Belleza entre las ruinas. «No», de Francisco José Martínez Morán

NO. MARTÍNEZ MORÁN, FRANCISCO JOSÉ. Libro en papel. 9788418935145 Cervantes  y Compañía Libros

Estas Navidades, he tenido ocasión de leer No, el poemario con el que Francisco José Martínez Morán ha obtenido el I Premio Internacional de Poesía Francisco Brines, publicado con Pre-Textos. Al autor lo conocía ya por otro libro suyo, Los cuadernos del frío (BajAmar, 2021), en el que pude ya apreciar su estilo condensado y directo, reflexivo y afín a la quietud. Un estilo que le ha servido para obtener importantes reconocimientos con libros anteriores, como el Premio de Poesía Joven Félix Grande y el Premio Hiperión.

De No, destacaría la magnífica capacidad del poeta para imprimir un ritmo, una melodía a su poesía, a pesar de que estemos hablando de una poesía experiencial. Una cosa no quita la otra y así debería ocurrir siempre. Estamos tristemente acostumbrados en la poesía contemporánea a que, si la poesía es sobria o de estilo narrativo o experiencial, el papel del ritmo quede relegado a un lugar muy secundario o directamente inexistente. A pesar de ser el eje del género lírico. Y ojo, digo “ritmo” y no “rima”. Porque el verso libre, bien utilizado, debe resultar tan melódico como la rima.

La poética de Martínez Morán lo cumple. Posee un ritmo corto y elegante, condensado, en consonancia con la temática y con la perspectiva. Versos cortos, muy definidos y depurados en los que se aprecia una gran elaboración. Palabras que no sobran ni faltan. Sin huecos, sin extrañezas. El poeta pasea por su realidad y la fotografía con palabras; quizá por eso está tan presente la luz en la obra, así como su contraste: la sombra. Es un libro de claroscuros, que pasa por una claridad guilleniana, pero no se queda en mera contemplación, sino que reflexiona sobre las alas rotas de ese mundo. Hay una decepción latente, una frustración: “pero no hay fuerza humana que soporte / el peso de este mundo tan vacío, / el pálido inventario de unos días / sin otro fin que el tedio y sus parientes”. Confiesa el poeta: “¿Qué puedo yo enseñaros, salvo calma, / paciencia, lucidez y decepción?”. Quizá en esos versos se condense la esencia de su poética, porque para mostrar esa decepción, lo hace desde la calma, desde una quietud desusada y lírica en la que detiene el universo y lo mira a lo lejos. También responde a los grandes pensadores, como Horacio, Séneca o Marco Aurelio: “Intento la armonía, pero sé / de sobra que lo humano la rechaza: / vuelvo el rostro y está abrasado el mundo”.

Y sin embargo, es capaz de encontrar la belleza entre esas ruinas. Una belleza luminosa y fugitiva: “Pero ojalá tu luz, / tu luz en el silencio y el tumulto; / tu luz, sólo tu luz / contra toda luz falsa, / contra el miedo y el hábito del miedo, / contra la humana forma del delirio”. Y hallar belleza en el incendio es la tarea, al fin, del poeta.

“Migas de voz”: los aforismos vivos de José Luis Morante

Cubierta de la obra.

José Luis Morante, que ya deleitaba a sus lectores el año pasado con Ahora que es tarde (La Garúa, 2020), la antología de una dilatada obra poética que se remonta hasta 1990, hace ahora lo propio con su faceta de aforista. Migas de voz –publicado en 2021 por la Universidad Autónoma de México, en la colección Esquirlas, dirigida por Benjamín Barajas y coordinada por Hiram Barrios– se presenta como una antología de su producción aforística publicada desde 2009, con una sección inédita, “A sorbos”, y prólogo de Carmen Canet en el que se desgranan los ejes temáticos de la obra y se hace énfasis sobre la identidad de conjunto.

Especialmente reseñable resulta la sección final, “Una novela de la memoria (Apuntes sobre el aforismo)”, donde el autor, a través de breves anotaciones, plasma su visión teórica y literaria del género aforístico, pero sin caer en academicismos; de un modo espontáneo, con la misma espontaneidad que, según explica, lo condujo a escribir aforismos. Confiesa José Luis Morante que se había señalado siempre el cierre aforístico de sus poemas, por lo que lo natural fue abrazar el género puro en un determinado momento –2005, nos dice–. En estos apuntes, desgrana su visión del aforismo:

“Cabe la propuesta de entender el aforismo como una novela de ideas, una ficción cuyo narrador omnisciente es la conciencia del sujeto que deja hablar a sus convicciones éticas y estéticas y cuyo argumento entrelaza interioridad y exterioridad y soporta un continuo amotinamiento de los elementos textuales. El carácter autónomo de cada texto concede al hilo argumental un rumbo imprevisible”.

Para José Luis Morante, el aforismo debe aspirar a la transparencia, a la claridad, al “ascetismo verbal”, evitando el derroche retórico. El autor sigue la misma pauta en su poesía. Además, el aforismo “respira”, “crece y evoluciona”; es decir, está vivo y, como ser vivo, no puede desconectar con la propia vida de su autor, porque “la estela autobiográfica es una brújula”. Se refleja un conocimiento amplio del género, más allá de modas o poses, que puede resultar muy útil a aquellos que busquen internarse por estos senderos literarios.

