Navidazonia

22 de diciembre de 1995

Querido Guili:

Mañana iremos a Navidazonia. Navidazonia es una feria de Navidad. Hay muchas cosas: Papás Noeles que dan caramelos, cabalgatas de Reyes que no paran de pasar… Lo bueno es que, aunque en el resto de sitio ya se haya terminado la Navidad, en Navidazonia siempre sigue estando.

Sin más, se despide tu amiga:

Marina

C/ San Gatos de Dueño, nº. 2, piso 1ºB. CP 28076, Gatoburgo.

Encontré esta «carta» en un viejo cuadernillo esta mañana, mientras me lamentaba de que hoy fuera Nochebuena. Una oleada de ilusión que guardaban las páginas marchitas me hizo estornudar y después sonreír -la ilusión antigua es peor que el polvo… Me invadieron unas ganas terribles de regresar a mi antigua residencia, situada en «Gatoburgo» y, más concretamente en aquella calle de «San Gatos de Dueño» en la que también se erigía la Mascotería del Miau-Miau.

Navidades del 96
Navidades del 96

Vivía allí cuando mi hermano pequeño se empeñaba llamarse como el Power Ranger Azul, y cuando yo ignoraba que su nombre, Willy, no se escribía con «gu-» -y, encima, sin diéresis-. En aquellos tiempos, la Navidad era la mejor que podía pasarte a lo largo del año -por encima, incluso, de los cumples-, por eso empezaba a poner villancicos desde septiembre -para desgracia de los que me rodeaban-, adelantándome incluso a El Corte Inglés. Pero al igual que las Navidades resultaban maravillosas, la tortura más elevada de cuantas se pudieran imaginar era cuando, unos días después de Reyes, había que quitar el decorado navideño. En mi casa, siempre lo retrasábamos lo más posible, hasta que nuestro abeto se convertía en el elemento absurdo del vecindario. Para mí, constituía un drama el fin de las Navidades.

Por eso inventé Navidazonia: un parque temático donde todo el año era Navidad. Para crearlo, confieso que me inspiré en la «Isla de los Juegos» de la película Pinocho de Walt Disney, aquella isla a la que los niños malos eran conducidos por un zorro llamado «El Honrado Juan» y, después de divertirse y de comer cuantas golosinas desearan durante toda una tarde, acababan convertidos en burros. Navidazonia lo imaginaba de ese estilo, pero más nevado y con atracciones navideñas. Incluso la figura de «los Papás Noeles que regalaban caramelos» surgían en mi mente a partir de las enormes estatuas de indios de madera que repartían puros a los niños diciendo: «Aquí se fuma… ¡fumen hasta empacharse!»

Fotograma de la película Pinocho (1940), de Walt Disney
Fotograma de la película Pinocho (1940), de Walt Disney

Qué mecanismos más extraños y retorcidos posee la imaginación infantil. Cómo echo de menos la ausencia de futuro que me embargaba, la felicidad al alcance de un acción tan poco trascendental como poner el Árbol de Navidad.

Casi veinte años después, un sentimiento de melancolía decadente me invade cuando pienso que hoy es Nochebuena. Ya no escucho villancicos, sino canciones desasosegantes de Jim Morrison. Temo encender la tele para verme asaltada por todas esas películas de finales felices y reuniones familiares bajo los ojos del bueno de «Santa». De amores que siempre llaman a la puerta el 25 de diciembre, de vidas que se arreglan y sorpresas inesperadas.

Y me parece que la tristeza es una especie de ermitaña en esta época, lo cual me hace sentirme aún más lejos. La Navidad son fiestas para disfrutar en la infancia. Después, se convierten en caldo de cultivo para la nostalgia de los días y de las personas que ya no te acompañan. Como diría Morrison: «todo está roto y baila».

Voy a pedirle al Papá Noel que nunca viene a mi casa un pasaje sin retorno a Navidazonia. Mientras lo espero, os deseo una feliz noche y me despido de la mano de Lennon…

La voz del Rey Lagarto: 70 años del nacimiento de Jim Morrison

En mayor o menor medida, todos poseemos la psicología del voyeur. No en un sentido estrictamente clínico o criminal, sino en nuestra actitud física y emocional ante el mundo. Cada vez que tratamos de romper este hechizo de pasividad, nuestras acciones se vuelven crueles y torpes y, por lo general, obscenas, al igual que un inválido que ha olvidado cómo caminar.

