Lobos y corderos

El rebaño.

Ahora, la moda es llamarlo bullying, pero el acoso escolar ha existido desde que el mundo es mundo. En una clase nunca ha faltado la figura del marginado, que puede serlo, simplemente, por tener aficiones distintas a la mayoría de sus compañeros, o por constituirse como una persona extremadamente tímida e introvertida, con problemas para relacionarse socialmente. Estos niños y adolescentes se convierten en la víctima perfecta para los clásicos abusones que necesitan demostrar su superioridad –una superioridad ficticia- sobre ellos para sentirse realizados y ser aceptados socialmente. Personas que están convencidas de que serán más admiradas cuanto peor traten a aquellos más vulnerables, aquellos que menos amigos tienen o a los que más les cuesta defenderse. Tristemente, en numerosas ocasiones esto se cumple, convirtiéndose el resto de compañeros en un rebaño que sigue ciegamente al abusón y se une a sus burlas.

Recuerdo a una compañera de los tiempos en los que cursaba la Educación Primaria. No era una niña demasiado inteligente ni buena en los estudios, pero disfrutaba humillando públicamente a otras niñas que no conocían el idioma español porque acababan de emigrar de otros países, o aquellas que eran más introvertidas a causa de una situación familiar complicada. Yo jamás me quedé de brazos cruzados: defendí a aquellas compañeras más vulnerables a pesar de situarme en el punto de mira de la abusona, que gozaba de popularidad en la clase. En esos tiempos, tenía mi grupo de amistades y no me sentía atacada por nadie. Lo fácil hubiera sido unirme a los insultos de aquella chica y reírle las gracias, demostrándole complicidad. Preferí jugarme mi posición social en la clase y hacerle frente, poniéndome de parte de las desfavorecidas. Y por supuesto, mi acción me cobró factura, porque unas cuantas de las compañeras que tan amigas mías decían ser se alejaron de mí para confabularse con la abusona, que desde entonces me convirtió en el nuevo blanco de sus burlas. Realmente, no me importó, porque aquellas niñas demostraron no tener ninguna personalidad, y a mi lado permanecieron las que de verdad sentían aprecio por mí.

En mis años de estudiante de ESO, yo no era demasiado popular y no se me daba muy bien relacionarme con mis compañeros, sobre todo debido a mi timidez. Circunstancia que fue aprovechada por algún que otro abusón que me señaló como el bicho raro, la antipática, la repelente. Me hubiera gustado, en aquellos tiempos, que alguien diera la cara por mí como yo en su día la di por otros, pero es difícil dejar de seguir al rebaño y jugarte tu posición social por actuar contra la injusticia. Al final, fui yo quien tuvo que aprender a defenderse, a superar la timidez y a demostrar que no era ningún bicho raro, que podía tener amigos igual que el resto, y ser admirada y apreciada.

No es cierto que todos los niños y adolescentes víctimas de algún tipo de acoso escolar sufren consecuencias psicológicas de por vida y se convierten en adultos inseguros y con muchos problemas a la hora de salir al mundo. Esto solo se produce en casos extremos, sobre todo cuando ha existido violencia física. Generalmente, el apoyo y la confianza de la familia suelen ser motivación suficiente para que el niño consiga superar por sí mismo la situación.

La opinión siempre se centra en el futuro de las personas víctimas de acoso escolar, pero… ¿qué hay de los acosadores? En muchos casos, la madurez les hace recapacitar y arrepentirse de sus acciones, pero también están aquellos que nunca consiguen alcanzar el suficiente grado de empatía para darse cuenta, y continúan inmersos en una infantil concepción del mundo en la que las personas se siguen dividiendo entre “populares” y “marginados”, como si la sociedad fuera una clase inmensa y ellos necesitaran demostrar su ridícula fortaleza. La inmadurez, la falta de sensibilidad, la intolerancia y la incapacidad de comprender que existan otras filosofías vitales distintas a la suya son, casi siempre, el origen de estos comportamientos. A veces, también aparecen los celos de por medio: la idea de odiar algo simplemente porque ellos no se ven capaces de alcanzarlo. Seguramente, aquella niña de la que se burlaba en sus años escolares, ahora sea una mujer hecha y derecha, probablemente más inteligente que él, que lo contempla con indulgencia y lástima. Y en ese momento, el abusón se convierte en la auténtica víctima: víctima de su propia estrechez de miras.

