«Can you hear me, Major David Bowie?»

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David Bowie, el rey del glam rock

David Bowie, el Camaleón del rock, ha muerto tantas veces, y tantas otras ha renacido con distinta piel, que todavía algunos esperamos que hoy, en las redes sociales, irrumpa la súbita noticia de que el Duque Blanco ha regresado, reinventado y transformado en una nueva personalidad mística y prometedora, marginal y brillante, para seguir creando universos de música con su voz extraña y genial que permanece por debajo de todas las máscaras.

Como aquel Ziggy Stardust de comienzos de los setenta, que ya había perdido la pista galáctica del Mayor Tom y ahora informaba a la Tierra de la existencia de un Hombre de las Estrellas que, desde allí, tocaba un jazz cósmico para anunciar su llegada. ¿No sería también otro de los muchos Bowies? A Ziggy el mundo se le quedaba pequeño y, por eso, no tenía ningún escrúpulo a la hora de venderlo o de preguntarse desesperadamente si existiría vida en Marte, e imaginaba la cara de susto que pondrían los hipotéticos marcianos si descubrieran una civilización tan moralmente decadente como la nuestra, en la que Mickey Mouse se convierte en vaca y los marineros se pelean acaloradamente en las pistas de baile.

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Las pupilas asimétricas de Bowie

Desde la inquietante pupila extraterrestre de Bowie, el mundo adquiría estos y otros tintes surrealistas. Por ahí nos intentan arrebatar el romanticismo de la historia revelándonos que su pupila, eternamente dilatada, era en realidad consecuencia de un mal golpe que recibió en su infancia por parte de un compañero de clase con el que competía por las atenciones de una chica. Yo no me creo esa versión y prefiero pensar que Bowie estaba en la Tierra de paso y que, debido a eso, siempre cantó situándose desde desde fuera, desde el punto de vista de un ser, en parte, marginado, sabio y con una mirada distinta que reflejó en sus canciones.

Prueba de que el rock es algo más que mucho ruido con ritmo, era el talante profundamente intelectual de Bowie, que declaraba ser capaz de leer hasta ocho libros al día, y que plasmó todo un universo literario en sus canciones. Hay que destacar, en este sentido, su álbum Diamond Dogs (1984), bautizado así en honor a la conocida novela de George Orwell Rebelión en la granja. Las letras, sin embargo, hacen referencia a la otra gran obra de Orwell: 1984, en la que el autor británico presenta una distopía en la que un terrorífico «Gran Hermano» controla el mundo. El destino de la civilización, como vemos, era una preocupación constante en Bowie.

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Bowie fue un intelectual, amante de los libros

Y es que bajo las máscaras de trajes espaciales, tintes chillones y todas aquellas decenas de personalidades vistosas con las que se fue vistiendo, el rey del glam rock escondía todavía a un niño de nueve años que sorprendía a sus profesores con sus habilidades para el baile y para la música, en general. David Jones, el adolescente que, a los quince años, fundó su primera banda con unos compañeros de clase, que tenía ya claro que quería convertirse en una estrella pop. Lo que consiguió fue mucho más, porque hoy es considerado un auténtico icono de la cultura del siglo XX –y del XXI- que incluso completó su carrera con célebres interpretaciones cinematográficas –Twin Peaks, The Hunger, Labyrinth, The Prestige…-. Jones, convertido ya en Bowie, nos dijo en 1977 que todos podemos ser héroes por un día, aunque en realidad se refería a “para siempre”, y así lo interpretamos.

Hace apenas tres días, el mundo celebraba el 69º cumpleaños del atemporal, andrógino Bowie, que daba a luz un álbum, el vigésimo quinto en su carrera, titulado Blackstar. La prensa, maravillada por su calidad artística, ahora lo califica como “su testamento musical”. Y es que, envuelto en la enigmática intuición de la que siempre hizo gala este dandi interestelar, las canciones del disco se encuentran plagadas de referencias a la muerte. “Lazarus” -¡curioso nombre!-, el oscuro e inquietante sencillo, está narrado desde el más allá, y en el videoclip contemplamos a un envejecido Bowie agonizando sobre una camilla, con los ojos vendados. Tal vez, preveía ya su destino fatal en el momento de escribir el tema, pues se dice que llevaba año y medio luchando contra el cáncer.

