Los fantasmas de Velintonia

IMG_8683El pasado viernes, tras un día de verano primaveral, amainó la lluvia poco antes de las ocho de la tarde, cuando se volvieron a abrir las puertas del número tres de la antigua calle Velintonia, cuyo nombre oficial es, desde hace años, “calle de Vicente Aleixandre”.

Resulta inexplicable la emoción presentida al avanzar una vez más hacia el jardín, consciente de que ese camino emprendieron, antes que yo, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Luis Cernuda, Rafael Alberti… Ese camino, iluminado con velas, que conduce hacia el inmenso jardín coronado por el cedro libanés que plantó el propio poeta en 1940, cuando hubo de reconstruir la vivienda tras los desastres de la Guerra Civil. El jardín, alegremente invadido por decenas de sillas, me saludó con la familiaridad que solo aparece entre las almas predispuestas a la poesía. Como siempre, supe que, de algún modo, Aleixandre estaba presente, mirándonos con complicidad a través de sus bondadosos ojos azules. El olor a lluvia en el aire, las paredes demacradas y sabias del edificio, la enorme fotografía del poeta sobre el improvisado escenario. De repente, su voz emergiendo de una antigua grabación. Latía la emoción en cada brizna de viento.

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Alejandro Sanz, presidente de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre, presentando el acto

Un año más, ha continuado la lucha emprendida por la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre por salvar la casa del poeta, donde vivió desde 1927 hasta su muerte, acaecida en 1984. Desde ese año, el edificio se encuentra en un lamentable estado de abandono, sin que ninguna institución política haya dado un paso efectivo –más allá de compromisos de boquilla y discursos edulcorados- por hacerse cargo de ella. En 2017 se ha celebrado el cuadragésimo aniversario de la entrega del Nobel de Literatura a Aleixandre. Este año, han intervenido personalidades como Mª Amaya Aleixandre, Luis María Anson, Emilio Calderón, José Luis Ferris, Charo López, Alessandro Mistrorigo, Andrés Pociña, Aurora López, Aitor Larrabide, Manuel Rico, Javier Lostalé… Y un grupo de pop sevillano, Maga, que le cantó a la casa del poeta.

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Con Alejandro Sanz y Andrés París en la biblioteca de Aleixandre

El sábado por la mañana, un grupo de afortunados tuvimos ocasión de visitar la casa por dentro, guiados por la voz experta de Alejandro Sanz, que preside la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre. Es Alejandro un buen amigo, enamorado de la Generación del 27, que habla de aquellos poetas como de admirados compañeros cercanos que, simplemente, estuvieran ausentes por unas vacaciones un poco más largas de lo normal. Una tiene la fantástica impresión, conversando con él, de que todavía vivimos en la Edad de Plata. Desde hace ya bastantes años, conduce la Asociación de Amigos con un entusiasmo contagioso, defendiendo con ahínco la memoria de su –de nuestro- adorado Aleixandre, junto a su compañera de la Asociación, Asunción García Iglesias.

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Vicente Aleixandre en la biblioteca

Ardua tarea en una ciudad como Madrid, donde los ayuntamientos –unos y otros- demuestran su compromiso con la cultura celebrando costosas “noches en blanco” que siempre acaban en botellón y no se preocupan por la casa de un Premio Nobel. En una comunidad en la que la Presidenta no declara al edificio Bien de Interés Cultural debido a su “escaso valor arquitectónico”. En un país, en resumen, como España, antaño cuna de grandes escritores, hoy hábitat natural de vocingleros y botarates que tienen a bien desgobernarnos desde su probada ignorancia. A ellos, les recomendaría que leyeran; que se esforzasen por comprender la historia y la cultura de su país o, al menos, por respetar a aquellos que sí las comprendemos.

Un reciente artículo anuncia que Manuela Carmena, nuestra actual alcaldesa, va a estudiar un plan de protección para la casa a petición del PSOE. Alejandro Sanz recibe la noticia con prudencia, amparado en todas las anteriores promesas y disposiciones que, finalmente, no pasaron de palabras. Es inevitable, sin duda, el escepticismo, que quedará neutralizado cuando sean los hechos, las acciones prácticas, los que hablen. No puede vencer la incultura en este país; no, al menos, para siempre.