Si en el mundo de los niños es difícil encontrar apoyos, no digamos en el universo de los adultos. A menudo, las personas se siguen comportando como un rebaño y, aunque perciben la injusticia, no hacen nada para evitarla. En muchas ocasiones, lo que se juegan no es ya la posición social en una clase, sino cosas más determinantes, como un trabajo. No podemos juzgar a nadie, porque no sabemos lo que haríamos si nosotros estuviéramos en su situación. Pero a veces, lavarse las manos y hacer la vista gorda ante un ataque daña más que el ataque en sí mismo.

En conclusión, no podemos olvidar que, como dijo Henri Barbusse, “cada hombre está irremediablemente solo consigo mismo”.

Pólvora y leyenda: The Rolling Stones regresan a Madrid

Hay momentos legendarios en la historia del rock and roll y puedo afirmar, con mucho orgullo, que ayer viví uno de ellos. The Rolling Stones, la banda de rock más longeva de todos los tiempos, visitaba de nuevo Madrid. Se trata de la gira europea por su quincuagésimo aniversario: Rolling Stones 14 On Fire.

La primera vez que vinieron fue en plena movida madrileña, allá por julio de 1982. El evento tuvo lugar en el Vicente Calderón, el estadio del Atlético de Madrid, y el grupo invitado era la J. Geils Band. Por entonces, España acababa, prácticamente, de salir de una dictadura, y el rock comenzaba a despertar a la juventud. De aquel mítico concierto, los rockeros más veteranos recuerdan la poderosa tormenta –con rayos y relámpagos incluidos- que no impidió, sin embargo, que Sus Satánicas Majestades dieran lo mejor de sí mismos, quedándose para siempre en la memoria de los españoles.

Mick Jagger y Ronnie Wood durante el concierto en Madrid de 1982
Mick Jagger y Ronnie Wood durante el concierto en Madrid de 1982

En esta ocasión, paradójicamente, el lugar elegido para el evento fue el estadio Santiago Bernabeu, el del Real Madrid, los eternos rivales de los rojiblancos. En la línea 10 de metro, los seguidores de los Stones nos reconocíamos por las camisetas con el célebre logo de la lengua. Miradas cómplices y una emoción a flor de piel que parecía presentir el acontecimiento musical más inmenso en muchos años acaecido en España. Al llegar junto al estadio, me encontré con zonas cortadas al tráfico, vendedores ambulantes de refrescos, cafeterías que comercializaban bocadillos a precio de caviar y gente, mucha gente con camisetas de los Rolling, con pañuelos y cintas en la cabeza, haciendo colas estratosféricas para coger un buen sitio en cuanto abrieran las puertas. Distintas cadenas de radio y televisión deambulaban por nuestros alrededores, haciendo entrevistas por doquier. Había personas que llevaban acampando desde el día anterior. Durante la espera, el tema de conversación que recuerdo más frecuente es en torno al pésimo criterio de la organización del concierto para elegir a Leiva, antiguo integrante del dúo madrileño Pereza, como telonero.

En cuanto abrieron las puertas, con algo de retraso,  una marabunta abordó el estadio. Mi entrada, por supuesto, era para pista –como tanta gente, prefiero la emoción de la cercanía al escenario y una mayor libertad de movimientos a la comodidad proporcionada por las gradas-. El Santiago Bernabeu, inmenso, nos recibió ataviado con sus mejores galas.