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Los múltiples Bowies

David Bowie, aclamado Hombre de las Estrellas, hoy el mundo trata en vano de establecer contacto contigo. Te imaginamos allá, en una suerte de mundo galáctico que siempre te ha pertenecido, viendo girar de lejos la Tierra como una diminuta naranja de color azul. Extraviada la señal, sobreviene un vacío sin estrellas. Pero la profecía de Don McLean, aquella que amenazó con cumplirse cuando perdimos a Lou Reed, continúa sin hacerse realidad. Hoy tampoco será recordado como “el día en que la música murió”. Tu música permanece más viva que nunca, colonizando corazones y galaxias, y tú, viajando en ella.

Hasta siempre, Duque Blanco. Que nuestro adiós alcance a cada una de tus personalidades dormidas en tu sepulcro estrellado, tejido de infinitos.

Times they are a-changing

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Lo confieso: me cuesta horrores asumir el significado de la palabra “pasado”. Me esfuerzo por retener las cosas y a las personas a mi lado; me resisto al cambio con ferocidad, prendida a una nostalgia perversa que me impide, a menudo, volar.

El que se va ha sido un año difícil. Porque, en 2015, los tiempos han empezado a cambiar de verdad, como en aquella canción de Bob Dylan. A mis 26, continúo siendo una ingenua respecto a los sentimientos humanos, a valores que yo considero tan importantes como la amistad. Pero este año, he aprendido que el amor no es lo único que puede ser no correspondido.

Hay gente a la que no le duele perder a las personas; gente que, ante el menor obstáculo, no duda en apretar el gatillo y borrarte de su vida, mientras tú todavía te preguntas qué fue lo que hiciste tan terrible como para llevarlo a tomar una decisión tan extrema. Pues bien, probablemente no fue tan terrible lo que hiciste. Si esa persona ha reaccionado así contigo sin el más mínimo temblor, he ahí la demostración tangible de que jamás le importaste de verdad. De nuevo, la línea borrosa que separa la verdadera amistad del “colegueo”.

El rencor es un virus que habita en algunos corazones y los va ennegreciendo progresivamente, cubriéndolos de amargura, para después devorarlos. La misma hipersensibilidad de la que siempre me quejo ha sido la responsable de que en mi alma no pudiera anidar el monstruo desesperado del rencor. Creo de veras que los desencuentros puntuales son justificables en una amistad más o menos consolidada, pero también es lógico, si esa amistad es de verdad amistad y no una pantomima, que pese más el cariño que el orgullo, la nostalgia que la ofensa. Sin embargo, me he dado cuenta de que, tal vez, mi concepción de la amistad es demasiado idealista.

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Las Merodeadoras’15…
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Allá por enero, con Javi, Eric Snape y mi flequi de llama…

Pero considero que hay algo peor que encariñarse demasiado con las personas, y es no ser capaz de querer. Este año, he comprendido al fin que, a las personas que no sepan querer, las prefiero lejos. Y es mejor que se quiten la máscara cuanto antes, por mucho que pueda doler. Algún día, terminaré de asumir que todo tiene un comienzo y un fin, que nada es eterno, aunque nos esforcemos por retenerlo.

Los tiempos cambian, sí; pero también se acercan oleadas de luz en las horas más sombrías. Este año, la marea de la poesía me ha traído a personas maravillosas que también sienten demasiado, como yo, y que poseen los ingredientes ideales para ser amigos. Tal vez es cierto eso que dicen: que todos vamos encontrando poco a poco nuestro lugar, rodeándonos de gente que comparte, de algún modo, nuestra manera de ver el mundo. Tal vez, esa sea la razón del cambio que ya ha comenzado y que se presiente imparable.

