Los 73 años del ex Beatle Paul McCartney

Paul McCartney ya no es ese niño grande con expresión inocente y ojos saltones a quien ni siquiera el bigote lograba hacerle parecer mayor. Hoy cumple 73 años y lo hace convertido en el artista más exitoso de la música pop de todos los tiempos. Su rostro ajado tiene un cierto aire de momia simpática o bulldog enternecido que no ha perdido la capacidad de mover masas en sus directos y que continúa sorprendiendo a sus seguidores con álbumes de calidad, el último de los cuales, New, fue lanzado en 2013.

Paul McCartney en la actualidad

James Paul McCartney –Sir James Paul McCartney, desde 1997- es uno de los dos Beatles supervivientes; el otro es Ringo Starr, el antiguo batería, que sigue pululando por el mundo crepuscular de los viejos rockeros al frente de la banda rotatoria  Ringo Starr & His All-Starr Band, formada en 1989. Pero la fama de Ringo nunca fue comparable a la de McCartney, aunque hoy se recuerde con simpatía como el autor de aquel entrañable tema de 1969, “Octopus Garden”.

Pero Paul es algo más. Paul coprotagonizó el liderazgo de aquellos Cuatro de Liverpool que comenzaron su andadura en el entonces humilde Cavern Club, allá por los comienzos de la década de los sesenta. Ante la pregunta tópica de “¿Cuál es tu Beatle preferido?”, enseguida surgen los dos bandos: el favorable a John Lennon y aquellos que nos consideramos más próximos a McCartney –no me olvido de George Harrison, ya que siempre aparecen los clásicos heterodoxos que se ponen de su parte, remarcando así su originalidad, y hare-krishna, krishna-hare…-.

Quizá Lennon lo supere en popularidad. Porque sí: ya sabemos que John es ese mártir de la libertad, de la mítica consigna de Peace & Love, asesinado por un psicópata a finales de 1980. El hombre de voz rota y nariz aguileña que soñó con un mundo utópico en el que no existieran las religiones, años después de pedirnos que no perdiéramos la cabeza en aquel mayo del 68 y mientras se olvidaba de su hijo Julian, nacido de su primera mujer, Cynthia Powell. El que descubrió una nueva filosofía vital al lado de su segunda esposa, la asiática Yoko Ono, causante, para muchos, de la disolución de The Beatles en 1970.

Paul McCartney en los sesenta

Ciertamente, McCartney nunca alcanzará, en creatividad, a ese espíritu carrolliano autor de temas tan surrealistas y geniales como “Lucy In The Sky With Diamonds” (1967) o “I Am The Walrus” (1968). Tradicionalmente, ha sido el más “empresario” de la banda, famoso por amor al dólar y su apasionado narcisismo, que contribuyeron muy activamente al fin de los Beatles, al conducirle a un feroz enfrentamiento con Lennon. Pero también es el autor de los temas más románticos de la banda, que aderezó con su timbre melodioso: “And I Love Her” (1964), “Michelle” (1965), “Here, There And Everywhere” (1966), «Oh! Darling» (1969)  o la mítica “Yesterday”, que acaba de cumplir 50 años y que, como la famosa “Satisfaction” de los Stone, nació de un sueño. Y sin olvidar “Eleanor Rigby”, de 1966, enigmático homenaje a las almas solitarias que revolucionó el género al introducir acordes de violín en la música, y otros más marchosos como “Drive My Car” (1965) o “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” (1967).

Hoy, con su rostro de bulldog reciclado y sentimental, Sir Paul McCartney, refinado caballero de la reina Isabel II de Inglaterra, cumple 73 años, y lo hace en su estudiado papel de vegetariano, filántropo y activista por los derechos de los animales. Y con el saludo hipócrita de Yoko Ono, que me produce risa. McCartney, el cantante que más veces ha tenido que convencer a la opinión pública de que no está muerto, acusado de ser en realidad un policía llamado William Campbell que suplantó la identidad del músico, supuestamente fallecido en 1966 en un accidente de tráfico.

