¿The Beatles o The Rolling Stones? La eterna lucha del rock

¿Eres de los Beatles o de los Rolling? He ahí la sempiterna pregunta en el universo del rock: una pregunta que tuvo sentido en las décadas de los sesenta y los setenta, pero que hoy en día resulta más bien vacía. Hace un año, no hubiera tenido ninguna duda acerca de mi respuesta; sin embargo, en los últimos meses he podido profundizar más en el trabajo de los Stones y familiarizarme con él, replanteándome en numerosas ocasiones la cuestión y llegando al punto de escribir este artículo al respecto.

John Lennon y Mick Jagger en los sesenta
John Lennon y Mick Jagger en los sesenta

Atendiendo al legado de cada grupo, The Beatles se consideran mucho más representativos, puesto que todo el pop internacional posterior bebe de ellos. Es, sin posibilidad de discusión, la banda más influyente en la historia de la música popular. La influencia de The Rolling Stones es más reducida y se limita a artistas y grupos concretos, como Jefferson Airplane, Rod Stewart, David Bowie, Oasis o Guns’N Roses. Los propios Rolling se inspiraron en sus compatriotas, los Beatles, cuando comenzaron su carrera, aunque supieron trazar su particular camino.

Lo cierto es que los Beatles comenzaron con ventaja y existen variadas razones –algunas de ellas, pertenecientes al terreno del mito- por las que su fama se halla por encima. Nos centraremos en cinco:

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1) Iniciaron antes su carrera:

Corría el año 1962 cuando The Beatles grabaron su primer sencillo, “Love Me Do” –firmada por Lennon-McCartney-, en los EMI Estudios de Londres, para el sello discográfico Parlophone. Tuvo un éxito moderado, pero el siguiente, “Please Please Me”, gozó de una estupenda acogida. Comenzaba la meteórica carrera de los Cuatro de Liverpool.

En 1963, la formación original de The Rolling Stones tocaba, cada domingo, en el Crawdaddy Club de Richmond. Allí los conocieron los Beatles, que rápidamente supieron reconocer su talento. Uno de ellos, George Harrison, los ayudó recomendándolos a la discográfica Decca Records, y poco después los Rolling estaban grabando su primer sencillo, “Come On”, éxito original del legendario Chuck Berry.

Cuando Sus Satánicas Majestades comenzaron, los Beatles ya les llevaban ventaja: en solo un año, se habían convertido en el grupo más popular del momento en Reino Unido. Su primer álbum, Please Please Me, lanzado en 1963, encabezó las listas de éxitos británicas. Desde su ventajosa posición, los Beatles ayudaron a los Rolling a despegar, sin ocultar la admiración que por ellos sentían, pero desde la comodidad de considerarse “los maestros”, consideración que los condujo a una suerte de “efecto Pigmalión”. Así, cuando los Rolling alcanzaron el éxito, nació una fuerte rivalidad entre el beatle John Lennon y Mick Jagger, el cabecilla de los Stones, que fue acusado por el primero de burdo imitador. Esto no es cierto, comparando la trayectoria musical de ambos grupos; pero al final, de todas las acusaciones, siempre queda algo que se va transmitiendo a lo largo de los años y que nos hace regresar a la pregunta: “¿Qué fue antes, los Beatles o los Rolling?”, saliendo vencedores los primeros.

The Beatles en sus inicios. De izquierda a derecha: Ringo Starr, John Lennon, Paul McCartney y George Harrison
The Beatles en sus inicios. De izquierda a derecha: Ringo Starr, John Lennon, Paul McCartney y George Harrison

2) Poseían los ingredientes estéticos para gustar al gran público:

Antes de conocer a Brian Epstein, su representante, los Beatles actuaban en el Cavern Club de Liverpool con pantalones vaqueros, chaquetas de cuero y tupés. Fumaban, comían pollo en el escenario y lucían con orgullo su condición de chicos humildes de barrio. Epstein fue quien les indujo a adoptar una actitud más profesional, que incluía la pulcritud de sus peinados y trajes correctísimos de la etapa inicial.

El papel de galanes, de “niños buenos”, ya estaba, pues, cubierto, cuando los Rolling aparecieron en escena. Andrew Loog Oldham, su publicista, era también el de los Beatles, y tuvo que buscar un modo de diferenciarlos, optando por potenciar su imagen de rebeldes irreverentes, de “vándalos juveniles”, que era la opuesta a la que tenían Lennon y los suyos. La leyenda que sitúa a los Beatles como pacíficos idealistas defensores del orden y a los Rolling como seductores caóticos es respuesta, por tanto, a esta estrategia inicial de marketing, que no hizo sino incrementarse con el paso de los años. También incluye la idea de asociar a los Beatles con el género pop y a los Rolling con el rock duro. Esto es consecuencia de que los rockeros que se consideraban rebeldes tenían muy en mente la imagen que los Rolling se habían formado, y esa actitud, más que el contenido musical, era la que marcó muchas influencias.

