
No es fácil de comprender, el concepto de la dignidad. Los seres más errados se aferran a ella para justificar sus canalladas, sus desaires, su acuciante e insólita deshumanización. “Es mi dignidad”, arguyen, y al decir esto se contemplan a sí mismos como una suerte de colonos posando sus ojos por vez primera sobre un nuevo continente. La dignidad: un terreno virgen, inexplorado, ideal para plantar la bandera de su insolencia. Y se preguntan cómo habían vivido tanto tiempo sin ella.
Lo que no entienden es que la dignidad es todo lo contrario a repentina: se trata de un rubor imperceptible que nace con uno y permanece para siempre. No brota cual hongo en la estación de las lluvias; no aparece ante el dulce éxtasis del éxito ni es relámpago salvaje en la noche incolora. Muy al contrario: la dignidad se erige como el último bastión de la conciencia cuando todo se ha perdido. Brilla cuando la niebla del fracaso envuelve el presente y no ofrece un refugio, sino la inherencia propia de aquello que siempre ha sido y que será. La derrota es la más digna de las realidades.
Desconfío de aquellos que se acogen repentinamente a algo que llaman dignidad. Criaturas que se han mostrado vulnerables, dóciles y temblorosas, hasta que un giro imprevisto del presente, lo que se conoce como “golpe de suerte”, cumple súbitamente su deseo. Entonces dejan de temblar, miran a su alrededor y suspiran, aliviadas. Por fin pueden quitarse la máscara. Y a esa acción, al abandono del disfraz, lo llaman “dignidad”. Hay algo maquiavélico en su temblor, en la manera de ocultar su verdadero yo mientras permanecen desubicadas, esperando esa vuelta del destino, ese éxito que desterrará la incertidumbre. Porque debajo de la máscara hay solo frío y la certeza remota de su propia congelación. La sensibilidad es otra dimensión permanente, imposible de abandonar. La máscara no concibe el amor: en ella es un sentimiento impostado, igual que ese sucedáneo de dignidad que nace de repente y vuelve a apagarse al cambiar la dirección del viento.
Me ha encantado tu reflexión, Marina: magníficamente descrita su inherencia… con tan bellas palabras. Bello texto. Gracias,
J
Muy bueno Marina!
Es igual o más preocupante aquellos que utilizan la dignidad conscientemente para encubrirse de su real carencia de ella y encima la denuncian. Adueñarse de algo tan sentimental como puede ser la dignidad conlleva poseer una mente lúcida, a la vez que un conocimiento de uno mismo bastante conciso.
Salut.