Times they are a-changing

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Lo confieso: me cuesta horrores asumir el significado de la palabra “pasado”. Me esfuerzo por retener las cosas y a las personas a mi lado; me resisto al cambio con ferocidad, prendida a una nostalgia perversa que me impide, a menudo, volar.

El que se va ha sido un año difícil. Porque, en 2015, los tiempos han empezado a cambiar de verdad, como en aquella canción de Bob Dylan. A mis 26, continúo siendo una ingenua respecto a los sentimientos humanos, a valores que yo considero tan importantes como la amistad. Pero este año, he aprendido que el amor no es lo único que puede ser no correspondido.

Hay gente a la que no le duele perder a las personas; gente que, ante el menor obstáculo, no duda en apretar el gatillo y borrarte de su vida, mientras tú todavía te preguntas qué fue lo que hiciste tan terrible como para llevarlo a tomar una decisión tan extrema. Pues bien, probablemente no fue tan terrible lo que hiciste. Si esa persona ha reaccionado así contigo sin el más mínimo temblor, he ahí la demostración tangible de que jamás le importaste de verdad. De nuevo, la línea borrosa que separa la verdadera amistad del “colegueo”.

El rencor es un virus que habita en algunos corazones y los va ennegreciendo progresivamente, cubriéndolos de amargura, para después devorarlos. La misma hipersensibilidad de la que siempre me quejo ha sido la responsable de que en mi alma no pudiera anidar el monstruo desesperado del rencor. Creo de veras que los desencuentros puntuales son justificables en una amistad más o menos consolidada, pero también es lógico, si esa amistad es de verdad amistad y no una pantomima, que pese más el cariño que el orgullo, la nostalgia que la ofensa. Sin embargo, me he dado cuenta de que, tal vez, mi concepción de la amistad es demasiado idealista.

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Las Merodeadoras’15…
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Allá por enero, con Javi, Eric Snape y mi flequi de llama…

Pero considero que hay algo peor que encariñarse demasiado con las personas, y es no ser capaz de querer. Este año, he comprendido al fin que, a las personas que no sepan querer, las prefiero lejos. Y es mejor que se quiten la máscara cuanto antes, por mucho que pueda doler. Algún día, terminaré de asumir que todo tiene un comienzo y un fin, que nada es eterno, aunque nos esforcemos por retenerlo.

Los tiempos cambian, sí; pero también se acercan oleadas de luz en las horas más sombrías. Este año, la marea de la poesía me ha traído a personas maravillosas que también sienten demasiado, como yo, y que poseen los ingredientes ideales para ser amigos. Tal vez es cierto eso que dicen: que todos vamos encontrando poco a poco nuestro lugar, rodeándonos de gente que comparte, de algún modo, nuestra manera de ver el mundo. Tal vez, esa sea la razón del cambio que ya ha comenzado y que se presiente imparable.

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Acto homenaje a la colección de poesía El Bardo en la Casa del Lector

2015 también ha sido el final de un ciclo y el comienzo de otro. He obtenido mi título de Doctora en Literatura -¡y Cum Laude!-, demostrándome a mí misma que todo esfuerzo tiene su fruto. Un triunfo que me empuja a seguir esforzándome en lo que ahora me he propuesto: aprobar las oposiciones de Profesorado de ESO y Bachillerato, en la especialidad de Lengua y Literatura. Después de tantos años perdida, por fin he descubierto que mi verdadera vocación ha sido siempre la enseñanza. Lo tengo más difícil que cualquiera, puesto que yo no soy licenciada en Filología, pero en mi ventaja cuento con una voluntad férrea. Voluntad, precisamente, no me falta; ni ilusión por llegar al final.

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Tras el veredicto del tribunal. Con el director de mi tesis, Ignacio Díez, y los miembros del tribunal: Gaspar Garrote, Dolores Romero, Eduardo Pérez-Rasilla, Jesús Ponce y Juan Matas

Hay que mirar ahora a 2016, donde me espera otro triunfo –esta vez, en mi faceta poética, ¡ya os contaré!- y, tal vez, el aprobado en las oposiciones. Los tiempos seguirán cambiando a un ritmo más o menos acelerado, pero, como dijo Don Fabrizio Corbera, sublime creación de Giussepe Tomasi de Lampedusa, “Es necesario que todo cambie para que todo siga como está”.