Los Beatles, entrenados para aparentar ser políticamente correctos, fueron los favoritos del gran público porque supieron llegar a todo el mundo. Los irreverentes Rolling quedaron relegados a aquellos que hacían de la rebeldía su marca personal. Ni siquiera en su etapa hippie lograron los Beatles imponerse a esta imagen. Mientras en Estados Unidos se producían los sucesos de Mayo del 68, Lennon entonaba su pacifista tema “Revolution”, que criticaba a aquellos que utilizaban la violencia como forma de rebelarse: “Dices que quieres una revolución; / bueno, todos queremos cambiar el mundo, ¿sabes? / […] Pero cuando hablas de destrucción, / ¿no sabes que no puedes contar conmigo? / […] Todo lo que te diré es: hermano, debes esperar, / ¿no ves que todo va a ir bien?”. Como es lógico, la sociedad asoció el tema con connotaciones conservadoras, muy distintas a las que destilaba “Street Fighting Man”, el tema que los Rolling compusieron por la misma época para manifestarse contra la Guerra de Vietnam. En él, lanzaban un alegato a favor de la acción directa: “¡Oye! Creo que es el momento perfecto para una revolución en Palacio / pero, donde vivo, lo que se lleva es la sumisión. / […] ¡Oye! Me llaman ‘alteración del orden’. / Hablaré fuerte y gritaré, mataré al Rey, / humillaré a todos sus sirvientes”. Tras este episodio, los sectores más progresistas se distanciaron de los Beatles y se fueron acercando a los Stones.

Curiosamente, detrás de estas máscaras impuestas, los Rolling provenían de familias acomodadas y Jagger estaba más ansioso de fama que de solventar cualquier conflicto social. Los Beatles, por su parte, tenían muy poco de angelitos.


3) Sus integrantes fueron casi los mismos desde el inicio:

Sus nombres forman parte de la cultura popular, recordados por personas que no tienen por qué considerarse melómanas ni amantes del rock. Los Cuatro de Liverpool –John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr-, presentes desde los primeros tiempos. Solo hubo un baterista previo a Starr, Pete Best, que fue sustituido a partir de la grabación del primer álbum, y un bajista que no duró ni siquiera hasta ese momento: Stuart Sutcliffe. El hecho es que desde que los Beatles comenzaron a abrirse paso en Gran Bretaña, eran solo los cuatro nombres míticos los que sonaban entre el público. En años posteriores, se mantuvo la formación original, adquiriendo cada uno de los integrantes una fama y consideración propia entre los fans: Lennon, el genio creativo y rebelde; McCartney, el más “empresario” y autor de las baladas más románticas; Harrison, místico y trascendental y, por último, el original y simpático Ringo Starr. Si realizáramos una encuesta a pie de calle, nos encontraríamos con que más gente de la que pensamos es capaz de mencionar, al menos, a dos de los cuatro Beatles.

Pero si en esa misma encuesta se preguntara por el nombre de los integrantes de los Rolling Stones, solo una pequeña parte de los encuestados sabrían responder correctamente y muchos se limitarían a mencionar a Mick Jagger, cabecilla de la banda. La razón no se debe únicamente a la mayor fama de los Beatles, sino también a que la formación original de los Stones no se ha mantenido a lo largo de las décadas, por lo que resulta más difícil de recordar. Cuando comenzaron, eran también cuatro: el malogrado y apocalíptico Brian Jones, el carismático y egocéntrico Mick Jagger, Keith Richards, rebelde víctima de los demonios de la drogadicción y dos nombres más que no continúan: Ian Stewart y Dick Taylor. A lo largo de su extensa carrera, los nombres han ido variando, manteniéndose solo dos de los miembros fundadores: Mick Jagger –el alma del grupo- y Keith Richards –la cara oscura de la moneda-. En la actualidad, la banda la completan el impávido baterista Charlie Watts, integrante desde 1963, y el entrañable Ronnie Wood, que fue adoptado por los Stones en 1975.

Podríamos afirmar que, mientras el eje de los Rolling lo constituye la música, los Beatles se centraron mucho más en explotar sus personajes, o lo lograron sin pretenderlo y sin que esto afectara a la calidad de su trabajo -¿alguien puede imaginarse la mítica banda sin Ringo Starr, por mencionar al miembro menos “esencial”?-.

Además, los Rolling cuentan con su propio pasaje oscuro en la historia del rock: el misterioso fallecimiento, en 1969, del fundador, Brian Jones, con tan solo 27 años –Jones se convertiría en el primer desdichado miembro del “Club de los 27”-. El joven apareció muerto en la piscina de su mansión, después de haber discutido con el resto de Stones en los últimos tiempos, hasta el punto de apartarse de la banda que él mismo había fundado. Algunas teorías conspiratorias acusan directamente a sus compañeros como responsables de la muerte, porque Jones, el cerebro de la banda, constituía un enojoso obstáculo para el ego de Jagger. La verdad, nunca la conoceremos.

Muchos críticos consideran que, desde la pérdida de Jones, los Rolling Stones no podían ser lo mismo, igual que si les hubiesen arrancado un brazo o una pierna.

