Fin de año

Fotografía de Chema Madoz
Fotografía de Chema Madoz

Sé que 2013 ha tenido que ser, de algún modo, esencial en mi biografía. Varios de los acontecimientos que han marcado mi existencia sucedieron un día 13, incluido mi propio nacimiento.

A medida que nos vamos haciendo mayores, los años se pasan más deprisa. Parece que hace una semana estaba celebrando la Nochevieja de 2012. Y sin embargo, tantas cosas han cambiado desde entonces. Los años transcurren de forma acelerada, pero eso se debe a que en uno solo de ellos suceden más cosas de las que sucedían en diez de los antiguos. Los acontecimientos parecen comprimidos, envueltos en un aura vertiginosa. La madurez llega con golpes o con jarras heladas de agua. Nadie nos avisa. No hay una progresión continua, sino caídas sucesivas al abismo.

Paradójicamente, lo más difícil es ser quien realmente eres y no lo que te imponga una determinada circunstancia. Debería ocurrir al contrario, pero a menudo nos dejamos llevar por la sentimentalidad y acabamos traicionando, de algún modo, no solo a aquellos que nos quieren de verdad, sino también a nosotros mismos. Sin embargo, es la libertad la que nos permite ser lo que queremos ser, y es su ausencia la que nos obliga a desvanecernos. Lo que nunca debemos perder –y eso es algo que he aprendido- es la propia dignidad.

En 2013 he saludado muchas veces al abismo, y alguna caída ha sido más dolorosa que las demás. Pero mis brazos insisten en abrazar el mundo porque aún no les enseñaron que ya es demasiado tarde. He soñado mucho, como siempre, y he llorado aún más. He conocido gente maravillosa y he echado de menos a otra que también me lo parecía. Me he desengañado y me he ilusionado. He cumplido algún sueño antiguo y he despertado de otros. Al final, y a riesgo de caer en el estereotipo, trato de llevarme los buenos recuerdos, que encienden fogonazos de película antigua en mi memoria. Los buenos recuerdos son lo único que nadie podrá arrebatarnos.

Y, como en aquella canción de Oasis, he acabado viendo estrellas que parecían haberse desvanecido para siempre.

Feliz fin de año. Feliz comienzo del siguiente. Perseguid muchos sueños. Yo me despido junto a mi inseparable Luna, que es la gatita más valiente y la más cabezona del mundo, y gracias a eso ha sobrevivido, porque ha estado muy malita. Otro triunfo del 2013

Con Luna. Diciembre de 2013
Con Luna. Diciembre de 2013

Navidazonia

22 de diciembre de 1995

Querido Guili:

Mañana iremos a Navidazonia. Navidazonia es una feria de Navidad. Hay muchas cosas: Papás Noeles que dan caramelos, cabalgatas de Reyes que no paran de pasar… Lo bueno es que, aunque en el resto de sitio ya se haya terminado la Navidad, en Navidazonia siempre sigue estando.

Sin más, se despide tu amiga:

Marina

C/ San Gatos de Dueño, nº. 2, piso 1ºB. CP 28076, Gatoburgo.

Encontré esta «carta» en un viejo cuadernillo esta mañana, mientras me lamentaba de que hoy fuera Nochebuena. Una oleada de ilusión que guardaban las páginas marchitas me hizo estornudar y después sonreír -la ilusión antigua es peor que el polvo… Me invadieron unas ganas terribles de regresar a mi antigua residencia, situada en «Gatoburgo» y, más concretamente en aquella calle de «San Gatos de Dueño» en la que también se erigía la Mascotería del Miau-Miau.

Navidades del 96
Navidades del 96

Vivía allí cuando mi hermano pequeño se empeñaba llamarse como el Power Ranger Azul, y cuando yo ignoraba que su nombre, Willy, no se escribía con «gu-» -y, encima, sin diéresis-. En aquellos tiempos, la Navidad era la mejor que podía pasarte a lo largo del año -por encima, incluso, de los cumples-, por eso empezaba a poner villancicos desde septiembre -para desgracia de los que me rodeaban-, adelantándome incluso a El Corte Inglés. Pero al igual que las Navidades resultaban maravillosas, la tortura más elevada de cuantas se pudieran imaginar era cuando, unos días después de Reyes, había que quitar el decorado navideño. En mi casa, siempre lo retrasábamos lo más posible, hasta que nuestro abeto se convertía en el elemento absurdo del vecindario. Para mí, constituía un drama el fin de las Navidades.