Paul McCartney y Yoko Ono tras su reciente reconciliación. Desde los tiempos de The Beatles, la esposa de Lennon y el bajista de la banda siempre se habían detestado mutuamente

Pero, superadas todas las leyendas y teorías conspiratorias, McCartney continúa embelesando a su público en los conciertos. Debajo de la papada y de las bolsas en los ojos es posible reconocer, aún, a aquel Beatle zurdo, descalzo, transeúnte por Abbey Road, que evocó la magia de esa calle de Liverpool llamada Penny Lane en 1967 y homenajeó a su madre, fallecida por un cáncer cuando él tenía 14 años, en el célebre tema “Let it Be” de 1970. Aquella “Mother Mary” de la canción no era, como algunos creen, una monja o la Virgen María: su progenitora tenía ese nombre. Más allá de su egoísmo legendario y su polémica moral, es preciso valorar al genio musical que habita en él. Sirva este artículo como homenaje a sus 73 años. Felicidades, Paul: siempre serás mi Beatle favorito.

Los «Días del Futuro Pasado» de los Moody Blues

Portada del álbum Days Of Future Passed (1967)

Este es mi primer artículo dedicado a un álbum en exclusiva, pero es que pocas veces me ha parecido alguno tan redondo y perfecto como Days Of Future Passed, de los Moody Blues. El disco está en mi casa desde hace ya bastantes años, pero fue hace relativamente poco cuando me atreví a profundizar más en sus entrañas. Hasta entonces, de él solo conocía bien un tema que, curiosamente, ya se erigía como una de mis canciones preferidas de todos los tiempos. Me estoy refiriendo a “Nights Of White Satin”, el más exitoso de los temas que componen el álbum.

Con cierta música ocurre lo mismo que con algunos libros: una aparente complejidad inicial te produce una leve resistencia a profundizar en ellos, hasta que un día, lo haces y, casi sin darte cuenta, descubres que te fascinan. Hay discos que parecen libros y libros que se asemejan a personas: una de esas personas reservadas e introvertidas que guardan un mundo maravilloso por detrás de la mirada, accesible solo para aquellos valientes que se arriesgan y tratan de conocerlas. Days Of Future Passed es un álbum tímido, sentimental y sorprendente; bello y elegante, ingenuo y sabio, dulce y extraño. Un álbum magnético y envolvente, una historia cuajada de matices distintos que van naciendo cada vez que lo escuchas de principio a fin.

The Moody Blues en 1969

Fue lanzado en 1967, ese año que podríamos considerar El Año, musicalmente hablando, cuando se publicaron álbumes históricos: The Doors (The Doors), Sargeant Peppers Lonely Heart Club Band y Magical Mistery Tour (The Beatles), Their Satanic Majesties Request (The Rolling Stones), The Velvet Underground & Nico (The Velvet Underground), Forever Changes (Love), Disraeli Gears (Cream), Surrealistic Pillow (Jefferson Airplane)… Fue el año del “Verano del Amor”, un festival de música, celebrado en la ciudad de San Francisco, que acabó convirtiéndose en una masiva concentración de los primeros hippies de la Historia.

El Verano del Amor de 1967 asistió a la llegada del rock psicodélico, cuyos representantes más célebres fueron The Beatles y Jefferson Airplane. Pero, más allá de aquel festival, nacía también por la misma época el llamado rock sinfónico o progresivo, el género en el que se engloba Days Of Future Passed, el segundo álbum de The Moody Blues, una banda inglesa que se había formado en 1964.

Posee una duración aproximada de 40 minutos y está compuesto por 7 temas que, en conjunto, lo dotan de un sentido conceptual, en el que se va narrando un día, desde el amanecer hasta la noche, con todas las emociones implícitas en cada momento de esa jornada. Days Of Future Passed se erige, de esta forma, como una historia formada de capítulos, de temas orquestados que se mezclan con los ritmos sentimentales y entrañables característicos de la década de los sesenta, con la colaboración de The London Festival Orchestra –bajo la dirección de Peter Knight- y las voces de Justin Hayward, John Lodge, Ray Thomas y Graeme Edge.

The Moody Blues en 1969

El álbum se introduce con ese día que comienza de “The Day Begins”, el tema musical que constituye una sinopsis de las melodías que aparecerán en los capítulos posteriores, acompañada por un recitado de Mike Pinder que finaliza con una invocación al Sol: “Valiente Helios, ¡despierta a tus corceles! Trae la calidez que precisa el campo”.

Por eso, el amanecer “es un sentimiento”, como nos muestra el siguiente tema, “Dawn Is A Feeling”, lento y solemne, suave como un despertar tranquilo y progresivo, invadido de esperanza: “Hoy estás aquí, no hay miedos futuros; este día durará mil años, si así lo deseas”.

