En favor de la Tercera República Española

Hoy se cumplen 84 años del advenimiento de la II República Española, un 14 de abril en el que la Puerta del Sol se cuajó de banderas tricolores y de esperanzas recién nacidas adornando las pupilas de los madrileños. Luis Cernuda y Vicente Aleixandre, tan amantes del reposo y contrarios a las multitudes, salieron también a la calle para mezclarse con las riadas de españoles que celebraban la llegada de un sistema más justo y democrático.

Puerta del Sol (Madrid), 14 de abril de 1931
Puerta del Sol (Madrid), 14 de abril de 1931

La Guerra Civil y el triunfo de los rebeldes en 1939 acabaron con una sociedad que, en apenas cinco años, se había situado a la vanguardia de la cultura, de la investigación científica, de la educación. España se ennegreció y volvió al pasado, y aquella época sombría duraría hasta la muerte del dictador Franco, que eligió a Juan Carlos de Borbón como Jefe de Estado cuando él pasara a mejor vida. La Constitución de 1978 fue una medida tan prudente como necesaria para que la sociedad española comenzara a dar sus primeros pero certeros pasos en democracia, pero el problema comenzó cuando dejó de contemplarse como algo provisional, que fue como nació, para convertirse en definitiva. Ya hablé de todo ello hace unos meses, en mi artículo “Mi mundo no es de este reino”, haciendo mías las palabras del ilustre José Bergamín.

El año 2014 puede contemplarse como un fracaso desde la perspectiva histórica, porque, si la abdicación de Juan Carlos I pudo haber sido aprovechada como un punto de inflexión en el que modificar la Constitución y ofrecer al pueblo español la oportunidad de decidir el sistema de gobierno que prefieren, en vez de eso, se continuó con el injusto y retrógrado proceso de la sucesión hereditaria, y de este modo nos encasquetaron a Felipe VI como Jefe de Estado.

Juan Carlos I de España y su hijo y sucesor, Felipe VI
Juan Carlos I de España y su hijo y sucesor, Felipe VI

Desde la llegada de Felipe al trono, muchos republicanos han guardado silencio, alegando que nuestro nuevo monarca es un tipo muy culto y muy inteligente y con un discurso envidiable. No negaré que, desde luego, si lo comparamos con su padre sale ganando por goleada, pero eso es porque Juan Carlos I era, directamente, un impresentable, y su presencia al frente del Estado casi resultaba un chiste de mal gusto.

A mí me parece estupendo que sea tan culto y tan estudiado –después de todo, no ha tenido que dedicarse a otra cosa desde que nació y se lo han dado todo hecho-, pero eso no debería eximirle de presentarse a unas elecciones y ganarlas, si tan preparado está. Si Felipe fuera elegido por el pueblo, yo sería la primera en cerrar la boca y agachar la cabeza, igual que ahora me toca hacerlo ante nuestro actual Presidente del Gobierno y su más que dudosa capacidad de gobernar. Por otra parte, no nos engañemos: Felipe VI, de progresista, tiene poco. Que parece que a los españoles los compran con una sonrisa y un discurso bien hecho. Pero no seguiré por ahí, porque no es lo más importante.

El caso es que, desde la llegada de Felipe, que se ha producido en mitad de la peor crisis económica en muchos años, parece que está mal visto defender la necesidad de un sistema republicano en España. Porque “hay cosas más urgentes que atender”. En mi opinión, afirmar esto es mezclar la velocidad con el tocino, porque una cosa es hacer frente a la crisis y otra es desaprovechar un momento histórico como la abdicación de Juan Carlos I para, al menos, abrir una puerta de decisión y hacer gala de esa democracia de la que tanto alardeamos.

Y además, todo está conectado. Por mucho que se empeñen en negarlo, un sistema republicano es más económico y, principalmente, más justo. Porque la persona que se sitúa al frente del Estado ha sido elegida democráticamente por el pueblo y no está, como el Rey, por encima de la Ley: debe hacer frente a la justicia como un ciudadano más. Por muy mal que pueda hacer su labor, esta se encuentra legitimada por la decisión del pueblo. Únicamente este argumento debería inclinar la balanza hacia el lado republicano, pero hay muchos más. Por ejemplo, ¿cómo podemos llamar “democrático” a un sistema en el que la monarquía no está en modo alguno controlada por la prensa, donde los escándalos de la Familia Real se ocultan a la opinión pública? En este sentido, la libertad de prensa en España es bastante relativa.