Por eso inventé Navidazonia: un parque temático donde todo el año era Navidad. Para crearlo, confieso que me inspiré en la «Isla de los Juegos» de la película Pinocho de Walt Disney, aquella isla a la que los niños malos eran conducidos por un zorro llamado «El Honrado Juan» y, después de divertirse y de comer cuantas golosinas desearan durante toda una tarde, acababan convertidos en burros. Navidazonia lo imaginaba de ese estilo, pero más nevado y con atracciones navideñas. Incluso la figura de «los Papás Noeles que regalaban caramelos» surgían en mi mente a partir de las enormes estatuas de indios de madera que repartían puros a los niños diciendo: «Aquí se fuma… ¡fumen hasta empacharse!»

Fotograma de la película Pinocho (1940), de Walt Disney
Fotograma de la película Pinocho (1940), de Walt Disney

Qué mecanismos más extraños y retorcidos posee la imaginación infantil. Cómo echo de menos la ausencia de futuro que me embargaba, la felicidad al alcance de un acción tan poco trascendental como poner el Árbol de Navidad.

Casi veinte años después, un sentimiento de melancolía decadente me invade cuando pienso que hoy es Nochebuena. Ya no escucho villancicos, sino canciones desasosegantes de Jim Morrison. Temo encender la tele para verme asaltada por todas esas películas de finales felices y reuniones familiares bajo los ojos del bueno de «Santa». De amores que siempre llaman a la puerta el 25 de diciembre, de vidas que se arreglan y sorpresas inesperadas.

Y me parece que la tristeza es una especie de ermitaña en esta época, lo cual me hace sentirme aún más lejos. La Navidad son fiestas para disfrutar en la infancia. Después, se convierten en caldo de cultivo para la nostalgia de los días y de las personas que ya no te acompañan. Como diría Morrison: «todo está roto y baila».

Voy a pedirle al Papá Noel que nunca viene a mi casa un pasaje sin retorno a Navidazonia. Mientras lo espero, os deseo una feliz noche y me despido de la mano de Lennon…

Viajes en tren

NOTA PREVIA: Escribí este texto hace dos semanas, durante mi viaje en AVE a Barcelona, pero lo publico ahora debido a mi escasez de tiempo a causa de asuntos marinísticos y no marinísticos que me mantienen ocupada -por no decir estresada…-.

Tren AVE
Tren AVE

Últimamente, he realizado trayectos largos en tren, por lo que empiezo a considerarme gran conocedora del universo que se desarrolla en ellos. Hoy me siento generosa, aburrida y con tres horas de recorrido por delante -además de un portátil a mano-, así que he decidido profundizar en el maravilloso mundo de los viajes en tren. Comenzaremos por unos consejos prácticos para novatos:

CONSEJOS PRÁCTICOS: 

  • Entrar en el coche correcto: Un billete de tren no es como una entrada de cine, de las que vienen “no numeradas”. El billete incluye hora de salida y llegada, procedencia y destino y… número de coche y de asiento. El número de coche es lo que más nos interesa, porque algunos trenes se separan en un determinado punto del recorrido y cada coche se va por un camino distinto, puesto que tienen destinos diferentes. Aunque el revisor suele estar al tanto, recuerdo una ocasión en la que una chica que se dirigía a Hendaya acabó en Bilbao, por entrar en el coche equivocado. Así que, ya sabéis, poned especial cuidado en este punto, a no ser que tengáis un espíritu aventurero, a lo Willy Fog…
  •  La Guerra de la Ventana: Este consejo es primordial. Cuando tengáis vuestro billete, mirad atentamente el número de asiento. Consta de un número y una letra que puede ser a, b, c o d. La letra es la clave. Los afortunados que posean la o la son aquellos que tendrán derecho divino a sentarse en el lado de la ventanilla. Pero, ¡ay! Las cosas no son tan sencillas. Las malas lenguas cuentan que ya se están poniendo en marcha estudios psicológicos para analizar la misteriosa fascinación que la ventanilla de trenes, aviones, ect., produce en el ser humano. Los expertos han comenzado a hablar del “Gen Ventanilla”, que desencadena una reacción violenta al entrar en contacto con la ventanilla de un medio de transporte. Se trata de un efecto similar al acaecido en el primer día de rebajas, y que puede llegar a generar los mismos niveles de violencia. Tradicionalmente, se ha pensado que eran los niños los únicos portadores del “Gen Ventanilla”, pero los últimos estudios revelan que hay un perfil de portador mucho más peligroso, que incluye a individuos femeninos que clasificaremos como “Urracas Ventanilleras”. Estudiaremos este perfil con más detenimiento en el apartado de FAUNA, pero ahora quedémonos con un consejo muy práctico: si te ha tocado asiento con ventanilla, llega al tren lo más pronto que puedas o una Urraca Ventanillera habrá ocupado tu lugar.
  • La Odisea de la Maleta: En casi todos los trenes hay dos lugares para colocar la maleta. Uno corresponde a unos estantes cercanos al techo, que quedan por encima de los asientos. En cualquier viaje de tren, existe una máxima que no puede ignorarse: llegues a la hora que llegues, esté el tren más o menos lleno, los estantes del techo estarán SIEMPRE ocupados. Nadie ha logrado explicarse el porqué. Se ha llegado a hablar de fenómenos paranormales relacionados con objetos animados que de noche ocupan esos lugares, aunque las justificaciones más lógicas apuntan a que, tal vez, sean los propios empleados los que, para hacer la gracia, se encargan de llenar los estantes antes de que suban los pasajeros.