El escenario del Bernabeu, momentos antes de producirse la llegada de los Rolling Stones
El escenario del Bernabeu, momentos antes de producirse la llegada de los Rolling Stones
Frente al escenario del concierto
Frente al escenario del concierto

Logré entrar en la zona VIP, que es la más próxima al escenario. La gente comenzaba a agolparse ante la inminente llegada de Leiva, que tuvo que recurrir a más de un tema de Pereza para satisfacer mínimamente al personal. Nos dedicó una actuación gris y deslucida, de la que puede destacarse una versión del célebre tema de Los Rodríguez “Hace calor”, acompañado por el mismísimo Ariel Rot. Respecto a Leiva, el público veterano protestaba porque “ese niñato” no pintaba nada en un concierto de los Rolling y, entre los más jóvenes, se escuchaban propuestas de todo tipo, algunas de las más alocadas consistían en apedrear al cantante hasta que este se fuera a casa. Finalmente, su actuación transcurrió sin mayores contratiempos y la frustración de muchos asistentes quedó anestesiada por su interpretación del popular tema de Pereza “Lady Madrid”.

La elección de Leiva como telonero fue, desde luego, muy desacertada, y desató la polémica debido a unas declaraciones en 2012 del propio cantante que los fans de los Stone no podemos olvidar, en las que opinaba que Sus Satánicas Majestades deberían haber abandonado los escenarios hace mucho tiempo.

El cantante español Leiva
El cantante español Leiva

Recuerdo el leve olor a sudor en el ambiente, los vasos de plástico con cerveza fría que se agitaban en el aire, los empujones y las voces chillonas de unos argentinos que, a mi lado, agitaban la bandera de su país, mostrando su improcedente orgullo patrio. Entonces, el escenario quedó inflamado por uno de esos prodigios de la pirotecnia propios de los conciertos legendarios, y los Rolling Stones hicieron acto de presencia, interpretando el tema “Jumpin’ Jack Flash”. Fui testigo de cómo el mito se hizo de carne y hueso: aquella banda que comenzara su andadura en 1962 y que fue contemplada como el primer rival serio de The Beatles, aquella que sentó las bases del rock contemporáneo, se encontraba ahora a unas decenas de metros de donde yo estaba. El líder y vocalista, un hiperactivo Mick Jagger, corría de un lado al otro del escenario agitando su melena y moviendo las caderas, exaltando al público con su voz flexible y seductora. El próximo 26 de julio, Jagger cumplirá 71. Sobre él hay poco que añadir: se trata de una auténtica leyenda viva que parece haber hecho un pacto con el Diablo, con la misma cortesía de la que alardea en la letra del famoso tema “Sympathy For The Devil”, que se escuchó envuelto en llamaradas en el concierto del Bernabeu. Jagger, cubierto con unas pieles rojas y negras durante los minutos que duró esa canción, parecía desafiar al paso del tiempo y hasta a la muerte.

Mick Jagger durante el concierto
Mick Jagger durante el concierto

El público clamó también ante la carismática presencia del guitarrista Keith Richards, que interpretó dos temas como vocalista: “You Got The Silver” y “Can’t Be Seen”. Mientras que la apariencia de Jagger se veía aderezada por los milagros de la cirugía estética, en el ajado rostro de Richards se apreciaban todos los estragos propios de su edad, que ya asciende a 70 años. Su cabello, oscuro hace unos pocos años, se hallaba completamente blanco, lo cual no le impedía lucir en él su habitual cinta elástica. El contraste entre su aspecto de entrañable abuelito y la energía que rezumaba de su figura, combinada con la atrevida vestimenta, resultaba, por tanto, aún más sorprendente que en el resto.