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El salón.

Atravesamos la puerta verde. En el salón del primer piso, se interna una luz lírica por la ventana. Muy cerca, el dormitorio de Vicente. Allí escribió la mayor parte de su obra, contemplando las ramas del cedro, sentado en la cama: esa cama cuya actual ausencia deposita un vacío cuajado de memoria. Después bajamos al sótano, donde originalmente se hallaban las dependencias del servicio. Hay un rastro de gorriones inmóviles que, atraídos probablemente por la posibilidad de refugiarse del frío de la semana pasada, fueron luego incapaces de salir y se quedaron atrapados en una muerte trágica y poética.

IMG_8702Mientras caminamos por la casa vacía, el recuerdo de Vicente nos sigue muy de cerca, sonriendo discretamente en su experimentado papel de anfitrión. Hay versos flotando en el aire polvoriento; resuenan por las esquinas los acordes fantasmas de un piano y la risa musical, cantarina, de Lorca. En la biblioteca, Miguel Hernández se afana por salvar algunos libros de las bombas y abajo, en el vestíbulo, Luis Cernuda espera, tímidamente, a que Aleixandre lo reciba.

Son escenas intangibles, recuerdos, guiones de sueños deshilachados. La poesía, la memoria, la emoción: realidades que pueden vencer a la muerte y que, sin embargo, son infravaloradas bajo sentencias burdas, carentes de sensibilidad, que aluden a cuestiones tan prosaicas como “el valor arquitectónico”. Ya dijo Larra que “Escribir en España es llorar” y, años, después, fue corregido por Cernuda: “Escribir en España no es llorar, es morir”.

Afortunadamente, todavía quedamos idealistas enamorados de aquellos inmensos fantasmas.

Otros artículos míos al respecto:

Andrés París: mirar el mundo con ojos de verso

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Andrés París recitando en el Museo de la Ciudad de Móstoles, en una actividad organizada por la Asociación Cultural Naufragio. Fotografía: María del Río-Ángel Aranda (acnaufragio.blogspot.com)

El poeta también se encuentra en la mirada y Andrés París (Madrid, 1995) contempla el mundo con ojos de verso. Observador, atento, brillante; su timidez y discreción habituales dan paso, en el escenario, a un excelente rapsoda que se mueve como pez en el agua y es capaz de despertar emociones en los labios de sus afortunados espectadores. Y es que, además de ser poeta, Andrés ha hecho sus pinitos en el mundo del teatro. Su participación más reciente puede encontrarse en la obra Azul de metileno —basada en El árbol de la ciencia de Pío Baroja—, en la que encarnó al cínico personaje de Julio Aracil. La obra fue estrenada en noviembre de 2016 en el teatro OFF Latina de Madrid. En el terreno interpretativo, también hay que señalar que obtuvo el primer puesto en el popular Slam Poetry de Madrid en 2015, con un poema que desafiaba la habitual mediocridad “antipoética” de estos eventos.

Yo lo descubrí en su faceta de “poeta científico”, una categoría cuya existencia desconocía hasta entonces. A caballo entre las humanidades y las ciencias más puras, es graduado en Bioquímica por la Universidad Autónoma de Madrid y cuenta con una sección propia en la revista científica Principia, donde ya ha publicado dos ingeniosos poemas en los que desmonta el mito de la supuesta incompatibilidad entre ciencias y letras.

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De izquierda a derecha: los poetas Aureliano Cañadas, Andrés París y Javier Díaz Gil, junto al editor José María Herranz, durante la presentación de Entre el infinito y el cero en La Casa Encendida

Fue en otoño del año pasado cuando se incorporó al grupo poético de Los Bardos, convirtiéndose así en el segundo miembro más reciente, después de la filóloga J. L. Arnáiz. Sin embargo, debe gran parte de su aprendizaje poético a la tertulia Rascamán, coordinada por el poeta Javier Díaz Gil. Además, ha pertenecido al grupo poético juvenil “Diversos” del centro de Poesía José Hierro —donde coincidió con otra barda, Debbie Alcaide— y de más tertulias literarias, y sus insobornables convicciones morales y artísticas lo han conducido a ser expulsado de alguna otra.

