Un viento desapacible, embajador del recién inaugurado otoño, soplaba ayer, en medio de la tarde que caía como un manto gris sobre la madrileña Plaza Monumental de Las Ventas. El cielo amenazaba lluvia y las colas para pillar buen sitio en el ruedo se iban espesando a medida que se acercaban las ocho y media, hora en la que se anunciaba la llegada del grupo telonero.
Viejos rockeros, padres “modernos” con camisetas de Leño y canas en el cabello, un mini de birra en la mano, los ojos brillantes de tiempos en los que no eran padres y la melena de Rosendo aún gozaba de su versión technicolor. Y “Nos va a llover, esto va a ser como el concierto de los Rolling del 82; en el 82 también tocó Rosendo, ¿te acuerdas?”. Chavales jóvenes, colocados, que quisieran haber vivido aquellos años en los que estar colocado era casi motivo de orgullo; se empujan, corean el nombre del cantante, se quitan la camiseta en un intento absurdo por desfasar. Más allá hay un chiquito, no debe de tener ni 18, que lleva el mismo peinado que el ex líder de Leño en los setenta. Me llega hasta aquí el olor de porro; pues claro, son los de al lado los que lo están fumando…
Después estamos nosotros, que formamos parte de esa franja de público que no alcanza los veinticinco y adora a Rosendo desde niños, cuando nuestros padres –esos padres que podrían estar ahora con un mini en la mano contemplando expectantes el escenario- pinchaban sus álbumes en el tocadiscos y contaban las aventuras de su juventud con los ojos brillantes. “Esto es el rock, chicos”.

Las gradas, que ya se han llenado, comienzan a hacer la ola, porque el telonero lleva ya media hora de retraso y el cielo continúa amenazando lluvia. Y el telonero no es otro que Rodrigo Mercado, hijo de la estrella: un treintañero simpático de pequeños tirabuzones en el cabello, barbita cuidadosamente arreglada y un jersey bonito de mezclilla. Rodrigo no es su padre: no toca la guitarra y se decanta por un ritmo jamaicano destilado, una extraña mezcla de rap y reggae que tiene algo de popero. Rodrigo quiere hacerlo bien y todavía no se puede creer estar teloneando el concierto de su padre en Las Ventas ante 17.000 espectadores. Publicó su primer disco en solitario, Puntualmente demora, el año pasado, y ya está preparando el segundo, aunque hasta ahora sólo ha tocado en bares y pequeñas salas de concierto. Y tal vez la de hoy sea su oportunidad definitiva para abrirse camino en el universo musical.
Se despide Rodrigo y la plaza entera comienza a corear el nombre de su padre, pero todavía falta casi media hora para que este aparezca, con la melena suelta, blanca, agitándose bajo el viento desapacible de finales de septiembre. “Esto es rock, chicos”. Sí, esto es rock carabanchelero, legendario, el rock de “este Madrid” donde “ni las ratas pueden vivir”: aquí están los sueños de tantos chicos de barrio que crecieron fumando porros e invocando la libertad. Rosendo, sesentón, de nariz aguileña y porte desgarbado, sonríe con la boca y con los ojos. Y ahora el viento agita las melenas blancas del Rock mientras de su guitarra comienzan a surgir los primeros acordes de “A dónde va el finado”. En el escenario no le acompañan más que un batería y un bajo, la guitarra ni siquiera tiene arreglos: así es Rosendo, mito del rock, legendario dentro de su sencillez de camiseta negra, lisa, y no necesita más que su guitarra, una batería y un bajo, para hacer vibrar a la Monumental. Porque eso únicamente lo consigue Rosendo.

No ha olvidado su pasado como líder de Leño y, sentado sobre un taburete homenajea, con el tema instrumental “Se acabó”, a sus antiguos compañeros de la banda, Chiqui Mariscal y Tony Urbano, fallecidos en 2008 y 2014, respectivamente. La emoción del momento culmina con una imagen luminosa donde se puede leer: “Leño, pa’siempre!”. Pa’siempre, que no “para siempre”, porque “esto es rock, chicos”, y si pudiéramos acercarnos y ver los ojos de Rosendo, apuesto a que los encontraríamos muy brillantes.