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Acto homenaje a la colección de poesía El Bardo en la Casa del Lector

2015 también ha sido el final de un ciclo y el comienzo de otro. He obtenido mi título de Doctora en Literatura -¡y Cum Laude!-, demostrándome a mí misma que todo esfuerzo tiene su fruto. Un triunfo que me empuja a seguir esforzándome en lo que ahora me he propuesto: aprobar las oposiciones de Profesorado de ESO y Bachillerato, en la especialidad de Lengua y Literatura. Después de tantos años perdida, por fin he descubierto que mi verdadera vocación ha sido siempre la enseñanza. Lo tengo más difícil que cualquiera, puesto que yo no soy licenciada en Filología, pero en mi ventaja cuento con una voluntad férrea. Voluntad, precisamente, no me falta; ni ilusión por llegar al final.

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Tras el veredicto del tribunal. Con el director de mi tesis, Ignacio Díez, y los miembros del tribunal: Gaspar Garrote, Dolores Romero, Eduardo Pérez-Rasilla, Jesús Ponce y Juan Matas

Hay que mirar ahora a 2016, donde me espera otro triunfo –esta vez, en mi faceta poética, ¡ya os contaré!- y, tal vez, el aprobado en las oposiciones. Los tiempos seguirán cambiando a un ritmo más o menos acelerado, pero, como dijo Don Fabrizio Corbera, sublime creación de Giussepe Tomasi de Lampedusa, “Es necesario que todo cambie para que todo siga como está”.

Feliz Nochevieja a todos.

El tormento becqueriano en Rafael Alberti

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Detalle del famoso retrato de Gustavo Adolfo Bécquer realizado por su hermano Valeriano

Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836-Madrid, 1870), fallecido hoy exactamente hace 145 años, es el mayor representante de la corriente posromanticista en España y uno de los poetas que más influencia ha depositado en las generaciones posteriores y, de forma especial, en la Generación del 27. No se ha de olvidar que Luis Cernuda tituló a uno de sus poemarios más célebres con un verso de Bécquer: Donde habite el olvido. Es incuestionable la huella becqueriana en el romántico Cernuda, pero hoy quisiera profundizar en la que depositó en otro famoso miembro del 27: Rafael Alberti, influencia que he analizado con más detenimiento en mi reciente tesis doctoral, Oscuridad y exilio interior en la obra de Rafael Alberti.

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Rafael Alberti en los años cuarenta

Los primeros tintes becquerianos en Alberti hay que buscarlos en su propia biografía; concretamente, hacia el final de su adolescencia, cuando la literatura fue invadiendo su espíritu a la par que la tristeza, que los misteriosos terrores y visiones alucinógenas que él achaca, en sus memorias, a una enfermedad pulmonar que le habían diagnosticado. Su primer poema lo escribió con motivo de la muerte de su padre, acaecida por entonces, momento culminante de la extraña crisis espiritual que sacudió a Rafael en aquellos años. Tras aquel primero, llegaron muchos más, todos envueltos en el mismo aire sombrío y meditabundo. Recuerda:

Aunque el dolor, pasados ya unos meses, se iba remansando en todos los de la casa, un ala oscura de tristeza golpeaba mis noches, vertidas al amanecer en nuevos poemas desesperados y sombríos. […] Volví de nuevo a visitar los cementerios, con Bécquer en los labios y una opresión en mitad del pecho que me hacía caminar pidiendo apoyo de cuando en cuando al tronco de los árboles (Rafael Alberti, La arboleda perdida).

La tristeza, los cementerios, su propio estado enfermo decadente, parecen quedar simbolizados en la figura y en los versos de Gustavo Adolfo Bécquer. Y es que la crisis que sufría Alberti resultaba, en sí misma, muy “romántica”, muy propicia para la llegada de la inspiración literaria. Se nutría de esta oscuridad para escribir sus primeros versos: de la pena por la muerte del padre, de sus visiones melancólicas y terroríficas.