Jim Morrison, Los Señores

Estas palabras, contenidas en uno de los poemarios de Jim Morrison, podrían constituir una justificación de su trayectoria vital. El legendario líder de The Doors, que hoy habría cumplido 70 años, murió en 1971, a los 27, dejando un halo de preguntas sin resolver acerca de su persona. ¿Quién fue realmente Jim Douglas Morrison? ¿Un dios del rock, un icono sexual, un poeta beatnik, un joven obsesionado permanentemente con llamar la atención, un adolescente brillante e introvertido que nunca llegó a madurar, el último romántico…? Ante todo, Jim Morrison se constituyó como un luchador, en constante batalla consigo mismo para evitar convertirse en aquello que más temía: un espectador de su propia vida. Tal como él mismo escribió en Los Señores, su desasosegada huida de la contemplación existencial le condujo, en muchas ocasiones, a la obscenidad, a la torpeza y, finalmente, a su autodestrucción. Morrison murió ensayando la vida.

Jim Morrison en 1967, foto de Joel Brodsky
Jim Morrison en 1967, foto de Joel Brodsky

Yo soy el Rey Lagarto,

puedo hacer cualquier cosa.

Así se definía Jim Morrison en Celebration of the Lizard, una serie de letras concebidas para formar, en conjunto, un espectáculo poético. Como los lagartos mudan de piel, él fue variando su propio personaje a lo largo de su corta existencia. Así, encontramos un Morrison adolescente solitario, creativo y con sobrepeso; a otro Morrison de 23 años, esbelto y de una belleza rebelde y, por último, a uno grueso, barbudo, de mirada profundísima, subiendo al altar del anonimato por las calles de un París donde saludó a la muerte.

Jim Morrison condensó su vida en 27 años. En 1971, su aspecto era el de un hombre de 40, y no sólo por el envejecimiento prematuro al que le condujo el alcoholismo –sobrepeso, descuido de su propio aspecto-; la mirada que muestra en las fotos de esta época denota madurez: es la mirada de un hombre experimentado, que ha vivido demasiado como para no contemplar todo con una cierta indulgencia, un abandono bondadoso, una tranquilidad reflexiva.

Sus últimos meses transcurrieron en París junto a Pamela Courson, su eterno y atormentado amor. Morrison se había cansado de los escenarios y sólo quería dedicarse a escribir poesía y a mendigar sueños por la Ciudad de la Luz, la misma que había albergado las dramáticas desventuras de sus admiradísimos Verlaine y Rimbaud.

Jim Morrison en 1970
Jim Morrison en 1970

Pero no podemos olvidar que el aparentemente maduro Morrison de 1971 era, en realidad, un chico de 27 que, sólo dos años antes, incendiaba los escenarios con sus provocativos bailes y unos ajustados pantalones de cuero. Su serie de fotos más famosa, “The Young Lion”, que actualmente encontramos impresa en camisetas, pósters y todo tipo de artículos de merchandising, fue realizada en 1967 por el fotógrafo Joel Brodsky. Las imágenes muestran a un Jim Morrison de 23 años, rabiosamente guapo, en la cumbre de su carrera musical, posando provocativamente para la cámara. El torso desnudo, a excepción de un collar de cuentas estilo indie, la melena castaña cuidadosamente despeinada, los ojos azules mirando intensamente; en conjunto, una combinación de fiereza, rebeldía y belleza angelical propia de las estatuas griegas.

Jim Morrison en 1967. Foto de Joel Brodsky
Jim Morrison en 1967. Foto de Joel Brodsky

Ray Manzarek, un antiguo compañero de la Universidad de Los Ángeles, percibió en Jim dicha aura de divinidad tan favorecedora para una estrella de rock en potencia. Eso, junto a la creatividad poética de Morrison a la hora de componer letras, fue la semilla de The Doors en 1965, que bautizaría así en alusión a las «puertas de la percepción» a las que se refirió William Blake. A él y a Manzarek se unirían rápidamente Robby Kriegger y un escéptico John Densmore.

