Buceando en “Los amores autómatas”, de Félix Moyano

“Llevo toda la tarde pensando en salir fuera, / pero tras la ventana se atisba un precipicio”. Desde los primeros versos, en Los amores autómatas (Premio Andaluz de Poesía Villa de Peligros 2019) la voz lírica se sitúa detrás de un cristal y contempla el mundo desde su refugio. Está presente el deseo de salir al exterior, pero se trata de una voluntad estéril: “hay un charco estancado en las yemas de mis dedos / que me impide llamarte”. El mismo poeta se identifica con una “planta de interior” y confiesa: “Yo soy como esas plantas que están dentro, / en cuartos muy oscuros y en pasillos, / sin saber con certeza qué es el tiempo”.

De este modo, los poemas se sitúan en interiores: dentro de una habitación, un patio con rejas, un coche, una cama, un autobús, una ciudad lejos del mar, su propio cuerpo. El mundo, su mundo, se materializa en ese espacio limitado (“Hay bosques en tus brazos”, “anochece en tu cuerpo”). Esta circunstancia conduce a veces a la voz lírica a un aislamiento, una suerte de infierno de soledad: “la cadencia del negro siempre fue irregular. / Se extiende por tu sangre como un oleoducto”, “en jaulas de cristal que tienes dentro, / al fondo de tu estómago, / donde la luz no llega”, “el abismo permanece intacto, / justo en el centro / de tu corazón”. Hay “una sed que late y que golpea mi pecho”: ese deseo cernudiano que débilmente se enfrenta con la realidad, que no alcanza a salir al exterior.

Desde esta particular perspectiva, el poeta aborda dos temas universales: el paso del tiempo y el amor, así como el modo en que se influyen mutuamente. Divide el libro en tres secciones: “Omnes vulnerant, ultima necat”, “El ciclo de los nervios” y “Rosa meditativa”. La primera hace una alusión directa al inexorable paso del tiempo, con una cita latina que se escribía en los relojes antiguos: “Todas hieren, la última mata” (refiriéndose a las horas). En cuanto al sentimiento amoroso, va evolucionando a lo largo del libro. En la primera sección, el aislamiento es compartido con el ser amado, detiene el tiempo (“y nosotros dentro, amor, nosotros tan adentro…”, “Cada vez que te rozo experimento / procesos fisiológicos extraños”) y se opone a la frialdad del mundo exterior, como ocurre en “Circular”: “y la muerte vendrá / y estaremos dormidos, sosteniendo el silencio / con nuestras manos sucias…”. De hecho, el amor se convierte en una justificación dichosa del aislamiento y de la propia creación poética: “Te juro que lo intento, hacer poemas / de otras cosas, hablar de lo que ocurre / ahí fuera, lejos, lejos de mi estómago, / pero no lo consigo”. Sin embargo, en el último poema de la sección, “Corte de amor”, el acto amoroso es interrumpido por una segunda voz reflexiva que adelanta los acontecimientos: “¿Qué será de nosotros? […] ¿Cuando todo se acabe? / […] ¿Cuando la inmensidad del tiempo nos absorba?”.

Ese amor cobra la forma de una pintura en la segunda sección, una pintura que debe ser protegida para que dure “para toda la vida o un poco más”. De nuevo, la amenaza del tiempo. El corazón del ser amado se convierte en una fruta envenenada y él comienza a alejarse, mientras la voz lírica permanece inmóvil en su posición: “Recuerdo haberte visto / subiendo una montaña / cerca de aquí, / a través del cristal”. Y al final, el aislamiento se vuelve angustioso cuando no es invadido por el amor: “La casa es demasiado grande cuando es de noche / y la tormenta llega / y tú no estás. / […] Asfixiarse es solo cuestión de tiempo”.