Gran admirador de Arthur Rimbaud, se halla muy lejos, sin embargo, de poder ser considerado un enfant terrible, puesto que es amante de la calma, la moderación y el pensamiento racional, lo cual no impide un apasionamiento vital que refleja en sus versos, mezclándolos con su particular y quieta melancolía: la melancolía del observador que combina sagacidad y ternura. La influencia de Verlaine se limita, pues, a la precocidad creativa y a un simbolismo muy del gusto del s. XIX.

Este simbolismo se mezcla en su poesía con una suerte de surrealismo muy plástico, muy sinéstesico, generador de un universo de belleza extraña y acristalada que envuelve al lector. El eje incuestionable de su poética es, como ya señalara Javier Díaz Gil, “la creación de imágenes”. Imágenes violentas, chocantes o frágiles; próximas, en algunos casos, a la greguería; poseedoras, todas ellas, de una extrema delicadeza que baila con los cinco sentidos, confundiéndolos.

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No puedo aportar ejemplos ilustrativos de su obra más reciente, con el fin de respetar el carácter inédito de la misma. Sin embargo, el lector interesado cuenta con la posibilidad de acudir a sus publicaciones en revistas —Cuadernos del matemático, Luces y sombras, Saigón—, a alguna antología —Cuaderno de Bitácora. Antología de la tertulia Rascamán (Poeta de Cabra, 2016), Arrecife de Naufragios (Segunda Antología Saigonista)— y a sus dos poemarios: Sonetos y velas vanguardistas (Círculo Rojo, 2011) y Entre el infinito y el cero (Poeta de Cabra, 2015). El primero constituye un precoz alumbramiento poético, obra de un adolescente —el autor tenía quince años en el momento de la publicación— que ya se anuncia como promesa, introduciendo su original imaginería literaria, enmarcada en un formato clásico de sonetos, coplas, romances. Entrañable e insolente, criticable y digno de admiración.

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Andrés París presentando su segundo poemario en Córdoba. Foto: acnaufragio.blogspot.com

Es el segundo poemario en el que pretendo centrarme, por ser el más reciente, una de cuyas composiciones le sirvió al poeta para resultar finalista del Premio Poeta de Cabra 2016. Lo primero que encuentro al respecto del libro en Internet es una cuestionable crítica en un blog, Vallenegro, en la que se define como “difícil, terriblemente difícil”. El autor de dicha reseña se queja de tener que dedicarle “un grandísimo esfuerzo que incluso puede generar una cierta decepción”.

Para empezar, considero bastante arriesgado despachar un libro de poesía con el calificativo de “difícil”. ¿Qué habría pasado si la crítica hubiera hecho lo mismo con Poeta en Nueva York de Lorca o La destrucción o el amor de Aleixandre? Por otra parte, el esfuerzo por parte del lector suele ser inherente al género lírico, caracterizado por extremar la función poética del lenguaje. Desgraciadamente, vivimos tiempos en los que se considera poesía a frasecillas ingeniosas o bobas, soeces en algunos casos, para todos los públicos, que en mis años escolares se escribían en las agendas entre clase y clase. Tal banalización del concepto de la poesía ha popularizado el género, pero a la vez le ha restado calidad. En los versos de Andrés París, sin embargo, seguimos encontrando la intrínseca elaboración y la profundidad reflexiva del siglo pasado. No resulta casual que el autor resultara finalista en 2013 de la III Olimpiada filosófica de Madrid con una disertación sobre la realidad. La filosofía, la reflexión, ocupan también su lugar en las páginas de Entre el infinito y el cero. Por todo ello, la decepción no es, en absoluto, el sentimiento que genera el entendimiento de la obra.