Y es que los aforismos, esas diminutas y precisas “migas de voz” de José Luis Morante, conforman un mosaico que representa la visión personalísima del poeta acerca del tiempo: el tiempo en forma de recuerdos (“Tantas mínimas compensaciones vivenciales del ahora sugieren que estamos hechos para la memoria.”), el tiempo en forma de experiencia cotidiana, como análisis de la realidad vivida (“Tampoco son idénticas las sombras de los árboles”), como mirada al futuro (“El corazón hace recuentos de futuras pérdidas”); una visión cuajada de ironía que refleja una precoz madurez literaria y donde el autor hace también acto de presencia (“Percibo contornos con la precisión ambigua del miope.”). Analiza, como no puede ser de otro modo, su propia identidad desde la introspección (“Cualquier soledad está repleta de encuentros.”, “Tomo el té a diario con mis limitaciones, para recordar quién soy.”). Esa identidad se conforma, también, de lecturas clásicas y contemporáneas; ciertos escritores –Stevenson, Wilde, Cervantes…– recorren las páginas y se convierten en los protagonistas de algunas “migas de voz”.

Existe también un quehacer metaliterario en el que el autor adopta un doble punto de vista: el de escritor (“Los aforismos marcan la piel del agua, como la huella frágil de una verdad.”, “Abrir una trinchera de metáforas.”) y el de crítico (“No es un crítico sino un fiscalizador de prestigios, un policía literario.”, “El escritor subido a lomos del centenario más que a Don Quijote recuerda a Sancho.”).

Entre los aforismos de la obra, cuajados de ingenio y sabiduría, hallamos algunos muy líricos, que podrían ser poemas en sí mismos:

  • “La fantasía poetiza secretos conocidos.”.
  • “En diciembre las amanecidas tienen olor a sombra y frío.”.
  • “Encontré tierra firme, pero soy más náufrago.”.

En síntesis, las “migas de voz” de José Luis Morante combinan una dimensión interna y otra externa, un reflejo de la realidad y otro de la propia mirada del poeta. El resultado es que, en efecto, viven, respiran.

«Condiciones para el vuelo», de Joselyn Michelle Almeida

La primera condición para el vuelo es la pregunta. Por eso Eva la formula en uno de los poemas iniciales del libro: “¿Qué cielo a la belleza expulsaría / fuera de sí por querer ser más bella?”. La curiosidad se identifica con la inocencia. Continúa, revelando la identidad del interlocutor: “Si el pecado fue seguir tu lumbre propia, / ¿por qué tú el príncipe de las tinieblas?”. Esta relación entre el pecado, la belleza y el conocimiento surge también en otros poemas como “Malus domestica”, con el símbolo de la manzana, o en “Prueba de fe”: “Manda que le corten la nariz a la mujer / y así desfigurar el rostro bello del pasado”.

La inocencia en sí supone un regreso a lo primigenio, a la naturaleza, con cuyos elementos entra en comunicación constantemente la poeta. Se identifica con el amor, porque ambos, amor y naturaleza, basan su esencia en la libertad. Por ello, las escenas amorosas se hallan en íntima relación con estos elementos naturales: “Vengo a dar albergue a tu beso fugitivo, / […] Ese que ensaya los matices del estío / y bebe relámpagos en la tormenta / haciendo de tu mirada un cielo en espera”. La naturaleza, como el amor, se encuentra amenazada: hay fuerzas que amenazan con romper ese equilibrio, como ocurre en el incendio de “Trastorno planetario” o en la desaparición de las abejas de “Aclaración”, donde concluye la poeta: “Vivimos y nos amamos mientras se pudo”.

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«Tierra de luz blanda», de Ezequías Blanco

Cubierta de la obra

En esta obra, publicada en 2020 por la joven editorial Los Libros del Mississippi, nos encontramos ante un nuevo caso de poesía en forma de refugio, de antídoto para el dolor. Un dolor que, como anuncia Enrique Gracia Trinidad en su acertado prólogo –o “proemio con vocación de epílogo”–, sobrecoge. En palabras de Gracia Trinidad, “detrás de un gran libro siempre hay una experiencia vital”.

El autor, Ezequías Blanco, no oculta esta experiencia. Sacude al lector desde el primer poema, que es una radiografía del dolor:

«Sientes que un perro te muerde un rincón
del espíritu que un águila rompe
tu hígado con sus garras
sin que aparezca nadie a rescatarte.
a ti que nunca ofendiste a los dioses
ni te llamaste Prometeo.»

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«La taza rota», de Florencia Madeo Facente

La poesía se concibe como una forma distinta de enfocar la realidad, de desgranarla despacio y analizarla, a veces desde filtros muy particulares, que no pueden ser comprendidos del modo habitual. En La taza rota (Liliputienses, 2020), la joven poeta Florencia Madeo Facente (Buenos Aires, 1992) contempla el mundo que la rodea y lo traduce a una hilera de imágenes, a menudo enigmáticas, que no se alejan, sin embargo, de la claridad. Algo así como una sencillez envuelta en un aura onírica, un aura especialmente presente en algunas composiciones como “La extinción”, a través de imágenes persistentes: “La calesita es su música, la calesita es su música. / Sigo la música hasta encontrarla. / Si fuera solo por mí, no la encontraría jamás”.

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