El mismo año en que nacía The Doors, el ejército estadounidense efectuaba un bombardeo intensivo sobre Vietnam del Norte, organizando una violenta masacre. Entre la población norteamericana surgían los movimientos contraculturales bajo el lema “Peace and Love”, acompañado éste no solo de flores y corazones, sino también de nuevas drogas, como el LSD y las anfetaminas, con las que los jóvenes pretendían alejarse de la realidad y establecerse en su propio mundo, un mundo dominado por el amor universal y libre. Las chicas se alisaban el pelo, los hombres se dejaban crecer la barba, unas y otros apostaban por el desaliño como estilo de vida. Era “tiempo de vivir, tiempo de mentir, tiempo de reír, tiempo de morir”, como dice la letra del tema “Take It As It Comes” de The Doors:

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Jim Morrison no fue hippie, pero tuvo contacto con la poesía de la Generación Beat –en especial, con el poeta beat Michael McLure-, la cual sirvió de impulso para el surgimiento de la contracultura en la década de los sesenta. Por detrás de la fachada de provocación tras la que se escondía como líder de The Doors, Jim fue algo más. Las lecturas de los poetas románticos ingleses que llevaba a sus espaldas desde la adolescencia, los estudios de cine en la Universidad de los Ángeles, una asombrosa inteligencia natural: todo ello le había conferido la capacidad de crear un personaje a la medida de lo que exigía la sociedad en ese momento, relegando a un segundo plano su lado poético, sensitivo, filosófico. Jim Morrison fue, sobre todo, su propia creación. Lo que ocurrió es que, a finales de los sesenta, se cansó de representar el papel.

Supo reflejar, en sus canciones, un mundo que se desmoronaba vertiginosamente. The Doors brilló con luz propia porque contaba con un Jim Morrison que era capaz de cantar a la sangre que invadía los tejados y las palmeras de Venice Beach, el verano, el amor; que podía reflejar el naufragio existencial –y romántico- en forma de un barco de cristal, que habló de los ángeles perdidos en la caótica ciudad de Los Ángeles, en ese tema titulado “L. A. Woman” donde se llamó a sí mismo «Mr. Mojo Risin» -cambiando de orden las letras de su nombre y apellido-, que hoy se perfila como uno de los temas definitivos de la historia del rock.

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Morrison siempre atribuyó su rebeldía a un episodio de su niñez, cuando viajando en coche con su familia, fue testigo de un accidente en la carretera que había matado a varios indios, dejando a otros moribundos. Según la leyenda, cuando alguien ve a un indio morir, el alma de ese indio se reencarna en él. Esta anécdota se repetiría de forma obsesiva en las letras de sus canciones -«Indios sangrando diseminados en la autopista del amanecer: / fantasmas invadiendo la frágil mente de un niño»-. Jim Morrison sintió durante toda su vida un auténtico fervor por la libertad, por no sentirse atado a nada ni a nadie, un impulso que le conducía a marcharse durante días enteros al desierto, sin avisar a nadie, y a no conseguir formalizar sus relaciones sentimentales.

Como icono sexual, tuvo aventuras con innumerables chicas, algunas de las cuales no alcanzaban los 18. Nico, la malograda cantante alemana de la Factory que participó en un álbum de The Velvet Underground, se enamoró de él hasta el extremo de teñirse sus pálidos cabellos rubios de rojo, porque Jim sentía predilección hacia ese color. Tal vez se debía simplemente a que era el color del cabello de Pamela Susan Courson, una muchacha que conoció en 1965, cuando The Doors aún no habían alcanzado la fama. Por entonces, ella tenía 19 años y él, 22. Pamela se caracterizaba por una larguísima y lacia melena roja, ojos de color verde azulado y una sonrisa de niña pequeña. Bajita y muy delgada, daba una impresión de debilidad que en realidad no poseía, puesto que era dominante y caprichosa. Su relación con Jim a partir de 1965 fue tormentosa, interrumpida por constantes discusiones que los alejaban durante meses, para después volver siempre juntos. El desequilibrado carácter de Pamela se complicó más a medida que su adicción por la heroína aumentaba. Jim sentía impotencia ante esta situación, mientras ella lo veía caminar hacia su autodestrucción debido a su creciente alcoholismo. Jim y Pamela eran, de alguna forma, almas gemelas, enamoradas de la libertad, de caracteres tan fuertes que no podían no chocar entre sí. A pesar de todo, el amor que sintieron fue mutuo y verdadero.