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«Abadía en el robledal», de Caspar David Friedrich

Las crisis de Alberti tenían muchos ingredientes de la literatura del Romanticismo y del Posromanticismo.También en su segunda crisis existencial, producida a finales de los años veinte, la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer jugó un papel importante a la hora de inspirarse para escribir su poemario surrealista Sobre los ángeles.

A la hora de analizar Sobre los ángeles, no se puede ignorar la presencia de Bécquer a lo largo del libro. “Huésped de las nieblas” es, de hecho, un verso del propio Bécquer que Alberti utilizó para titular una sección completa de su poemario. “Tres recuerdos del cielo” aparece subtitulado como “Homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer”. Pero más que una influencia técnica o formal, se debe leer una filosófica, como indica Luis Felipe Vivanco: “Su palabra no es becqueriana, como la del primer Juan Ramón o la de Cernuda, pero sí lo es su intuición decisiva de la realidad poética como mundo aparte” («Rafael Alberti en su palabra acelarada y vestida de luces», 1984). Esta idea queda explicada en palabras del propio Alberti, en su visión particular de Bécquer:

Todas las Rimas de Bécquer a mí se me aparecen como escritas a tientas, por la noche, sentado o recostado al borde de su lecho. Y ya se sabe que un lecho es una tumba que aún no ha abierto la boca para devorarnos, y que si apoyamos el oído contra ella podemos escuchar como un rumor sordo y vacío, que es sin duda la voz con que los sepulcros reclaman nuestros cuerpos. Y Bécquer, espantado, escuchaba y vigilaba esa voz, sin poderse dormir. Y lo mismo que algunos ángeles que vemos en los cementerios velando a la orilla de las fosas, escribía sus Rimas. Pero él no era de mármol; él era un pobre ángel de carne y hueso, perdido en una fría alcoba, sobresaltado por el crujir de las maderas, por el temblar de los muros, los cabezazos del viento y el fustigar de la lluvia en los cristales. Y tenía miedo, solitario en la noche oscura de su alma. Miedo de encontrarse a solas con sus dolores, acechados por recuerdos que se le agigantaban, atenazándole por la garganta, hasta hacerle arrancar los estertores más entrecortados. Miedo de unos ojos que se le aparecían en las paredes, que le espiaban, a veces desasidos, desde los ángulos de los cuatro rincones. Y pensaba. ¿Cuándo amanecerá? Porque vivía entre nieblas que le velaban el alma, y las rendijas de su cuarto nunca se habían visto dibujadas de luz. ¡Qué angustia! Él ya había sentido antes subirle hasta la punta de los dedos ese golpe de sangre que nos manda empuñar, de súbito, un revólver o una navaja. Y ahora, de pronto, se le crispa esa mano. Tiene miedo. Ha sufrido. Ha envejecido en una sola noche, le han engañado y traicionado. ¿Adónde ir? (Alberti, Prosas encontradas).

El proceso de inspiración becqueriano, tal como lo contempla Alberti, es muy similar al que él mismo siguió durante la composición de Sobre los ángeles. De hecho, si se cambiaran los nombres, Alberti podría, perfectamente, estar hablando de sí mismo y de su libro; aislamiento, visiones terroríficas, dolores físicos, espanto, un automatismo no buscado, el tormento de los recuerdos, la angustia, la niebla: elementos con los que se halla familiarizado y que también le fustigan. Por último, la visión de la poesía como catarsis, como una alternativa a la trágica y definitiva opción del suicidio.

Alberti y la emoción poética

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Tras el veredicto del tribunal. Con el director de mi tesis, Ignacio Díez, y los miembros del tribunal: Gaspar Garrote, Dolores Romero, Eduardo Pérez-Rasilla, Jesús Ponce y Juan Matas

Por primera vez en varias semanas, dispongo de un rato para respirar, mirar algo más que no sea el temario de las oposiciones y asimilar los acontecimientos que me rodean. Por ejemplo, el hecho de que, desde hace dos días, soy Doctora Cum Laude en Literatura española, gracias a mi tesis Oscuridad y exilio interior en la obra de Rafael Alberti. Alberti, que hoy, 16 de diciembre, cumpliría 113 años.

