
Mary Poppins regresó a Londres cuando empezó a soplar el viento del Este. El Almirante Boom, aquel viejo oficial de la Marina retirado, lo anunció desde su azotea-barco. Bert, el simpático hombrecillo que a veces era deshollinador, otras pintor y, algunas otras, incluso vendedor de cometas; intuía también su regreso, con una pasión platónica muy firme, muy entrañable.
Por aquí, siento que cambia también la dirección del viento. Londres nos recibirá con niebla, con fotogramas de película antigua. No negaré que sobrevive dentro de mí la esperanza de bailar por los tejados junto a aquel deshollinador, ahora que en el mundo “todo está roto y baila”, como diría Jim Morrison. Londres, la ciudad habitada por sombras “con un olor a gato”, según Luis Cernuda. Demasiadas referencias para una sola realidad.
Mary Poppins se marchó con el viento del Este. Una bandada de cometas la despedía. Por aquí, también empieza a cambiar el viento y eso me desestabiliza, me bautiza de niebla. La vida y las niñeras mágicas se empeñan en demostrarnos que todas las cosas son transitorias: las personas se vuelan entre cometas, o se vuelven diferentes y extrañas, como si de repente se trasladaran a otra dimensión. Como siempre, persigo el equilibrio y lucho contra los sentimientos que me conducirían al país de los abismos; pero el viento es más fuerte.
Londres es también una ciudad con perfumes de promesa, la ciudad del Trapecista, y una promesa antigua que no se llegó a cumplir. No puedo esperar para saber qué nos depara el viento.
Bellísimo!!!
Cómo no acordarse de aquella canción…
Chinchibirí, chinchibirí, chinchibiró…
Bella nostalgia la tuyal. Suerte en la niebla.