Feliz Nochevieja a todos.

Alberti y la emoción poética

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Tras el veredicto del tribunal. Con el director de mi tesis, Ignacio Díez, y los miembros del tribunal: Gaspar Garrote, Dolores Romero, Eduardo Pérez-Rasilla, Jesús Ponce y Juan Matas

Por primera vez en varias semanas, dispongo de un rato para respirar, mirar algo más que no sea el temario de las oposiciones y asimilar los acontecimientos que me rodean. Por ejemplo, el hecho de que, desde hace dos días, soy Doctora Cum Laude en Literatura española, gracias a mi tesis Oscuridad y exilio interior en la obra de Rafael Alberti. Alberti, que hoy, 16 de diciembre, cumpliría 113 años.

Con mi tesis doctoral finalizada, termina un ciclo que empecé hace ya cuatro años. Tenía por entonces 22 y estaba comenzando el Máster de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid, con el objetivo de poder iniciar, en el siguiente curso, mis estudios doctorales. A mis espaldas, una licenciatura en Periodismo que no me acababa de satisfacer. Me sentía todavía un poco perdida, pero comenzaba a encontrarme.

Mi primer trabajo de investigación para el máster no fue sobre Luis Cernuda, como cabría pensar viniendo de mí, sino sobre uno de sus compañeros de generación, Emilio Prados. Concretamente, me centré en su etapa surrealista. Podría haber continuado la investigación del máster en mi tesis doctoral, pero necesitaba un tema que, más que gustarme, me apasionara. Todo apuntaba, de nuevo, hacia Luis Cernuda. Por eso fue una sorpresa –especialmente, para mí misma- que finalmente me decantara por Rafael Alberti.

Y es que Cernuda ya ha encontrado su lugar en la crítica, la valoración que desde siempre se había merecido y que no ha obtenido hasta hace bien poco. Pero Alberti, tan célebre en los años setenta y ochenta, ha ido desvalorizándose progresivamente; en parte, debido a la ideología comunista que mostraba, que no a todos agrada. Es recurrente, también, juzgar toda la trayectoria del poeta por su primer poemario, Marinero en tierra, sin conocer su amplísima obra, que profundiza el multitud de corrientes, técnicas y géneros, y que resulta en todos los casos brillante. Estamos hablando de una de las voces líricas más importantes de la literatura española, el maestro de las imágenes poéticas, cuajadas de plasticidad y virtuosismo. En acertadas palabras del doctor Gaspar Garrote, miembro de mi tribunal, se trata “del poeta más representativo de la Generación del 27”. Es ahora, cuando podemos contemplar su obra completa desde una cierta distancia temporal, cuando deben publicarse nuevos trabajos que la revisen de forma global, que muestren nuevas perspectivas.

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Agosto de 2014, en la Casa Museo de Rafael Alberti

Y en gran medida, por todo esto elegí a Alberti como tema de mi tesis doctoral. Pero no he incidido en la visión tradicional del poeta como ser luminoso y alegre, visión a la que estamos acostumbrados. Hablé del Alberti más oscuro, del Alberti que se sentía exiliado del presente, cuyos versos nacían del desamparo y de la sombra. Y confieso que me he apasionado escribiendo. Hay quien me ha criticado, en la tesis, un uso excesivo de mi intuición a la hora de interpretar la obra albertiana, dejando más de lado el aspecto filológico. Me cuesta no implicarme en aquello en lo que profundizo. En la carrera de Periodismo, ya me pedían sacrificar mi subjetividad en los escritos y jamás lo conseguí –tampoco hice demasiado por conseguirlo-.

Pero es que no soy periodista ni filóloga; soy las dos cosas a la vez o ninguna. Creo que soy, por encima de todo, poeta –no sé si buena o mala; eso no viene al caso-, y mi propia subjetividad se impone. Me dice que, para poder interpretar la poesía, hay que sentirla: dejarla correr por la sangre, beberla a bocanadas, situarse en la piel de su autor. En este contexto, la filología es solo un instrumento más que nos ayuda al análisis, pero que en ningún caso debería sustituir a la intuición, al sentimiento. Precisamente, porque estamos hablando de poesía, el género literario que más depende de la sentimentalidad, del impulso emocional, de lo opuesto a la razón desnuda.