Los invitados de la noche son un lujo: cabezas visibles del rock duro nacional como El Drogas, líder de Barricada, que impresiona a los asistentes con una actuación afilada en la que sobresalen su vestimenta de viejo pirata y su bastón, que agita sin cesar; o Kutxi Romero, solista de Marea, amenazante su figura cubierta de cuero negro, y también Fito, que se ha aburguesado desde los tiempos de Platero y tú y ahora hace gala de un rock fino bajo su boina sempiterna. Después está Luz Casal, que asombra a la expectación con una ¿peluca? de un azul brillante, y el gran Miguel Ríos, otro astro del rock de los setenta que ya se había retirado hace tiempo, pero que no ha dudado en camuflar sus 70 años bien cumplidos bajo una chupa de cuero y la misma actitud jocosa de siempre. Se mueve con seguridad por el escenario y abraza con familiaridad a su anfitrión, compañero de correrías rockeras por un Madrid que estrenaba democracia; después le dedica, con su acento granadino, una versión muy particular y suya del célebre tema “Agradecido”. Porque todos reconocen a Rosendo como el padre del rock duro en español. Rodrigo también sale a cantar “A remar” con su padre, que lo mira entre orgulloso y emocionado.






Todos lo rodean en un final apoteósico en el que se canta el que probablemente fuera el tema más popular de Leño: “Maneras de vivir”, que hace enloquecer a la multitud. Y Rosendo se va como ha venido, como siempre será: loco por incordiar, disparando pan de higo y denunciando, de nuevo, la vergüenza torera que debería sentir de sí misma la clase política española. Navegando a muerte. Dejando que el viento sobresalte su cabellera blanca, envuelto en un humo de porros y voces de rockeros de varias generaciones que corean su nombre con devoción.

Al final aguantó el cielo, y no comenzó a sacudir sus lágrimas de lluvia hasta que Rosendo y los demás se despidieron. Al salir de la Monumental, nos esperaba la noche desapacible de un otoño que quiere llegar para quedarse, pero yo me marchaba con la confianza de haber vivido un evento memorable, la grabación en directo de un disco de Rosendo en su gira “Vergüenza torera”, y pienso que, tal vez dentro de unos años, podré ponérselo a los niños del momento y decirles: “Esto es rock, chicos, y yo estuve allí”.
¡Qué crónica más interesante! Me ayuda a comprender un poco mejor nuestro rock (y en gran medida me confirma lo que siempre pensé de este movimiento).
¡Gracias! Espero que sean pensamientos positivos…
Increible articulo. Mi más sincera enhorabuena! Los pelos de punta leyendolo y si, yo tambien estuve alli y podré contarlo dentro de unos cuantos años. ¡Gracias por tu trabajo!
¡Gracias a ti, Juanjo! Qué ilusión que haya sabido transmitir la emoción que sentí esa noche. Creo que fue mágica de algún modo 🙂
Muy buenas fotos y un texto que, a lo mejor, deberías haber vuelto a leer antes de subirlo (repetir dos veces «rock carabanchelero», sea lo que sea eso y te lo dice alguien que lleva con muchísimo orgullo ser del barrio de Rosendo, Santiago Segura, Juan Luis Cano, Manolito Gafotas…, en un mismo párrafo sólo denota cierta indolencia). Y no, Luz ni era hermana del malogrado (topicómetro a tope) Tino Casal ni tampoco es prima del ex-tenista Sergio Casal. Documentarse tampoco está de más. Claro que yo dejé periodismo en tercero de carrera y lo mismo en cuarto o en quinto explican que sí. Sin acritud.
Gracias por tu elogio hacia las fotos y también por el apunte sobre Luz Casal. Confieso que era una de esas verdades universales que me contaba mi padre desde siempre y nunca me planteé. Casi como el sol que sale cada mañana. Errar es de seres humanos.
Lamento que el texto te parezca tópico, indolente (que Tino Casal sea «malogrado» es un hecho, no un tópico) y falto de revisión. A otros lectores les ha parecido emocionante. Acritud veo una poca, sí. Pero para gustos, los colores. Además de la carrera de periodismo, te diré que tengo dos másteres de literatura y estoy con el doctorado, y dos libros publicados. Así que no creo que escriba tan mal. Hablando de tópicos, lo de arremeter contra la ignorancia periodística se lleva la palma. Pero no nos metas a todos en el mismo saco.
Por cierto, yo también soy de Carabanchel (Bajo), y mi padre y mis abuelos, y para mí sí que significa algo el concepto «rock carabanchelero».