Jim y Pam en 1969
Jim y Pam en 1969

Al principio de dos poemarios de Jim podemos encontrar la dedicatoria “A Pamela Susan”. Me estoy refiriendo a Los Señores y Las nuevas criaturas, ambos autopublicados por él en 1969. Otros libros de poesía, como Desierto y Una oración americana, fueron publicados de manera póstuma gracias a Pamela, que se encargó de organizar sus papeles y todas sus caóticas notas. En estos poemas hallamos al Morrison más profundo, esencial y sensitivo, caída ya la máscara, capaz de burlarse de su propio personaje.

No sabemos qué otro Jim Morrison hubiéramos podido conocer de no haber muerto dramáticamente –y en misteriosas condiciones- a los 27 años, envuelto en un aura desquiciante de locura y adicciones. Irónicamente, falleció incluso a una edad más temprana que la de su adorado Arthur Rimbaud, quien condensó su vida en 37 años. Pero Jim, a diferencia de Rimbaud, no había agotado su capacidad creativa, de hecho, tenía en mente numerosos proyectos literarios y cinematográficos. Murió cuando nacía el poeta que siempre llevó dentro. Pero hoy, a los 70 años de su nacimiento, nos llega aún su voz –la del Rey Lagarto, la de Mr. Mojo Risin-, inquietante y desasosegada, mística, errática, eufórica; susurrando que las dimensiones espacio temporales, que la muerte y la vida, son límites absurdos impuestos por nuestra frágil condición humana:

Puedo lograr que la Tierra se detenga
en seco. Hice que
los coches tristes desaparecieran.

Puedo hacerme invisible o disminuir de tamaño.
Puedo volverme gigantesco y alcanzar
las cosas más lejanas. Puedo cambiar
el curso de la Naturaleza.
Puedo transportarme a cualquier parte
del espacio o del tiempo.
Puedo convocar a los muertos.
Puedo percibir acontecimientos en otros mundos,
en lo más profundo de mi mente
y en las mentes de los demás.

Yo puedo

Yo soy.

Jim Morrison
Jim Morrison

Adiós a Lou Reed

El músico Lou Reed
El músico Lou Reed

Ojalá hubiera nacido hace mil años,
ojalá hubiese navegado por los mares oscuros
en un gran clipper,
yendo de acá para allá
con un traje y una gorra de marinero,
lejos de la gran ciudad
donde un hombre no puede ser libre
de todos los demonios de esta urbe,
de él mismo y de los que le rodean…
Oh, creo que no sé…

Así trataba de escapar Lou Reed, en 1967, en su canción «Heroin». ¿Escapar de qué, para qué? La música, como un arte más, puede tener dos objetivos principales: huir de la realidad o luchar contra ella. En la década de los sesenta, Lou Reed huía, acompañado por todas aquellas decenas de rockeros, de hippies, de provocadores de la contracultura. Eran los tiempos en los que el LSD conducía a John Lennon a divagar para siempre por los campos de fresa, eran los «días extraños» de Jim Morrison y los gritos últimos de Jack Kerouac, el poeta cabecilla de la llamada Generación Beat. La lejana Guerra de Vietnam dejaba en el viento y en los periódicos regueros inagotables de sangre, y las drogas se constituyeron como vía para escapar de esa sangrienta realidad, como las «puertas de la percepción» de las que habló William Blake y que le sirvieron a Jim Morrison para darle nombre a su banda. Huir también era un modo de luchar.

The Velvet Underground & Nico, 1967. Lou Reed al frente
The Velvet Underground & Nico, 1967. Lou Reed al frente

Por entonces, en Los Ángeles, Lou Reed cantaba junto a John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker en la banda The Velvet Underground, que apostaba por un rock psicodélico: melodías distorsionadas, dulces, pálidas, con las que abordaban temas sórdidos como la droga o el sadomasoquismo. En 1966, el artista pop Andy Warhol los fichó para su Factory, y desde entonces se convirtió en su productor, añadiendo al grupo un nuevo miembro más de su cosecha: la cantante y modelo alemana Christa Paffgen, Nico, que le daría una nota de glamour a la banda con su voz oscura y humeante. A Lou Reed y John Cale no les hizo ninguna gracia la nueva incorporación, pero esta sirvió para grabar el álbum más célebre de la banda: The Velvet Underground & Nico, que incluiría temas tan celebrados por la crítica como este «Sunday Morning»:

