Desmitificando a Brian Jones

Brian Jones, fundador de The Rolling Stones, en los sesenta
Brian Jones, fundador de The Rolling Stones, en los sesenta

La banda de rock más longeva de la Historia, The Rolling Stones, sigue albergando un episodio oscuro a día de hoy. Dicho misterio, aunque haya sido olvidado parcialmente con el paso de los años y desplazado al territorio de la leyenda, tiene nombre y apellido, Brian Jones, y hoy cumpliría 73 si no hubiera fallecido en extrañas condiciones en 1969.

Que Mick Jagger siempre ha sido la cara visible del grupo es un hecho, pero la crítica jamás ha dejado de reconocer el papel esencial de Jones, sin el cual los Stones no existirían: él fue el fundador, quien reclutó a Jagger y a Keith Richards, y la mente pensante detrás de cada actuación, de cada tema; al menos, durante los primeros tiempos. Bautizó el grupo, inspirándose en un viejo tema de su ídolo Muddy Waters, y enseñó a sus compañeros a sacarle partido a la guitarra, a elegir el vestuario, a comportarse en los escenarios. Hijo de un apasionado del jazz y de una pianista, la música formó parte de su persona desde su más tierna infancia. Hacía música de manera espontánea, natural, sin esfuerzos adicionales. Dominaba todo tipo de instrumentos, desde los habituales –guitarra, bajo, teclados y batería- hasta los más complejos, como saxofón o violín, pasando por algunos tan originales como el arpa, la cítara o el acordeón. El único instrumento que se le resistía era la voz. Y en este punto de la ecuación es donde entraba Mick Jagger.

Jagger complementaba a Jones en el sentido de que él poseía aquello que al genio musical le faltaba: no solo la voz, sino también la extroversión necesaria para quedarse con el público y levantar pasiones. Por eso, en las grabaciones de la época contemplamos a un exultante Jagger, cantando a grito pelado y dejando boquiabierto al escenario con sus saltos y cabriolas y, cerca de él, Richards, con su aire de rebelde sin causa, tocando la guitarra con maestría. Un poco más allá, bajo el riesgo de pasar desapercibida para aquellos que no hayan profundizado mucho en la historia de los Rolling, la discreta figura de un joven rubio, con un característico flequillo largo y unas ojeras canallas que hacían las delicias de sus fans: Brian Jones.

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Como gran parte de las estrellas del rock, Jones comenzó muy bien para después ir cayendo en una espiral de drogas, alcohol y desenfreno. Se fue hundiendo lentamente, perdiendo su “toque”. Esta circunstancia fue aprovechada en extremo por Mick Jagger, que siempre había sentido celos por él. Jagger se alió con Richards para ir desplazando poco a poco a Jones, que ya no tenía capacidad para lidiar al frente de un grupo. Jones no se rebeló el día que sus compañeros acudieron a su casa para explicarle que debía apartarse de la banda. Lo cierto es que él llevaba mucho tiempo lejos, sin implicarse, perdido por sus propios infiernos personales. Unos días más tarde, fue encontrado muerto en su piscina. Los médicos lo atribuyeron a un ataque de asma –enfermedad que padecía desde niño- combinado con un abuso de las drogas que se había incrementado en los últimos tiempos. Enseguida, surgieron las teorías que apuntaban a sus compañeros de la banda como posibles asesinos, basándose en los celos furiosos de Mick Jagger. Pero no hemos de olvidar que, en aquel momento, Jones era un personaje decadente, digno de lástima.

