Todo son palabras y colores dentro de mí que ya no sé muy bien qué representan. Me asusta pensar que invento y no fue así, y lo que descubro, el día de mi muerte lo veré de otro modo, justo en el instante de desvanecerme.
Puede que esté inventando y que pinte sin saberlo y con ansia un muro, como hacen los niños de las calles de Roma donde dejan manos sueltas o bocas o caras espantadas o mensajes de amor entre estrellas. Lo cierto es que todo lo que estoy escribiendo no tiene ni deseo de perfección ni de verdad. Lo que yo vi es el jardín cerrado de lo que yo sentí. A veces me da vergüenza no decir nada mejor o más, no gritar con rabia porque la ira se me quita como si de pronto la lluvia me lavase los recuerdos o alguien me dijera: ¿Para qué la venganza?
Así comienza Memoria de la melancolía, la obra autobiográfica en la que María Teresa León guardó los recuerdos de toda una vida, encerrando sus luces y sus sombras antes de que el olvido extendiera sus aguas heladas sobre ella. La memoria de María Teresa no se perdió; permanece en este libro de infancias, amores apasionados, guerra, exilio. Ella falleció un 13 de diciembre de hace veintiocho años. En su lápida, puede leerse un verso de su marido, Rafael Alberti, perteneciente a Retornos de lo vivo lejano:
Esta mañana, amor, tenemos veinte años.
Yo vi a María Teresa en su ataúd y asistí a su entierro… Es un recuerdo imborrable. Y su libro de memorias, excelente… aunque otros muchos de su autoría, también lo son; por ejemplo, «Menesteos, marinero de abril», de bellísima prosa.