The Rolling Stones en los sesenta. De izquierda a derecha: Brian Jones, Mick Jagger, Keith Richards y Charlie Watts
The Rolling Stones en los sesenta. De izquierda a derecha: Brian Jones, Mick Jagger, Keith Richards y Charlie Watts

4) Exploraron todos los estilos musicales y fueron grandes innovadores:

Esta es, probablemente, la única razón verdadera, más allá del mito, por la que los Beatles pueden considerarse musicalmente superiores. Con unos comienzos marcados por la influencia del rock tradicional –Chuck Berry o Elvis Presley- y el R&B, en la década de los sesenta se adentraron por el novedoso territorio de la psicodelia, abriendo nuevas fronteras al género pop. Exploraron el country, realizaron mezclas con música clásica: no se dejaron ningún estilo en el tintero. De aquel entrañable “All My Loving”, pasamos al original barroquismo de “Eleanor Rigby” y de ahí a la divertida psicodelia de “I Am The Walrus”. Un estudio pormenorizado de la evolución de la música de los Beatles ocuparía varios manuales.

Los Rolling Stones, en cambio, no han resultado tan revolucionarios. Afirmar que no han evolucionado en todos los años de carrera tal vez sería una exageración, pero, si los comparamos con sus vecinos de Liverpool, el cambio resulta notablemente menor. El estilo inicial, mezcla de rock con géneros como el reggae, el country o el R&B, también se puede apreciar en las últimas composiciones.

The Beatles en su etapa psicodélica. Extracto de la portada de Magical Misterty Tour
The Beatles en su etapa psicodélica. Extracto de la portada de Magical Mistery Tour

5) Permanecen en el territorio de la leyenda:

1970  fue el año, fatídico para muchos, en el que los Beatles se separaron. El principal motivo, aunque encubierto: el creciente distanciamiento entre Lennon y McCartney, que iniciaron su carrera musical por separado.  Diez años más tarde, Lennon era asesinado en su misma calle por un psicópata llamado Mark David Chapman. Para entonces, había firmado temas en solitario tan míticos como “Imagine” o “Give Peace a Chance”. Así, en 1980, Lennon –para gran parte de la crítica y de los beatlemaníacos, el auténtico cerebro creativo de la banda- internaba en el Olimpo de la música. La leyenda comenzaba. El siguiente en morir sería George Harrison, en 2001. Actualmente, Ringo y Paul permanecen en activo, como huellas testimoniales de aquel fenómeno que sacudió, durante una década, el mundo occidental.

Los Rolling, por su parte, nunca llegaron a disolverse. En su piel de rockeros septuagenarios, Mick Jagger y su banda continúan haciendo de las suyas en los escenarios, sin escatimar en saltos, carreras y piruetas, como si jamás hubieran pasado de la veintena, constituyéndose como el grupo más longevo de la historia del rock. Ellos también son leyenda, pero leyenda viva. Y eso –seamos sinceros- siempre le resta parte de su encanto legendario. Los Stones conservan su satánica esencia, pero continúan entre nosotros, haciendo giras y publicando álbumes. La clave será esperar al día en que, por fin, abandonen. Que, por otra parte, esperemos que no llegue demasiado pronto…

The Rolling Stones, rockeros septuagenarios
The Rolling Stones, rockeros septuagenarios. De izquierda a derecha: Charlie Watts, Keith Richards, Mick Jagger y Ronnie Wood

Pólvora y leyenda: The Rolling Stones regresan a Madrid

Hay momentos legendarios en la historia del rock and roll y puedo afirmar, con mucho orgullo, que ayer viví uno de ellos. The Rolling Stones, la banda de rock más longeva de todos los tiempos, visitaba de nuevo Madrid. Se trata de la gira europea por su quincuagésimo aniversario: Rolling Stones 14 On Fire.

La primera vez que vinieron fue en plena movida madrileña, allá por julio de 1982. El evento tuvo lugar en el Vicente Calderón, el estadio del Atlético de Madrid, y el grupo invitado era la J. Geils Band. Por entonces, España acababa, prácticamente, de salir de una dictadura, y el rock comenzaba a despertar a la juventud. De aquel mítico concierto, los rockeros más veteranos recuerdan la poderosa tormenta –con rayos y relámpagos incluidos- que no impidió, sin embargo, que Sus Satánicas Majestades dieran lo mejor de sí mismos, quedándose para siempre en la memoria de los españoles.

Mick Jagger y Ronnie Wood durante el concierto en Madrid de 1982
Mick Jagger y Ronnie Wood durante el concierto en Madrid de 1982

En esta ocasión, paradójicamente, el lugar elegido para el evento fue el estadio Santiago Bernabeu, el del Real Madrid, los eternos rivales de los rojiblancos. En la línea 10 de metro, los seguidores de los Stones nos reconocíamos por las camisetas con el célebre logo de la lengua. Miradas cómplices y una emoción a flor de piel que parecía presentir el acontecimiento musical más inmenso en muchos años acaecido en España. Al llegar junto al estadio, me encontré con zonas cortadas al tráfico, vendedores ambulantes de refrescos, cafeterías que comercializaban bocadillos a precio de caviar y gente, mucha gente con camisetas de los Rolling, con pañuelos y cintas en la cabeza, haciendo colas estratosféricas para coger un buen sitio en cuanto abrieran las puertas. Distintas cadenas de radio y televisión deambulaban por nuestros alrededores, haciendo entrevistas por doquier. Había personas que llevaban acampando desde el día anterior. Durante la espera, el tema de conversación que recuerdo más frecuente es en torno al pésimo criterio de la organización del concierto para elegir a Leiva, antiguo integrante del dúo madrileño Pereza, como telonero.

