Hoy es martes 13 y la fecha se vuelve Trending Topic en Twitter, como si no hubiera acontecimientos más interesantes que las anécdotas supersticiosas. Pero así es el universo de las redes sociales: un triste reflejo de las inocuas preocupaciones e inquietudes de la gente de a pie.
Así que todos vivimos hoy muy preocupados porque es martes 13. Yo debería preocuparme más, por aquello de que parece un día poco jovial para cumplir años. Pero, tranquilos: nací un viernes 13 –en el mundo anglosajón, sustituyen el martes por el viernes-, así que estoy muy curada de espanto. Llevo 26 años surfeando sobre esa supuesta mala suerte que habría de perseguirme y, en cuanto a hoy… Sí; admito que soy víctima de un resfriado monstruoso e interminable, pero como diría Angelito, “A veces, en octubre, es lo que pasa…”.
Incluso podría afirmar que ha sido un día medianamente afortunado, puesto que al fin he conseguido inscribir mi tesis doctoral. Y es que esto de la burocracia –y del “Vuelva usted mañana”, que diría Larra- resulta agotador: casi se tarda más en inscribir la tesis que en escribirla. Hay que sacar la Espada de la roca, sortear una selva de espinos y enfrentarse al Dragón –los dragones de Secretaria son más agoreros que los martes 13; creedme-, y solo los valientes llegan al final.
Mientras escribo, ha comenzado a llover. Parece que al fin ha llegado Joaquín a España, que se estaba haciendo de rogar… Joaquín es el nombre que le han puesto al último huracán, cuyos restos llegarían a nuestro país ayer, según las previsiones. Me encantaría conocer a las personas que se dedican a ponerle nombre a los huracanes: deben de ser familia del tipo que firma como “Mufasa” sus grafitis, los cuales se pueden ver por los muros de la Complutense. La cosa es mucho más seria de lo que parece: los de mi generación saben que la muerte de Mufasa dejó un trauma difícil de superar en nuestros corazones, incluso en el de ese incomprendido grafitero que intenta hacerle un homenaje silencioso y poco ortodoxo. Porca miseria…
Con todas estas divagaciones, casi olvido el motivo por el que iba a ponerme a escribir, que no es otro que mis 26 años recién estrenados. A estas alturas del texto, me abstengo de hacer una síntesis de lo que han supuesto los últimos 365 días para mí, pero sí haré un adelanto de los que me esperan. La mayor parte de los 26 la pasaré estudiando el temario de las oposiciones de profesora de instituto, en la modalidad de Lengua y Literatura española. Porque está el panorama laboral tan halagüeño que la posibilidad de acceder a un funcionariado se plantea apetitosa, por duro que resulte el acceso.
Y mientras, seguiré luchando contra la irascibilidad a la que me empujan las 9 o 10 horas de estudio diario. Por suerte, hay personas cuya simple existencia ya me arranca una sonrisa, y a esas no les impone demasiado mi irascibilidad. Esas personas no se van, al contrario que otras, que no terminan de llegar, o de las que se han marchado para siempre. Este último grupo me hace reflexionar a menudo, pervertida por una hipersensibilidad que siempre me ha devorado, y que no me permite dejar marchar sin más a las personas que considero importantes. Pero la gente se marcha: hay gente que forma parte del pasado y no del presente. Por alguna tópica razón, los recordamos en los cumpleaños o en las fechas más señaladas.
Sé que mis lectores quizá esperabais un artículo profundo Sobre Luis Cernuda o Jim Morrison, pero hoy no os puedo ofrecer más que estos pensamientos deshilachados, reunidos sobre el otoño. Me volveréis a leer, aunque el temario de las oposiciones parezca no tener fin. Escribir es una necesidad, siempre. Por muchos años que se cumplan…
Siempre emociona (y muchas veces inquieta) cumplir años. En la infancia y la adolescencia (hoy cada día más larga) porque siempre se siente uno empujado hacia fuera del Paraíso; en la alta juventud (Espinosa dixit) porque el tiempo parece huir muchas veces y petrificarse otras tantas; en la madurez porque comienza uno a comprender que, salvo excepciones, somos débiles y que, por mucho que nos esforcemos, no alcanzaremos los bellos horizontes que nos habíamos propuesto, y en la senectud porque, habiendo comprendido que lo más hermoso es el camino, también somos conscientes de que este ha de acabarse… Sin embargo, ¡qué maravilla ir repitiendo efemérides! ¡Qué prodigio saberse vivo y saber que no solo tenemos ese momento especial del presente sino todos los anteriores que conservamos en la memoria y todos los que han de venir, todos los que podemos imaginar!…
Qué bien explicado, José María. El futuro nos aguarda, al fin y al cabo, y vale la pena aplicarse el Carpe Diem más a menudo…
Hola Marina
Muchas felicidades y mucho ánimo en esa ardua tarea de afrontar las oposiciones.
Un cordial saludo desde Emérita Augusta.
Fernando.
¡Muchas gracias, Fernando! Ya sabes tú bien lo duras que son. El caso es llegar a la meta. Un abrazo.
Di que sí, fuera supersticiones, que al fin y al cabo los calendarios son relativos, acuerdos como los símbolos, en las distintas civilizaciones, no indicios ni iconos, o todo ello a la vez, por estar ligados al cosmos y a las estaciones. Pero los días y las noches del tiempo las vivimos como somos, no solo dentro del pensamiento mítico o mágico de los que se autodenominan adivinos. Por encima de ellos hay un poder más fuerte que se llama Amor y tú, Marina, eres un amor. Besos de Óscar y Lola.