Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2014 de este blog.
Aquí hay un extracto:
La sala de conciertos de la Ópera de Sydney contiene 2.700 personas. Este blog ha sido visto cerca de 17.000 veces en 2014. Si fuera un concierto en el Sydney Opera House, se se necesitarían alrededor de 6 presentaciones con entradas agotadas para que todos lo vean.
Este que veis aquí es mi blog primerísimo, Como naipe cuya baraja se ha perdido. Nació en noviembre de 2008, cuando acababa de cumplir los 19 años y me sentía fascinada por un poema de Luis Cernuda titulado «Para unos vivir», de su obra surrealista Un río, un amor. La primera entrada que escribí se llamaba «Aparte». En ella explicaba por qué había tomado un verso de este poema para darle nombre al blog…
Desde entonces, escribí mucho. Escribí años enteros. Versos, relatos, reflexiones… palabras que nacían directamente del humor que tuviera en ese preciso instante -por supuesto, se impone la melancolía o, como diría Alberti, la «nostalgia inseparable», porque así es mi carácter-. Y es que, en el momento de escribir, nunca he podido seguir el precepto becqueriano de «escribirlo después de sentirlo, y no mientras se siente». Nunca he logrado completamente sujetar la inspiración o el arrebato sentimental con el yugo sereno de la razón. Tal vez por eso no pasaré jamás a la Historia de la Poesía…
El resultado es casi un diario lírico -y velado; es lo bueno de la literatura- de seis años cruciales de mi existencia: el paso de la adolescencia a la juventud, o a la madurez, según prefiramos llamarla. Tal vez por eso le tengo tanto cariño a este blog.
No habría dejado de escribir en él si no fuese porque estos meses atrás se me presentó un problema tan terrenal como perder la cuenta de correo a la que lo tenía vinculado. Blogger tiene un sistema complicadísimo para la recuperación de cuentas. Complicadísimo, no: imposible. Así que tuve que asumir que nunca más podría volver a actualizar este blog ni el otro que tenía en esa cuenta, A caballo en el quicio del mundo.
Como no por ello iba a dejar de escribir reflexiones lírico-bloguísticas, llegada a este punto tenía dos opciones. La primera, alojar en esta misma página todos los textos que escriba a partir de este momento. La segunda, crear un nuevo blog con el mismo nombre. Finalmente, me decidí por la segunda opción, porque necesitaba un espacio exclusivamente «literario» -esta página tiene, como podréis ver, publicaciones de todo tipo-.
Así nació la segunda época de Como naipe cuya baraja se ha perdido. Es curioso que la última publicación del antiguo se llame «Antes del final», porque, en ese momento, no me imaginaba que me fuesen a cerrar el paso. Por ello, he titulado la primera entrada del nuevo «Después del final», y supone una continuación de la anterior.
Os doy por tanto la bienvenida a la segunda etapa de Como naipe cuya baraja se ha perdido, e iré anunciando las actualizaciones en esta página a medida que se produzcan. Siete años después de comenzar aquella andadura, puedo afirmar que sigo sin encontrar mi baraja…
Los domingos en verano pierden su sentido trágico. Se vuelven extrañamente dulces y luminosos, aun después del crepúsculo. Junio se aleja invadiéndome de un efímero optimismo que se disuelve en el azul eléctrico del cielo, que deja paso a la noche. Camino de vuelta a casa mientras escucho la voz ronca de Jim Morrison y siento que podría elevarme hasta volar. La ciudad, con todas sus luces que comienzan a encenderse, me pertenece. Me faltan rascacielos y madrugadas. Libertad.
Vistas desde la terraza del Círculo de Bellas Artes, 2011
Are you a lucky little lady in the City of Light… or just another lost angel?
Supongo que dependiendo del momento soy una cosa u otra. Ahora miro por la ventana de mi habitación y contemplo esa misma farola marchita que me recuerda a las noches del invierno, y la punzada inquieta de la melancolía. Pero basta con escuchar las notas adecuadas para sentir la euforia del verano, para saber que la Ciudad de la Luz se encuentra más allá de esa farola, con sus músicas y sus risas y sus rascacielos. Invadida de noche.
I see your hair is burnin’; hills are filled with fire. If they say I never loved you, you know they are a liar…
Esa fue la estrofa que me cautivó. Ahora no puedo dejar de escuchar la canción, L.A. Woman, que Jim le dedicó al amor de su vida: Pamela Courson. Un amor tormentoso cuajado de infidelidades psicodélicas, de inconstancias luminosas. Y sin embargo, Jim la amó hasta el fin de sus días, a ella y a su cabello rojo que ardía bajo el sol de Los Ángeles.
Lo confieso: estoy enamorada de la canción –Mr. Mooooojo risin’!-.
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Supongo que me está afectando mi lectura de estos días, El enigma Jim Morrison, una interesante biografía del líder de The Doors escrita por el periodista Stephen Davis. El caso es que de repente me han entrado muchas ganas de haber conocido esa década sesentera estadounidense en la que el rock hacía sus pinitos, y la gente se volvía loca demasiado fácilmente, a causa de un maravilloso exceso de libertad y rebeldía. No me vendría mal un poco (más) de locura.
Qué va a ser de mí en este siglo desértico.
En fin. Al menos parece que ya se han marchado los dementores que impedían la llegada de las altas temperaturas, y volver a los vestidos veraniegos y las sandalias altas siempre anima.
Hoy han comenzado excavaciones en el barranco de Víznar (Granada), lo cual me ha inspirado para escribir un artículo, El misterio de los restos de García Lorca, en el que plasmo mi opinión: el secreto está en manos de la familia.
Quede esta frase como mi resumen personal de la fiebre lorquiana que ha tenido lugar hoy en Twitter como reacción a un doodle que homenajeaba los 115 años del nacimiento de Federico García Lorca. Al respecto, he escrito un artículo en A caballo en el quicio del mundo, al que podéis acceder aquí:
Para seguir actualizando marinísticamente, y dejando aparte el tema de Lorca, os remito también a las últimas tres entradas de mi blog Como naipe cuya baraja se ha perdido…
Porque hay estanterías demasiado altas, cielos demasiado bajos y primaveras que se han convertido en asesinos a sueldo disecados por el frío. La soledad te extraería tanta sangre que incrementaría tu incapacidad de vomitar estrellas en un plato de nácar. Leer más…..
Acurrucada en el mar más sombrío de la Luna, sola con el aire inexistente, consigues volver a evocar aquella antigua canción. Nada ha cambiado. Leer más…