No ha sido fácil abrirme camino en el mundo filológico sin la carrera de Filología. He tenido que aprender mucho y compensar mis carencias con múltiples lecturas y horas de trabajo. Pero finalmente, lo he conseguido. Con esta perspectiva emocional, tan distinta del frío academicismo que a veces se exige. Supongo que eso es, a la vez, ventaja e inconveniente. No consigo diseccionar un poema sin diseccionarme a mí con él. Tal vez, es demasiado tarde para convertirme en filóloga… Tal vez lo sea ya.

O tal vez… “Tal vez no seré nada, y mi vida tendrá esa admirable gratuidad de las existencias perfectas”. Eso lo dijo Luis Cernuda. Cernuda, Alberti… Los dos se me antojan amigos muy cercanos a los que nunca he conocido, a los que siempre he conocido.

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Luis Cernuda en los años veinte

Cae la noche y se precipitan las familiares divagaciones. La luz del flexo baña de un aire meditabundo la mesa de mi escritorio. Rememoro mi sonrisa llenando los segundos posteriores a aquellas palabras: “El tribunal ha decidido, por unanimidad, concederle el Sobresaliente Cum Laude”. Empiezo a comprender que todo esfuerzo acaba dando su fruto, aunque a veces parezca que la niebla, esa niebla tan unamuniana, nos envuelva, impidiéndonos contemplar la luz del sol. Sí: todas las recompensas llegan. Pero el camino jamás termina.

Y hoy, en el 113º aniversario del nacimiento de Rafael Alberti, todavía quedan muchas metas que conquistar, hasta que su poesía ocupe en la crítica el lugar que se merece.

Literatura clásica y contemporánea en «L.A. Woman», de The Doors

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Jim Morrison en 1970

El 8 de diciembre de 1943, hace ahora 72 años, nacía en Melbourne James Douglas Morrison, que pasaría a la Historia como Jim Morrison, líder y vocalista de una de las bandas más esenciales del rock internacional: The Doors. En artículos anteriores, ya he profundizado en su faceta de poeta, menos célebre que la de estrella del rock y, sin embargo, aquella en la que Jim se sentía más cómodo.

Los biógrafos de Morrison suelen coincidir en que se convirtió en cantante por mera casualidad: una oportuna conversación con su compañero de carrera Ray Manzarek, que descubrió en los poemas de Jim un material excepcional para añadirle una base rockera y construir, en torno a ellos, una banda de estilo psicodélico, acorde con las nuevas tendencias musicales que comenzaban a aparecer.

Yo misma he sostenido esa hipótesis acerca de que fue la casualidad la que condujo a Jim a los escenarios; pero ahora, después de haberme adentrado mucho más profundamente por las apasionantes sendas del rock de los sesenta, me corrijo: en aquella época, el rock y la literatura caminaban de la mano y resultaba difícil separar uno de la otra. Y así, nos encontramos con las dos caras de la moneda: el rock hecho literatura en la Generación Beat de los cincuenta, y la literatura hecha rock en las míticas bandas de la segunda mitad de los sesenta: The Beatles, The Velvet Underground, Jefferson Airplane… Y, por supuesto, The Doors.

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The Doors: Jim Morrison, Robby Krieger, Ray Manzarek y John Densmore

Como he dicho, la materia prima de las canciones de The Doors la constituían los poemas escritos por Jim Morrison. Exceptuando unos pocos temas compuestos por Robby Krieger –circunstancia que se hace notar en la menor calidad lírica-, todos parten de la poesía de Jim. Y entremezcladas con sus versos, multitud de referencias literarias y cinematográficas que reflejaban el inmenso bagaje cultural del vocalista.

Podríamos dedicar todo un libro para recoger las múltiples referencias e inspiraciones halladas en las letras de The Doors, pero hoy quisiera centrarme en un tema en concreto; uno de los que, en mi opinión, presenta una mayor intensidad lírica. Se trata de la canción “L. A. Woman” –“Mujer de Los Ángeles”, incluida en el álbum que lanzaron en 1971, el último que grabó la banda en vida de Jim Morrison –fallecería tres meses más tarde, en París-, que lleva el mismo título que la canción y que apuesta claramente por la mezcla del rock con el blues.

