A los 40 años del regreso de Alberti a España

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Rafael Alberti regresa a España tras su exilio en 1977

Hoy, 27 de abril, se cumplen 40 años desde que fue tomada esta fotografía, que se ha erigido como un símbolo de la Transición. Cuando Rafael Alberti regresó a España tras 38 años alejado de ella, volvió convertido en un héroe del exilio español, de la lucha política como el franquismo y de una generación legendaria de poetas de la que apenas quedaban integrantes vivos. Le esperaban años frenéticos de viajes, recitales, conferencias y actos políticos. Porque ya no era sólo un poeta: era también una figura pública.

Durante los dos primeros años, Juan Panadero fue pregonando sus alegres coplas por todos los rincones de España. Pero, pasada la inicial emoción del retorno, Alberti fue percatándose de que casi nada en España permanecía como en su recuerdo. Bajo la exaltación de su nueva y frenética vida a sus casi ochenta años, comenzó a revivir en su corazón una tristeza latente, antigua, la misma que sintió en su lejana adolescencia cuando, viviendo ya en Madrid, hizo aquella breve visita a su pueblo natal y descubrió que ya no era el que recordaba. La España de finales de los setenta tenía poco que ver con la de la década de los treinta en la que él había vivido: la sociedad poseía valores distintos, muchos de los antiguos amigos habían fallecido o ya no vivían allí, y ni siquiera la capital, desde una perspectiva arquitectónica, se parecía demasiado a la que recordaba. El tiempo –casi cuarenta años– había transcurrido inexorablemente.

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Rafael Alberti y su esposa, la escritora María Teresa León, en su regreso a España. 1977

Las múltiples sensaciones generadas en el ánimo del poeta pueden revisarse de forma muy concreta en un singular libro publicado en 1982: Versos sueltos de cada día. Tal como reza el título, el poemario recoge anotaciones dispersas y breves poemas escritos en dos “cuadernos chinos” entre 1979 y 1982. Aunque casi toda la poesía de Alberti es autobiográfica, este poemario, particularmente, crea una sensación de absoluta cercanía con el autor. Así lo definía el propio Alberti:

Estos Versos sueltos de cada día fueron surgiendo desordenadamente de avión en avión, de hotel en hotel, de ciudad en ciudad. En medio del ajetreo de mi vida de poeta recién regresado de un largo exilio, yo iba recogiendo estos poemas en dos pequeños cuadernos chinos. Creo que forman un buen diario íntimo y que reflejan la vida sentimental de un hombre obligado a vivir entre las muchedumbres más densas y las soledades más angustiadas.

Esta supervivencia entre grandes muchedumbres e íntimas soledades es un tema al que constantemente alude en la obra. A veces, con vivas confesiones de desamparo: “¡Qué solo, / qué inmensa soledad me espera hoy!”. Otras veces, resaltando la idea de la soledad en masa: “Vengo a decir versos, poesías, / puede ser que delante de quinientas mil almas. / ¿De qué me sirve esto si por dentro / vivo desconcertado, destruido?”, “Todos me miran. Y yo miro a todos. / Al fin, no miro a nadie”, “Mañana, / pasaré de estar solo a estar delante / de miles de personas que son una, / el mismo rostro, / el mismo sentimiento” . Entre las multitudes, de la soledad solo puede salvarlo la presencia de su amor: “La soledad en medio de la gente, / esperando volar -¡ven tú!- sin nadie”. Respecto a esta amada, a veces habla de ella en tercera persona, sin revelar su identidad y, en otras ocasiones, le habla desde una segunda persona, casi siempre como a alguien lejano a quien desea atraer hacia sí. La amada deja en el lector una sensación de insatisfacción, de ausencia, y su presencia anhelada únicamente contribuye a intensificar el sentimiento de soledad que emana del poeta.

La escritora Fanny Rubio destaca, del poemario, “la extremada concentración, paralela al apretado desasosiego de quien ha regresado y ha de poner en orden sus perfiles en un presente incierto”. Es este desorden emocional el origen del terror a las multitudes, a las prisas, al estrés, al vacío que todo ello conlleva.