Rosa meditativa, de Salvador Dalí

La tercera sección, “Rosa meditativa”, lleva el título de un óleo de Salvador Dalí en el que una rosa estática levita sobre el paisaje. La idea del estatismo es fundamental en esta sección y, por extensión, en toda la obra. Aquí aparece la idea del viaje estéril, el viaje que no conduce a ningún sitio: “Me pregunto si todos estos viajes / llevan a alguna parte / o es solo un espejismo”. El movimiento, en vez de generar un desplazamiento, rompe por dentro a la voz lírica (“es solo un cambio físico que implica / movimiento, pero también rotura. / Esta disgregación nos duele siempre”), que al final solo busca un refugio: “un valle o una cueva / donde permanecer”. Piensa en el amor perdido “a través de un cristal, como siempre”, y el vacío que este ha dejado desgarra aún más el interior del poeta: “todas las estructuras que componen mi cuerpo / atravesadas / por esa luz oscura. / La voz del animal bajo mi piel”. Finalmente el tiempo ha vencido al amor y la voz lírica ha permanecido anclada en su estatismo, mirando el mundo desde una barrera en una actitud melancólica, bañada de spleen, que recuerda mucho a la del primer Cernuda.

A pesar de que la poética de Félix Moyano (Córdoba, 1993) es deudora de la llamada “poesía de la experiencia”, posee también un cierto simbolismo. La sangre, en esta obra, representa el deseo humano frente a la frialdad del mundo. En el poema “Circular” se habla de manchar con sangre (como elemento que está dentro del cuerpo) ese exterior: el suelo, los espejos, los rostros. La “suciedad” es también humanidad, deseo, amor. En “1999”, hay “sangre por las tapias / del deseo”. El segundo símbolo fundamental es el mar como plenitud amorosa y existencial. El deseo de alcanzarlo hace que el poeta lo confunda con las sirenas de ambulancia. Es el amor el que puede llevarlo hasta allí: “yo pienso en ti como en la espuma / de la última ola de la última playa: / la única esperanza, / el único paisaje hacia el océano”. Por eso, los instantes de plenitud amorosa suceden también en el mar, que a su vez es un interior, un refugio, un espacio limitado pero no limitante: “Dormir en las profundidades libres / del océano”, “dentro del mar / quedamos tú y yo, / criaturas que, sin ser marinas, nadan, / nadan contracorriente y no se ahogan”.

Además de símbolos y metáforas encontramos abundante intertextualidad. El lector asiste a una reelaboración de los tópicos latinos como el Beatus ille de Horacio o el Collige, virgo, rosas de Ausonio –de hecho, el poema titulado Collige, virgo, rosas hace un doble guiño a Ausonio y a un poema de Luis Alberto de Cuenca con el mismo título–. A las numerosas citas de poetas –Aurora Luque, Javier Egea, Pablo García Baena, Luis Cernuda, Emilio Prados…– se unen referencias menos explícitas. Por ejemplo, García Lorca y su poema “Vuelta de paseo” se reflejan en los versos “el frío nos asesina / como si fuera el cielo”. O un verso de Vicente Huidobro que da lugar al título de la sección «El ciclo de los nervios».

Los amores autómatas, publicado en 2019 por la Diputación de Granada, es el segundo poemario publicado de Félix Moyano, que ya obtuvo en 2016 el II Premio Valparaíso de Poesía por Insostenible. Destaca en su poética el excelente manejo del ritmo, dentro del verso libre, y un innegable conocimiento de la tradición que no impide que sus temas estén muy unidos a su presente. Su segunda obra es, sin duda, una invitación a las profundidades, para leer –o bucear– dentro de ellas.

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2 respuestas a «Buceando en “Los amores autómatas”, de Félix Moyano»

  1. Me ha encantado tu reseña, Marina. Un abrazo!

    El mié., 9 sept. 2020 17:29, Marina Casado escribió:

    > Marina Casado posted: » “Llevo toda la tarde pensando en salir fuera, / > pero tras la ventana se atisba un precipicio”. Desde los primeros versos, > en Los amores autómatas (Premio Andaluz de Poesía Villa de Peligros 2019) > la voz lírica se sitúa detrás de un cristal y contempl» >

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