La colaboración con Andy Warhol y Nico engendró un único disco, después del cual los miembros originales de la banda decidieron continuar sin ellos su carrera. Pero The Velvet Underground no duraría mucho más. Nunca fue un grupo comercial, tenía un público muy concreto, fue casi una experiencia alucinógena, musicalmente hablando. Lou Reed abandonó en 1970 para grabar su primer disco en solitario dos años después, llamado simplemente Lou Reed.

En solitario, Lou Reed continuó «caminando por el lado salvaje«, como en su canción, enfrentando temas desasosegantes y sórdidos, naufragando en heroína. Su álbum Berlín narraba una trágica historia de amor entre dos drogadictos, abordando la violencia, la prostitución y las drogas, el suicidio. Por estos años, compuso uno de sus temas más alabados, «Perfect Day«, concebido como una elegía a la heroína, a la que Reed era adicto. En sus propias palabras: «Sabía que no escribía para la mayoría. Escribía sobre el dolor y las cosas que herían».

Su relación con la literatura revolucionaria resultó una constante vital, como desarrollé en el artículo «Arte pop y literatura en The Velvet Underground«. Sus letras se inspiraban en las obras de poetas como Jean Genet o Allen Ginsberg, perteneciente a la Generación Beat.

La década de los ochenta supuso un renacimiento para él. Después de abandonar las drogas, empezó a componer letras con las que ya no pretendía escapar de la realidad oscura, sino encararla, criticarla, denunciarla. Ese fue el álbum New York, uno de los más exitosos, en los que arremetía directamente contra personajes de la sociedad como Jesse Jackson, el Papa Juan Pablo II o Kurt Waldheim. Reed dio voz a los más desfavorecidos de la sociedad americana y clamó por justicia.

El músico Lou Reed
El músico Lou Reed

Como un silencioso tributo a la canción de The Velvet Underground, Lou Reed ha muerto un domingo, no sabemos si por la mañana. A sus 71 años, era considerado como el padre del rock alternativo y una especie de hombre renacentista del rock, pues no solo cantaba y componía, también pintaba, actuaba en la gran pantalla y dirigía guiones de televisión. Lo que pocos saben es que, siendo niño, sus padres lo sometieron a una lobotomía preventiva para atajar su desacato a las normas y su inconformidad con el orden establecido. Él mismo reconoció: «No me gustaba el colegio, no me gustaban los grupos de gente, no me gustaba la autoridad. Estaba hecho para el rock and roll».

El domingo 27 de octubre de 2013, perdimos una parte de la Historia del rock. Se apagó dulcemente, envuelta en una melodía confusa y distorsionada, como las canciones de la Velvet Underground

«Peace Frog», The Doors

There’s blood in the streets, it’s up to my ankles.
There’s blood on the streets, it’s up to my knee.
Blood on the streets in the town of Chicago;
blood on the rise, it’s following me.

She came just about the break of day.
She came and then she drove away,
sunlight in her hair.

Blood in the streets runs a river of sadness,
blood in the streets it’s up to my thigh.
Yeah, the river runs down the legs of the city,
the women are crying red rivers of weepin’.

She came into town and then she drove away,
sunlight in her hair.

Indians scattered on dawn’s highway:
bleeding ghosts crowd
the young child’s fragile eggshell mind.

Blood in the streets in the town of New Haven,
blood stains the roofs and the palm trees of Venice,
blood in my love in the terrible summer,
bloody red sun of phantastic L.A.
Blood screams the pain as they chop off her fingers,
blood will be born in the birth of a nation.
Blood is the rose of mysterious union.

There’s blood in the streets, it’s up to my ankles.
Blood in the streets, it’s up to my knee.
Blood in the streets in the town of Chicago.
Blood on the rise, it’s following me.

 

Hay sangre en las calles: me llega a los tobillos…
Sangre en las calles: me llega a las rodillas.
Sangre en las calles, en la ciudad de Chicago.
Sangre que asciende, que me persigue.