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Rafael Alberti y la Pasionaria en el Congreso como diputados por el PCE. 1977

Pero si las muchedumbres le generan una sensación de desamparo, la soledad real le produce temor, o acaso vértigo: “La sonrisa, la luz, el impulso en la calle. / Mas no vuelvas jamás a tus viejas alcobas, / no te encierres en ellas ni siquiera / para dormir. / La calle, por ahora, es tu destino”. En algunos versos, alude de nuevo al contraste luz-oscuridad, identificada esta última con la idea de estar a solas consigo mismo: “Adiós. / Deja tus aparentes, públicas claridades. / Vuelve solo a tus antros, / bajos, lentos, infiernos”. El infierno o la noche –“Viajar solo, no más. ¡Qué oscuro estoy! / Nunca amanece, empujo / con desesperación a la noche parada, / inmóvil como un mulo / que no quiere arrancar hacia la luna”– es lo que le espera cuando no se rodea de gente, a pesar de que toda esa gente –exceptuando su amada, que siempre permanece ausente– no le puede salvar de la oscuridad. El poeta se contempla a sí mismo como un mendigo de luz en su mundo en sombra: “Me siento un pordiosero / de sol, un pobrecito / de la luz. / Dadme, por caridad, algo que me ilumine / en tan profunda oscuridad y pena”. Al final del poemario, acaba siendo vencido por la negrura: “Viejo amigo del sol, voy por la sombra, / buscando siempre al sol, que se me escapa, / ‘¡Para y óyeme, oh sol!’ –dijo el poeta–. / Y de puro atrevido fue muerto por la sombra”. La soledad lo envuelve, lo condena[1].

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Rafael Alberti y la Pasionaria en el Congreso como diputados por el PCE. 1977

Hay algo en la soledad que lo aterroriza; tal vez, el despliegue de los recuerdos, ya dolorosos, al no poder corresponderse con la realidad. Los recuerdos se le aparecen en los momentos de mayor intimidad consigo mismo, cuando va a dormir, quitándole el sueño. En Versos sueltos de cada día, cobra gran importancia el tema del sueño y del insomnio, un rasgo que el estudioso Díez de Revenga atribuye a la etapa de senectud de varios poetas de su misma generación[2]. En numerosas ocasiones, el poeta alude a su insomnio: “Quiero dormir y no puedo”, “No duermo. Y las 5 ya”, “Temo a la noche, / al sueño que no viene, / a los ojos cerrados / abiertos contra el techo, / temo a las horas / que resbalan mudas, / a los amaneceres / atónitos sin nadie”, “Todos duermen. Yo velo”. Alguna vez, evoca desesperadamente a su amada, la única capaz de curar su sentimiento de soledad, su angustia ante el insomnio: “Esta noche no hay modo de dormir. / El sueño se ha marchado. / ¿En dónde estás? ¿No llegas? / Esta noche, en verdad, te necesito”. Apunta Díez de Revenga que “noche, sueño, soledad y tiempo serían los núcleos centrales del mundo poético albertiano en esta representación del sueño físico anhelado y escasas veces alcanzado, que constituye, ahora, una gran parte de sus inquietudes poéticas” .

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Rafael Alberti en su campaña andaluza por el PCE. Años setenta

Hay una alusión al sueño que constituye una clara alegoría a la inmovilidad de España, donde la democracia avanza a pasos muy cortos: “No viene el sueño, España. / ¡Cuántas veces, oh sueño, cuántas veces, / he de escribir, no viene, / no viene, España, / el sueño!” . El poeta se siente íntimamente frustrado al no haber alcanzado el país el grado de libertad que él soñaba. Señala Díez de Revenga que “revelan estos poemas su condición de poesía moral, ya que manifiestan una preocupación por nuestro mundo, por ese mundo que nos rodea”. En efecto, Alberti contempla la democracia española como una democracia con claroscuros, y a menudo denuncia las situaciones de injusticia que todavía acontecen: “En las cárceles siguen maltratando a los presos. / ¿En dónde no en España?”, “Se piensa en la alegría, / en la sonrisa abierta para siempre. / Pero han matado a un hombre. / Más sombras en las cárceles. / Y se sigue pensando en la alegría. / Solamente pensando”. Se trata de una alegría solo soñada, inalcanzable en la realidad, que sigue habitando en las sombras.

El retorno a esa España de claroscuros no le produjo, pues, la felicidad anhelada en el exilio: no recuperó el Paraíso perdido. Su Paraíso no estaba, en realidad, en ninguna parte: se trataba de una dimensión temporal irrecuperable.

[1] Durante estos años, Rafael Alberti vivía solo. Su esposa, María Teresa León, ya estaba enferma de Alzheimer cuando regresaron a España, y pronto fue ingresada en un sanatorio de Majadahonda, donde progresivamente iría perdiendo la memoria, hasta su muerte, acaecida en 1988.

[2] En DÍEZ DE REVENGA, Francisco Javier (1988), Poesía de senectud. Guillén, Diego, Aleixandre, Alonso y Alberti en sus mundos poéticos terminales, Barcelona: Anthropos.

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