En cuanto abrieron las puertas, con algo de retraso,  una marabunta abordó el estadio. Mi entrada, por supuesto, era para pista –como tanta gente, prefiero la emoción de la cercanía al escenario y una mayor libertad de movimientos a la comodidad proporcionada por las gradas-. El Santiago Bernabeu, inmenso, nos recibió ataviado con sus mejores galas.

El escenario del Bernabeu, momentos antes de producirse la llegada de los Rolling Stones
El escenario del Bernabeu, momentos antes de producirse la llegada de los Rolling Stones
Frente al escenario del concierto
Frente al escenario del concierto

Logré entrar en la zona VIP, que es la más próxima al escenario. La gente comenzaba a agolparse ante la inminente llegada de Leiva, que tuvo que recurrir a más de un tema de Pereza para satisfacer mínimamente al personal. Nos dedicó una actuación gris y deslucida, de la que puede destacarse una versión del célebre tema de Los Rodríguez “Hace calor”, acompañado por el mismísimo Ariel Rot. Respecto a Leiva, el público veterano protestaba porque “ese niñato” no pintaba nada en un concierto de los Rolling y, entre los más jóvenes, se escuchaban propuestas de todo tipo, algunas de las más alocadas consistían en apedrear al cantante hasta que este se fuera a casa. Finalmente, su actuación transcurrió sin mayores contratiempos y la frustración de muchos asistentes quedó anestesiada por su interpretación del popular tema de Pereza “Lady Madrid”.

La elección de Leiva como telonero fue, desde luego, muy desacertada, y desató la polémica debido a unas declaraciones en 2012 del propio cantante que los fans de los Stone no podemos olvidar, en las que opinaba que Sus Satánicas Majestades deberían haber abandonado los escenarios hace mucho tiempo.

El cantante español Leiva
El cantante español Leiva

Recuerdo el leve olor a sudor en el ambiente, los vasos de plástico con cerveza fría que se agitaban en el aire, los empujones y las voces chillonas de unos argentinos que, a mi lado, agitaban la bandera de su país, mostrando su improcedente orgullo patrio. Entonces, el escenario quedó inflamado por uno de esos prodigios de la pirotecnia propios de los conciertos legendarios, y los Rolling Stones hicieron acto de presencia, interpretando el tema “Jumpin’ Jack Flash”. Fui testigo de cómo el mito se hizo de carne y hueso: aquella banda que comenzara su andadura en 1962 y que fue contemplada como el primer rival serio de The Beatles, aquella que sentó las bases del rock contemporáneo, se encontraba ahora a unas decenas de metros de donde yo estaba. El líder y vocalista, un hiperactivo Mick Jagger, corría de un lado al otro del escenario agitando su melena y moviendo las caderas, exaltando al público con su voz flexible y seductora. El próximo 26 de julio, Jagger cumplirá 71. Sobre él hay poco que añadir: se trata de una auténtica leyenda viva que parece haber hecho un pacto con el Diablo, con la misma cortesía de la que alardea en la letra del famoso tema “Sympathy For The Devil”, que se escuchó envuelto en llamaradas en el concierto del Bernabeu. Jagger, cubierto con unas pieles rojas y negras durante los minutos que duró esa canción, parecía desafiar al paso del tiempo y hasta a la muerte.

Mick Jagger durante el concierto
Mick Jagger durante el concierto

El público clamó también ante la carismática presencia del guitarrista Keith Richards, que interpretó dos temas como vocalista: “You Got The Silver” y “Can’t Be Seen”. Mientras que la apariencia de Jagger se veía aderezada por los milagros de la cirugía estética, en el ajado rostro de Richards se apreciaban todos los estragos propios de su edad, que ya asciende a 70 años. Su cabello, oscuro hace unos pocos años, se hallaba completamente blanco, lo cual no le impedía lucir en él su habitual cinta elástica. El contraste entre su aspecto de entrañable abuelito y la energía que rezumaba de su figura, combinada con la atrevida vestimenta, resultaba, por tanto, aún más sorprendente que en el resto.

A la batería, el flemático Charlie Watts, impoluto en su tarea. Watts es el mayor de la banda: recientemente, ha cumplido los 73. Él, al contrario que Jagger y Richards, no fue uno de los miembros fundadores de The Rolling Stones, pero se incorporó sólo un año después de la formación del grupo, en 1963, sustituyendo a los bateristas Tony Chapman y Carlo Little.  El segundo guitarrista, Ronnie Wood, con un sorprendente aire juvenil a sus 67 años, tampoco estuvo presente en los comienzos de la banda: formó parte de otras, como la famosa The Birds. Su llegada a los Rolling Stones no se produjo hasta 1975, sustituyendo a Mick Taylor, quien hizo acto de presencia en el concierto de anoche, luciendo su depurado estilo en el tema “Midnight Rambler” y convirtiéndose en la aclamada sorpresa de esta nuevavisita a Madrid de los Stones.

Entre aquellas leyendas de carne y hueso, no pude evitar pensar en el ausente Brian Jones, primer líder de la banda, fallecido en extrañas circunstancias en 1969, trágico “miembro fundador” del funesto “Club de los 27”. Su muerte se produjo poco después de abandonar voluntariamente a los Rolling, debido a diferencias insalvables que fueron surgiendo entre ellos.