Con mi tesis doctoral finalizada, termina un ciclo que empecé hace ya cuatro años. Tenía por entonces 22 y estaba comenzando el Máster de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid, con el objetivo de poder iniciar, en el siguiente curso, mis estudios doctorales. A mis espaldas, una licenciatura en Periodismo que no me acababa de satisfacer. Me sentía todavía un poco perdida, pero comenzaba a encontrarme.

Mi primer trabajo de investigación para el máster no fue sobre Luis Cernuda, como cabría pensar viniendo de mí, sino sobre uno de sus compañeros de generación, Emilio Prados. Concretamente, me centré en su etapa surrealista. Podría haber continuado la investigación del máster en mi tesis doctoral, pero necesitaba un tema que, más que gustarme, me apasionara. Todo apuntaba, de nuevo, hacia Luis Cernuda. Por eso fue una sorpresa –especialmente, para mí misma- que finalmente me decantara por Rafael Alberti.

Y es que Cernuda ya ha encontrado su lugar en la crítica, la valoración que desde siempre se había merecido y que no ha obtenido hasta hace bien poco. Pero Alberti, tan célebre en los años setenta y ochenta, ha ido desvalorizándose progresivamente; en parte, debido a la ideología comunista que mostraba, que no a todos agrada. Es recurrente, también, juzgar toda la trayectoria del poeta por su primer poemario, Marinero en tierra, sin conocer su amplísima obra, que profundiza el multitud de corrientes, técnicas y géneros, y que resulta en todos los casos brillante. Estamos hablando de una de las voces líricas más importantes de la literatura española, el maestro de las imágenes poéticas, cuajadas de plasticidad y virtuosismo. En acertadas palabras del doctor Gaspar Garrote, miembro de mi tribunal, se trata “del poeta más representativo de la Generación del 27”. Es ahora, cuando podemos contemplar su obra completa desde una cierta distancia temporal, cuando deben publicarse nuevos trabajos que la revisen de forma global, que muestren nuevas perspectivas.

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Agosto de 2014, en la Casa Museo de Rafael Alberti

Y en gran medida, por todo esto elegí a Alberti como tema de mi tesis doctoral. Pero no he incidido en la visión tradicional del poeta como ser luminoso y alegre, visión a la que estamos acostumbrados. Hablé del Alberti más oscuro, del Alberti que se sentía exiliado del presente, cuyos versos nacían del desamparo y de la sombra. Y confieso que me he apasionado escribiendo. Hay quien me ha criticado, en la tesis, un uso excesivo de mi intuición a la hora de interpretar la obra albertiana, dejando más de lado el aspecto filológico. Me cuesta no implicarme en aquello en lo que profundizo. En la carrera de Periodismo, ya me pedían sacrificar mi subjetividad en los escritos y jamás lo conseguí –tampoco hice demasiado por conseguirlo-.

Pero es que no soy periodista ni filóloga; soy las dos cosas a la vez o ninguna. Creo que soy, por encima de todo, poeta –no sé si buena o mala; eso no viene al caso-, y mi propia subjetividad se impone. Me dice que, para poder interpretar la poesía, hay que sentirla: dejarla correr por la sangre, beberla a bocanadas, situarse en la piel de su autor. En este contexto, la filología es solo un instrumento más que nos ayuda al análisis, pero que en ningún caso debería sustituir a la intuición, al sentimiento. Precisamente, porque estamos hablando de poesía, el género literario que más depende de la sentimentalidad, del impulso emocional, de lo opuesto a la razón desnuda.

No ha sido fácil abrirme camino en el mundo filológico sin la carrera de Filología. He tenido que aprender mucho y compensar mis carencias con múltiples lecturas y horas de trabajo. Pero finalmente, lo he conseguido. Con esta perspectiva emocional, tan distinta del frío academicismo que a veces se exige. Supongo que eso es, a la vez, ventaja e inconveniente. No consigo diseccionar un poema sin diseccionarme a mí con él. Tal vez, es demasiado tarde para convertirme en filóloga… Tal vez lo sea ya.

