Hace unos cuantos años, mi familia aún no había cambiado Chiclana por Conil como destino de vacaciones de verano. La playa de la Barrosa era más grande y también -por desgracia- más civilizada.
Este verano regresamos un día al pueblo de Chiclana. No queda lejos desde Conil. Chiclana no tiene demasiado atractivo turístico mas allá de su fama de tierra natal del famoso «fino de Shiclana» -léase con acento gaditano-, un vino blanco muy aclamado por los amantes del néctar -no opino por no ser experta ni habitual consumidora de vinos.


El momento más divertido de este reencuentro chiclanero fue cuando conocimos al que se autodefinió como «loco del pueblo». Me recordó a esos personajes pintorescos que describe Alberti en sus memorias. Tradicionalmente, en cada pueblo ha habido un loco oficial. Este no sé si sería de fábrica o aderezado con grandes cantidades de alcohol, pero el caso es que se puso a cantar una tonadilla flamenca que decía algo así como «mató a Franco y mató a Carrero Blanco, y yo me alegro…», y demás mensajes chorpatélicos que traían las risas garantizadas. Ademas, cantaba como los ángeles Ya lo dijo el, que «tenia el malaje de Camarón . Daba mucha pena ver como lo echaban con cajas destempladas de todos los bares si lo veían acercarse… Después de que intentara regalarnos su chaqueta -«pisha, que yo no la necesito»- y un móvil roto por el que fingía hablar, nosotros también tuvimos que evitarle.

Dicen que el Malecón de Cádiz se parece al de La Habana, solo que los edificios de la bahía de Cuba están en un estado mucho más ruinoso.
La ciudad de Cádiz tiene un embrujo especial; como diría Lorca: tiene duende. Si tuviera que elegir un sitio para vivir que no fuera mi Madrid, no dudaría en elegir Cádiz. Por su playa de la Caleta, sus callejitas con ventanas enrejadas que desembocan en plazuelas secretas y cuajadas de geranios. Por las palmeras recortadas sobre el azul de los cielos, por sus guitarras imprevistas en el crepúsculo y por esa gitana que vimos bailar aquella noche, junto a la Catedral.

Siempre que vuelvo a la ciudad, recuerdo aquel tanguillo de Carlos Cano -gaditano de pro- que decía eso de «La Habana es Cádiz con más negritos; Cádiz, La Habana con más salero»: