Lo peor de la muerte no es la muerte en sí misma, sino el vacío que deja a su paso. En él profundiza el primer poemario del badalonés Fer Gutiérrez: Todos los febreros cada dieciocho, publicado en 2020 por La Garúa.
Febrero se convierte, para el poeta, en un mes marcado por la muerte, origen de la ausencia, sempiterno en el recuerdo: “Muero todos los febreros / cada dieciocho / al despertar / de cada muerte / he aprendido a hacer un silencio en la piel / a dejar escapar un pedazo de mí / sin preguntar”. Y febrero, con su “silencio de nieve”, se extiende a lo largo del calendario y de los años: “febrero a todas horas / […] aunque la vida no se detenga”, “No importa si nieva / el frío ya era”. La ausencia eterniza el invierno, incide en una “herida desnuda” que no termina de cerrarse: “morir de ausencia / un año y otro / sin tiempo para la cicatriz”.
Abundan en la obra símbolos como el espejo, que profundiza en esa soledad: “quedarse solo frente al espejo”, “todo ese silencio anudado al espejo”, “Mirarme en tu espejo / al apagarse la luz / fue mi primer gesto de soledad”. Otro es el del cuchillo o el puñal, que se alza como metáfora de la ausencia: “Tu habitación es un cuchillo / algún día / dejará de clavar su soledad”.
Desde la muerte, la voz lírica habita un mundo extraño, similar al de antaño, pero muy distinto en esencia: “El dolor y su cicatriz / a hombros de algo que aparenta ser yo / mi desorden”. El recuerdo regresa a ese otro mundo, el propio de la infancia: “Un olor a castañas recién hechas / aquel respirar sin cicatrices / la blandura del hogar / allí / y en las manos que amortiguan / mi prisa por descrecer”. En el presente, la muerte ha erigido un universo de negación poblado por la “no sombra”, el “no cuerpo”.
La poesía, entonces, se alza como refugio de la realidad, el último a espaldas de la muerte, donde no existe la ausencia: “Esperar de mis grietas / la existencia de un poema / que engulla cualquier carencia”, “El poema como único escenario / vértigo / luciérnagas / pulso / tú / todo puede suceder / afuera es ningún lugar”. El poeta se reencuentra a sí mismo dentro del poema.
El libro, dividido en dos secciones –“El pájaro que fui” y “La ausencia que eres”– consta de composiciones breves, certeras, pobladas de metáforas, que van trazando, una a una, con delicadeza y hondura, el sendero emocional del luto, que parece iluminarse en el último poema: “veinticuatro febreros después / el vuelo es más liviano”.