Ella llegó casi al acabar el día.
Llegó y después se fue 
con la luz del sol en su cabello.

Sangre en las calles, por las que circula un río de tristeza.
Sangre en las calles: me llega hasta el muslo.
Sí, el río fluye sangriento por las piernas de la ciudad,
las mujeres están llorando rojos ríos de lágrimas.

Ella llegó a la ciudad y después se fue con la luz del sol en su cabello…

Indios sangrando diseminados en la autopista del amanecer:
fantasmas invadiendo la frágil mente de un niño.

Sangre en las calles de la ciudad de New Heaven,
sangre que mancha los tejados y las palmeras de Venice.
Sangre en mi amor, en el terrible verano…
El sangriento sol rojo de la fantástica ciudad de Los Ángeles.

La sangre grita en el cerebro mientras les cortan los dedos,
la sangre manará en el nacimiento de una nación.
La sangre es la rosa de una misteriosa unión.

Hay sangre en las calles: me llega a los tobillos…
Sangre en las calles: me llega a las rodillas.
Sangre en las calles, en la ciudad de Chicago.
Sangre que asciende, que me persigue.

Gram Parsons y The Flying Burrito Brothers

Se cumplen 40 años del fallecimiento en 1973 de Gram Parsons, famoso por haber liderado la banda de country rock The Flying Burrito Brothers.

El cantante estadounidense Gram Parsons
El cantante estadounidense Gram Parsons

Hoy el nombre de The Flying Burrito Brothers puede resultar cómico para cualquiera que no sea un aficionado al rock clásico, pero en 1969 era la sensación explosiva del momento. Los Flying participaban en conciertos junto a grupos míticos como The Doors u otros de surgimiento reciente y que aún no habían formado su propia leyenda, como Led Zeppelin. Con su llegada desterraron a exitosos grupos de country rock de los sesenta: Buffalo Springfield o The Byrds. De este último, precisamente, surgía Gram Parsons, que fue miembro fugazmente durante el año 1968. The Byrds habían alcanzado el éxito versionando temas de Bob Dylan, como «Mr. Tambourine Man» o la famosa «Turn! Turn! Turn!» de Pete Seeger -ambos del año 1965-.

En 1968, coincidiendo con la llegada de un jovencísimo Gram Parsons a la banda -que sustituía a David Crosby-, The Byrds abandonaron sus postulados folk y psicodélicos para abrazar un country rock más puro, más tradicional. Gram Parsons grabó un disco junto a ellos:  Sweetheart Of The Rodeo.

The Byrds en 1968. Gram Parsons es el segundo por la izquierda
The Byrds en 1968. De izquierda a derecha: Kevin Kelley, Gram Parsons, Roger McGuinn y Chris Hillman

Tras la grabación de Sweetheart Of The Rodeo, un conflicto interno en el grupo hizo que Gram Parsons se apartara de él, seguido por otro miembro: Chris Hillman. Junto al guitarrista Pete Kleinow -«Sneaky»- y al bajista Chris Ethridge, fundaron The Flying Burrito Brothers, debutando en 1969 con su primer disco: The Gilded Palace Of Sin.

Mientras tanto Roger McGuinn, líder de The Byrds, pagó su resentimiento con Parsons -por haberse marchado del grupo- regrabando Sweetheart Of The Rodeo, eliminando en la regrabación la mayoría de aportaciones vocales del joven, que interpretaba la voz principal en varios temas de la versión original. McGuinn era de la opinión de que la marcha de Parsons se debía, en realidad, a su necesidad de acercarse a Mick Jagger y Keith Richards, miembros de The Rolling Stones con los que había trabado amistad, sobre todo por su común afición a las drogas y al alcohol, adquirida por Parsons en la segunda mitad de los sesenta.

Sea o no verídico, lo cierto es que ambos Rolling escribieron para Parsons el tema «Wild Horses«, que los Flying Burrito Brothers incluyeron en su segundo disco, lanzado en 1970: Burrito Deluxe.