En este sentido, hay que valorar la opinión de Keith Richards, que a pesar de haber sido un auténtico “cabra loca” ha demostrado, también, ser muy razonable y honesto en sus observaciones. Richards, que reconoce la existencia de los omnipresentes celos de Jagger –con quien mantiene una relación de amor-odio desde la década de los ochenta-, afirma, también, que soportar a Jones se convertía cada vez más en un reto imposible, porque el músico había emprendido un viaje imparable hacia su propia autodestrucción. Richards siempre fue el apoyo de Jones en el grupo, hasta que comenzó a salir con Anita Pallenberg, la que había sido novia, hasta ese momento, de Brian. Siempre se ha acusado a Richards de “robarle la novia”, pero los que enjuician este hecho deberían considerar a Pallenberg como una persona autónoma y capaz de tomar decisiones por sí misma. Si cambió a Jones por él, sus motivos tendría y, de hecho, Brian Jones no era conocido por tratar bien a las mujeres, precisamente. Las personas más cercanas a él lo definen como mujeriego y posesivo.

Anita Pallenberg y Brian Jones
Anita Pallenberg y Brian Jones
Anita Pallenberg y Keith Richards
Anita Pallenberg y Keith Richards

Trascendiendo lo personal,   algunos puristas opinan que, desde la muerte de Jones, los Stones perdieron su esencia y casi el sentido de su existencia. Tal vez decir esto sea exagerar. Aunque los Rolling le deben su aparición a la genialidad musical de Brian Jones, tras su muerte supieron defenderse muy sobradamente e ir haciéndose un hueco en el Olimpo del rock. Algunos temas esenciales, como “Miss You”, proceden de la época en la que Brian ya no estaba, y en el seno del grupo se fraguaba una feroz batalla de egos entre Jagger y Richards que tuvo su punto álgido en los ochenta, pero que fueron capaces de superar, o de aprender a vivir con ella. Hoy constituyen uno de los pilares básicos del rock de todos los tiempos.

Y Brian Jones se ha quedado a vivir para siempre en la leyenda, envuelto en su enigma, rodeado de teorías conspiratorias. Brian Jones, ¿víctima o tirano? ¿Genio introvertido -e incomprendido- o machista y despótico? ¿Quizá todo a la vez? Brian Jones, ídolo sombrío de tantas figuras del rock, desde Jim Morrison hasta los miembros de Burning. Fundador del terrible Club de los 27. Paradójico y enigmático, nos sonríe displicente en la distancia, rubio y eternamente joven, con su flequillo liso cayéndole sobre los ojos, de un azul pálido remarcado por aquellas características y sempiternas ojeras. Y hay en su sonrisa un sello de eternidad.

The Rolling Stones en los sesenta
The Rolling Stones en los sesenta

El fracaso sentimental como móvil criminal en Patricia Highsmith

La escritora Patricia Highsmith
La escritora Patricia Highsmith

En el 20º aniversario del fallecimiento de Patricia Highsmith, una de las maestras por excelencia de la novela negra norteamericana, recupero el extracto de un trabajo que expuse en el IX Congreso de Novela y Cine Negro de Salamanca, publicado en 2014. 

Dentro del género negro de la novela, Patricia Highsmith (1921-1995) ha alcanzado un lugar de culto gracias a su capacidad para ahondar en la psique de los personajes y situar al lector dentro de un complejo entramado de pensamientos, impulsos y reflexiones. Los personajes de las novelas de Highsmith son de todo menos simples: como ocurre en la realidad, ninguno queda encasillado en el papel de bueno o de malo, sino que se van definiendo y configurando mediante una serie de acciones que quedan justificadas por la concatenación de pensamientos, traumas o experiencias que tiene lugar en la mente de dichos personajes. Esta idea queda explicada en su primera novela, una de las más famosas: Extraños en un tren (1950), cuando el perturbado personaje de Charles Anthony Bruno afirma:

Cualquier persona es capaz de asesinar. Es puramente cuestión de circunstancias, sin que tenga absolutamente nada que ver con el temperamento. La gente llega hasta un límite determinado… y sólo hace falta algo, cualquier insignificancia, que les empuje a dar el salto (Highsmith, 2004: 34).