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Siempre había sido optimista con respecto a la idea de que algún día se planteara, al menos, un referéndum para elegir el sistema de gobierno. Pero, después de lo que hemos vivido en 2014, creo que nos queda monarquía para rato y el futuro se antoja bastante negro. Pero ser consciente de esto no me impedirá seguir afirmando que la monarquía es algo retrógrado e injusto, contrario a la igualdad que debería existir entre los habitantes de una sociedad del siglo XXI. Yo no me siento representada por un señor cuyo mayor mérito ha sido el de ser hijo del Rey anterior, elegido directamente por un dictador. No siento ninguna vergüenza al defender la necesidad de otro tipo de sistema.

Yo sí creo en una hipotética III República Española.

Miranfú

Ilustración de Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite
Ilustración de Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite

Miranfú. Con esta palabra mágica, Sara Allen invocaba a lo imprevisible en la obra de Carmen Martín Gaite Caperucita en Manhattan. Al pronunciarla, cualquier cosa podía ocurrir. En una novela juvenil de corte fantástico, no podemos esperar muchos acontecimientos terribles, pero, en la realidad, conlleva un cierto riesgo.

En enero de 2014, debí de pronunciarla sin darme cuenta, tal vez en sueños: eso explicaría que este año haya constituido un auténtico torbellino en mi existencia, un cúmulo de fuertes contrastes, dichosos y trágicos; una mezcla entre euforia, alegría, triunfo, nostalgia, ansiedad, tristeza, miedo…

Lo de hacer un balance de acontecimientos cuando expira diciembre es un postureo redomado, pero, en este caso, a mí misma me asombra la cantidad de cambios que se han producido en mi vida a lo largo de unos escasos doce meses, así que permitidme que posturee, al menos por esta vez.

He terminado -¡al fin!- el maldito máster de Formación del Profesorado. Oficialmente, estoy capacitada para dar clases de Lengua y literatura en institutos privados y concertados y conseguir que mis alumnos acaben por aborrecer a Luis Cernuda –en absoluto; ya me las apañaré para que les apasione…-. He intimado con Rafael Alberti, gracias a que por fin me he puesto en serio con mi tesis doctoral, y cuanto más me adentro en su poética, más me fascina…

Este verano, en la Fundación Rafael Alberti de El Puerto de Santa María
Este verano, en la Fundación Rafael Alberti de El Puerto de Santa María

He publicado dos libros; ¡se dice pronto! Uno en abril, mi primer poemario: Los despertares, con Ediciones de la Torre. Este libro es especial, porque cumple un sueño que tenía desde mi más remota adolescencia, cuando comencé a plasmar mis soledades y mis amores platónicos en versos incendiados de cisnes y de princesas lejanas, y después fue Alicia la que, perdido su País de las Maravillas, me llevó de la mano por los caminos mágicos que escapan del Espejo. El segundo libro, El barco de cristal. Referencias literarias en el pop-rock, me lo publicó Líneas Paralelas en octubre. Se trata de un ensayo que combina mis dos grandes pasiones: la literatura y el rock. En ambas publicaciones, he tenido la suerte de contar con buenas personas que me han apoyado y me han ayudado en todo momento.

Cada primavera, paseaba por la Feria del Libro de Madrid soñando con estar algún día dentro de una de las casetas, firmando ejemplares. Este año, se ha cumplido mi sueño, con mi poemario Los despertares. Y lo más emocionante ha sido reencontrarme allí con personas que se han ilusionado conmigo, algunas a las que no veía desde hacía mucho tiempo y, sin embargo, allí estaban.

También he recibido una crítica elogiosa, por escrito, de mi poemario, de uno de mis poetas favoritos, el grandísimo José Manuel Caballero Bonald. Aún no me lo termino de creer.

Firmando "Los despertares" en la Feria del Libro de Madrid 2014
Firmando «Los despertares» en la Feria del Libro de Madrid 2014
De izquierda a derecha: Emilio Blanco, Marina Casado, Rafa Ceballos, Juan Casado y Nico de Vicente
Presentación de «El barco de cristal» con Emilio Blanco y la banda Strange Days

Me han operado por primera vez en mi vida. Una infección ocular en mayo, originada por la falta de higiene de algún oftalmólogo de las urgencias de cierto hospital madrileño, se fue complicando hasta derivar en la obstrucción del conducto lagrimal de mi ojo izquierdo, por lo que me han tenido que abrir un conducto nuevo a través del hueso de la nariz. La ventaja: le he perdido el miedo a las jeringuillas que, despiadadas, se acercan llenas de suero hacia mi pobre y torturado ojo…

He sido, junto a Eric, Fernando y Rosalba, orgullosa fundadora del Galganismo, movimiento poético que pronto revolucionará los circuitos madrileños… Después, se nos unió Alberto. Es maravilloso compartir con ellos tantas cosas, empezando por versos y acabando por hamburguesas de carne de avestruz… Los Galganistas hemos participado, por primera vez como conjunto, en un recital: el dedicado a Leonor Machado, sobrina de Antonio y Manuel, hija de Francisco, en una noche que considero memorable.