Keith Richards durante el concierto. De fondo, Charlie Watts a la batería
Keith Richards durante el concierto. De fondo, Charlie Watts a la batería
Ronnie Wood y Keith Richards durante el concierto
Ronnie Wood y Keith Richards durante el concierto
Brian Jones, primer líder de The Rolling Stones, fallecido en 1969
Brian Jones, primer líder de The Rolling Stones, fallecido en 1969

Entre los temas más afamados, sonaron “Brown Sugar” y “Start Me Up”. La réplica comenzó con el Coro de la JOMCAM interpretando “You Can’t Always Get What You Want”, al que seguiría un enérgico Mick Jagger, y finalizó con el popular –y sobrevalorado, en mi modesta opinión- “Satisfaction”. Faltaron grandes canciones, como “Wild Horses” –el tema que Jagger y Richards compusieron, inicialmente, para los Flying Burrito Brothers- y se echó de menos, muy especialmente, “Paint It Black”. A cambio, disfrutamos de “Like A Rolling Stone”, la popularísima versión del tema original de Bob Dylan que triunfó en la encuesta que se realizó en Madrid a propósito de qué tema prefería el público que tocaran –ofrecían otras jugosas opciones como “Get Off My Cloud”-. Y, en mi opinión, la interpretación más emotiva: “Angie”, que Sus Satánicas Majestades se reservan para sus visitas a España, país donde la canción tiene mejor acogida. Mientras pedía a Angie que no llorara, Jagger, ataviado con una chaqueta azul brillante, extendía los brazos como un gurú del rock en una suerte de abrazo al extasiado público, componiendo una imagen que nunca podré olvidar. Los Stones se marcharon envueltos en llamaradas de pirotecnia, tal como habían llegado, dejando en el aire emocionado un aroma a pólvora y leyenda.

En el viaje de vuelta, en el metro, la casualidad quiso que conociera a Julia, miembro del Coro de la JOMCA que había acompañado a los Rolling en la interpretación de “You Can’t Always Get That You Want”. Emocionada, me contó que sus compañeros y ella llevaban muchas horas en el Bernabeu, preparando la actuación junto a la banda. No les permitían llevar móviles ni cámaras, ni siquiera pedir autógrafos. Julia, que ya era fan de los Rolling antes de subir con ellos al escenario, contemplaba la experiencia como un momento único en su vida y relataba la asombrosa vitalidad de los viejos rockeros. Sin duda, algo que podrá contar a sus futuros nietos…

En síntesis, el de anoche en Madrid fue un concierto apoteósico, que satisfizo, sin duda alguna, a los 50.000 espectadores que tuvimos la suerte de experimentarlo en vivo. Los Rolling, lejos de resultar decadentes, nos dieron la mejor muestra de su música, demostrando por qué se han convertido en una leyenda, haciendo otra vez historia en esta nueva visita a la capital de España. Fue rock and roll en estado puro, que hablaba de épocas en las que uno todavía podía estar orgulloso de pertenecer a su generación musical, un auténtico contraste con el desierto cultural que ahora nos asola. Y a los que puedan acusarme de “nostálgica”, les responderé con la célebre consigna de los Stone: “It’s only rock’n roll, but I like it!!”.

The Rolling Stones en los sesenta
The Rolling Stones en los sesenta

El incendio de Pamela Courson

De aspecto delicado –muy delgada, no llegaba al metro sesenta de estatura-, piel lechosa, espolvoreada de pecas de canela; sonrisa blanca y pura, como de niña; ojos verde azulados y una larga y lisa cabellera roja, peinada con raya en el medio, en consonancia con la moda hippie, la cual también se reflejaba en su vestuario: camisolas amplias de bordados exóticos, vestidos sueltos, pantalones vaqueros. Su delicadeza y aparente vulnerabilidad disfrazaban un carácter dominante, rebelde y autodestructivo, emocionalmente desequilibrado, rayante en la locura. Así era la que muchos críticos musicales definen como una de las figuras más enigmáticas de la década de los sesenta.

Pamela Courson en 1970
Pamela Courson en 1970

Hoy se cumplen 40 años del sórdido fallecimiento, en 1974, de Pamela Susan Courson, que hubiera podido considerarse una integrante más del funesto “Club de los 27” en caso de haber sido rockera, pues tenía 27 años en el momento de su muerte. Pero su relación con el rock –desde luego, no carente de importancia- se debe a su atormentado noviazgo con Jim Morrison, líder de The Doors. Ella es la musa que se esconde tras la mayoría de temas de la banda: la misteriosa habitante de “Love Street”, la “Reina de la carretera”, la destinataria de “Orange County Suite”, esa compleja canción que ninguno de los Doors –salvo el propio Morrison, el compositor- llegó a comprender jamás del todo.

Fue precisamente en el Condado de Orange, al sur de la californiana ciudad de Los Ángeles, donde Pamela pasó su adolescencia -había nacido en Weed en 1946-. Era hija del director de un instituto público y se constituía como un ser rebelde, casi salvaje, desde temprana edad, malhumorado y solitario, con un aire misterioso. Aunque inteligente y despierta, nunca puso demasiado interés en los estudios y, en cuanto tuvo ocasión, se marchó a los Ángeles a vivir con una amiga y estudiar Arte. Allí se inició en las drogas y estableció contacto con los rockeros del momento. Es un secreto a voces que ella fue la “chica de canela” de la famosa canción “Cinnamon Girl” de Neil Young.