No se puede hablar de identificación como tal del lector con el asesino: la propia autora confiesa que sus malvados a menudo resultan repugnantes para el lector, pero que ella siempre ha tratado de otorgarles rasgos de simpatía que creen un poco de contraste en su personalidad y los humanicen:

Pienso que todos mis héroes criminales son bastante simpáticos (…). Pienso que también es posible hacer que un héroe-psicópata sea totalmente repugnante y, pese a ello, resulte fascinante precisamente por su depravación (Highsmith, 1987: 48-49).

Introduciendo ciertos rasgos positivos en la personalidad de sus asesinos, lo que sí logra Highsmith es que el lector lo perdone, que consiga ponerse en su lugar, aunque sin llegar a identificarse con él. En general, el procedimiento que más utiliza es el de despertar la compasión del lector hacia dicho personaje, mostrándole parte de su pasado o desplegando su su dramática situación en el presente, que gira en torno a un fracaso: un fracaso que suele estar inmerso en el terreno de lo sentimental. Los asesinos o criminales de las novelas de Highsmith, incluso los que no llegan a asesinar, pero se plantean la idea, son personajes frustrados sentimentalmente. Es esa frustración, la sensación de haberlo perdido todo, la que les conduce a una evolución negativa de su personalidad, que roza la locura. Los personajes abandonan la razón y se dejan llevar por impulsos, en la mayoría de los casos. O también puede tratarse de seres desequilibrados emocionalmente, que han llegado a ese desequilibrio por traumas infantiles o juveniles que les han producido frustración, o que les han hecho sentirse fracasados, de algún modo.

La escritora Patricia Highsmith
La escritora Patricia Highsmith era una amante de los gatos

El sentimiento de frustración, originado por motivos sentimentales, es una constante en los personajes de Patricia Highsmith, y se trata de la condición que los conduce hacia el crimen o, de no producirse éste, al menos sí los impulsa a albergar pensamientos en ese sentido, o los acerca a un ambiente en el que está presente el crimen.

Las relaciones sentimentales que aparecen en la obra de Patricia Highsmith no suelen acabar bien, ya sea porque la pareja no se entienda o, en el caso de que exista armonía entre ellos, el asesinato se interponga, y uno de los dos pierda la vida. Muchos de los personajes se caracterizan, además, por poseer una orientación sexual ambigua y, de hecho, la homosexualidad como tal está presente de una u otra forma en gran parte de la obra de Highsmith.

En mayor o menor medida, se trata de un reflejo de la propia vida de la autora, lesbiana, y a quien las relaciones sentimentales no le solían durar demasiado. Este escepticismo hacia la concepción de pareja se va formando en Highsmith desde su más temprana infancia, cuando se siente afectada por la falta de cariño y la insatisfacción presentes en las relaciones de los adultos de su entorno.

Pat se pasó la vida insistiendo en que el matrimonio turbulento salpicado de problemas de su madre con Stanley Highsmith había hecho de su infancia “un pequeño infierno”. Al alimentar esta opinión, se olvidó, igual que cuando echaba la cuenta de sus amargos fracasos amorosos, de fijarse en el lado positivo de las circunstancias en las que había vivido (Schenkar, 2010: 132).

Esta perspectiva de Joan Schenkar, una biógrafa de Highsmith, deja entrever que, por encima de la mayor o menor insatisfacción de su madre en su matrimonio, existía en Patricia una visión pesimista acerca de la pareja. En cualquier caso, todas las relaciones sentimentales de sus personajes tienen como eje la frustración.

Información extraída de: 

  • CASADO, Marina (2014). “El fracaso sentimental como móvil criminal en cuatro novelas de Patricia Highsmith”, en La (re)invención del género negro / ed. Alex Martín Escribà, Javier Sánchez Zapatero (Andavira, 2014).

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BIBLIOGRAFÍA

  • HIGHSMITH, P. (1987). Suspense. Cómo se escribe una novela de intriga. Anagrama: Barcelona.
  • HIGHSMITH, P. (2004c). Extraños en un tren. Diario El País: Madrid.
  • SCHENKAR, J. (2010). Patricia Highsmith. Circe: Barcelona.