He aprendido mucho acerca de sentimientos humanos. He llorado ríos de lágrimas, he naufragado y, cuando he sentido tocar fondo, me he visto iluminada, de repente, por una luz radiante y cálida. He comprendido que los verdaderos amigos pueden discutir, pero al final todo se arreglará, y que hay personas destinadas a ser esenciales en un período concreto de nuestra vida para convertirse, súbitamente, en desconocidos. Respecto a la eternidad de las musas, continúa siendo una utopía, pero yo soy idealista por naturaleza, lo cual resulta paradójico dado mi proverbial pesimismo.

He conocido a personas maravillosas que se han hecho un hueco en mi corazón: algunas todavía me acompañan -y me esforzaré por que así siga siendo-. He descubierto el mar dentro de una mirada. He echado mucho de menos y he terminado por firmar un pacto con la realidad para no pasarme la vida soñando –ahora, algunos sueños han cruzado conmigo la frontera-.

lechecondensada

Miranfú ha traído consigo terremotos existenciales: tragedias y dichas que han borrado la antigua languidez, porque, triste o alegre, cada acontecimiento delata VIDA. Y yo estoy viva. Ahora, tal vez, desearía un 2015 más tranquilo –un poquito más, tan solo-, para dejar crecer las prometedoras semillas que me ha regalado este año, para alcanzar nuevas metas. Aunque al final, sigamos explotando día a día como estrellas salvajes, las que se derraman sobre mi playa cada verano.

Y me despido de 2014 con nostalgia, dicha, esperanza, y envuelta en las notas de las Noches de blanco satén de los Moody Blues…

Feliz 2015.

Lobos y corderos

El rebaño.

Ahora, la moda es llamarlo bullying, pero el acoso escolar ha existido desde que el mundo es mundo. En una clase nunca ha faltado la figura del marginado, que puede serlo, simplemente, por tener aficiones distintas a la mayoría de sus compañeros, o por constituirse como una persona extremadamente tímida e introvertida, con problemas para relacionarse socialmente. Estos niños y adolescentes se convierten en la víctima perfecta para los clásicos abusones que necesitan demostrar su superioridad –una superioridad ficticia- sobre ellos para sentirse realizados y ser aceptados socialmente. Personas que están convencidas de que serán más admiradas cuanto peor traten a aquellos más vulnerables, aquellos que menos amigos tienen o a los que más les cuesta defenderse. Tristemente, en numerosas ocasiones esto se cumple, convirtiéndose el resto de compañeros en un rebaño que sigue ciegamente al abusón y se une a sus burlas.

Recuerdo a una compañera de los tiempos en los que cursaba la Educación Primaria. No era una niña demasiado inteligente ni buena en los estudios, pero disfrutaba humillando públicamente a otras niñas que no conocían el idioma español porque acababan de emigrar de otros países, o aquellas que eran más introvertidas a causa de una situación familiar complicada. Yo jamás me quedé de brazos cruzados: defendí a aquellas compañeras más vulnerables a pesar de situarme en el punto de mira de la abusona, que gozaba de popularidad en la clase. En esos tiempos, tenía mi grupo de amistades y no me sentía atacada por nadie. Lo fácil hubiera sido unirme a los insultos de aquella chica y reírle las gracias, demostrándole complicidad. Preferí jugarme mi posición social en la clase y hacerle frente, poniéndome de parte de las desfavorecidas. Y por supuesto, mi acción me cobró factura, porque unas cuantas de las compañeras que tan amigas mías decían ser se alejaron de mí para confabularse con la abusona, que desde entonces me convirtió en el nuevo blanco de sus burlas. Realmente, no me importó, porque aquellas niñas demostraron no tener ninguna personalidad, y a mi lado permanecieron las que de verdad sentían aprecio por mí.