A los diecinueve años, Pamela ya tenía varios amantes. Los dos más importantes, que no la abandonarían nunca, fueron el actor Tom Baker y Jean de Breteuil, aristócrata francés que se ganaba la vida como camello –él fue, de hecho, quien suministraba la droga a la muchacha-. A esa edad conoció a Jim Morrison en el London Fog, un local de segunda donde actuaban The Doors antes de alcanzar el éxito. Fue un flechazo. Él tenía 22 años y unas cuantas amantes que merodeaban a su alrededor. Pero Pamela cambió su vida. Ambos se reconocían como salvajes, independientes, inestables emocionalmente, incapaces de comprometerse con nada o con nadie. Sus caracteres resultaban tan similares que chocaban exquisitamente. Jim la definió como su alma gemela, “su pareja cósmica”. Desde que se conocieron, iniciaron una tormentosa relación interrumpida constantemente por violentas discusiones, peleas físicas e infidelidades por parte de ambos, que a veces duraban meses. Sin embargo, después de cada aventura, siempre se buscaban el uno al otro.

Jim Morrison y Pamela Courson en 1967
Jim Morrison y Pamela Courson en 1967
Pamela Courson y Jim Morrison en los años sesenta
Pamela Courson y Jim Morrison en los años sesenta

Pam a menudo se frustraba por no poder doblegar la rebeldía de Jim. En realidad, él comía de su mano, deslumbrado por la espontaneidad e inocencia salvaje de la joven a la que conoció siendo casi una niña. Le compró una boutique que ella bautizó “Themis” por la diosa griega de las leyes, y la llenó de ropajes exóticos e hiperbólicos que a menudo importaba de Marruecos. La tienda fue más un gasto que una inversión, pero a Jim jamás le preocupó el dinero, y sí tener contenta a Pam. Se inspiraba en ella para escribir sus poemas y canciones; compuso “Twentieth Century Fox” –“La moderna del siglo XX”-, en la que la definía del siguiente modo:

Bueno, ella es delgada, como está de moda,

y es impuntual, siguiendo la moda.

Nunca montaría un escándalo,

jamás rompería una cita.

Pero ella no se arrastra;

tan solo, contempla su forma de moverse.

.

Es la moderna del siglo XX:

sin lágrimas, sin miedos,

sin años perdidos

y sin relojes.

.

Es la reina del descaro

y es la dama que espera.

Desde que su mente abandonó la escuela,

nunca ha dudado.

No perderá el tiempo

en charlas elementales.

.

Porque es la moderna del siglo XX:

tiene al mundo metido

en una caja de plástico.

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La adicción de Pam por la heroína no hacía sino aumentar, mientras Jim se sentía un impotente testigo, ahogado en su alcoholismo. Ambos eran conscientes de su propio proceso de autodestrucción y se lo reprochaban mutuamente. Parecían destinados a consumirse juntos en el incendio que brotaba de los cabellos de Pam. Ella cada vez detestaba más a los Doors, llegando a chantajear a Jim para que los abandonara amenazándole con romper con él definitivamente. Después de grabar su último álbum en 1971, L. A. Woman, Jim dejó la banda y se fue a vivir con Pamela a París, dedicado totalmente a su faceta poética. Allí pasaron unos meses de relativa calma, hasta que el 3 de julio de ese año, Morrison falleció en extrañas condiciones; oficialmente, por una sobredosis. Pamela, un médico amigo suyo y su antiguo amante, Jean de Breteuil –al que seguía viendo, y que fue quien le proporcionó la droga a Jim que supuestamente acabó con su vida- fueron los únicos que vieron el cadáver conociendo su identidad, antes de que este fuera enterrado en el cementerio parisino de Pere Lachaise.

Pamela Courson y Jim Morrison posando en Themis en 1970
Pamela Courson y Jim Morrison posando en Themis en 1970
Pamela Courson y Jim Morrison posando en Themis en 1970
Pamela Courson y Jim Morrison posando en Themis en 1970
Jim Morrison y Pamela Courson en 1970
Jim Morrison y Pamela Courson en 1970

Jim, en su testamento, dejó a Pam como heredera única, por lo que hubo quien sospechó que ella tuvo algo que ver con su muerte. Sin embargo, los tres años que le sobrevivió, Pamela cayó en una espiral de vicio, decadencia y locura. Se definía como la esposa de Jim Morrison y llegaba incluso a decir que esperaba una llamada de su marido. Su drogadicción la condujo a una sobredosis mortal en 1974. Fue enterrada a los 27 en el cementerio del Condado de Orange con el nombre de Pamela Morrison.

En vida de Jim, Pam fue quien le animó a publicar sus dos libros de poemas y, después de muerto, organizó sus cuadernos y anotaciones para que fueran editados de forma póstuma. En los libros que publicó a finales de los sesenta, en la dedicatoria de Jim podemos leer: “A Pamela Susan”. Y es que él, a pesar de lo tormentoso de la relación, la amó profunda y desgarradoramente hasta el final. En su famosa canción “L. A. Woman”, dedicada a ella, escribió lo siguiente, pensando en el color de fuego de su pelo:

Veo que tu cabello arde,

las colinas se incendian.