Los ochenta años de Elvis Presley

El cantante Elvis Presley en los sesenta
El cantante Elvis Presley en los sesenta

Elvis es rock’n roll y rock’n roll es Elvis. Y lo afirmo sin intención de menospreciar a Chuck Berry, Little Richard o Jerry Lee Lewis. Pero si hoy hiciéramos una encuesta a pie de calle, todo el mundo, independientemente de la generación a la que pertenezca, conocería al primero, aunque no lo haya escuchado jamás. Porque Elvis ha trascendido más allá del ámbito estrictamente musical para convertirse en un mito, en un icono cultural y social. Su imagen, con su tupé negro, engominado, y las gafas de sol, y los refulgentes trajes de colores, pertenece al imaginario colectivo.

Nunca fue un gran compositor. De hecho, no fue ni grande ni pequeño: las letras de la mayor parte de sus canciones más populares están tomadas de temas pertenecientes a otros artistas. “Tutti Frutti” es de Little Richard y “Blues Suede Shoes” fue compuesta por Carl Perkins, pero todos coincidiremos en que a la voz de Perkins le falta el matiz seductor y humeante de la del Rey. La famosa “Heartbreak Hotel”, el single más vendido de 1956, sí fue, sin embargo, grabada especialmente para ser cantada por Elvis, que se lanzó a la fama gracias a ella.

No fue compositor, pero las décadas de los cincuenta, los sesenta y los setenta podrían medirse a golpes de sus caderas. Lo esencial de Elvis fue su estilo, su carisma en el escenario, su baile y su descaro, con los que logró popularizar un género todavía recién nacido: el rock and roll, y se considera pionero de una de sus variantes: el rockabilly –mezcla de country y rock-. No en vano es conocido como “el Rey”: su influencia permanece presente, aun hoy, en lugares insospechados. Nunca olvidaré los dos conciertos de Duncan Dhu que tuve ocasión de presenciar, en 2013 y 2014, en los que Mikel Erentxun se declaraba –incluyendo también a Diego Vasallo- fan incondicional de Presley, y, a continuación, deleitaba al público con un sorprendente baile, Elvis style, para interpretar el tema que supuestamente homenajea al cantante: “La barra de este hotel”, de 1987.

Los que lo conocemos un poco, estamos al tanto de que siempre hay dos Elvis. El Elvis tímido, que no se atrevía a declararse a una chica del instituto, y el símbolo sexual que incluso tuvo sus apariciones en Hollywood. El Elvis con cara de niño y aquel otro gordo, decadente y de estrafalarias vestimentas. El Elvis desenfrenado de “Tutti Frutti” y el intérprete de hermosas baladas, como “Love Me Tender” o “Can’t Help Falling In Love”.

Como todos los mitos, el de Elvis también tiene un amplio trasfondo en el que merece la pena bucear. Si Presley no hubiera fallecido trágicamente a los 42 por una sobredosis –su adicción a la heroína le había valido, por ejemplo, un implante de oro en el tabique nasal-, hoy habría cumplido 80 años. Pero, igual que tantas estrellas de rock –él, la primera de todas-, jamás llegó a envejecer…

Miranfú

Ilustración de Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite
Ilustración de Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite

Miranfú. Con esta palabra mágica, Sara Allen invocaba a lo imprevisible en la obra de Carmen Martín Gaite Caperucita en Manhattan. Al pronunciarla, cualquier cosa podía ocurrir. En una novela juvenil de corte fantástico, no podemos esperar muchos acontecimientos terribles, pero, en la realidad, conlleva un cierto riesgo.

En enero de 2014, debí de pronunciarla sin darme cuenta, tal vez en sueños: eso explicaría que este año haya constituido un auténtico torbellino en mi existencia, un cúmulo de fuertes contrastes, dichosos y trágicos; una mezcla entre euforia, alegría, triunfo, nostalgia, ansiedad, tristeza, miedo…

Lo de hacer un balance de acontecimientos cuando expira diciembre es un postureo redomado, pero, en este caso, a mí misma me asombra la cantidad de cambios que se han producido en mi vida a lo largo de unos escasos doce meses, así que permitidme que posturee, al menos por esta vez.

