
El mar es un olvido,
una canción, un labio;
el mar es un amante,
fiel respuesta al deseo.Luis Cernuda
Hay personas que, como los ríos, cruzan por nuestra vida con el mero propósito, inconsciente, de conducirnos hacia el mar. Una vez creí perderme en la corriente, hallar un asomo de permanencia en su fluir constante. Pero todos los ríos acaban encontrando su desembocadura.
Es su carácter transitorio el que les concede un sentido en nuestras existencias. Su naturaleza de puente, de camino, de viaje. Hay personas que, como los ríos, dependen de la frecuencia de las lluvias, y su caudal pierde consistencia cuando el viento no sopla a su favor. Hay caudales engañosos como astros caídos, ríos que se disfrazan de piedras, personas inconstantes.
Pero el mar, el mar siempre permanece. Sumergido unas veces en su propia serenidad, otras en sus revoltosas tempestades, no hace sino crecer. Visita la orilla y vuelve a alejarse, fugitivo y misántropo, con su promesa dócil de regreso. Recibe el caudal de los ríos y lo acoge entre sus brazos líquidos, con amor y holgura, con sabia benevolencia. Hay personas como mares y hay otras tan inmensas que se parecen más a los océanos.
Qué importan los golpes contra las rocas que la corriente del río selló sobre tu cuerpo durante aquel viaje. Qué importan las sequías, la decepción, la incertidumbre, cuando ya te envuelve el océano y constatas que has alcanzado al fin tu lugar, porque tu propia esencia está hecha de agua salada y tus profundidades son abisales. Hay océanos remotos y viajes interminables. Hay personas de agua dulce, incapaces de desembocar. Criaturas que vomitan sus futuros potenciales, golpeados de rocas, sobre la costa, y continúan fluyendo, iniciando de nuevo el ciclo, sumidas en una feroz ausencia de ambiciones existenciales, en un viaje condenado a repetirse hasta la eternidad.
Pero el océano… El océano siempre permanece.