Caballero Bonald: la eternidad que le queda

Enero de 2011 en la Residencia de Estudiantes de Madrid

Desde que se tomó esta foto han pasado más de diez años y es mi padre quien estaba al otro lado de la cámara. Fue el 18 de enero de 2011, en la Residencia de Estudiantes de Madrid. José Manuel Caballero Bonald impartía allí una conferencia sobre el Surrealismo en Federico García Lorca y mi padre y yo fuimos a escucharlo. Recuerdo que afirmó que, para él, la mejor obra de Lorca era el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías y siempre he coincidido con esa opinión. Tenía ojos pequeños y vivaces tras los cristales de las gafas, el gesto adusto y un acento extraño, mezcla de gaditano con algo más; con mucho más, porque su padre era cubano, su madre de ascendencia francesa y él vivió un tiempo en Bogotá.

No pretendo detenerme ahora en su biografía –todavía no–, solo tratar de expresar lo que supuso para mí, a mis 21 años, conocer en persona a un poeta que empezaba a admirar: un poeta que empezaba a admirar y que estaba vivo, lo cual me parecía rarísimo y maravilloso. No dudé en llevarme aquel día su poesía completa, titulada Somos el tiempo que nos queda, y a pesar de mi timidez –mucho más acusada en aquel entonces–, conseguí acercarme a él cuando finalizó la conferencia y pedirle que me dedicara el libro. Me daba mucha vergüenza pedirle también una foto y entonces mi padre nos hizo una disimuladamente mientras él firmaba su obra. Y el momento quedó inmortalizado para siempre, con esa ilusión pintada en mi rostro.

Tres años más tarde, publiqué mi primer poemario, Los despertares (Ediciones de la Torre, 2014), y me sentí dominada por la inocente euforia del poeta joven que cree poder comerse el mundo. ¿Y qué hice? Buscar la dirección de Caballero Bonald, mi escritor vivo más admirado, en una guía telefónica –partamos de que, por entonces, yo apenas tenía contacto con el mundillo literario y no se me ocurría otra forma de conseguirlo–. Por cómico e ingenuo que pueda resultar, lo cierto es que allí estaba, en la calle María Auxiliadora, y allí mandé mi librito –junto con una carta muy sentida– en correo certificado, para más precaución, suponiendo que jamás llegaría a enterarme de si lo había recibido o no. Era mayo de 2014.

La sorpresa se produjo ese verano, cuando recibí un correo electrónico –había dejado en la carta mi dirección– del mismísimo José Manuel Caballero Bonald, que se había molestado en responder a una chica que no era nadie, literariamente hablando, y no solo eso, sino que también me había leído. Guardo como un tesoro sus palabras:

“Se trata de un primer libro por muchos conceptos atractivo y emocionante. Su extrema juventud queda desmentida en unos versos de certera expresividad y un penetrante trasvase de la experiencia vivida al lenguaje de la poesía.”

Y me dijo lo que se suele decir a los jóvenes: que siguiera escribiendo. Y vaya que si lo hice. Años más tarde, en aquel fatídico 2017, volví a verlo en la Residencia de Estudiantes, presentando su obra Examen de ingenios, y le conté lo mucho que habían supuesto para mí sus palabras. Y aquella fue la última vez que lo vi en persona.

No solo fue un genio en la poesía: también su narrativa es magnífica. La primera novela suya que leí, Toda la noche oyeron pasar pájaros –tomado el título del Diario de Cristóbal Colón– estaba por mi casa, porque mi padre se lo había regalado a mi madre en algún cumpleaños. Después llegarían Dos días de setiembre y Ágata ojo de gato, y sus memorias y… Podría seguir escribiendo tanto sobre él, que lo hizo hasta el final. De la misma forma que conservó una sorprendente lucidez, reflejada no solo en la literatura, sino en sus opiniones políticas, que podemos leer en sus entrevistas.

Fotos: José Manuel Caballero Bonald, una vida en imágenes | Cultura | EL  PAÍS
Imagen tomada de El País

Y de su poesía, qué puedo decir. Cuánto deberíamos aprender de la elegancia con la que elaboraba sus versos, que parecen a veces tan serios como su gesto, pero rotos de sensibilidad. De su obra poética, me quedaría, curiosamente, con su primer libro, Las adivinaciones, con el que obtuvo un accésit del Adonáis en 1952. Allí encontramos algunos de sus poemas más inmensos, como “Espera”, “Versículo de Génesis” o “Nombre entregado”, con el que cerraré este pequeño homenaje que me ha empujado a retomar el blog, abandonado de mala manera desde hace tiempo. Pero cómo no escribir del que era para mí el último genio de la poesía vivo, el último clásico, más allá de todos mis héroes que nos contemplan desde el Olimpo. Ahora, Caballero Bonald se une a todos esos nombres –Cernuda, Alberti, Lorca, Pizarnik, León Felipe…– y sigue vivo cada vez que lo leemos. Escribió aquello de Somos el tiempo que nos queda, pero a él le queda la eternidad. Hasta siempre, maestro.

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NOMBRE ENTREGADO

Tú te llamabas Carmen
y era hermoso decir una a una tus letras,
desnudarlas, mirarte en cada una
como si fuesen ramas distintas de alegría,
distintos besos en mi boca reunidos.
Era hermoso saberte con un nombre
que ya me duele ahora entre los labios,
me sangra entre los labios como el moho de una fruta,
como algo que yo querría nombrar constantemente
y me estuviese amordazando con su olvido,
con su apremiante negación de ser,
porque es inútil repetir lo que termina en nada.

