Los últimos días de Antonio Machado

Antonio Machado, retratado por el fotógrafo Alfonso, en el Café Salesas de Madrid, 1934
Antonio Machado, retratado por el fotógrafo Alfonso, en el Café Salesas de Madrid, 1934

Ayer se cumplieron 75 años de la muerte de uno de los poetas españoles más influyentes en la historia de la literatura: Antonio Machado, perteneciente a la Generación del 98.

Cuenta el hispanista Ian Gibson en su ensayo Cuatro poetas en guerra que, a finales de noviembre de 1938, el escritor ruso Ilya Ehrenburg visitó a Machado, residente desde hacía unos meses en Barcelona, donde se había trasladado cuando la conquista de Valencia por el bando sublevado resultaba inminente. Gibson cita en su obra las impresiones acerca de Machado que Ehrenburg reflejó en sus escritos sobre la Guerra Civil española: la indiferencia del poeta hacia las incomodidades derivadas de la situación de conflicto, su lucha incansable a favor de la II República Española mediante artículos de prensa, su desasosegante obsesión por la muerte.

“Machado”, escribe Ehrenburg en sus escritos, “tenía mal aspecto: iba encorvado y se afeitaba raramente, lo que le hacía parecer todavía más viejo. Tenía sesenta y tres años; caminaba pesadamente. Sólo sus ojos estaban llenos de vida, brillantes”. El “torpe aliño indumentario” que Machado se reconoció a sí mismo en su “Retrato” de la obra Campos de Castilla (1912) había evolucionado en todos aquellos años, desembocando en una indiferencia absoluta por el propio aspecto: la de un hombre prematuramente envejecido y enfermo. Y la enfermedad no más grave, pero sí más incurable de Machado, fue la melancolía.

Su doctor, José Álvarez Puche, recuerda en 1940 sus visitas al poeta dos años antes, describiéndolo como “una máquina gastada”. José Machado, hermano de Antonio, ofrece una curiosa imagen en sus escritos acerca de él: “Cada día su gabán parecía mayor y él más pequeño. Entre el frío que le hacía encogerse, y su cuerpo que se consumía, no tanto bajo el peso de los años como por el agotamiento de sus energías físicas”.

Antonio Machado en 1938
Antonio Machado en 1939

Cansado, indiferente ante su propia suerte: así era el Antonio Machado que cruzó la frontera francesa tras tener noticia de la caída de Barcelona el 26 de enero de 1939. En el grupo que partió hacia Francia también marchaba a su madre, Ana Ruiz, una mujer octogenaria que había comenzado a perder el sentido de la realidad, a la que tenían que vigilar constantemente para que no se perdiera.

Días más tarde llegaron a Colliure, una pequeña aldea pesquera francesa frecuentada por los artistas bohemios desde principios de siglo. Allí se alojaron en el Hotel Bougnon-Quintana, donde la enfermedad de Antonio se fue agravando –el poeta sufría una complicada congestión derivada de su problema de asma: el largo viaje había perjudicado mucho su salud-. Le llevaron a una habitación con dos camas: una para él y otra para su madre, que murió pocos días después de que él lo hiciera.

Antonio Machado se apagó definitivamente el 22 de febrero de 1939. Se fue cuajado de melancolía, huyendo del presente; soñando, con toda probabilidad, sus “caminos de la tarde”, tan “ligero de equipaje” como había predicho en el ya mencionado poema “Retrato”. Es famoso el considerado como su último verso, hallado en un papel arrugado en el bolsillo de su viejo gabán. Decía “Estos días azules y este sol de la infancia”.

Ilya Ehrenburg recuerda sus palabras de despedida en aquella visita que le hizo a Barcelona, en 1938. “Quizá, después de todo”, cuenta Ehrenburg que dijo Machado, “nunca aprendimos a hacer la guerra. Además, carecíamos de armamento. Pero no hay que juzgar a los españoles demasiado duramente. […] Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo estará claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro… Quizá la hemos ganado”.

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Bibliografía: GIBSON, Ian (2007). Cuatro poetas en guerra. Barcelona: Planeta.

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7 respuestas a «Los últimos días de Antonio Machado»

  1. Estupendo artículo sobre el último aliento de Machado, atravesado por la melancolía de la Guerra (In)civil española. Uno parece estar al lado del maestro. Gracias, Marina.

  2. Soñé que tú me llevabas
    Por una blanca vereda,
    En medio del campo verde,
    Hacia el azul de las sierras,
    Hacia los montes azules,
    Una mañana serena.

    Sentí tu mano en la mía,
    Tu mano de compañera,
    Tu voz de niña en mi oído
    Como una campana nueva,
    Como una campana virgen
    De un alba de primavera.
    ¡Eran tu voz y tu mano,
    En sueño, tan verdaderas!

    Vive, esperanza, ¡quién sabe
    Lo que se traga la tierra!

    Antonio Machado, uno de los mejores poetas que ha dado este país. ¡Excelente artículo!

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