El segundo lugar para dejar la maleta corresponde a unas estanterías a la entrada de cada vagón, que se alzan desde el suelo y tienen varias alturas. El problema que generan es que, si tu maleta pesa mucho, habrás de encontrar un Filántropo Maletista -figura que estudiaremos en el apartado de FAUNA- si no deseas morir en el intento de colocar la maleta. Sea como sea, el caso es que, al término del viaje, tu maleta estará caída, al contrario que las que le rodean. Los expertos marinísticos han llamado a este fenómeno “Conspiración Maletil Espontánea”.

  • La Película o Ruleta Rusa: Bien es sabido que en cada viaje, Renfe te ofrece la posibilidad de visionar una película que se proyecta durante el recorrido. Para ello, te regala unos cascos con funda morada, que duran, con suerte, una puesta. Lo natural es que, aunque no vaya a ver la película, el pasajero acepte los cascos y se los guarde -”a caballo regalado, no le mires el diente”-, y es así como, en algún momento de nuestras vidas, todos nos encontramos en casa un auténtico almacén de cascos de Renfe -que, desde que les han añadido la cajita morada, parecen más serios.

En cuanto a la película… Recomiendo prudencia. La suelen anunciar al comienzo del viaje. Si te decides a verla, puedes tener suerte y conseguir un viaje rápido y entretenido a causa de un buen título, pero también puede ocurrir lo contrario, y un filme como el que ahora mismo están poniendo en mi tren, Croocs, puede acabar hundiéndote para todo el día (estudios marinísticos han demostrado que, a pesar de que una película de tren sea MALA, una vez comenzada, no dejarás de verla). Por eso, popularmente se conoce este fenómeno como “La Ruleta Rusa”.

Interior de un tren de Renfe
Interior de un tren de Renfe

FAUNA DEL TREN

A continuación expongo los perfiles más clásicos, pero pueden existir otros menos comunes e incluso es posible que se produzca una mezcla entre dos de los tipos.

  1. Urraca Ventanillera: Rápidas, estratégicas, letales. Al igual que las urracas comunes roban nidos, las Ventanilleras tienen como objetivo a corto plazo sentarse junto a la ventanilla que, por derecho divino y billetístico, te correspondería a ti. Para ello utilizan varias estrategias. La más clásica es llegar antes que tú, para que, cuando te encuentres frente a la pareja de asientos, debas enfrentarte a ella para señalarle que ese es TU sitio. Para evitar que lo hagas, pondrán cara de perdonarte la vida o, al contrario, una bondadosa e inocente sonrisa. Si a pesar de ello decides seguir adelante, la Urraca Ventanillera usará su última arma: apelar a tu compasión: “Ay, maja, ¿te da igual dejarme este sitio? Que yo me mareo…”. En este caso, te puedes considerar vencido, y desear fervientemente que, al menos, la suerte esté de tu parte y la Urraca se baje en una de las próximas estaciones.

