Estas Navidades, he tenido ocasión de leer No, el poemario con el que Francisco José Martínez Morán ha obtenido el I Premio Internacional de Poesía Francisco Brines, publicado con Pre-Textos. Al autor lo conocía ya por otro libro suyo, Los cuadernos del frío (BajAmar, 2021), en el que pude ya apreciar su estilo condensado y directo, reflexivo y afín a la quietud. Un estilo que le ha servido para obtener importantes reconocimientos con libros anteriores, como el Premio de Poesía Joven Félix Grande y el Premio Hiperión.
De No, destacaría la magnífica capacidad del poeta para imprimir un ritmo, una melodía a su poesía, a pesar de que estemos hablando de una poesía experiencial. Una cosa no quita la otra y así debería ocurrir siempre. Estamos tristemente acostumbrados en la poesía contemporánea a que, si la poesía es sobria o de estilo narrativo o experiencial, el papel del ritmo quede relegado a un lugar muy secundario o directamente inexistente. A pesar de ser el eje del género lírico. Y ojo, digo “ritmo” y no “rima”. Porque el verso libre, bien utilizado, debe resultar tan melódico como la rima.
La poética de Martínez Morán lo cumple. Posee un ritmo corto y elegante, condensado, en consonancia con la temática y con la perspectiva. Versos cortos, muy definidos y depurados en los que se aprecia una gran elaboración. Palabras que no sobran ni faltan. Sin huecos, sin extrañezas. El poeta pasea por su realidad y la fotografía con palabras; quizá por eso está tan presente la luz en la obra, así como su contraste: la sombra. Es un libro de claroscuros, que pasa por una claridad guilleniana, pero no se queda en mera contemplación, sino que reflexiona sobre las alas rotas de ese mundo. Hay una decepción latente, una frustración: “pero no hay fuerza humana que soporte / el peso de este mundo tan vacío, / el pálido inventario de unos días / sin otro fin que el tedio y sus parientes”. Confiesa el poeta: “¿Qué puedo yo enseñaros, salvo calma, / paciencia, lucidez y decepción?”. Quizá en esos versos se condense la esencia de su poética, porque para mostrar esa decepción, lo hace desde la calma, desde una quietud desusada y lírica en la que detiene el universo y lo mira a lo lejos. También responde a los grandes pensadores, como Horacio, Séneca o Marco Aurelio: “Intento la armonía, pero sé / de sobra que lo humano la rechaza: / vuelvo el rostro y está abrasado el mundo”.
Y sin embargo, es capaz de encontrar la belleza entre esas ruinas. Una belleza luminosa y fugitiva: “Pero ojalá tu luz, / tu luz en el silencio y el tumulto; / tu luz, sólo tu luz / contra toda luz falsa, / contra el miedo y el hábito del miedo, / contra la humana forma del delirio”. Y hallar belleza en el incendio es la tarea, al fin, del poeta.