O tal vez… “Tal vez no seré nada, y mi vida tendrá esa admirable gratuidad de las existencias perfectas”. Eso lo dijo Luis Cernuda. Cernuda, Alberti… Los dos se me antojan amigos muy cercanos a los que nunca he conocido, a los que siempre he conocido.

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Luis Cernuda en los años veinte

Cae la noche y se precipitan las familiares divagaciones. La luz del flexo baña de un aire meditabundo la mesa de mi escritorio. Rememoro mi sonrisa llenando los segundos posteriores a aquellas palabras: “El tribunal ha decidido, por unanimidad, concederle el Sobresaliente Cum Laude”. Empiezo a comprender que todo esfuerzo acaba dando su fruto, aunque a veces parezca que la niebla, esa niebla tan unamuniana, nos envuelva, impidiéndonos contemplar la luz del sol. Sí: todas las recompensas llegan. Pero el camino jamás termina.

Y hoy, en el 113º aniversario del nacimiento de Rafael Alberti, todavía quedan muchas metas que conquistar, hasta que su poesía ocupe en la crítica el lugar que se merece.

Literatura clásica y contemporánea en «L.A. Woman», de The Doors

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Jim Morrison en 1970

El 8 de diciembre de 1943, hace ahora 72 años, nacía en Melbourne James Douglas Morrison, que pasaría a la Historia como Jim Morrison, líder y vocalista de una de las bandas más esenciales del rock internacional: The Doors. En artículos anteriores, ya he profundizado en su faceta de poeta, menos célebre que la de estrella del rock y, sin embargo, aquella en la que Jim se sentía más cómodo.

Los biógrafos de Morrison suelen coincidir en que se convirtió en cantante por mera casualidad: una oportuna conversación con su compañero de carrera Ray Manzarek, que descubrió en los poemas de Jim un material excepcional para añadirle una base rockera y construir, en torno a ellos, una banda de estilo psicodélico, acorde con las nuevas tendencias musicales que comenzaban a aparecer.

Yo misma he sostenido esa hipótesis acerca de que fue la casualidad la que condujo a Jim a los escenarios; pero ahora, después de haberme adentrado mucho más profundamente por las apasionantes sendas del rock de los sesenta, me corrijo: en aquella época, el rock y la literatura caminaban de la mano y resultaba difícil separar uno de la otra. Y así, nos encontramos con las dos caras de la moneda: el rock hecho literatura en la Generación Beat de los cincuenta, y la literatura hecha rock en las míticas bandas de la segunda mitad de los sesenta: The Beatles, The Velvet Underground, Jefferson Airplane… Y, por supuesto, The Doors.

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The Doors: Jim Morrison, Robby Krieger, Ray Manzarek y John Densmore

Como he dicho, la materia prima de las canciones de The Doors la constituían los poemas escritos por Jim Morrison. Exceptuando unos pocos temas compuestos por Robby Krieger –circunstancia que se hace notar en la menor calidad lírica-, todos parten de la poesía de Jim. Y entremezcladas con sus versos, multitud de referencias literarias y cinematográficas que reflejaban el inmenso bagaje cultural del vocalista.

Podríamos dedicar todo un libro para recoger las múltiples referencias e inspiraciones halladas en las letras de The Doors, pero hoy quisiera centrarme en un tema en concreto; uno de los que, en mi opinión, presenta una mayor intensidad lírica. Se trata de la canción “L. A. Woman” –“Mujer de Los Ángeles”, incluida en el álbum que lanzaron en 1971, el último que grabó la banda en vida de Jim Morrison –fallecería tres meses más tarde, en París-, que lleva el mismo título que la canción y que apuesta claramente por la mezcla del rock con el blues.