  1. Filántropo Maletista: Una figura, esta vez, positiva. Se trata del individuo que, de forma desinteresada, te ayudará a colocar tu maleta en la estantería que hay a la entrada de cada vagón y, después, una vez cumplida su tarea, se marchará. Lo más seguro es que no vuelvas a encontrarte con él en todo el viaje, a excepción de que, al bajar, vuelvas a necesitar ayuda para coger tu maleta. En tal caso, el Filántropo Maletista volverá a hacer acto de presencia para ayudarte y, después, esta vez sí, se marchará para siempre.

  1. La Grulla Narradora: Se trata de una de las criaturas más temibles de estos lugares. Su peligrosidad es directamente proporcional al tiempo del viaje. Si te ha tocado sentarte al lado de una Grulla Narradora, la reconocerás, en primer lugar, porque tienen el inofensivo aspecto de una señora de mediana edad en adelante, bondadosa, sonriente, alegre. No te fíes. Detrás de esta fachada se esconde un ser capaz de torturarte sin piedad. Por lo general, usarán un cebo: el más común es sacar una bolsa y ofrecerte galletitas, sandwiches o caramelos. “Qué maja, la señora”, pensarás, mientras aceptas la golosina. En ese instante, te habrás convertido en su presa. El siguiente comentario por su parte será banal, cortés, pero en los siguientes minutos, te hallarás envuelto en la laberíntica historia de su familia: hijos, nueras, yernos, nietos que sacan buenas notas, marido… Las narraciones podrán alcanzar el momento de la boda de la propia Grulla o incluso remontarse tiempo atrás, de modo que te capacitarán para escribir una versión contemporánea de los Cien años de soledad. Ante la Grulla Narradora, solo hay una escapatoria posible: hacerse el dormido. Esta estrategia las incapacita de modo inmediato…

  1. Los Verduleros: Figura que puede resultar trágica o cómica, dependiendo de las condiciones del viaje y de tu mayor o menor grado de aburrimiento. El arma de un Verdulero es el teléfono móvil, y lo utilizará para hablar por él durante la mayor parte del recorrido -a voces, sin ningún tipo de pudor-. No esperéis conversaciones trascendentales: tratarán sobre las notas del cole de la niña, sobre que Pepe tiene que hacer la compra después de ir a buscarla, “Mamá, ya estamos llegando” o lo mala que es la novia, que le ha dejado por liarse con otra… A veces, una conversación verdulera puede ser digna sustituta de la Película / Ruleta Rusa. En otras ocasiones, puede hacerte perder los nervios. Para este segundo caso, recomiendo tener un reproductor de música a mano,

  1. Ejecutivo Agresivo: Trajeado, Blackberry en mano, tablet u ordenador portátil: todo por si nos había quedado alguna duda de que iba en viaje de negocios. Se mueven con soltura por el tren, demostrándonos que lo consideran casi un hábitat autóctono. Suelen ser inofensivos, a no ser que la conversación por Blackberry con el jefe o el empleado de turno se alargue más de lo necesario.

  1. Chinos: Van en grupo, llevan siempre una cámara con la que fotografiarán incluso las instrucciones de cómo salir del tren en caso de emergencia…

  1. El Durmiente: Se trata de la mejor opción de acompañante. En la mayoría de los casos, el Durmiente portará un reproductor de música con cascos. Tardará de diez a quince minutos en quedarse dormido, resultando una bendición para quien tenga la suerte de haberse sentado a su lado. La beatitud del Durmiente solo puede corromperse cuando es aficionado a echar hacia atrás el respaldo de su asiento, haciéndole la vida imposible al pasajero de detrás…

  2. El Friki: Un ejemplo es quien esto escribe. Se nos distingue por la expresión de aburrimiento y por llevar un ordenador portátil o tablet con el que tratar de combatirlo. Somos inofensivos y, además, incrementamos nuestra capacidad creativa con estas disquisiciones…
Estación de Barcelona-Sants
Estación de Barcelona-Sants

NOTA FINAL: Como os decía, escribí este texto de camino a Barcelona, ciudad de Piccasso, de Gaudí y de José Agustín Goytisolo, escenario de todas esas novelitas de Zafón que igual que nos fascinaron, pasaron a aburrirnos al descubrir que todas contenían la misma historia, pero con distintos títulos.