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Entre el infinito y el cero plantea el comienzo y el desarrollo de una guerra desde los ojos del protagonista, un muchacho que contempla cómo el mundo que conocía se modifica radicalmente y sus seres queridos cambian del mismo modo o desaparecen, mientras él se resiste inútilmente a este cambio y, al final, acaba por abrazarlo. La guerra, en mi interpretación, constituye la alegoría del paso de la adolescencia a la madurez, necesario y traumático. “Tengo la suerte de no saber / cómo es un campo de batalla, / y la desgracia de saber cómo lo imagino”, escribe el poeta. El campo de batalla, ese mundo adulto, es algo que él contempla todavía desde la distancia, en el que sí participan sus padres, en cuyo contexto él se siente inútil: “Será que mi madre hace demasiado, / mi padre lo que puede, / y yo, sinceramente, incordio”.

El mundo quieto y atemporal de la infancia es representado por la habitación, el cosmos de paz que protege al poeta del exterior, aunque a veces se vuelva jaula o “cámara revólver”. En la guerra a la que se enfrentan, todo tiende a la deshumanización: el poeta se vuelve una “masa de sangre”, hay “pocos hombres”. El padre y la madre representan lo humano, la cara amable y protectora de esa infancia que se desvanece. El adiós del padre —de la seguridad, de la protección— da paso, reveladoramente, al poema “Máquinas”, deshumanizado desde el título. En este sentido, de la primera parte del poemario destaca la prosa poética “Las cartas que me hubiera escrito mi padre”, un ejemplo de genialidad poética. Es reseñable también la aparición, en esta parte, de la figura de la gata como una encarnación de la soledad o un presagio de la muerte que se avecina. Su nombre, Luna, la relaciona con un símbolo de la muerte en el imaginario lorquiano, un poeta cuya influencia recibe, sin duda, Andrés París. La muerte reaparecerá en forma de caballo —de nuevo, Lorca— en la segunda parte.

La lluvia, otro símbolo del cambio, salpica el final de la primera parte en el poema “Tierra”, donde hallamos un guiño al universo modernista de Rubén Darío: “Una sonatina cubre el luto de la princesa”.

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Diseño inédito de Andrés París para la portada de Entre el infinito y el cero

En la segunda parte, el yo poético contempla ya el mundo desde el cristal de su inexperta madurez. En el poema “(Cero)”, se refleja el aprendizaje y el poeta contempla la realidad como “potencia infinita”, aunque confiesa: “la ignorancia me devora”. Este afán de conocimiento incide más adelante, en otro poema: “para llenar el cántaro / con el hondo que no se alcanza”. En “(Al ego absorbente)” percibimos una lucha interna y la resistencia del protagonista a madurar. Reconoce: “Cómo odio a mi yo del pasado”. Unos versos después: “La juventud encarna orgullosa / el espíritu de la contradicción”.

En “(A un anochecer no cualquiera)”, el poeta contempla desde la distancia el juego de seducción propio de la adultez: “las jóvenes eligen sus vestidos / para el baile perpetuo de los enamorados” y confiesa, situándose al margen: “Yo, necesito a mi Luna”. ¿Qué enigma encierra esta confesión? Podemos deducirlo más adelante.

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El poeta firmando en Lucena Entre el infinito y el cero. Foto: acnaufragio.blogspot.com

En “(A los opacos)”, menciona la existencia de una venda que le cubre los ojos que durará hasta “El día que me venga la luz / y me suscite la libertad de movimientos”. La venda se relaciona con el “sendero penumbra” desvanecido, de nuevo, bajo un alumbramiento. Dicha luz o alumbramiento simboliza el amor, igualado a la música en “(A la melodía de la luz)”, que desata al fin la venda de sus ojos. El amor es encarnado por una niña de blanca sonrisa, “demasiado joven y hermosa”. En “(Al leve ascenso)”, encontramos la pista definitiva acerca de su identidad: “Subamos escaleras / tras el rastro de la poesía”. En efecto, esa “luz cristalina” que destierra las tinieblas es la poesía, la inspiración poética, que surge en soledad. Por eso, mientras el resto del mundo participa en el juego del amor, el poeta se pregunta por su Luna, esa soledad vestida de gata que le conduce al alumbramiento poético.