Si te dicen que nunca te amé,

sabrás que mienten.

Jim Morrison y Pamela Courson en 1970
Jim Morrison y Pamela Courson en 1970

Kurt Cobain, el ángel de la muerte

Kurt Cobain en los noventa
Kurt Cobain en los noventa

De cejas rectas, facciones suaves, casi angelicales; mirada dulce y azul, cabello rubio y desgreñado, barba incipiente; poseía un aura de tristeza rebelde que arrastraba desde la infancia y una voz vibrante y desgarrada que le convertiría en una de las grandes figuras del rock de todos los tiempos. Así era el líder de Nirvana, la banda creadora del género grunge que surgió en 1987 y en sus escasos seis años de actividad revolucionó el panorama musical internacional.

Kurt Cobain nos mintió en aquella canción, “Come as you are”, en la que aseguraba con vehemencia: “And I swear that I don’t have a gun”…

Por mucho que lo jurase, sí que tenía un arma: la escopeta que utilizó para suicidarse, de un tiro en la cabeza, el 5 de abril de 1994, hace ahora veinte años. Al menos, a esa conclusión llegaron las investigaciones oficiales, después de que su cadáver fuera hallado en un charco de sangre por un electricista que debía visitar esa mañana el domicilio de Cobain.

El joven había cumplido los 27 hacía apenas dos meses, por lo que se le suele incluir como parte del funesto “Club de los 27”, a pesar de que entre él y el último gran integrante, Jim Morrison, existe un determinante abismo de más de veinte años –Morrison falleció en 1971- que eliminaría cualquier tipo de conexión. En lo que sí se parece al resto de desdichados miembros del “Club” es que su muerte –como la de toda gran estrella de rock, por otra parte- aparece envuelta en un halo de misterio y condimentada por diversas teorías conspiratorias.

Kurt Cobain en 1994. Fotografía de Youri Lenquette
Kurt Cobain en 1994. Fotografía de Youri Lenquette

Sin embargo, en el caso de Cobain, las sospechas poseen una base más real. Ciertamente, siempre había tenido tendencias suicidas y, en el momento de su muerte, su adicción por la heroína era patente. Pero las circunstancias que rodean el hecho resultan, en cierto modo, inquietantes. La esposa de Kurt desde 1992, la cantautora Courtney Love, líder de la banda Hole, encabeza la lista de sospechosos en caso de que no se tratara de un suicidio, sino de un asesinato. Como se hizo público posteriormente, en 1994, Cobain pretendía divorciarse de ella y conseguir la custodia completa de la hija de ambos, Frances Bean que, con sus escasos dos años de vida, había vivido ya un proceso de desintoxicación a causa de su nacimiento con síndrome de abstinencia, provocado por el consumo de drogas de su madre, que se mantuvo durante el embarazo.

Existen múltiples pruebas en contra de la teoría oficial del suicidio. Las más destacables son la sobredosis de que Cobain era víctima en el momento de su muerte, que le hubieran impedido apretar el gatillo o realizar cualquier tipo de acto consciente, y el hecho de que no fueran halladas huellas dactilares en el arma del crimen.

Kurt Cobain y Courtney Love con su hija Frances Bean
Kurt Cobain y Courtney Love con su hija Frances Bean

Como suele ocurrir, la polémica en torno a su fatídica muerte ha velado otros datos asombrosos de la faceta artística de Cobain, como sus influencias literarias. Entre ellas, destaca la de William S. Burroughs (1914-1997), poeta perteneciente a la Generación Beat con quien mantuvo un encuentro en 1993, pocos meses antes de morir. El escritor, cuyo centenario de nacimiento se cumple precisamente en 2014, contaba entonces 83 años y destacó de aquella reunión «la expresión moribunda de sus mejillas». Según él, cuando Kurt fue a visitarlo a su domicilio de Kansas en octubre de 1993, «ya estaba muerto».

Cobain idolatraba a Burroughs, hasta el punto de haberle pedido protagonizar el videoclip de «Heart-Shaped Box«, un tema perteneciente al álbum In Utero -algo a lo que el viejo poeta se negó-. Burroughs era el autor de Yonqui, la novela de 1953 que trataba sobre la drogadicción y que se convirtió en el libro de cabecera de Kurt Cobain.

Kurt Cobain y William S. Burroughs en octubre de 1993
Kurt Cobain y William S. Burroughs en octubre de 1993

Kurt Cobain no sólo revolucionó el panorama musical con su banda Nirvana, sino que además se constituyó como uno de los grandes impulsores del estilo denominado «grunge» que tanta presencia tendría en la década de los noventa: vaqueros rotos, zapatillas Converse desgastadas, rebecas gruesas de lana y camisetas sueltas que, en conjunto, ofrecían una imagen desenfadada y no por ello carente de glamour.

Hoy todo, desde las oscuras letras de Nirvana hasta la propia tristeza reflejada en la mirada de Cobain y tan bien señalada por Burroughs, nos conducen a asociar al joven autor de «Smells Like Teen Spirit» con la muerte, convirtiéndolo en una suerte de mártir del rock, en una estrella caída antes de tiempo, un ángel rubio guillotinado por sus propias sombras.