Aunque la ciudad, lo que es la ciudad, la vi poco, porque me absorbió el Congreso sobre Exilios republicanos celebrado en la Universidad Autónoma de Barcelona, en el cual participé con una ponencia sobre Rafa. Rafa Alberti, ya sabéis…

Otoños, otras sombras…

IMG_20130415_172357

Miro por la ventana del tren. Recuerdo aquella sevillana de los Amigos de Gines que decía: “La tarde se va despacio, salpicándose de estrellas”. Unas palabras tan sencillas son capaces de arrancarme constelaciones de escalofríos. Y que haya personas que desprecien las sevillanas… Regálame unos acordes de guitarra, una voz rasgada, un cante jondo, y prometo que me romperé en mil pedazos.

Pero no estamos en el sur. El paisaje fuera del tren refleja la soledad de los campos de Castilla, aquellos que cantaba Machado, apagándose dulcemente bajo las nubes deshilachadas de luz. No; no estamos en el sur, y el verano hace tiempo que se marchó, llevándose consigo su playa, su olor a dama de noche, la cal blanca de sus casas. Se marchó el verano y ahora es necesario buscar pedazos suyos desperdigados por la lluvia gris de los días: un olor a viernes, una danza de Enrique Granados, el Atlántico volcado en unos ojos…

Hemos pasado ya por Burgos, cuyo nombre suena a invierno. Suena más que aquellas tierras que dejo atrás: los Pirineos franceses. La ciudad universitaria de Pau, con aquella pequeña plaza en la que han instalado un tiovivo renacentista, arrancado de algún siglo anterior al nuestro. Un amplio paseado flanqueado de acacias conduce a un mirador desde donde se distingue, a lo lejos, la estación de trenes. Pau conserva el charme francés que descubrí en los cuentos de hadas, e incluso un castillo –sin bruja malvada-. He pasado allí unos días como ponente de un congreso sobre humor e ironía en la literatura.

Pau, 2012
Pau (Francia), 2012

Vuelvo a mirar por la ventana del tren. La tarde ha quedado relegada a una estrecha franja amarilla, allá en el horizonte, que me recuerda que hubo un tiempo en que el sol existía. Pronto será tiempo de cantar a la noche, aunque no sea de blanco satén, porque para eso hace falta algo más que sentirse enamorada. Hacen falta rascacielos y tal vez unos ojos que te miren y te produzcan vértigo porque logren verter el Atlántico en los tuyos. He pasado de las sevillanas a los Moody Blues en solo unos párrafos, pero me temo que así soy yo: demasiado dispersa como para despertar confianza en alguien que tenga excesivo apego a la Realidad. Más aún si confieso que en estos instantes voy escuchando en mi reproductor de música el Danubio Azul

Si las bicicletas son para el verano, los valses de Strauss pertenecen a una estación inconcreta del invierno. Sin rascacielos, pero sí con abrigos grises y nieve, guantes, tazas de chocolate, besos de humo, como diminutas chimeneas vivas. No es tan terrible el invierno: no lo es. El invierno es un gorro blanco de lana perdiéndose por callejuelas de Madrid que a su vez se han perdido en nuestra época.

Lo cierto es que el Danubio no es azul. En Budapest, la leyenda cuenta que solo aquellas personas que están enamoradas podrán verlo de ese color. Lo miré hace algunos veranos. Ignoro si lo que sentía por entonces podría alcanzar ese sentimiento, pero me puedo contar entre esos pocos elegidos.

Budapest, agosto de 2007
Budapest, agosto de 2007

Fuera es ya noche cerrada. Una voz impersonal, de esas que suenan en los trenes, acaba de anunciar que pasaremos por Valladolid. Quedan una hora para llegar a mi madrileño destino. En el reproductor de música, el Don Giovanni de Mozart me acaba de arrancar con elegancia de mi mundo de valses, nieves e inviernos. Seguimos en octubre, el mes en el que Ángel González afirmó que no pasa nada. Se equivocaba Ángel: pasan tantas cosas… Octubre es el mes de las Gymnopédies de Satie. Es el mes de dibujar melancolías en un verso, de cumplir años, de sentirse muy niña. De divagar mucho, como ahora, para evitar dormirse, para escapar de la noche, para recordar aquellos montones de hojas crujientes que se arremolinaban en la calle del colegio, mi trotecillo alegre, las primeras lluvias… Tengo sueño. Se me cierran los ojos y los recuerdos aparecen iluminados por un aura dorada y otoñal, dulce, mullida, que se ha debido perder por esta época, o tal vez solo por mi imaginación… ¿Es Satie, verdad? Satie tiene la culpa. Satie es capaz de proyectar otoños y lágrimas y acogerme en su pequeño mundo de sueños y delicados acordes de piano en el que me encuentro tan cómoda que no me importaría quedarme dormida…

La entrevista

 Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.