“The Morning: Another Morning” (“La mañana: otra mañana”) comienza con una melodía rítmica y graciosa, juguetona y saltarina, plagada de alegría que, de repente, realiza un giro vocal sentimental y nostálgico para, de nuevo, regresar a la alegría. Estos maravillosos cambios de tono y humor reflejan las emociones pasajeras de una persona que contempla jugar a los niños en una mañana cualquiera, lo cual le trae el recuerdo de su propia infancia, dando paso a la nostalgia. Esta canción, con su poderosa mezcla de alegría y tristeza, parece la propia melancolía hecha música. Y en verdad, “El tiempo todavía parece detenerse en el mundo de un niño, que siempre será”.

Ese mundo detenido se acelera repentinamente en el siguiente tema, “Lunch Break: Peak Hour” (“Descanso del almuerzo: la hora punta”), donde la voz lírica reflexiona mientras observa, desde su ventana, el incansable ir y venir de las multitudes, que actúan como si no dispusieran de tiempo. “Me entran ganas de salir corriendo y decirles que tienen tiempo”, confiesa la voz lírica. Este es el tema más “rockero”, por así decirlo, del álbum.

La calma regresa con la tarde, en el tema “Afternoon”, que refleja la ensoñación de la voz lírica, un martes cualquiera, contemplando el fluir de las nubes, que también parecen deslizarse en la música de Peter Knight. El sujeto lírico se ha olvidado del mundo y se vuelve hacia la Naturaleza, hacia el reflejo de su propio universo imaginario.

En “Evening” llega la caída de la tarde, el crepúsculo, envuelto en extraños ritmos tribales que cubren la historia de una luz rojiza que recuerda, de algún modo, a esas “tribus ocultas cerca del río esperando que caiga la noche” que habitarían, años más tarde, en la famosa canción de Radio Futura. Lentamente, cambia el ritmo y los coros invaden el tema, lo humanizan y lo aceleran, devolviéndonos a un estado de ensoñación, de exaltación de la fantasía: “Tiempo crepuscular, hecho para soñar un rato en velos de color azul profundo”.

.

Y así llegamos al último tema del álbum, que para mí fue el primero: “Nights In White Satin” (“Noches de blanco satén”). Como dijeran Bruce Springsteen y Patti Smith, “la noche pertenece a los amantes”, y es precisamente el amor el tema de este broche final. La canción, honda y estremecedora, constituye una de las baladas más románticas de la Historia. La música crea un clima de complicidad y ternura, de confianza en tu propio sentimiento, algo a lo que también contribuye la letra, que nos recuerda que “Aquello que deseemos ser, será lo que seremos al final”. “Cause I love you”, es la sencilla y poderosa razón. El amor. La noche, el final del día. El día que comenzó con la esperanza de la incertidumbre concluye con la seguridad maravillosa del amor. Y cierra un álbum que es casi un libro, o una persona.

«The Doors» de Oliver Stone: un videoclip de dos horas

“¿Cómo es posible que una fan de The Doors como tú no haya visto aún la película de Oliver Stone?”. Estaba harta de oír esa pregunta, así que decidí poner remedio y verla. Bueno, eso… y la curiosidad. ¿Una película sobre la vida de Jim Morrison y su carrera como vocalista de The Doors? La perspectiva era jugosa, no os lo niego, y parecía especialmente hecha para mí.

Cartel de la película de Oliver Stone
Cartel de la película de Oliver Stone

FICHA TÉCNICA

Título original: The Doors

Año: 1991

Duración: 135 min.

País: Estados Unidos

Director: Oliver Stone

Guión: Randal Johnson & Oliver Stone

Música: Olivia Barash (Canciones: The Doors)

Fotografía: Robert Richardson

Reparto: Val Kilmer, Meg Ryan, Kevin Dillon, Kyle MacLachlan, Frank Whaley, Michael Madsen, Billy Idol, Kathleen Quinlan, Michael Wincott, Bruce McVittie, Dennis Burkley, Josh Evans, Costas Mandylor, Crispin Glover, Mimi Rogers, Sam Whipple, Josie Bissett, Kelly Hu, Titus Welliver

.