A la batería, el flemático Charlie Watts, impoluto en su tarea. Watts es el mayor de la banda: recientemente, ha cumplido los 73. Él, al contrario que Jagger y Richards, no fue uno de los miembros fundadores de The Rolling Stones, pero se incorporó sólo un año después de la formación del grupo, en 1963, sustituyendo a los bateristas Tony Chapman y Carlo Little.  El segundo guitarrista, Ronnie Wood, con un sorprendente aire juvenil a sus 67 años, tampoco estuvo presente en los comienzos de la banda: formó parte de otras, como la famosa The Birds. Su llegada a los Rolling Stones no se produjo hasta 1975, sustituyendo a Mick Taylor, quien hizo acto de presencia en el concierto de anoche, luciendo su depurado estilo en el tema “Midnight Rambler” y convirtiéndose en la aclamada sorpresa de esta nuevavisita a Madrid de los Stones.

Entre aquellas leyendas de carne y hueso, no pude evitar pensar en el ausente Brian Jones, primer líder de la banda, fallecido en extrañas circunstancias en 1969, trágico “miembro fundador” del funesto “Club de los 27”. Su muerte se produjo poco después de abandonar voluntariamente a los Rolling, debido a diferencias insalvables que fueron surgiendo entre ellos.

Keith Richards durante el concierto. De fondo, Charlie Watts a la batería
Keith Richards durante el concierto. De fondo, Charlie Watts a la batería
Ronnie Wood y Keith Richards durante el concierto
Ronnie Wood y Keith Richards durante el concierto
Brian Jones, primer líder de The Rolling Stones, fallecido en 1969
Brian Jones, primer líder de The Rolling Stones, fallecido en 1969

Entre los temas más afamados, sonaron “Brown Sugar” y “Start Me Up”. La réplica comenzó con el Coro de la JOMCAM interpretando “You Can’t Always Get What You Want”, al que seguiría un enérgico Mick Jagger, y finalizó con el popular –y sobrevalorado, en mi modesta opinión- “Satisfaction”. Faltaron grandes canciones, como “Wild Horses” –el tema que Jagger y Richards compusieron, inicialmente, para los Flying Burrito Brothers- y se echó de menos, muy especialmente, “Paint It Black”. A cambio, disfrutamos de “Like A Rolling Stone”, la popularísima versión del tema original de Bob Dylan que triunfó en la encuesta que se realizó en Madrid a propósito de qué tema prefería el público que tocaran –ofrecían otras jugosas opciones como “Get Off My Cloud”-. Y, en mi opinión, la interpretación más emotiva: “Angie”, que Sus Satánicas Majestades se reservan para sus visitas a España, país donde la canción tiene mejor acogida. Mientras pedía a Angie que no llorara, Jagger, ataviado con una chaqueta azul brillante, extendía los brazos como un gurú del rock en una suerte de abrazo al extasiado público, componiendo una imagen que nunca podré olvidar. Los Stones se marcharon envueltos en llamaradas de pirotecnia, tal como habían llegado, dejando en el aire emocionado un aroma a pólvora y leyenda.

En el viaje de vuelta, en el metro, la casualidad quiso que conociera a Julia, miembro del Coro de la JOMCA que había acompañado a los Rolling en la interpretación de “You Can’t Always Get That You Want”. Emocionada, me contó que sus compañeros y ella llevaban muchas horas en el Bernabeu, preparando la actuación junto a la banda. No les permitían llevar móviles ni cámaras, ni siquiera pedir autógrafos. Julia, que ya era fan de los Rolling antes de subir con ellos al escenario, contemplaba la experiencia como un momento único en su vida y relataba la asombrosa vitalidad de los viejos rockeros. Sin duda, algo que podrá contar a sus futuros nietos…

En síntesis, el de anoche en Madrid fue un concierto apoteósico, que satisfizo, sin duda alguna, a los 50.000 espectadores que tuvimos la suerte de experimentarlo en vivo. Los Rolling, lejos de resultar decadentes, nos dieron la mejor muestra de su música, demostrando por qué se han convertido en una leyenda, haciendo otra vez historia en esta nueva visita a la capital de España. Fue rock and roll en estado puro, que hablaba de épocas en las que uno todavía podía estar orgulloso de pertenecer a su generación musical, un auténtico contraste con el desierto cultural que ahora nos asola. Y a los que puedan acusarme de “nostálgica”, les responderé con la célebre consigna de los Stone: “It’s only rock’n roll, but I like it!!”.

The Rolling Stones en los sesenta
The Rolling Stones en los sesenta

Dalí daliniano

La aportación teórica más importante de Salvador Dalí al Surrealismo fue el método paranoico-crítico, definido por su creador como “un método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes”. Las palabras del genio, encaminadas a formar un nudo en el cerebro de su receptor, se comprenderán mejor si vemos un ejemplo:

"Afgano invisible con la aparición en la playa del Rostro de García Lorca en la forma de un frutero con tres higos", Salvador Dalí
«Afgano invisible con la aparición en la playa del Rostro de García Lorca en la forma de un frutero con tres higos», Salvador Dalí

Esta obra, como tantas otras dalinianas, busca activar determinados procesos mentales de quien la está contemplando, jugando a crear imágenes que en realidad no existen, pero que parecen estar ahí. El cuadro muestra, objetivamente, un frutero con tres higos en mitad de un paisaje desértico, formaciones rocosas, remolinos de viento sobre la arena y unos misteriosos elementos azulados que podrían constituir siluetas humanas. Pero lo que nosotros vemos –y, por si no lo viéramos, ya se encarga Dalí de señalarlo en el título- es la imagen de un perro; un perro afgano, más concretamente. Y aún más: un perro afgano con el rostro del poeta Federico García Lorca –esta obra es la única en la que menciona al que fuera su gran amigo, a pesar de ser su rostro un elemento recurrente en sus cuadros de los años veinte y treinta-.

Dalí utilizó su método paranoico-crítico para analizar la célebre obra El ángelus, del pintor realista Jean-François Millet, que también se convierte en elemento recurrente a lo largo de su carrera pictórica. En el cuadro, podemos ver una pareja de campesinos que, según parece indicar el título, han detenido sus labores en el campo para ponerse a rezar por la hora del Ángelus:

"El Ángelus", Jean-François Millet
«El Ángelus», Jean-François Millet
Una de las numerosas versiones de Dalí de "El Ángelus" de Millet
Una de las numerosas versiones de Dalí de «El Ángelus» de Millet

La interpretación paranoico-crítica de Dalí nos ofrece una respuesta bien distinta. En 1932, recordó repentinamente el cuadro, cuya reproducción había visto cada día en su niñez, colgada en un pasillo del colegio de Figueres al que asistía. Más adelante, investigando, descubrió que, en el lienzo, Millet había borrado lo que en principio iba a ser la tumba de un niño, situada en medio de la pareja de campesinos –el Museo del Louvre lo analizaría más tarde, llegando a la misma conclusión-. El sentido de la obra, contemplado desde esa perspectiva, variaba notablemente. Los campesinos, por tanto, se hallarían orando por su hijo fallecido.

Dalí escribió entre 1932 y 1935 un ensayo titulado “El mito trágico del Ángelus de Millet”, en el que interpreta la obra como una representación de la agresión femenina. La figura de la campesina sería, para él, una mantis religiosa hembra, que se caracterizan por devorar al macho una vez concluida la cópula. La carretilla también refleja esa misma sumisión sexual y el cesto que se sitúa en medio de ambos campesinos, en el lugar donde se supone que tendría que estar el sarcófago, alude al mismo.

