Diciembre llega de puntillas, se detiene, contempla el horizonte con su sonrisa nevada. Vuelve, se queda para siempre, amenaza con marcharse. La presencia de las estrellas allá en el firmamento me confirma lo que sospechaba: que nada es de verdad en este diciembre que se difumina. Entonces, en ese mismo instante, comprendo que quiero escribir sobre una mentira. Una mentira con posos de fuego, con ojos de estrella: una mentira que, cuando la mire, no sepa si realmente existe o se extinguió hace millones de años y lo que de ella queda no es más que el recuerdo de su luz.
Hay mentiras de estrella y personas de mentira, y hay estrellas que nos recuerdan a algunas personas, a causa siempre de su luz. Hay luces mucho más fuertes que la verdad, que nos hacen sangrar como un cuchillo en llamas cuando se apagan y que, paradójicamente, necesitamos para no morir en vida. Las llamamos ilusiones.
(La Navidad, en Madrid, está cuajada de luces; algunas incluso son de verdad…)
«una mentira que, cuando la mire, no sepa si realmente existe o se extinguió hace millones de años y lo que de ella queda no es más que el recuerdo de su luz.» Quizá sin pretenderlo has hecho una de las bellas metáforas sobre la Creación (según la mitología judeo-cristiana).
Vaya, qué perspectiva más bonita y «estrellada». Muchas gracias.