Gram Parsons junto a Keith Richards, de los Rolling Stones
Gram Parsons junto a su amigo Keith Richards, de los Rolling Stones

The Flying Burrito Brothers supuso una revolucionaria vuelta al country rock más tradicional en un momento histórico en el que triunfaban la psicodelia y los primeros ritmos electrizados. En la casa del Valle de San Fernando que utilizaban como estudio, apodada «Burrito Manor», Gram Parsons componía letras que hablaban sobre drogas, mujeres y cuestiones sociales, que calaron rápidamente entre la juventud norteamericana. El primer disco, The Gilded Palece Of Sin (El Palacio Dorado del Pecado), fue todo un éxito, y dejó atrás a los reconstituidos Byrds. Los Flying, con sus llamativos trajes de country western, se habían abierto paso en el territorio vedado de las leyendas del rock. Inolvidables resultan algunas composiciones originales de Parsons y Hillman, como «Sin City«, «Juanita«, «Wheels» o «Hot Burrito #2«.

The Flying Burrito Brothers en 1969. Atrás: chris Ethridge y Gram Parsons. Al frente: Chris Hillman y Sneaky Pete Kleinow
The Flying Burrito Brothers en 1969. Atrás: Chris Ethridge y Gram Parsons. Al frente: Chris Hillman y Sneaky Pete Kleinow

Gram Parsons vivió muy deprisa e intensamente, como corresponde a toda legendaria estrella del rock. Perteneciente a una familia adinerada de Florida, los Connor -su verdadero nombre era Cecil Ingram Connor III-, tocaba varios instrumentos desde niño y era un gran aficionado a Elvis Presley. Cuando tenía 12 años, su padre se suicidó con un tiro en la cabeza. Siete años más tarde, su madre moriría alcohólica.

Gram, como la mayoría de rockeros de los sesenta, se fue internando cada vez más en las drogas; en su caso, se inclinó más hacia la heroína y la cocaína que hacia los alucinógenos, que comenzaban a pegar fuerte entre los hippies. Carismático, alegre y con madera de líder, se codeó con los Rolling Stones y actuó en Seattle Pop Festival celebrado en Washington en 1969, junto a Led Zeppelin, The Doors, Chuck Berry, The Byrds y otros grupos legendarios. En dicho festival, incluso llegó a compartir el asiento trasero de un Cadillac con Jim Morrison y, aunque en teoría los dos estaban demasiado ebrios para mantener una conversación coherente, lo cierto es que fue el manager de Parsons el que tuvo que sacar a Jim del coche unas horas después, cuando le tocaba actuar junto a su grupo.

En 26 años, Gram Parsons tuvo tiempo de ser miembro de varios grupos, iniciar los estudios universitarios de Teología, casarse e incluso comenzar una carrera musical en solitario, después de que el segundo disco de The Flying Burrito Brothers, Burrito Deluxe, no fuera bien acogido por el público. Sin embargo, sus tímidos inicios como cantante en solitario pasaron bastante desapercibidos en el momento, sobre todo porque Parsons estaba ya muy afectado por su drogadicción. El único disco que grabó, Grievous Angel, salió a la venta póstumamente en 1974.

A Gram Parson le faltaron unos meses para ingresar en el siniestro Club de los 27, como es llamado el grupo compuesto por Brian Jones, Jimi Hendrix, Janice Joplin y Jim Morrison, entre otros nombres, unidos por fallecer a los 27. Parsons tenía sólo 26 cuando fue encontrado muerto en un motel. La causa de la muerte fue una sobredosis de heroína, morfina y tequila.

Cuarenta años después de su muerte, los nombres de Gram Parsons y de los Flying Burrito Brothers no son tan conocidos como merecerían serlo, teniendo en cuenta el éxito que alcanzaron en su día. Tristemente, solo son recordados con cariño por los nostálgicos del country rock, y por algunos melómanos. Pero todo resurge, en un momento u otro, y yo aprovecho para resucitar el que posiblemente sea el tema más exitoso de la banda, además de mi favorito.

«Christine’s Tune», perteneciente al primer álbum de los Flying, cambió su nombre más adelante por el de «Devil in disguise» («Demonio encubierto»), debido a que Christine, la chica en la que se inspiraba la canción, falleció en un accidente de automóvil. Tras aquello, a los Flying no les pareció ético que su nombre figurara en el título, por esa costumbre de no hablar mal de los muertos -porque bien, precisamente, no hablaban de ella-. En el video que os dejo, podemos ver a Chris Hillman y Gram Parsons turnándose para cantar cada estrofa: