve con seguridad por el escenario y abraza con familiaridad a su anfitrión, compañero de correrías rockeras por un Madrid que estrenaba democracia; después le dedica, con su acento granadino, una versión muy particular y suya del célebre tema “Agradecido”. Porque todos reconocen a Rosendo como el padre del rock duro en español. Rodrigo también sale a cantar “A remar” con su padre, que lo mira entre orgulloso y emocionado.

Rosendo con Luz Casal
Rosendo con Luz Casal
Rosendo con Kutxi Romero, líder de Marea
Rosendo con Kutxi Romero, líder de Marea
Rosendo con El Drogas, líder de Barricada
Rosendo con El Drogas, líder de Barricada
Rodrigo y Rosendo Mercado
Rodrigo y Rosendo Mercado
Fito Cabrales y Rosendo
Fito Cabrales y Rosendo
Miguel Ríos y Rosendo
Miguel Ríos y Rosendo

Todos lo rodean en un final apoteósico en el que se canta el que probablemente fuera el tema más popular de Leño: “Maneras de vivir”, que hace enloquecer a la multitud. Y Rosendo se va como ha venido, como siempre será: loco por incordiar, disparando pan de higo y denunciando, de nuevo, la vergüenza torera que debería sentir de sí misma la clase política española. Navegando a muerte. Dejando que el viento sobresalte su cabellera blanca, envuelto en un humo de porros y voces de rockeros de varias generaciones que corean su nombre con devoción.

Rosendo y sus invitados anoche en Las Ventas
Rosendo y sus invitados anoche en Las Ventas

Al final aguantó el cielo, y no comenzó a sacudir sus lágrimas de lluvia hasta que Rosendo y los demás se despidieron. Al salir de la Monumental, nos esperaba la noche desapacible de un otoño que quiere llegar para quedarse, pero yo me marchaba con la confianza de haber vivido un evento memorable, la grabación en directo de un disco de Rosendo en su gira “Vergüenza torera”, y pienso que, tal vez dentro de unos años, podré ponérselo a los niños del momento y decirles: “Esto es rock, chicos, y yo estuve allí”.