He terminado -¡al fin!- el maldito máster de Formación del Profesorado. Oficialmente, estoy capacitada para dar clases de Lengua y literatura en institutos privados y concertados y conseguir que mis alumnos acaben por aborrecer a Luis Cernuda –en absoluto; ya me las apañaré para que les apasione…-. He intimado con Rafael Alberti, gracias a que por fin me he puesto en serio con mi tesis doctoral, y cuanto más me adentro en su poética, más me fascina…

Este verano, en la Fundación Rafael Alberti de El Puerto de Santa María
Este verano, en la Fundación Rafael Alberti de El Puerto de Santa María

He publicado dos libros; ¡se dice pronto! Uno en abril, mi primer poemario: Los despertares, con Ediciones de la Torre. Este libro es especial, porque cumple un sueño que tenía desde mi más remota adolescencia, cuando comencé a plasmar mis soledades y mis amores platónicos en versos incendiados de cisnes y de princesas lejanas, y después fue Alicia la que, perdido su País de las Maravillas, me llevó de la mano por los caminos mágicos que escapan del Espejo. El segundo libro, El barco de cristal. Referencias literarias en el pop-rock, me lo publicó Líneas Paralelas en octubre. Se trata de un ensayo que combina mis dos grandes pasiones: la literatura y el rock. En ambas publicaciones, he tenido la suerte de contar con buenas personas que me han apoyado y me han ayudado en todo momento.

Cada primavera, paseaba por la Feria del Libro de Madrid soñando con estar algún día dentro de una de las casetas, firmando ejemplares. Este año, se ha cumplido mi sueño, con mi poemario Los despertares. Y lo más emocionante ha sido reencontrarme allí con personas que se han ilusionado conmigo, algunas a las que no veía desde hacía mucho tiempo y, sin embargo, allí estaban.

También he recibido una crítica elogiosa, por escrito, de mi poemario, de uno de mis poetas favoritos, el grandísimo José Manuel Caballero Bonald. Aún no me lo termino de creer.

Firmando "Los despertares" en la Feria del Libro de Madrid 2014
Firmando «Los despertares» en la Feria del Libro de Madrid 2014
De izquierda a derecha: Emilio Blanco, Marina Casado, Rafa Ceballos, Juan Casado y Nico de Vicente
Presentación de «El barco de cristal» con Emilio Blanco y la banda Strange Days

Me han operado por primera vez en mi vida. Una infección ocular en mayo, originada por la falta de higiene de algún oftalmólogo de las urgencias de cierto hospital madrileño, se fue complicando hasta derivar en la obstrucción del conducto lagrimal de mi ojo izquierdo, por lo que me han tenido que abrir un conducto nuevo a través del hueso de la nariz. La ventaja: le he perdido el miedo a las jeringuillas que, despiadadas, se acercan llenas de suero hacia mi pobre y torturado ojo…

He sido, junto a Eric, Fernando y Rosalba, orgullosa fundadora del Galganismo, movimiento poético que pronto revolucionará los circuitos madrileños… Después, se nos unió Alberto. Es maravilloso compartir con ellos tantas cosas, empezando por versos y acabando por hamburguesas de carne de avestruz… Los Galganistas hemos participado, por primera vez como conjunto, en un recital: el dedicado a Leonor Machado, sobrina de Antonio y Manuel, hija de Francisco, en una noche que considero memorable.

He aprendido mucho acerca de sentimientos humanos. He llorado ríos de lágrimas, he naufragado y, cuando he sentido tocar fondo, me he visto iluminada, de repente, por una luz radiante y cálida. He comprendido que los verdaderos amigos pueden discutir, pero al final todo se arreglará, y que hay personas destinadas a ser esenciales en un período concreto de nuestra vida para convertirse, súbitamente, en desconocidos. Respecto a la eternidad de las musas, continúa siendo una utopía, pero yo soy idealista por naturaleza, lo cual resulta paradójico dado mi proverbial pesimismo.