En mis años de estudiante de ESO, yo no era demasiado popular y no se me daba muy bien relacionarme con mis compañeros, sobre todo debido a mi timidez. Circunstancia que fue aprovechada por algún que otro abusón que me señaló como el bicho raro, la antipática, la repelente. Me hubiera gustado, en aquellos tiempos, que alguien diera la cara por mí como yo en su día la di por otros, pero es difícil dejar de seguir al rebaño y jugarte tu posición social por actuar contra la injusticia. Al final, fui yo quien tuvo que aprender a defenderse, a superar la timidez y a demostrar que no era ningún bicho raro, que podía tener amigos igual que el resto, y ser admirada y apreciada.

No es cierto que todos los niños y adolescentes víctimas de algún tipo de acoso escolar sufren consecuencias psicológicas de por vida y se convierten en adultos inseguros y con muchos problemas a la hora de salir al mundo. Esto solo se produce en casos extremos, sobre todo cuando ha existido violencia física. Generalmente, el apoyo y la confianza de la familia suelen ser motivación suficiente para que el niño consiga superar por sí mismo la situación.

La opinión siempre se centra en el futuro de las personas víctimas de acoso escolar, pero… ¿qué hay de los acosadores? En muchos casos, la madurez les hace recapacitar y arrepentirse de sus acciones, pero también están aquellos que nunca consiguen alcanzar el suficiente grado de empatía para darse cuenta, y continúan inmersos en una infantil concepción del mundo en la que las personas se siguen dividiendo entre “populares” y “marginados”, como si la sociedad fuera una clase inmensa y ellos necesitaran demostrar su ridícula fortaleza. La inmadurez, la falta de sensibilidad, la intolerancia y la incapacidad de comprender que existan otras filosofías vitales distintas a la suya son, casi siempre, el origen de estos comportamientos. A veces, también aparecen los celos de por medio: la idea de odiar algo simplemente porque ellos no se ven capaces de alcanzarlo. Seguramente, aquella niña de la que se burlaba en sus años escolares, ahora sea una mujer hecha y derecha, probablemente más inteligente que él, que lo contempla con indulgencia y lástima. Y en ese momento, el abusón se convierte en la auténtica víctima: víctima de su propia estrechez de miras.

Si en el mundo de los niños es difícil encontrar apoyos, no digamos en el universo de los adultos. A menudo, las personas se siguen comportando como un rebaño y, aunque perciben la injusticia, no hacen nada para evitarla. En muchas ocasiones, lo que se juegan no es ya la posición social en una clase, sino cosas más determinantes, como un trabajo. No podemos juzgar a nadie, porque no sabemos lo que haríamos si nosotros estuviéramos en su situación. Pero a veces, lavarse las manos y hacer la vista gorda ante un ataque daña más que el ataque en sí mismo.

En conclusión, no podemos olvidar que, como dijo Henri Barbusse, “cada hombre está irremediablemente solo consigo mismo”.

Fin de año

Fotografía de Chema Madoz
Fotografía de Chema Madoz

Sé que 2013 ha tenido que ser, de algún modo, esencial en mi biografía. Varios de los acontecimientos que han marcado mi existencia sucedieron un día 13, incluido mi propio nacimiento.

A medida que nos vamos haciendo mayores, los años se pasan más deprisa. Parece que hace una semana estaba celebrando la Nochevieja de 2012. Y sin embargo, tantas cosas han cambiado desde entonces. Los años transcurren de forma acelerada, pero eso se debe a que en uno solo de ellos suceden más cosas de las que sucedían en diez de los antiguos. Los acontecimientos parecen comprimidos, envueltos en un aura vertiginosa. La madurez llega con golpes o con jarras heladas de agua. Nadie nos avisa. No hay una progresión continua, sino caídas sucesivas al abismo.

Paradójicamente, lo más difícil es ser quien realmente eres y no lo que te imponga una determinada circunstancia. Debería ocurrir al contrario, pero a menudo nos dejamos llevar por la sentimentalidad y acabamos traicionando, de algún modo, no solo a aquellos que nos quieren de verdad, sino también a nosotros mismos. Sin embargo, es la libertad la que nos permite ser lo que queremos ser, y es su ausencia la que nos obliga a desvanecernos. Lo que nunca debemos perder –y eso es algo que he aprendido- es la propia dignidad.

En 2013 he saludado muchas veces al abismo, y alguna caída ha sido más dolorosa que las demás. Pero mis brazos insisten en abrazar el mundo porque aún no les enseñaron que ya es demasiado tarde. He soñado mucho, como siempre, y he llorado aún más. He conocido gente maravillosa y he echado de menos a otra que también me lo parecía. Me he desengañado y me he ilusionado. He cumplido algún sueño antiguo y he despertado de otros. Al final, y a riesgo de caer en el estereotipo, trato de llevarme los buenos recuerdos, que encienden fogonazos de película antigua en mi memoria. Los buenos recuerdos son lo único que nadie podrá arrebatarnos.