(Alejandra Pizarnik)

eye

Hoy es un día especial. He descubierto la manera de viajar en el tiempo, y se me ha ocurrido la fantástica idea de entrevistarme a los seis años, en parte por ver cuánto he cambiado y, en parte, porque me echo un poco de menos. Un poco…

Bien, el mecanismo ya está activado. Solo queda cerrar los ojos y… ¡vaya! ¡Estoy volando! ¿Qué es eso que…?

Parece que he aterrizado sin contratiempos… Me encuentro ahora en un patio soleado, cuajado de geranios, de hortensias, de rosas, flanqueado de adelfas. Una delicada mariposilla blanca traza filigranas en el aire. Hay dos cuerdas con ropa tendida. Las baldosas son lisas, de color teja, y sobre ellas se levanta una mesa de jardín blanca con cuatro sillas alrededor… Se escucha un pasodoble lejano, que tal vez procede de dentro de la casa, o de alguna de las ventanas abiertas de los edificios que rodean el patinillo.

Al fondo, junto al rosal, distingo a una niña sentada sobre una diminuta butaca de mimbre que parece hecha a su medida. Sostiene sobre las rodillas un cuaderno. Camino lentamente, para no asustarla, y me doy cuenta de que está muy concentrada dibujando.

Entonces se percata de mi presencia, y levanta la mirada. Tiene unos ojos grandes, de largas pestañas e inmensas pupilas que no me permiten apreciar el color de su iris. La boca, entreabierta por la sorpresa, deja ver unos dientes blanquísimos que contrastan con el tono cereza de sus labios grosezuelos. La nariz pequeña, el cabello corto y ondulado, de un color a medio camino entre el castaño claro y el rubio oscuro.

Es Marina.

1996
1995

-Oye, ¿quién eres? –me pregunta, con una mezcla de temor y curiosidad.

-Me llamo Marina, como tú. He venido de muy lejos para hacerte una entrevista.

-¿A mí? ¿Por qué? ¿Se lo has dicho a mis abuelos?

-No se lo he dicho a nadie, porque quiero que sea un secreto entre nosotras. ¿Vale?

-Pero… ¿y si eres una mala? ¿Y me quieres raptar, o algo?

-No te preocupes: soy buena.

Marina continúa estudiándome con curiosidad, sin arriesgarse a regalarme su confianza.

-¿Y por qué quieres hacerme una entrevista?

-Bueno… ¿tú no querías ser famosa?

-Sí…

-Pues para eso… Para que mucha gente lea la entrevista. Aunque pasarán unos cuantos años… Es que yo soy periodista.

-Bueno, vale.

-¿Vale? Muy bien, iré rápido para que puedas ponerte otra vez a dibujar.

-Vale. Estoy esperando a que me llamen para comer. Es que hoy celebramos mi cumpleaños.

-¿De verdad? Hoy también es el mío. ¿Cuántos cumples tú?

-Seis. ¿Y tú?

-Veinticuatro…

-¡Hala: tienes más de veinte! ¡Qué mayor!

-Un poco, sí… ¿Empezamos?

-¡Vale!

1997
1997

P- Vamos a comenzar con algo fácil. ¿Cuáles son tu color y tu número favoritos?

R- Mi número favorito es el 2, porque parece un cisne. Mi color… ¡el azul!

P- ¿Estás segura? Yo pensaba que era el rosa.

R- Bueno, cuando era pequeña sí, porque el rosa es el color de las princesas y todo eso. Dicen que el azul es de chicos. Pero me da igual…

P- Para ti, ¿cuándo deja alguien de ser “pequeño”?

R- A los seis años ya te haces una niña mayor. Después, a los diez, te haces muy mayor. A los dieciséis te enamoras y a los veinte ya eres adulta.

P- ¡Qué claro lo tienes! ¿Y de quién te gustaría enamorarte a los dieciséis?

S- Pues… –duda unos instantes en los que compruebo cómo se va ruborizando– De un niño de mi clase.

P- ¿¡Quién!? –me hago la tonta, fingiendo que no lo sé, para que me dé el nombre; pero Marina es mucho más tímida de lo que recordaba…

S- No te lo pienso decir. ¿¿Y si lo lee?? ¡No le digas a nadie que estoy por alguien, eh!