Por tanto, Entre el infinito y el cero constituye una obra en la que el protagonista se enfrenta a la madurez, primero en forma de guerra sangrienta que se suaviza en la segunda parte, donde encuentra al fin el camino para avanzar por ese nuevo mundo, y no es otro que la poesía. En el último poema, contemplamos al poeta, más en paz consigo mismo, en pleno rapto de inspiración, mientras un gato —de nuevo, un felino—hace una casa de papel con los restos de sus poemas.

Sin duda, Andrés París, igual que el protagonista de su segundo libro, ha elegido mirar el universo con ojos de poesía.

Presentación de «La nostalgia inseparable de Rafael Alberti» en el Ateneo de Madrid

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José María de la Torre, Marina Casado, J. Ignacio Díez y Alejandro Sanz durante la presentación. Foto de Javier Velasco Oliaga

El pasado lunes 12 de junio celebramos la presentación de mi nueva obra, La nostalgia inseparable de Rafael Alberti. Oscuridad y exilio íntimo en su obra (Ediciones de la Torre, 2017). Fue en el Ateneo de Madrid, un lugar emblemático en la historia literaria de la ciudad. Me acompañaron en la mesa Alejandro Sanz, presidente de la Sección de Literatura del Ateneo y de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre; J. Ignacio Díez, catedrático de Literatura de la Universidad Complutense y José María G. de la Torre, director de Ediciones de la Torre.

El ensayo es el resultado de la adaptación, a libro, de mi tesis doctoral, defendida en diciembre de 2015 y por la cual obtuve la calificación de «Sobresaliente Cum Laude». Se trata de la revisión de la obra poética —y gran parte de la teatral— de Rafael Alberti, desde el punto de vista de la oscuridad y del exilio íntimo: los dos ejes centrales que vertebran su poética y que, desde mi punto de vista, no han sido atendidos suficientemente por la crítica.

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Foto de Javier Velasco Oliaga

Alberti es más que Marinero en tierra; es más que aquel fulgor de extroversión y alegría que ha quedado en el recuerdo de tantos; más que un activo militante del Partido Comunista que se debatió siempre entre el clavel (el lirismo) y la espada (el compromiso). Su primer poema fue una consecuencia directa de la necesidad de expresar sus sentimientos tras la muerte de su padre en 1920, cuando él tenía 17 años. Su poesía nace, por tanto, de la oscuridad. Desde ese momento, toda su poética puede estructurarse en torno a una serie de crisis existenciales en las que desembocaba la pérdida de sucesivos paraísos que no eran espaciales, sino temporales. La evocación de un pasado más feliz teñía el presente de un sentimiento de nostalgia, lo que él llamó «nostalgia inseparable» en un poema de su obra Baladas y canciones del Paraná.

El resultado es una progresiva pérdida de la propia identidad. El poeta se busca a lo largo de toda su obra y esta búsqueda resulta infructuosa, por lo que se convierte en un exiliado íntimo, un exiliado de su presente.

El acto comenzó con la presentación de Alejandro Sanz, que reivindicó con sumo acierto la importancia de la Generación del 27 en la historia de la literatura hispánica y la necesidad de que los nuevos investigadores revisen la obra de los clásicos, esos que a veces son rechazados por algunos poetastros contemporáneos. A continuación, José María de la Torre, quien fuera amigo del poeta, narró algunas anécdotas vividas con él y señaló la importancia de su figura en el panorama literario. Ignacio Díez, en una valiente y aplaudida intervención, defendió la integridad ideológica de Alberti, su compromiso, y criticó a aquellos que utilizan el argumento político para no considerarlo un gran poeta.

