La poesía contemporánea ha desterrado, en gran parte, el lenguaje preciosista; ha huido de la adjetivación que nos dejó como herencia el Modernismo y, en determinados casos, ha caído en una simplicidad que deja de lado, incluso, las figuras retóricas más esenciales. En este contexto, sorprende encontrar un poemario como el de Antonio Mata Huete, escritor y periodista toledano con una trayectoria literaria consolidada en poesía y novela.
Ecos del desasosiego (Los Libros del Mississippi, 2020) sorprende por su lealtad a los clásicos y la impronta innegable del Modernismo y el Simbolismo en sus imágenes, en sus bellas metáforas cuajadas de plasticidad. Esta idea se refleja desde los primeros versos del libro: “Ya no quedan clavos candentes / Que inflamen la piel en los sueños”.
Tras este hondo comienzo, el lector se interna por un viaje de emociones que giran en torno a aquella que da título al libro: el desasosiego. Dividida en dos secciones –“Tánathos” y “Eros”–, la obra no se aparta de los dos temas centrales, el amor y la muerte, que aparecen entrelazados. La muerte es la protagonista de toda la primera sección, como lo es el amor de la segunda, pero un amor oscuro, atravesado por la ausencia, que desemboca en la muerte: “No pronunciaré las malditas palabras, / Ni podré esperar nada que no sea el viento / Susurrando tu nombre una tarde cualquiera / De este invierno perpetuo…”. La muerte, por tanto, es un tema constante que late detrás del amor o del olvido –en ese magnífico poema que alude a Lete, la náyade que personifica el olvido, para hablar de una probable enfermedad neurodegenerativa que afecta a la memoria–. También, y más explícitamente, en varias elegías.
Y muertos están los poetas a los que se dirige la voz lírica. Porque la obra, en realidad, constituye un largo y sincero homenaje a una serie de nombres que han marcado la formación del autor y a los que recuerda y cita con emoción entrañable. Una emoción que se transmite al lector y más si –como me ocurre a mí– este se siente identificado con la elección de esos grandes referentes: Antonio Machado, Blas de Otero, León Felipe, César Vallejo, Luis Cernuda, Ángel González, Paul Verlaine… Entre ellos, se repite varias veces el nombre de Gabriel Celaya, a quien le une su preocupación social, porque la poesía de Antonio Mata Huete es también un grito contra la injusticia: “¡Arrancadme las lágrimas de cuajo / Si no grito la rabia que me espanta / Y arrojo mi palabra contra el viento!”. Sus referentes son poetas comprometidos. Y emociona encontrar en esa “pléyade de estrellas”, como la llama él, al tantas veces –y tan injustamente denostado– Rafael Alberti, a quien dedica el poema “Puerto de Santa María”:
Naciste sal y azul de mar en la Bahía
Paloma y libertad alzando el vuelo,
Caballo de galope desbocado,
Marinero sin ancla navegando el cielo,
Indomable galerna de furias y esperanzas
Y luz entre la arena de los sueños.
Estilísticamente, además de las metáforas a las que me refería al comienzo, destaca un estupendo uso del ritmo que convierte el verso en melodioso, con bastantes rimas asonantes y algunas consonantes. Tampoco en la forma oculta el poeta sus influencias.
A lo dicho hay que añadir el estupendo prólogo en el que Félix Maraña profundiza en la obra y concluye, con mucho acierto, que «la poesía es tiempo y vida a la vez».
En síntesis, podríamos afirmar que Antonio Mata Huete nada a contracorriente en el sentido de que no persigue la originalidad a toda costa, ni reniega de sus influencias. Y así, paradójicamente, consigue ser original.
Mágnifica reseña Marina. Abrazo grande!!!