He conocido a personas maravillosas que se han hecho un hueco en mi corazón: algunas todavía me acompañan -y me esforzaré por que así siga siendo-. He descubierto el mar dentro de una mirada. He echado mucho de menos y he terminado por firmar un pacto con la realidad para no pasarme la vida soñando –ahora, algunos sueños han cruzado conmigo la frontera-.

lechecondensada

Miranfú ha traído consigo terremotos existenciales: tragedias y dichas que han borrado la antigua languidez, porque, triste o alegre, cada acontecimiento delata VIDA. Y yo estoy viva. Ahora, tal vez, desearía un 2015 más tranquilo –un poquito más, tan solo-, para dejar crecer las prometedoras semillas que me ha regalado este año, para alcanzar nuevas metas. Aunque al final, sigamos explotando día a día como estrellas salvajes, las que se derraman sobre mi playa cada verano.

Y me despido de 2014 con nostalgia, dicha, esperanza, y envuelta en las notas de las Noches de blanco satén de los Moody Blues…

Feliz 2015.

Pamela Courson y su mundo “de color naranja intenso”

Pamela Courson en 1970
Pamela Courson en 1970

Now her world was bright orange…

(“Orange County Suite”, The Doors, 2000)

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Ayer Pamela Courson, la musa de Jim Morrison, hubiera cumplido 68. En abril de 2014, escribí un artículo con motivo del 40º aniversario de su muerte, que en unos pocos meses se ha convertido en la entrada más popular de mi blog. La figura de Pamela Courson continúa ejerciendo ese misterioso magnetismo que, en vida de la muchacha, le servía para romper corazones y coleccionar amantes por doquier, rivalizando en infidelidades con su novio, Jim Morrison, tres años mayor que ella. Sus biografías resultan paralelas: vertebradas desde la infancia por la rebeldía y la sed de libertad, inconstantes en sus relaciones amistosas y sentimentales, truncadas por la drogadicción –Jim era alcohólico y Pamela heroinómana- y con un temprano y trágico final –presumiblemente, por sobredosis en ambos casos- a la edad de 27 años.

A los 27, Pamela vivía una existencia decadente, enloquecida, cegada por la droga, convertida en una nebulosa de cabello rojo que hablaba de su amado fallecido como si todavía continuara vivo. Había tenido varios amantes después de su muerte, pero ninguno de ellos lo sustituyó en su corazón. Hoy, su historia se puede revivir por fragmentos a partir de las canciones que Jim Morrison compuso para The Doors.

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“La moderna del siglo veinte”

El primer álbum de la banda, publicado en 1967, incluye el tema “Twentieth Century Fox”, que algunos han traducido erróneamente como “La Zorra del siglo veinte”, cuando en realidad se trata de una expresión hecha en inglés que se interpreta en nuestro idioma como “la moderna”. En esta canción, Jim Morrison traza un agudo retrato de la personalidad dominante, fuerte y magnética de la joven, a la que conoció tras uno de sus primeros conciertos, cuando The Doors aún no era una banda popular.

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Bueno, ella es delgada, como está de moda,

y es impuntual, siguiendo la moda.

Nunca montaría un escándalo,

jamás rompería una cita.

Pero ella no se arrastra;

tan solo, contempla su forma de moverse.

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Es la moderna del siglo XX:

sin lágrimas, sin miedos,

sin años perdidos

y sin relojes.

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Es la reina del descaro

y es la dama que espera.

Desde que su mente abandonó la escuela,

nunca ha dudado.

No perderá el tiempo

en charlas elementales.

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Porque es la moderna del siglo XX:

tiene al mundo metido

en una caja de plástico.

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En las frecuentes peleas que mantenía la pareja, era siempre Pamela la que acababa lanzando la ropa de Jim por la ventana. A pesar de su aspecto frágil y delicado, tenía un carácter déspota y dominante.

