El Día de Difuntos de 2016

Pero ya anochecía, y también era hora de retiro para mí. Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido prolongado, intérprete de su instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se removía como un moribundo que tantea la ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro: una inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha tumba.

Mariano José de Larra, “El Día de Difuntos de 1836”

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«Abbey In The Oak Forest», Caspar David Friedrich

Hace 180 años, Fígaro merodeaba entre las lápidas, visibles e invisibles, de la ciudad de Madrid. Hoy lo acompaño, paseando por esta Villa y Corte como lo hiciera en su día Diego de Torres Villarroel junto a Don Francisco de Quevedo. Le recuerdo al Pobrecito Hablador que, aunque él no lo llegara a ver, ya tuvimos constancia de esta muerte colosal hace muchas décadas.

Lo sentenció en 1939 Luis Cernuda:

España ha muerto.

Lo sostuve yo misma 85 años más tarde:

España muerta, desenterrada,
con su rostro amarillo
devorado por los insectos

Hoy, Día de Difuntos de 2016, se van sumando lápidas al inmenso osario español. La última resulta especialmente conmovedora, por cuanto ha significado en la historia de este país. Mírala, Fígaro, conmigo. Espántate conmigo.

“Aquí yace el Partido Socialista Obrero Español (1879-2016)”

Tú no llegaste a conocerlo, Fígaro; aquel tiro en la sien te arrebató de este mundo años antes de su fundación. De que Pablo Iglesias –el auténtico Pablo Iglesias– construyera, sobre bases marxistas y socialistas, un partido por y para la clase obrera. En 1918, Fígaro, ese mismo partido, todavía con Iglesias a la cabeza, se declaró en su programa a favor del laicismo y de la educación gratuita, de la supresión del presupuesto del clero y de la confiscación de sus bienes.

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Pablo Iglesias, fundador del PSOE

Después, durante la II República –ese sueño perdido–, brillaron en el seno del PSOE tantos nombres convertidos en astros: el flamígero Francisco Largo Caballero, el intelectual Fernando de los Ríos, íntimo amigo de los García Lorca; Juan Negrín. Ay, Negrín, aquel médico valiente que se hizo cargo del timón cuando la tempestad arreciaba, que resistió con arrojo hasta el trágico final. Un final en el que mi abuelo, en su pueblo, tuvo que deshacerse del carnet del partido antes de ser descubierto por los rebeldes.

Mira todos aquellos nombres legendarios, Fígaro, reflejando aún los fulgores de su pasión en el mármol frío de esta lápida. Ya por aquel entonces se hallaba el PSOE dividido en dos bandos: la izquierda radical de Largo Caballero y la más moderada del inflado y pacífico Indalecio Prieto. Con el tiempo, todo se iría escorando hacia la derecha, como arrastrado por la resaca del océano en un día ventoso. Pero no nos adelantemos…

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Cartel del PSOE en las elecciones generales de 1982

Tras una noche de cuarenta años, despertó una mañana España a la democracia. Poco tiempo después, en 1979, el PSOE abandonó el marxismo como base ideológica, para modernizarse. Por aquel entonces, un joven sevillano con chaqueta de pana movilizaba al país con pasión y bravura. Se llamaba Felipe González y dotó de nuevo aliento a la izquierda española. O eso creíamos, Fígaro. Porque hoy, aquel joven “progre” y apasionado es un millonario que da paseos en su yate mientras planea nuevas declaraciones públicas propias de la derecha más conservadora, que mueve los hilos de la política nacional a través de llamadas determinantes y conversaciones secretas. El Vito Corleone de la política española es ese mismo hombre que admiraban mis padres, mi tío y mis abuelos, que yo veía en la televisión antes de ir al colegio, discutiendo con aquel bigote viviente apellidado Aznar.

Puedo decir con orgullo, Fígaro, que la primera vez que voté en unas elecciones fue a Zapatero. Aquel joven de ojos verdes y sonrisa bondadosa, dialogante y conciliador, que devolvió la esperanza al socialismo. Sí; lo voté y ganó. Y tras una primera legislatura brillante en cuanto a políticas sociales, irrumpió la terrible crisis europea en la segunda.

Después dejó de estar de moda ser socialista. Una casi se arrepentía al confesarlo públicamente. Considerarte socialista era casi declarar que votabas al PP. Y más cuando llegó Pablo Iglesias II, con su pose ensayada de mesías pseudo intelectual y sus ambiciones maquiavélicas. Lo cierto es que el PSOE, ese partido que partió de bases marxistas, nos decepcionó cuando, tras la abdicación de Juan Carlos I, no movió un dedo para promover una modificación en la Constitución que permitiera plantear un referéndum. Pero, claro; la cuestión republicana está por detrás de la crisis. O eso dicen algunos, sin comprender que, en la política, todo se encuentra entretejido en una tela de araña y un hilo puede desestructurar el conjunto.

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En las últimas elecciones yo no voté al PSOE. Y no me arrepiento, Fígaro, porque los recientes acontecimientos de la política nacional me confirman que, con ese voto, habría contribuido a investir al anodino Rajoy como Presidente del Gobierno. Porque los que lo han permitido no son el PSOE; son otra cosa. No queda en ellos el más mínimo reflejo de los hombres que han luchado por el progreso de este país a lo largo de 137 años. Pedro Sánchez, por mucho escepticismo que nos genere, ha sido el único que se ha mantenido fiel a sus principios. A los principios socialistas. A no encumbrar en el poder a un partido corrupto y ladrón que parece reírse del concepto de la democracia. Y ya solo por eso, Pedro Sánchez merece nuestro respeto.

Lo que queda del PSOE no se encuentra en Susana Díaz ni en el taimado Felipe González; no. Permanece en algún que otro político decente, como Borrell; en los casi todos los avances de este país; en la lápida fría que ahora contemplamos y que contribuye a reforzar esa otra más grande, la que alberga la democracia. Y en nuestros corazones, porque uno puede ser socialista de Fernando de los Ríos y de Juan Negrín y no sentirse representado por el partido que ha guardado silencio mientras Mariano Rajoy, el Rey de los Ladrones, subía los peldaños de la Presidencia del Gobierno. Sí, Fígaro. Recordando a Don Miguel –al que acabamos de sorprender merodeando entre las tumbas-, he de decir que a mí también me duele España.

 

2 respuestas a «El Día de Difuntos de 2016»

  1. Buen día, el de Difuntos, para reflexionar sobre el sentimiento trágico de la vida, sobre la desesperanza (que puede llegar hasta el suicidio), sobre la parte del alma española que se lacera ante el sentimiento de impotencia que nos producen tantas injusticias y tanta estupidez que nos rodea… Pero es necesario sobreponerse al pesimismo, saber que tras las sombras de la noche siempre llega la luz y que nuestras cunas son más poderosas que nuestras tumbas. Buen día para saber que nuestro país tiene energía suficiente para que los cantos superen a los llantos, las luces a las sombras, la vida a la muerte.

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