Y, como en aquella canción de Oasis, he acabado viendo estrellas que parecían haberse desvanecido para siempre.

Feliz fin de año. Feliz comienzo del siguiente. Perseguid muchos sueños. Yo me despido junto a mi inseparable Luna, que es la gatita más valiente y la más cabezona del mundo, y gracias a eso ha sobrevivido, porque ha estado muy malita. Otro triunfo del 2013

Con Luna. Diciembre de 2013
Con Luna. Diciembre de 2013

Navidazonia

22 de diciembre de 1995

Querido Guili:

Mañana iremos a Navidazonia. Navidazonia es una feria de Navidad. Hay muchas cosas: Papás Noeles que dan caramelos, cabalgatas de Reyes que no paran de pasar… Lo bueno es que, aunque en el resto de sitio ya se haya terminado la Navidad, en Navidazonia siempre sigue estando.

Sin más, se despide tu amiga:

Marina

C/ San Gatos de Dueño, nº. 2, piso 1ºB. CP 28076, Gatoburgo.

Encontré esta «carta» en un viejo cuadernillo esta mañana, mientras me lamentaba de que hoy fuera Nochebuena. Una oleada de ilusión que guardaban las páginas marchitas me hizo estornudar y después sonreír -la ilusión antigua es peor que el polvo… Me invadieron unas ganas terribles de regresar a mi antigua residencia, situada en «Gatoburgo» y, más concretamente en aquella calle de «San Gatos de Dueño» en la que también se erigía la Mascotería del Miau-Miau.

Navidades del 96
Navidades del 96

Vivía allí cuando mi hermano pequeño se empeñaba llamarse como el Power Ranger Azul, y cuando yo ignoraba que su nombre, Willy, no se escribía con «gu-» -y, encima, sin diéresis-. En aquellos tiempos, la Navidad era la mejor que podía pasarte a lo largo del año -por encima, incluso, de los cumples-, por eso empezaba a poner villancicos desde septiembre -para desgracia de los que me rodeaban-, adelantándome incluso a El Corte Inglés. Pero al igual que las Navidades resultaban maravillosas, la tortura más elevada de cuantas se pudieran imaginar era cuando, unos días después de Reyes, había que quitar el decorado navideño. En mi casa, siempre lo retrasábamos lo más posible, hasta que nuestro abeto se convertía en el elemento absurdo del vecindario. Para mí, constituía un drama el fin de las Navidades.

Por eso inventé Navidazonia: un parque temático donde todo el año era Navidad. Para crearlo, confieso que me inspiré en la «Isla de los Juegos» de la película Pinocho de Walt Disney, aquella isla a la que los niños malos eran conducidos por un zorro llamado «El Honrado Juan» y, después de divertirse y de comer cuantas golosinas desearan durante toda una tarde, acababan convertidos en burros. Navidazonia lo imaginaba de ese estilo, pero más nevado y con atracciones navideñas. Incluso la figura de «los Papás Noeles que regalaban caramelos» surgían en mi mente a partir de las enormes estatuas de indios de madera que repartían puros a los niños diciendo: «Aquí se fuma… ¡fumen hasta empacharse!»

Fotograma de la película Pinocho (1940), de Walt Disney
Fotograma de la película Pinocho (1940), de Walt Disney

Qué mecanismos más extraños y retorcidos posee la imaginación infantil. Cómo echo de menos la ausencia de futuro que me embargaba, la felicidad al alcance de un acción tan poco trascendental como poner el Árbol de Navidad.

Casi veinte años después, un sentimiento de melancolía decadente me invade cuando pienso que hoy es Nochebuena. Ya no escucho villancicos, sino canciones desasosegantes de Jim Morrison. Temo encender la tele para verme asaltada por todas esas películas de finales felices y reuniones familiares bajo los ojos del bueno de «Santa». De amores que siempre llaman a la puerta el 25 de diciembre, de vidas que se arreglan y sorpresas inesperadas.

Y me parece que la tristeza es una especie de ermitaña en esta época, lo cual me hace sentirme aún más lejos. La Navidad son fiestas para disfrutar en la infancia. Después, se convierten en caldo de cultivo para la nostalgia de los días y de las personas que ya no te acompañan. Como diría Morrison: «todo está roto y baila».

Voy a pedirle al Papá Noel que nunca viene a mi casa un pasaje sin retorno a Navidazonia. Mientras lo espero, os deseo una feliz noche y me despido de la mano de Lennon…