Después de 135 minutos de largometraje, me he quedado, como diría Ángel González, “con un acre sabor a nada en la garganta”. En el filme de Stone hay mucha pretensión y poca fidelidad a la historia real de la banda y, más concretamente, de Jim Morrison (1943-1971). El director intentó refugiarse en la psicodelia para no tener que esforzarse en desarrollar un argumento coherente y cohesionado, y el resultado es una suerte de videoclip de más de dos horas de duración con algunas escenas de diálogo intercaladas. Porque, eso sí, como videoclip, le hubieran dado el visto bueno hasta los propios integrantes de la banda, quienes, por cierto, no se mostraron nada conformes con la visión que Stone ofreció de ellos, especialmente de Jim Morrison, cuyo personaje describió Ray Manzarek, el teclista de la banda, como “un psicópata fuera de control”.

Efectivamente, esa es la imagen que de él se lleva, después de ver la película, cualquiera que no haya leído nada acerca de la vida de Morrison: lo que viene siendo el espectador medio. El personaje, interpretado por Val Kilmer, se nos antoja desagradable, agresivo y vulgar: un alcohólico que escupe frases literarias –extraídas por Stone de entrevistas y grabaciones reales del artista-, las cuales pierden su esencia por el contexto en que son pronunciadas –como en aquella escena, de la cosecha de Stone, en que Morrison está a punto de tirarse desde un tejado-.

Van Kilmer en la película y el verdadero Jim Morrison
Val Kilmer en la película y el verdadero Jim Morrison
Van Kilmer en la película y el verdadero Jim Morrison
Val Kilmer en la película y el verdadero Jim Morrison

Es cierto que Jim Morrison, sobre todo en sus últimos tiempos, fue un alcohólico y protagonizó más de un episodio extremo, pero no era esencialmente una persona agresiva y, desde luego, no se parecía en nada a la fiera que muestran en la película. Era un tipo culto, lector voraz desde su infancia; idolatraba a Arthur Rimbaud y a William Blake y había estudiado a fondo las teorías sociológicas de la recepción, llegando incluso a escribir sobre ella. En su obra Los señores. Notas sobre la visión (1969), encontramos textos breves acerca de la recepción, por parte del espectador, de la cinematografía, ámbito en el que también era un experto –estudió cine en la UCLA y fue compañero del mismísimo Francis Ford Coppola, quien utilizó su tema “The End” como banda sonora para el célebre filme Apocalypse Now (1979)-. “El encanto del cine reside en el miedo a la muerte”, escribió Morrison.

Jim Morrison fue una persona sensible, a pesar de lo que nos presenta la película de Stone. Tenía el alma de un poeta maldito y acabó sus días en aquel París que fue escenario de las impúdicas correrías de Verlaine, Rimbaud, Baudelaire. La película no profundiza en la sensibilidad de Morrison, algo que considero esencial a la hora de definir su personaje. He de reconocer, sin embargo, que Val Kilmer resultó una buena elección tanto físicamente como en cuestión de voz, porque realiza una imitación del vocalista de The Doors mucho más que aceptable –los fans de Morrison diríamos, llegados a este punto, que a pesar de la buena caracterización, la fisonomía de Kilmer no alcanza en absoluto la perfección de la de Jim, pero eso ya es entrar en terreno muy subjetivo…-.

Con Pamela Courson, la novia de Jim Morrison, se repite el mismo esquema: brillante interpretación y caracterización de Meg Ryan y distancia kilométrica con respecto a la verdadera Pam. En la película, la presentan como una joven ñoña y vulnerable, un poco tontita, que come de la mano de Jim. En la historia real, era ella quien llevaba las riendas y trataba –en vano- de controlar a su novio: resultaba dominante e histérica, a menudo cruel, en contra de lo que indicaba su aspecto frágil y desvalido. Además, Pam no era, ni mucho menos, una víctima de los devaneos amorosos de Jim con otras mujeres: ella tenía su propia colección de amantes, por cierto muy nutrida.

Meg Ryan y Val Kilmer como Pamela Courson y Jim Morrison
Meg Ryan y Val Kilmer como Pamela Courson y Jim Morrison
Los verdaderos Jim Morrison y Pamela Courson
Los verdaderos Jim Morrison y Pamela Courson

A la que presentan injustamente como una devora-hombres sin corazón es a la pobre Nico, integrante durante un corto período de la banda neoyorquina The Velvet Underground, que en la realidad mantuvo una relación sentimental con Morrison y llegó a enamorarse profundamente de él, hasta el punto de teñirse el cabello rubio de pelirrojo para agradar más a su amado, que sentía predilección por los cabellos de fuego y, más concretamente, por el de Pamela. En la película, apenas se presta atención a la identidad de Nico y a su papel dentro de The Velvet Underground, y ella aparece como una provocativa rubia que no vacila en desnudarse a la primera de cambio.