El tema “L. A. Woman” fue compuesta por Jim Morrison para Pamela Courson, con quien mantendría una inconstante y tormentosa relación desde los veintidós hasta los veintisiete años, cuando murió junto a ella en París. También es un canto a Los Ángeles, ciudad que Morrison amó hasta el fin de sus días. Veamos la traducción de la letra:

Bueno, llegué a la ciudad hace casi una hora.
Me di una vuelta para ver de qué lado soplaba el viento,
por donde están las chicas, en sus bungalows de Hollywood.
¿Eres una damisela afortunada en la Ciudad de la Luz
o solo otro ángel perdido?

Ciudad de la noche,
ciudad de la noche,
ciudad de la noche..
Mujer de Los Ángeles, mujer de Los Ángeles,
mujer de Los Ángeles, tarde de domingo;
mujer De Los Ángeles, tarde de domingo;
mujer De Los Ángeles, tarde de domingo;
conduce por los suburbios
en tu blues, en tu blues; sí…
en tu blues… ¡oh, sí!

Veo que tu cabello arde,
las colinas se incendian.
Si te dicen que nunca te he amado,
sabrás que mienten.

Conduciendo por las autopistas,
vagando por los callejones a media noche…
Policías en coche, bares de topless…
Nunca vi a una mujer
tan sola, tan sola,
tan sola, tan sola…

Motel, dinero, asesinato, locura.
Cambiemos el humor: de la alegría a la tristeza.
El Sr. Mojo colocándose…

En la letra, el yo lírico se dirige a una hipotética mujer a la que formula una pregunta: “¿Eres una damisela afortunada en la Ciudad de la Luz? / ¿O solo otro ángel perdido?…”. A esa misma mujer –sabemos que es Pamela por el color rojo de su pelo- le dice: “Veo que tu cabello arde. / Las colinas se incendian. / Si te dicen que nunca te he amado, / sabrás que mienten”. En el videoclip que The Doors eligieron para la canción, mientras la voz de Morrison canta esta estrofa, vemos un monte ardiendo y, por encima de un edificio, un rótulo, algo así como el nombre de una tienda, un hotel o un pub, que reza Dante’s. Por detrás, las llamas que consumen el paisaje. Se trata, sin duda, de un guiño al Infierno de la Divina Comedia, trasladado a los años sesenta del siglo XX, banalizado.

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Pamela Courson, novia de Jim Morrison, es la musa oculta del tema «L.A. Woman» de The Doors

Pero además de esta referencia a Dante, existen otras contemporáneas. Jim Morrison llama a Los Ángeles “Ciudad de la noche”. Se trata de una alusión a una sobrecogedora novela del texano John Rechy, City of Night (1963), que versa sobre el sórdido mundo de la prostitución masculina en  Nueva York, Los Ángeles, San Francisco y Nueva Orleans. La letra de la canción de The Doors, así como el videoclip original, hacen referencia a la vida nocturna de Los Ángeles, dominada por los bares, el juego, la bebida y la prostitución. Temas, por otra parte, muy recurrentes en la literatura beatnik, de la que Jim bebía.

En la pregunta que plantea Morrison al comienzo de la canción: “¿Eres una damisela afortunada en la Ciudad de la Luz / o solo otro ángel perdido?”, existe una alusión a la novela Los vagabundos del Dharma, escrita por Jack Kerouac –célebre integrante de la Generación Beat- en 1958 y considerada uno de los libros de cabecera del movimiento hippie, a causa de la espiritualidad que exuda. En un momento de la novela, leemos: “¿Somos ángeles caídos que nos negamos a creer que nada es nada y, por tanto, nacemos para perder a los que amamos y a nuestros amigos más queridos uno a uno, y después nuestra propia vida, para probarnos?”.

Una cuestión que, sin duda, atormentaba a Jim, cuya vida fue una constante experimentación de los sentidos –aquella consigna extraída de su adorado Rimbaud- para evitar, en la medida de lo posible, convertirse en lo que él definía como “voyeur”, interpretado en el sentido existencial; en otras palabras: espectador de su propia existencia.