P- Tranquila, que para cuando se publique la entrevista, es tremendamente complicado que él se interese por leerla. Pasemos a otra pregunta… ¿Qué te gustaría ser cuando te hagas “adulta”?

R- ¿De trabajo, dices? Princesa, actriz de cine, cantante o escritora.

P-  ¿Escritora? ¿Has escrito algo ya?

R- No, pero dibujo las historias. Por ejemplo, ahora estoy dibujando la historia de “Aurora en el País de los Gatos”. Trata sobre una niña que se encuentra un gato que la conduce a un arco-iris. La niña sube por el arco-iris hasta una ciudad de nubes, donde viven gatos. Allí se transforma también en gata, y conoce a un gato que es el Príncipe de la ciudad. Al final, los dos se transforman en humanos príncipes y vuelven al mundo de los humanos, y se casan.

P- Suena interesante. ¿Lees mucho?

R- Sí. Ahora me estoy leyendo un libro muy gordo que se llama Mil años de cuentos, y tiene cuentos de princesas, hadas y cosas así.

1994
1996

P- ¿Qué libro te gustaría tener?

R- La Bella Durmiente. Con los dibujos de la película… ¡es mi película favorita! Pero un día que le dije a mi padre que me lo comprase, me acabó comprando otro que se llama Toribio y el sombrero mágico.

P- ¿Y la poesía? ¿Te gusta?

 R- Mi señorita de Preescolar nos enseñó muchas. Mi favorita es una que dice: “Otoño, viento amarillo, / vientecillo trotador, / que al campo, como un asnillo, / cubres con odres de olor. / Otoño, viento amarillo.”. Pero creo que la poesía es para niños pequeños.

P- Y además de leer y dibujar, ¿qué te gusta hacer?

R- Jugar con las Barbies y con los muñecos pequeños de personajes de películas.

P- ¿Sola o con más niños?

R- Sola o con mi hermano, Juanito. Tiene tres años. Pero también me gusta jugar con las niñas de mi clase a un juego que me he inventado yo y que se llama “La Mascotería del Miau-Miau”. Yo soy la dueña de la mascotería, otras son los gatos y otra es la compradora, y tiene que elegir un gato…

P- ¿Dónde te gustaría viajar?

R- ¡A mi pueblo! Bueno, no: a Saturno… Me gusta mucho el espacio. Siempre juego a que tengo una nave espacial y paseo por los anillos de ese planeta. Además, en el espacio puedes volar.

P- ¿Te gustaría volar?

S- ¡Es lo que más me gustaría en el mundo! Cada vez que tengo una pesadilla, me puedo escapar volando hacia el cielo. Y cuando llego muy alto, me despierto en mi cama…

P- En el fondo, eres una aventurera, ¿no?

S- Me encantaría ir de expedición por la selva. Cuando juego a los papás y a las mamás con los muñecos, yo siempre me pido vivir en el Amazonas. A los demás no les gusta mucho… Pero es más emocionante. Antes hacía que las farolas eran árboles frutales y que tenía que coger la fruta de allí para alimentar a los niños. Hasta que, un día, mi madre me pilló subida a una farola y me echó una bronca tremenda…

1994
1994

P- ¿Cuáles son tus personajes de dibujos favoritos?

S- Willy Fog, Gadget, Heidi…

P- Bien, ya estamos acabando. ¿Qué deseo pedirás cuando soples las velas?

R- Que me compren una gatita blanca de ojos azules. Pero de verdad, no de peluche.

P- ¿Y algún deseo que sepas que nunca se va a realizar?

S- ¡Que existan los dinosaurios! Me encantan… Bueno, y que caiga un meteorito y haga que todos dejemos de crecer.

P- Creo que ese es muy buen deseo… ¡Pues muchas gracias por responderme todo!

Un momento, ¿qué es esta niebla? Marina se está destiñendo en el aire, o algo así… El patio entero se está diluyendo. Con sus flores, sus plantas, sus mariposas y sus baldosas color teja iluminadas por el sol… Tal vez sea yo la que desaparece. No puedo creer que me haya dado tiempo a terminar la entrevista y…

Y todo esto para qué, me pregunto. ¿Por cumplir veinticuatro? Como ha dicho Marina, una se hace adulta a los veinte; ya no me debería importar seguir cumpliendo años. Y menos si todavía espero la llegada de ese meteorito prodigioso…

CYMERA_20131013_133225