La película, además, presenta llamativos errores históricos y cronológicos, como el momento en el que Jim y Pam se conocen. En la historia real, fue en el London Fog, tras uno de los primeros conciertos de The Doors. Stone lo edulcora hasta el punto de presentarnos un Jim con aires de Romeo que trepa hasta el balcón de Pamela-Julieta para presentarse ante ella y declararle su amor. Y esto, mucho antes de haberse formado la banda.

Robby Krieger tampoco estuvo en el grupo desde los inicios, como muestra la película. Y no está comprobado que Jim Morrison hiciera exhibicionismo en un concierto de Miami en 1969 –de hecho, los testigos afirman que no vieron nada y todo se quedó en una mera bravuconada del provocativo Jim-. Por no hablar de la confusión que aquellos que no hayan profundizado en la historia de la banda deben de encontrar a la hora de identificar a los personajes secundarios, que aparecen indefinidos y nebulosos.

Fotograma de la película. De izquierda a derecha, los personajes de John Densmore, Jim Morrison, Robby Krieger y Ray Manzarek
Fotograma de la película. De izquierda a derecha, los personajes de John Densmore, Jim Morrison, Robby Krieger y Ray Manzarek

Mi conclusión es que el filme fue concebido con muchas pretensiones y no cumplió su misión principal: la de convertirse en un biopic de Jim Morrison y, por extensión, de The Doors. Oliver Stone cayó en errores de principiante y se decantó por el morbo de la puesta en escena, ignorando partes tan esenciales como el argumento y la profundidad psicológica de los personajes.

Se trata de una película muy ruidosa, envuelta en un bullicio constante, algo así como un gran concierto, vasto e indefinido. He echado de menos en ella instantes de silencio, de reflexión, como aquel en que debió inspirarse Morrison para escribir que:

Los Señores nos apaciguan con imágenes. Nos dan libros, conciertos, galerías, espectáculos, cines. Especialmente cines. A través del arte nos confunden y nos ciegan a nuestra esclavitud. El arte adorna las paredes de nuestra prisión, nos mantiene en silencio, distraídos e indiferentes (Jim Morrison, Los Señores. Notas sobre la visión).

Basándome en las palabras del poeta, solo puedo recomendar a aquellos que han visto la película… que no se queden ahí: que escuchen a The Doors, que lean sobre la vida y el pensamiento de Morrison, que se acerquen a la verdad. Y a los que no han visto la película, prácticamente les aconsejo lo mismo. Una cosa no puedo negarle al filme: la calidad insuperable de la banda sonora… original de The Doors, claro.

Aute en el Día Mundial de la Poesía de la UCM

“Presiento que tras la noche / vendrá la noche más larga”. Todos pensaron, en un principio, que estos versos correspondían a una canción de amor; yo incluida, cuando era niña y mis padres la ponían en el tocadiscos del salón. Fue la primera canción que me cautivó, que encendió en mi alma el veneno sugestivo y preciso de la música, esa chispa que te empuja a escuchar una y otra vez un tema y a sentir escalofríos con los acordes que preceden a la letra.

"Dedos virginales", Luis Eduardo Aute (1986)
«Dedos virginales», Luis Eduardo Aute (1986)

No era una canción de amor. Su autor, Luis Eduardo Aute (Manila, 1943), la escribió en 1975, cuando expiraba en España el régimen franquista y expulsaba sus últimos estertores de crueldad y represión. Disfrazó la canción de romanticismo para poder burlar a la censura, pero en realidad se trataba de un encendido alegato contra la pena de muerte. En 1975, fueron condenados a muerte dos militantes de ETA y tres del FRAP, y esta decisión conmocionó a la sociedad española. Años más tarde, Aute confesó que la letra de “Al alba” surgió del dolor por esas víctimas que, finalmente, fueron ejecutadas, a pesar de la profunda repulsa nacional. Conociendo la verdadera historia que se esconde tras la canción, algunas estrofas resultan precisas y estremecedoras:

Miles de buitres callados

van extendiendo sus alas,

¿no te destroza, amor mío,

esta silenciosa danza?

Maldito baile de muertos,

pólvora de la mañana.

.