[Parte del texto ha sido extraído de mi libro El barco de cristal. Referencias literarias en el pop-rock (Líneas Paralelas, 2014)]

Martes trece

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Hoy es martes 13 y la fecha se vuelve Trending Topic en Twitter, como si no hubiera acontecimientos más interesantes que las anécdotas supersticiosas. Pero así es el universo de las redes sociales: un triste reflejo de las inocuas preocupaciones e inquietudes de la gente de a pie.

Así que todos vivimos hoy muy preocupados porque es martes 13. Yo debería preocuparme más, por aquello de que parece un día poco jovial para cumplir años. Pero, tranquilos: nací un viernes 13 –en el mundo anglosajón, sustituyen el martes por el viernes-, así que estoy muy curada de espanto. Llevo 26 años surfeando sobre esa supuesta mala suerte que habría de perseguirme y, en cuanto a hoy… Sí; admito que soy víctima de un resfriado monstruoso e interminable, pero como diría Angelito, “A veces, en octubre, es lo que pasa…”.

Incluso podría afirmar que ha sido un día medianamente afortunado, puesto que al fin he conseguido inscribir mi tesis doctoral. Y es que esto de la burocracia –y del “Vuelva usted mañana”, que diría Larra- resulta agotador: casi se tarda más en inscribir la tesis que en escribirla. Hay que sacar la Espada de la roca, sortear una selva de espinos y enfrentarse al Dragón –los dragones de Secretaria son más agoreros que los martes 13; creedme-, y solo los valientes llegan al final.

Mientras escribo, ha comenzado a llover. Parece que al fin ha llegado Joaquín a España, que se estaba haciendo de rogar… Joaquín es el nombre que le han puesto al último huracán, cuyos restos llegarían a nuestro país ayer, según las previsiones. Me encantaría conocer a las personas que se dedican a ponerle nombre a los huracanes: deben de ser familia del tipo que firma como “Mufasa” sus grafitis, los cuales se pueden ver por los muros de la Complutense. La cosa es mucho más seria de lo que parece: los de mi generación saben que la muerte de Mufasa dejó un trauma difícil de superar en nuestros corazones, incluso en el de ese incomprendido grafitero que intenta hacerle un homenaje silencioso y poco ortodoxo. Porca miseria

Con todas estas divagaciones, casi olvido el motivo por el que iba a ponerme a escribir, que no es otro que mis 26 años recién estrenados. A estas alturas del texto, me abstengo de hacer una síntesis de lo que han supuesto los últimos 365 días para mí, pero sí haré un adelanto de los que me esperan. La mayor parte de los 26 la pasaré estudiando el temario de las oposiciones de profesora de instituto, en la modalidad de Lengua y Literatura española. Porque está el panorama laboral tan halagüeño que la posibilidad de acceder a un funcionariado se plantea apetitosa, por duro que resulte el acceso.

Y mientras, seguiré luchando contra la irascibilidad a la que me empujan las 9 o 10 horas de estudio diario. Por suerte, hay personas cuya simple existencia ya me arranca una sonrisa, y a esas no les impone demasiado mi irascibilidad. Esas personas no se van, al contrario que otras, que no terminan de llegar, o de las que se han marchado para siempre. Este último grupo me hace reflexionar a menudo, pervertida por una hipersensibilidad que siempre me ha devorado, y que no me permite dejar marchar sin más a las personas que considero importantes. Pero la gente se marcha: hay gente que forma parte del pasado y no del presente. Por alguna tópica razón, los recordamos en los cumpleaños o en las fechas más señaladas.

Sé que mis lectores quizá esperabais un artículo profundo Sobre Luis Cernuda o Jim Morrison, pero hoy no os puedo ofrecer más que estos pensamientos deshilachados, reunidos sobre el otoño. Me volveréis a leer, aunque el temario de las oposiciones parezca no tener fin. Escribir es una necesidad, siempre. Por muchos años que se cumplan…

Trato con la Muerte

Fotograma de El séptimo sello (1957), de Ingmar Bergman
Fotograma de El séptimo sello (1957), de Ingmar Bergman. El protagonista, encarnado por Max Von Sydow, se juega su vida a una partida de ajedrez con la Muerte

Últimamente, mis sueños se han vuelto muy postmodernistas. Hace poco más de un mes, una Marbú Dorada me reveló que no tengo futuro profesional, acontecimiento que me condujo a una intensa reflexión acerca de las ilusiones perdidas en mi generación. Esta noche, no ha sido precisamente una galleta quien se me ha presentado, aunque el desenlace del conflicto sigue teniendo mucho de vanguardista.