El tema “L. A. Woman” fue compuesta por Jim Morrison para Pamela Courson, con quien mantendría una inconstante y tormentosa relación desde los veintidós hasta los veintisiete años, cuando murió junto a ella en París. También es un canto a Los Ángeles, ciudad que Morrison amó hasta el fin de sus días. Veamos la traducción de la letra:

Bueno, llegué a la ciudad hace casi una hora.
Me di una vuelta para ver de qué lado soplaba el viento,
por donde están las chicas, en sus bungalows de Hollywood.
¿Eres una damisela afortunada en la Ciudad de la Luz
o solo otro ángel perdido?

Ciudad de la noche,
ciudad de la noche,
ciudad de la noche..
Mujer de Los Ángeles, mujer de Los Ángeles,
mujer de Los Ángeles, tarde de domingo;
mujer De Los Ángeles, tarde de domingo;
mujer De Los Ángeles, tarde de domingo;
conduce por los suburbios
en tu blues, en tu blues; sí…
en tu blues… ¡oh, sí!

Veo que tu cabello arde,
las colinas se incendian.
Si te dicen que nunca te he amado,
sabrás que mienten.

Conduciendo por las autopistas,
vagando por los callejones a media noche…
Policías en coche, bares de topless…
Nunca vi a una mujer
tan sola, tan sola,
tan sola, tan sola…

Motel, dinero, asesinato, locura.
Cambiemos el humor: de la alegría a la tristeza.
El Sr. Mojo colocándose…

En la letra, el yo lírico se dirige a una hipotética mujer a la que formula una pregunta: “¿Eres una damisela afortunada en la Ciudad de la Luz? / ¿O solo otro ángel perdido?…”. A esa misma mujer –sabemos que es Pamela por el color rojo de su pelo- le dice: “Veo que tu cabello arde. / Las colinas se incendian. / Si te dicen que nunca te he amado, / sabrás que mienten”. En el videoclip que The Doors eligieron para la canción, mientras la voz de Morrison canta esta estrofa, vemos un monte ardiendo y, por encima de un edificio, un rótulo, algo así como el nombre de una tienda, un hotel o un pub, que reza Dante’s. Por detrás, las llamas que consumen el paisaje. Se trata, sin duda, de un guiño al Infierno de la Divina Comedia, trasladado a los años sesenta del siglo XX, banalizado.

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Pamela Courson, novia de Jim Morrison, es la musa oculta del tema «L.A. Woman» de The Doors

Pero además de esta referencia a Dante, existen otras contemporáneas. Jim Morrison llama a Los Ángeles “Ciudad de la noche”. Se trata de una alusión a una sobrecogedora novela del texano John Rechy, City of Night (1963), que versa sobre el sórdido mundo de la prostitución masculina en  Nueva York, Los Ángeles, San Francisco y Nueva Orleans. La letra de la canción de The Doors, así como el videoclip original, hacen referencia a la vida nocturna de Los Ángeles, dominada por los bares, el juego, la bebida y la prostitución. Temas, por otra parte, muy recurrentes en la literatura beatnik, de la que Jim bebía.

En la pregunta que plantea Morrison al comienzo de la canción: “¿Eres una damisela afortunada en la Ciudad de la Luz / o solo otro ángel perdido?”, existe una alusión a la novela Los vagabundos del Dharma, escrita por Jack Kerouac –célebre integrante de la Generación Beat- en 1958 y considerada uno de los libros de cabecera del movimiento hippie, a causa de la espiritualidad que exuda. En un momento de la novela, leemos: “¿Somos ángeles caídos que nos negamos a creer que nada es nada y, por tanto, nacemos para perder a los que amamos y a nuestros amigos más queridos uno a uno, y después nuestra propia vida, para probarnos?”.

Una cuestión que, sin duda, atormentaba a Jim, cuya vida fue una constante experimentación de los sentidos –aquella consigna extraída de su adorado Rimbaud- para evitar, en la medida de lo posible, convertirse en lo que él definía como “voyeur”, interpretado en el sentido existencial; en otras palabras: espectador de su propia existencia.

[Parte del texto ha sido extraído de mi libro El barco de cristal. Referencias literarias en el pop-rock (Líneas Paralelas, 2014)]