El pasado miércoles 18 de marzo tuve la oportunidad de escuchar al propio Aute a mi lado, cantando a cappella esta canción que tanto había escuchado de niña. Fue en el Paraninfo de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, tras la entrevista que le hicimos Rubén Luengo, Sofía Nicolás y yo, durante la celebración del Día Mundial de la Poesía.

Aute, que acaba de publicar todas sus canciones en el volumen Claroscuros y otros pentimentos (Pigmalión, 2014), no concibe la distinción entre música y poesía: para él ambas realidades llegaron de la mano. Tampoco cree en el concepto de “cantautor” –antes prefiere, como él mismo confesó en la entrevista, el de “cantamañanas”-. Influido por Brassens, Brel y las obras de Paul Eluard en la década de los sesenta, sintió el influjo de la protesta social que embrujaba las letras de Bob Dylan, componiendo algunos de sus primeros temas, como aquel hondo y poético “Aleluya nº 1”.

Pero su pasión primera fue la pintura, que sigue cultivando, realizando numerosas exposiciones a nivel internacional. Aute es algo así como el artista integral, que toca todos los ámbitos: poesía, música, pintura, escultura… Y cine. El séptimo arte, que tiene un lugar preponderante en su obra musical –porque “toda la vida es cine y los sueños, cine son”-, también le ha atraído e inspirado, hasta el punto de dirigir varios cortometrajes y algún que otro largometraje.

El acto fue memorable: tras la entrevista, Aute leyó algunos de sus “poemigas” –una especie de greguerías- y se desató con una guitarra, improvisando “La belleza” y, para finalizar –y sin acompañamiento, esta vez-, “Al alba”. Para mí, fue una experiencia emocionante.

Con Luis Eduardo Aute, a la entrada del Paraninfo de la Facultad de Filología de la UCM
Con Luis Eduardo Aute, a la entrada del Paraninfo de la Facultad de Filología de la UCM

.

A lo largo de la celebración del Día Mundial de la Poesía en la Universidad Complutense, hubo muchos más actos, conferencias, recitales y talleres, dirigidos por estudiantes de la universidad y poetas. Resultó una auténtica fiesta de la poesía, coordinada por Sergio Santiago y organizada por el Vicedecanato de Biblioteca, Cultura y Relaciones Institucionales de la Facultad de Filología, a cargo de José Manuel Lucía Megías. Un ejemplo para todas las universidades españolas: la demostración de que la poesía sigue viva, aunque Golpes Bajos afirmara ya en los ochenta que son “malos tiempos para la lírica”.

Rock joven y virtuoso: The Vagus Group, en concierto

The Vagus Group en directo en La Leyenda
The Vagus Group en directo en La Leyenda

Aquella noche de jueves que casi se despedía de febrero, un pequeño rincón de Madrid se vistió de rock, de rock juvenil y atrevido, de rock que despertaba y nos hacía despertar. La Leyenda, un estrecho garito plagado de imágenes de Jim Morrison, fue el lugar elegido por The Vagus Group para ofrecer su tercer concierto. Más de 70 personas, de distintas franjas de edad, acudieron al lugar, convirtiéndolo en intransitable. El furor del público se palpaba especialmente en las primeras filas, y los saltos comenzaron desde el primer tema con el que The Vagus Group comenzó el concierto: una versión muy convincente de la mítica “Sultans Of Swing” de Dire Straits. A esta canción la siguieron otras versiones de grandes clásicos y una serie de temas compuestos por los jóvenes músicos que se sacudían las inseguridades en el escenario.

Álvaro, en encendido y apasionado diálogo con su guitarra; Nico, dibujando el pulso de la noche, ampliamente ovacionado por el público. Juan y Julio se turnaban para cantar, a la vez que se encargaban de sus propios instrumentos. También hubo tiempo para recordar a Laura, la voz femenina de la banda, que no pudo acompañarlos en el concierto por encontrarse fuera del país. A ella le dedicaron una canción.

A medida que avanzaba la noche, los ánimos no se enfriaban: al contrario. La confianza de los jóvenes músicos iba en aumento, así como el furor del entusiasmado público, que rugió especialmente en una de las últimas canciones, una estupenda versión del entrañable tema de Antonio Vega “La chica de ayer”.

Fue una noche memorable y una actuación que dejó sembrada una semilla: la semilla del rock madrileño en estado salvaje, inexperto y virtuoso. No me cabe duda de que The Vagus Group seguirá sorprendiéndonos en los próximos tiempos.