Rememoremos. Delante de mí tenía a una criatura negra y alta, encapuchada, que sostenía una guadaña. Lo habéis adivinado: era la Muerte, y además una Muerte de perfil clásico, con su guadaña y su capucha: nada de esqueletos exóticos u hombres calvos a lo Ingmar Bergman. Hasta ahí, reconozco que hay poco vanguardismo.

El caso es que, tras un episodio onírico-marinístico de aventuras y fantasmas que no traeré a colación –mis sueños podrían adaptarse para el cine-, pero en el que no había resultado bien parada, la Señora Parca había decidido que era tiempo de llevarme con ella. En efecto, queridos lectores: me había llegado la hora.

Yo, que en situaciones críticas me vuelvo muy ingeniosa, me decidí rápidamente a no perder los nervios y negociar con el tenebroso ser mi paso al Más Allá. Ni un vendedor de seguros nacido de la pluma de James McCain lo hubiera hecho mejor. Ya sé que, llegados a este punto, os imagináis propuestas clásicas como una partida de ajedrez, una acción benévola para con mis seres queridos o incluso encontrar un hogar para una pobre huerfanita –los que seáis de mi generación y hayáis aderezado vuestra infancia con Todos los perros van al cielo (1989), me entenderéis-. Pero, ¡no! Ya os dije que el final es muy postmodernista.

Fotograma de Perdición (1944), de Billy Wilder. En la escena, el vendedor de seguros representado por Ben McMurray negocia con la ambiciosa Barbara Stanwyck
Fotograma de Perdición (1944), de Billy Wilder, basada en la novela de James McCain. En la escena, el vendedor de seguros representado por Fred McMurray negocia con la ambiciosa Barbara Stanwyck

Lo que se me ocurrió fue proponerle a la Muerte escribir por ella una columna semanal en mi blog. Así, tal cual. Se ve que apareció mi vena periodística, ese mito que ha permanecido oculto durante cuatro años de carrera y del cual ya me había planteado que en realidad se tratase de los padres. Pues bien, la Muerte no rechazó la idea. Se llevó la huesuda mano al lugar donde se supone que debería encontrarse su barbilla y me dijo: “Bueno, he de admitir que escribes muy bien; tal vez debería pensarlo”. Por mi parte, y como buena vendedora de seguros periodísticos, le metí un poco de presión, sobre todo porque no me apetecía quedarme con la incertidumbre de saber si me iba a morir o no. Le hablé de las interesantes perspectivas que abriría el hecho de poderse dar a conocer cada semana en una columna, reflexionando sobre el panorama actual o pasado y utilizándome como mera transmisora de sus pensamientos.

Al final, acabó aceptando: me prolongaría la vida durante el tiempo que yo estuviera dispuesta a redactar a su nombre una columna semanal. No era una oferta tan cruel, si lo pensamos bien: hay tantos periodistas becarios que trabajan como chinos sin cobrar un sueldo… Esto sería algo así como una clase de “Becarios 2.0”: trabajas, no cobras y, si dejas de trabajar, estás muerto. Un paso más de la situación actual. El colmo del capitalismo.

Cuando me desperté por la mañana, me sentía orgullosa de mí misma por haber burlado a la Muerte. Pero, no os emocionéis: he decidido que no voy a escribir esa columna semanal. En parte, por falta de tiempo; pero también porque la Muerte se merecería algo más popular que mi blog. ¿Os imagináis cuántas reflexiones interesantes podrían recogerse? Nos hablaría, tal vez, de escritores fallecidos, de sus últimos deseos; describiría las guerras que solo conocemos superficialmente a través de los telediarios. Criticaría la estupidez humana: la pérdida de tiempo con gente que no aporta nada, la infravaloración de los momentos cotidianos más preciosos, la inútil acumulación de riquezas… Demasiado jugoso para un blog modesto como el mío, ¿no creéis?

Querida Muerte: no te sulfures; si algún día se me tuerce el camino y acabo convertida en una periodista famosa; entonces, podremos hablar de negocios.