Es posible que ya no puedas tú tener un nombre,
encerrar en un nombre tu ternura,
tus verdes ojos dulces,
la dorada humedad de tu cabello,
que ya no puedes responderme si te llamo,
si te sigo llamando y nada me devuelve
la ilusoria constancia de que aún eres cierta.

Ahora es de noche y tú no tienes nombre,
a nadie pertenecen tu voz, tus adjetivos,
mientras cae la lluvia
mansamente y es más frágil la vida
cuando al llamarte sé que ya no tienes nombre.

¿Es verdad que te has ido para siempre,
que no podremos ya mirar los árboles mojados,
la lenta pesadumbre de las tardes calladas,
el nocturno temor que a nuestro amor unía?
¿Es verdad que tu boca se irá deshabitando
sin responder a nadie ni siquiera en silencio,
que ya no cabré nunca en tu mirada,
en tus manos que guardan mi latido en su piel?

No puedo imaginar que alguien te llame
allí por ese reino donde ahora enmudeces
mordiéndote los labios como entonces
y tú vuelvas los ojos para ver si es posible
que tengas todavía un nombre en que esconderte,
un nombre que estacione la vida entre sus letras,
que sea vanamente igual que Carmen,
porque ahora es de noche y tú no tienes nombre.

Pero entonces he mirado la luz,
los péndulos furtivos del otoño,
los hombres que caminan y caminan,
las aves del regreso, torpes ya con el frío,
estos libros que ardieron con nuestros ojos juntos,
mis padres, mis hermanos, con sus sombras gemelas,
mi amigo Juan Valencia, que está a mi lado y no
me habla, y sé que estoy viviendo,
he aprendido que son las cosas quietas
las que evidencian mi razón de cada día,
que eres tú quien te has ido a una gran soledad,
quien no puedes volver con aquel nombre tuyo,
con aquel cuerpo ajeno y transeúnte que tenías,
con algo que no sea caricia o beso o lágrima
y lo convoque todo a una historia única
donde decir tu nombre equivalga también a poseerte.

Porque es triste y es también preciso
comprender que eso es vivir: ir olvidando,
consistir en palabras que están llamando a nadie,
saber que es una grieta súbita
la que arrasa y corrompe la más cierta esperanza,
saber que es el desamor
quien detrás de lo más amado espera
para poder seguir viviendo
a pesar de la noche y tu nombre entregado.

(José Manuel Caballero Bonald, Las adivinaciones)

Todavía el idealismo

Publicado el 27/9/2018 en Estrella Digital

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León Felipe

El pasado jueves 18 de septiembre se cumplieron cincuenta años de la muerte de Felipe Camino Galicia de la Rosa (1884-1968), más conocido como León Felipe. En el Ateneo de Madrid se celebró un homenaje a su figura en el que tuve el honor de participar junto a mi editor, José María Gutiérrez de la Torre, y a más de una veintena de escritores capitaneados por Daniel Pacheco. El acto consistió en un recital de poemas del autor después de la proyección de un vídeo realizado por el Ateneo de México en el que distintos especialistas mexicanos opinaban sobre León Felipe. Fue reconfortante la celebración de este evento, porque, a mi parecer, se trata de un escritor muy abandonado en la actualidad, a pesar de su estilo único, independiente,

original y brillantísimo.

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Homenaje a Luis Cernuda

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Luis Cernuda en los años veinte

Hoy se cumplen 116 años del nacimiento de mi ídolo poético. En 1947, escribió el poema «A un poeta futuro», uno de los más emotivos de su obra. En él, apela a un hipotético poeta futuro a quien él ya no podrá conocer. En diciembre del año pasado, me atreví a escribirle una respuesta. A continuación, reproduzco el poema original de Cernuda y mi humilde pero sentida respuesta:

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Homenaje bardo a la Generación del 27 en su 90º aniversario

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De izquierda a derecha: Alberto Guerra, Andrés París, Marina Casado, Eric Sanabria, José María G. de la Torre, J.L. Arnáiz, Débora Alcaide y Alberto Guirao

El 16 de diciembre de 1927, se celebró en Sevilla un homenaje por el tercer centenario de la muerte de Luis de Góngora. Los poetas que participaron en el acto y otros tantos que no estaban allí formaron la llamada Generación del 27. Aquel día, se tomó la famosa foto, la más conocida del 27.

Noventa años más tarde, los Bardos los homenajeamos a ellos en la vinoteca Xelavid, recitando sus poemas y otros escritos por nosotros. Resucitaron las voces de Gerardo Diego, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Concha Méndez, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Rafael Alberti, que ese día hubiera cumplido 115 años. Como él mismo dijo: «No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo encerrado, su canto asciende a más profundo cuando, abierto en el aire, ya es de todos los hombres».

Viva el 27.

Celebramos en Madrid los 90 años de la Generación del 27

El próximo sábado 16 de diciembre se cumplirán 90 años de la celebración del homenaje a Góngora que constituyó el germen de formación de la magistral Generación del 27. Ese mismo día, Rafael Alberti hubiera cumplido 115 años.

Los Bardos hemos decidido celebrarlo poéticamente en la vinoteca Xelavid, donde los versos de los integrantes del 27 volverán a brillar mezclados con los nuestros. Además, contaremos con la presencia de José María G. de la Torre, director de Ediciones de la Torre, donde se está gestando una sorpresa muy barda para 2018.

¡Os esperamos! La entrada es gratuita y los poetas del 27 merecen un homenaje.

cartel