Kurt Cobain en los 90
Kurt Cobain en los 90

The Three Kings

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A una señal del mánager, se ponen en pie y avanzan. De fondo, ya se adivina el clamor del público. Gaspar camina en medio, por detrás de Melchor y delante de Baltasar, que esta noche luce un gorro de arpillera que recuerda demasiado a los que usaba Bob Marley en el siglo pasado. Balt y su recurrente manía de imitar a los astros negros: Marley, Hendrix, Chuck Berry… Por no hablar de aquel año en que se empeñó en emular a Stevie Wonder…

Pero ese “rollito retro” en pleno siglo XXI encuentra muy buena acogida entre el público. La gente siempre tiene ganas de volver la mirada al pasado, tal vez porque en esta década aciaga de los sesenta –tan diferente a los sesenta del siglo XX- las cosas se han vuelto demasiado frías y, en ese contexto, Balt ofrece una imagen entrañable, irresistible. Tiene una mirada bondadosa y colocada al mismo tiempo, como si hubiera estado fumando un montón de canutos antes de llegar al escenario –Gaspar sabe que, en realidad, no han sido más de dos-, y al coger el bajo y situarse frente al micrófono esboza ese guiño made in Balt que no puede pasar desapercibido para el público, el cual grita y corea su nombre.

Balt no es el líder de la banda, desde luego, pero parte de la crítica lo sitúa como el miembro carismático por excelencia. Hay camisetas con su cara y es la estrella del merchandising. La gente le considera exótico, vintage, con carácter. Gaspar sabe que es buen tío. Demasiado adicto a las hierbas, pero buen tío, al fin y al cabo. Constituye la cara amable del grupo y, sin él, nada sería lo mismo. Gaspar piensa todo esto mientras se sitúa frente a la batería y realiza algunos golpes de efecto para encender los ánimos del público, que aplaude fervientemente, aunque continúa pendiente de las muecas carismáticas de Balt.

Entonces, de entre el público emerge un rugido tempestuoso, porque acaba de hacer su aparición en el escenario Melchor. Su traje blanco podría constituir algo así como la evolución de aquellos que llevaba David Bowie en su día, pero es el último grito en moda, y eso Gaspar lo sabe porque cada día llegan a los estudios de grabación nuevos modelitos que Melchor encarga a las firmas más caras, y de los cuales nunca llega a lucir la mitad. Melchor es así: un genio disperso de cabello rubio platino y fulgurantes ojos azules que parecer mirar hacia otro mundo. Egoísta, egocéntrico y soberbio, como los mejores genios. Pero desde su torre de marfil, es capaz de valorar a Gaspar, porque a él le debe algunas de las letras más célebres de la banda. A Gaspar lo que más le preocupa es la creciente adicción del líder carismático por las drogas de diseño. Aunque, por otro lado, es la fuente de su inspiración. Las drogas duras son para Melchor como la absenta lo fue para Verlaine…

Comienza a sonar el primer tema, “Bring Me a Present”, del álbum del año anterior Camels Also Like Pacharan, el cual tuvo más éxito del que Gaspar le auguraba en un principio, considerando que es un tipo de rock demasiado tendente a la psicodelia en los tiempos que corren, donde la música indie está a la orden de día.

El público ruge, vibra, se desata. Gaspar no puede evitar sonreír, aun a pesar de romper con su imagen de “miembro serio y formal de la banda”. Tal vez vaya siendo hora de cambiar de imagen. De afeitarse la barba castaña y hacerse algunas mechas de colores, de dejar atrás las camisas y vestir algún traje de cuero blanco como el de Pérez Mouse, el rapero de más éxito en los países hispanos. Gaspar golpea con fuerza la batería mientras todos estos pensamientos se marchan de su cabeza con la misma facilidad con la que llegaron. Él es un alma romántica y, en el fondo, tiene su gracia ser el elemento alternativo de la banda.

Por encima del escenario, en luces de neón rojas y verdes, se lee el legendario nombre:

THE THREE KINGS

Ya en los camerinos, Melchor se retoca el maquillaje y se pone otra blusa para no manchar la del concierto. Balt mira por la ventana mientras se fuma el tercer porro del día, y Gaspar permanece sentado en un sillón, extrañamente exhausto. Y como siempre, es Balt quien se percata:

-¡Eh, tíos! ¡Acabo de ver una estrella fugaz!

-Tronco, deja los porros… –replica Gaspar.

-Eh, Balt puede tener razón –interviene Melchor-. Estaba anunciado para hoy el paso del Cometa Halley por la Tierra; decían que se podría contemplar si el cielo no estaba encapotado y todos esos rollos… ¿Era eso lo que has visto, Balt? ¿Un cometa?

-Sí, tío, ¡te juro que lo he visto! Iba en esa dirección…

-Oye, pues por lo que he oído –continúa Melchor-, se iban a montar una fiesta muy guapa en Belén, para conmemorar no sé qué acontecimiento histórico del cometa.

-¿Por qué no vamos? –propone Balt, entusiasmado- Cogemos unas birras y nos piramos en las motos.

-¿Ahora? –se asombra Gaspar.

-Claro, tronco, no queremos llegar tarde, ¿no?

Gaspar mira a sus compañeros, suspira y pone los ojos en blanco. Después, se levanta y coge su chaqueta de cuero…

Cometa Halley
Cometa Halley