
Hoy, 18 de agosto, se cumplen 77 años del asesinato de Federico García Lorca en Granada, cuando el poeta contaba 38 años. Comenzaba la Guerra Civil y Lorca tuvo la mala ocurrencia de regresar con su familia a su localidad natal. Los militares sublevados tomaron esos días la ciudad, instalando al mando del Gobierno Civil al sanguinario comandante José Valdés Guzmán.

Mucho se ha escrito acerca de las últimas horas de Federico, el paradero de sus restos y de las razones que pudieron llevar a los falangistas granadinos a la decisión de asesinarlo. Algunos historiadores, como Miguel Caballero y Gabriel Pozo, sostienen que su homosexualidad y su pensamiento de izquierdas no constituyeron motivos de peso, y lo achacan a rencillas entre varias familias de la burguesía granadina.
Aunque las rencillas familiares pudieron haber contribuido, no debemos ignorar que Lorca había declarado públicamente su apoyo al Frente Popular , y su homosexualidad era por todos conocida. El hispanista Ian Gibson, biógrafo lorquiano por excelencia, nos ofrece reflexiones basadas en testimonios verídicos. El siguiente extracto pertenece a su libro Cuatro poetas en guerra:
Fanático perseguidor de «rojos», Valdés no solía andar con contemplaciones a la hora de condenar a muerte. Pero Lorca era diferente. Podía haber consecuencias negativas. Por ello pensó que lo mejor sería consultar el caso con el general Queipo de Llano, máxima autoridad rebelde en Andalucía […] Según varios testimonios, la respuesta de Queipo de Llano fue fulminante. Al poeta había que darle «café, mucho café». Era la fórmula que gustaba de utilizar al ordenar una ejecución.
Con o sin la implicación de Queipo de Llano, debe considerarse a José Valdés Guzmán como máximo responsable de la muerte del poeta. […] Cabe pensar que, para aquel militar, Lorca era un rojo asqueroso, la obra que había escrito subversiva, su vida privada repugnante. Había atacado, además, a la burguesía granadina, calificándola de la peor de España. ¿Por qué perdonarlo? Además es probable que Valdés tomara en cuenta otra cosa. ¿Qué mayor escarmiento, en momentos en que había que aterrorizar a la población civil, que matar a un famoso poeta?
(GIBSON, Ian, 2007: 216)
Tras estas reflexiones, os remito a mi reciente artículo, «El misterio de los restos de García Lorca», que amplía algunos de los aspectos tratados.