El pintor se refirió a esta escena como justificación a su temor aparentemente irracional ante el acto sexual –lo explicó como un “miedo” a ser devorado por la hembra después del acto-. Y parte de la crítica ha vinculado su obsesión por la tumba del niño muerto de Millet con su propio trauma causado por el fallecimiento de su hermano mayor antes de su nacimiento, un niño aparentemente dotado de grandes dones del que heredó el nombre: Salvador. El niño murió con 22 meses en 1903. En su obra Confesiones inconfesables, Dalí afirmó que sus padres habían cometido “un crimen subconsciente”, obligándole a compararse negativamente con un ideal imposible, de quien solo conocía la fotografía que habían colocado encima de la cómoda de su propio dormitorio.

El primer Salvador Dalí, fallecido antes de cumplir los dos años
El primer Salvador Dalí, fallecido antes de cumplir los dos años

Pero lo cierto es que Salvador Dalí II siempre disfrutó alimentando la leyenda sobre de su hermano muerto. Escribe el hispanista Ian Gibson, autor de la biografía más famosa del pintor:

La mayor parte de lo que dice Dalí acerca de su hermano es una pura fantasía, urdida, a nuestro juicio, con el prurito de facilitar a los curiosos una justificación brillante de sus propias excentricidades. (Gibson, Ian. Dalí joven, Dalí genial. 2004: Aguilar. Pág. 32).

Y es que Dalí se constituye como la primera víctima de su visión paranoico-crítica. Para la posteridad han quedado sus célebres citas: «La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco», «Sólo hay dos cosas malas que pueden pasarte en la vida, ser Pablo Picasso o no ser Salvador Dalí«; su aspecto estrafalario, su forma tan peculiar de proyectar la voz.  Sin embargo, su propia persona es la más lograda de sus obras. Aplicó el método paranoico-crítico sobre sí mismo para crear un ser que en realidad no existía, pero que era el que toda la sociedad quería ver. El Dalí de veinte años, aquel que se sentía incapaz de comprar unas entradas de cine a causa de su extrema y enfermiza timidez, representa el frutero con los higos en mitad del desierto. Utilizando su ingenio, el artista jugó con nuestra percepción y nos hizo ver un perro afgano, un genio estrafalario: un Dalí «daliniano». Para él, todo era un ejercicio de actuación. La sociedad actúa convirtiendo su locura en cordura. Él actuaba fingiéndose loco y, en su fuero interno, riéndose de todos. Por eso dijo: «El payaso no soy yo, sino esa sociedad tan monstruosamente cínica e inconscientemente ingenua que interpreta un papel de seria para disfrazar su locura».

Hoy se cumplen 25 años de la muerte, en 1989, de este gran pintor, escritor y, en último término, genio de la actuación.

Salvador Dalí en los años 50
Salvador Dalí en los años 50

The Three Kings

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A una señal del mánager, se ponen en pie y avanzan. De fondo, ya se adivina el clamor del público. Gaspar camina en medio, por detrás de Melchor y delante de Baltasar, que esta noche luce un gorro de arpillera que recuerda demasiado a los que usaba Bob Marley en el siglo pasado. Balt y su recurrente manía de imitar a los astros negros: Marley, Hendrix, Chuck Berry… Por no hablar de aquel año en que se empeñó en emular a Stevie Wonder…

Pero ese “rollito retro” en pleno siglo XXI encuentra muy buena acogida entre el público. La gente siempre tiene ganas de volver la mirada al pasado, tal vez porque en esta década aciaga de los sesenta –tan diferente a los sesenta del siglo XX- las cosas se han vuelto demasiado frías y, en ese contexto, Balt ofrece una imagen entrañable, irresistible. Tiene una mirada bondadosa y colocada al mismo tiempo, como si hubiera estado fumando un montón de canutos antes de llegar al escenario –Gaspar sabe que, en realidad, no han sido más de dos-, y al coger el bajo y situarse frente al micrófono esboza ese guiño made in Balt que no puede pasar desapercibido para el público, el cual grita y corea su nombre.