Tras mi intervención, tuvo lugar la proyección de un vídeo que elaboré hace años como homenaje a la Generación del 27, que mezclaba una versión musical de la famosa «Balada para los poetas andaluces de hoy» -con la voz del propio Alberti, acompañado de Rosa León- y fotografías de escritores de dicha generación, junto a algunos otros próximos.

Fue una tarde emocionante y memorable. Asistieron familiares, amigos incondicionales, inesperados conocidos y numerosos desconocidos atraídos por el tema. Todos contribuyeron a dejarme un poquito de esa luz que, igual que Alberti, persigo con desesperación en estos tiempos sombríos.

Finalizo con una selección de fotos tomadas, en su mayoría, por los poetas Andrés París y Gelu Vlasin:

Ya sabéis que podéis encontrar mi ensayo La nostalgia inseparable de Rafael Alberti. Oscuridad y exilio íntimo en su obra (Ediciones de la Torre, 2017) en la web de Amazon.

Con Rafael Alberti en la Feria del Libro de Madrid

El pasado domingo 4 de junio fui a la Feria no como lectora, sino como autora, por cuarto año consecutivo. Estuve firmando ejemplares de mi nueva obra, La nostalgia inseparable de Rafael Alberti, junto con mis dos poemarios. Muchos amigos acudieron a saludarme y a comprarme el libro y fue una bonita ocasión para reencontrarme con algunos a los que no veía desde hace tiempo. Aquí os dejo una sesión fotográfica a cargo de Javier Lozano:

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Si alguien se quedó con ganas de verme en la Feria, todavía queda una ocasión el próximo domingo 11, que además es el último día. Estaré de 18:00 a 21:30 h.:

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Pero el verdadero gran día será el lunes 12, cuando presento la obra en el Ateneo de Madrid junto a mi director de tesis, el catedrático de la UCM J. Ignacio Díez; el escritor y ateneísta Miguel Losada, gran conocedor de la Generación del 27, y José María de la Torre, director de Ediciones de la Torre. Alejandro Sanz, presidente de la Sección de Literatura del Ateneo, presenta el acto, que será gratuito y de entrada libre. Aquí os dejo la invitación:

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Feria del Libro 2017

cubiertaOs presento mi nuevo ensayo: La nostalgia inseparable de Rafael Alberti. Oscuridad y exilio íntimo en su obra. Está basado en mi tesis doctoral, en la que obtuve Cum Laude en diciembre de 2015 en la Universidad Complutense de Madrid.

Ahora, está a punto de publicarse con Ediciones de la Torre en esta preciosa edición, que cuenta con un pliego de fotos que repasan la dilatada vida del poeta, que abarcó casi un siglo.

Este libro nace en tiempos muy complicados para mí y posee un significado especial. Representa la culminación de un proceso de superación y mi compromiso con la reivindicación de un poeta como Alberti, que debería ser mucho más visible de lo que es actualmente. Os dejo aquí la sinopsis:

Rafael Alberti, icono de la Generación del 27, es autor de una dilatada obra que posee como eje la oscuridad, junto a una esperanza constante de escapar hacia la luz. Dicha oscuridad se combina con un sempiterno sentimiento de desarraigo hacia el presente que el propio autor definió como “la nostalgia inseparable”. Alberti sufrió el exilio tras la derrota de la II República en la Guerra Civil. Pero el sentimiento de exilio existía antes de abandonar España; porque, en realidad, los sucesivos paraísos perdidos que añora no son espaciales, sino temporales. Alberti es incapaz de arraigarse a su presente, en el cual no encuentra su identidad.

El presente ensayo, basado en la tesis doctoral de la autora, plantea un recorrido por su obra poética y teatral desde esta novedosa y oscura perspectiva.

Estaré firmándolo en la Feria del Libro de Madrid los días 4 y 11 de junio, de 18:00 a 21:00, en la Caseta 200.

La presentación, de entrada libre y gratuita, será el lunes 12 de junio, a las 19:30, en el Ateneo de Madrid (Calle del Prado, 21).

¡Espero veros pronto!

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