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“La Calle del Amor”

“Love Street” es un tema perteneciente al tercer álbum de la banda, Waiting For The Sun (1968). La canción se recrea en una calle de la ciudad de Los Ángeles, dentro del barrio Laurel Canyon, llamada Rothdel Trail. Allí tenía su apartamento Pamela, que compartió con Jim durante algún tiempo. Se trataba de una calle muy frecuentada por los hippies, a los que la pareja veía pasar desde el balcón de su casa. Por eso, Jim rebautizó al lugar como “la Calle del Amor”.

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Ella vive en la Calle del Amor,

pasa mucho tiempo en la Calle del Amor.

Tiene una casa y un jardín;

me gustaría ver qué pasa.

Ella tiene vestidos y tiene monos,

perezosos lacayos llenos de diamantes.

Posee sabiduría y sabe qué hacer;

Me tiene a mí y te tiene a ti.

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La letra de la canción está plagada de guiños acerca de la vida de Pam, como los vestidos –en alusión a la boutique que dirigía, Themis- o los “perezosos lacayos llenos de diamantes”, con los que se refería, concretamente, a uno de sus amantes, el conde Jean de Breteuil, camello de heroína responsable de la dosis que mató a Janice Joplin y de la que supuestamente acabó con la vida del propio Morrison en 1971. La inconstancia de Pamela y su incapacidad para el compromiso la refleja Jim en el verso que dice “Me tiene a mí y te tiene a ti”.

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“Mujer de Los Ángeles”

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Veo que tu cabello arde,

las colinas se incendian.

Si te dicen que nunca te amé,

sabrás que mienten.

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Esta encendida declaración, que pone de manifiesto el color de fuego de los cabellos de Pam y la solidez del sentimiento de Jim hacia ella, la introduce Morrison en “L.A. Woman”, el tema que da título al álbum de The Doors de 1970 –el último que grabarían juntos- y que se convirtió en un himno de la historia del rock. La letra, ambientada en la fascinante y sórdida ciudad de Los Ángeles -bautizada, en homenaje a una famosa novela de John Rechy de 1963, como “City of Night”-, está dedicada a Pamela, arquetipo de esa “mujer de Los Ángeles”, musa hippie y norteamericana.

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“La Suite del condado de Orange”

Pamela Courson nació en 1946, en el californiano condado de Orange. Fue hija del director de un instituto en el que nunca destacó por ser buena estudiante, sino que, al contrario, adquirió fama de rebelde. Muy joven, abandonó su ciudad natal para mudarse con una amiga a Los Ángeles, donde al fin podía gozar de independencia, ir a conciertos de rock y experimentar con las drogas.

“Orange County Suite” fue, inicialmente, un poema en el que Morrison trató de plasmar, dispersos en una historia nostálgica y decadente, determinadas experiencias, recuerdos e instantes que formaban parte de su inconstante y apasionada relación con Pamela. En 2000, el resto de miembros de la banda musicaron la grabación original de Morrison, que databa de 1971.

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Bueno, conocí a una chica muy hermosa.

Tenía cintas naranjas en el cabello.

Ella era como estar colocado:

ella apenas estaba allí.

Pero la amé

igualmente.

[…]

Un camino tan largo para encontrarnos.

Todo lo que hicimos fue romperlo y echarlo a perder…

Teníamos todo

lo que los amantes puedan desear,

pero lo echamos al viento.

Y no estoy triste:

estoy loco

y estoy mal.

[…]

Sí; pero ella recuerda Chicago,

los músicos y las guitarras

y el prado junto al lago

y la gente que se reía

y destrozaba su pobre corazón.

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Hace pocos años, salieron a la luz unas imágenes grabadas de Pamela Courson –a la que presentan como “Pamela Morrison”- pertenecientes a un programa de la televisión francesa, “The French Ambassor”, donde se ve a la joven riendo, alegre y despreocupada, sus cabellos rojos reflejando la luz del sol…