Balt no es el líder de la banda, desde luego, pero parte de la crítica lo sitúa como el miembro carismático por excelencia. Hay camisetas con su cara y es la estrella del merchandising. La gente le considera exótico, vintage, con carácter. Gaspar sabe que es buen tío. Demasiado adicto a las hierbas, pero buen tío, al fin y al cabo. Constituye la cara amable del grupo y, sin él, nada sería lo mismo. Gaspar piensa todo esto mientras se sitúa frente a la batería y realiza algunos golpes de efecto para encender los ánimos del público, que aplaude fervientemente, aunque continúa pendiente de las muecas carismáticas de Balt.

Entonces, de entre el público emerge un rugido tempestuoso, porque acaba de hacer su aparición en el escenario Melchor. Su traje blanco podría constituir algo así como la evolución de aquellos que llevaba David Bowie en su día, pero es el último grito en moda, y eso Gaspar lo sabe porque cada día llegan a los estudios de grabación nuevos modelitos que Melchor encarga a las firmas más caras, y de los cuales nunca llega a lucir la mitad. Melchor es así: un genio disperso de cabello rubio platino y fulgurantes ojos azules que parecer mirar hacia otro mundo. Egoísta, egocéntrico y soberbio, como los mejores genios. Pero desde su torre de marfil, es capaz de valorar a Gaspar, porque a él le debe algunas de las letras más célebres de la banda. A Gaspar lo que más le preocupa es la creciente adicción del líder carismático por las drogas de diseño. Aunque, por otro lado, es la fuente de su inspiración. Las drogas duras son para Melchor como la absenta lo fue para Verlaine…

Comienza a sonar el primer tema, “Bring Me a Present”, del álbum del año anterior Camels Also Like Pacharan, el cual tuvo más éxito del que Gaspar le auguraba en un principio, considerando que es un tipo de rock demasiado tendente a la psicodelia en los tiempos que corren, donde la música indie está a la orden de día.

El público ruge, vibra, se desata. Gaspar no puede evitar sonreír, aun a pesar de romper con su imagen de “miembro serio y formal de la banda”. Tal vez vaya siendo hora de cambiar de imagen. De afeitarse la barba castaña y hacerse algunas mechas de colores, de dejar atrás las camisas y vestir algún traje de cuero blanco como el de Pérez Mouse, el rapero de más éxito en los países hispanos. Gaspar golpea con fuerza la batería mientras todos estos pensamientos se marchan de su cabeza con la misma facilidad con la que llegaron. Él es un alma romántica y, en el fondo, tiene su gracia ser el elemento alternativo de la banda.

Por encima del escenario, en luces de neón rojas y verdes, se lee el legendario nombre:

THE THREE KINGS

Ya en los camerinos, Melchor se retoca el maquillaje y se pone otra blusa para no manchar la del concierto. Balt mira por la ventana mientras se fuma el tercer porro del día, y Gaspar permanece sentado en un sillón, extrañamente exhausto. Y como siempre, es Balt quien se percata:

-¡Eh, tíos! ¡Acabo de ver una estrella fugaz!

-Tronco, deja los porros… –replica Gaspar.

-Eh, Balt puede tener razón –interviene Melchor-. Estaba anunciado para hoy el paso del Cometa Halley por la Tierra; decían que se podría contemplar si el cielo no estaba encapotado y todos esos rollos… ¿Era eso lo que has visto, Balt? ¿Un cometa?

-Sí, tío, ¡te juro que lo he visto! Iba en esa dirección…

-Oye, pues por lo que he oído –continúa Melchor-, se iban a montar una fiesta muy guapa en Belén, para conmemorar no sé qué acontecimiento histórico del cometa.

-¿Por qué no vamos? –propone Balt, entusiasmado- Cogemos unas birras y nos piramos en las motos.

-¿Ahora? –se asombra Gaspar.

-Claro, tronco, no queremos llegar tarde, ¿no?

Gaspar mira a sus compañeros, suspira y pone los ojos en blanco. Después, se levanta y coge su chaqueta de cuero…

Cometa Halley
Cometa Halley