Bruce Springsteen nació en Nueva Jersey, tierra que le inspiró gran parte de sus composiciones, vinculadas al folk rock. A mediados de la década de los sesenta, cuando formaba parte del grupo Earth, adquirió el sobrenombre de “The Boss” –“el Jefe”-, debido a su trabajo a la hora de percibir el pago en los conciertos y de distribuirlo entre sus compañeros. Su trabajo como compositor comenzó rápidamente a ser valorado de forma muy positiva por la crítica, que lo comparó a Bob Dylan.
Es considerado como uno de los referentes dentro del género denominado “heartland rock”, que se desarrolló en la década de los setenta para alcanzar su éxito comercial en los ochenta, en Estados Unidos. Se caracteriza por su toque country o folk, y por las letras, que abordan problemas sociales como la emigración, el desempleo, la pobreza, y sentimientos como la nostalgia por las raíces, la desilusión y la esperanza depositada en el trabajo.
Springsteen siempre se mostró sensible con estos temas, en canciones como “The promised land”, de 1978, que trata sobre un hombre desilusionado con su entorno que, sin embargo, trabaja duro por perseguir su sueño: una vida mejor en una tierra prometida en la que no ha dejado de creer. O una de sus más aclamadas canciones, “Born in the U.S.A.” –“Nacido en los Estados Unidos”-, de 1984, que trata sobre un veterano de la guerra de Vietnam y muestra su absoluto rechazo al conflicto.
“The ghost of Tom Joad”, -“El fantasma de Tom Joad”-, tema perteneciente al álbum homónimo grabado en el año 1995, constituye la culminación del germen de heartland rock que encontrábamos en trabajos anteriores, y está inspirado directamente en la novela Las uvas de la ira, escrita por el californiano John Steinbeck (1902-1968) en 1939. El personaje de Tom Joad es el hijo mayor de los Joad, interpretado por Henry Fonda en la fabulosa película dirigida por John Ford en 1940.
Pero la influencia de la obra de Steinbeck no se limita a este álbum. Las uvas de la ira trata temas tan “springstinianos” como gente hambrienta, campesinos que han perdido sus tierras, caminos, ríos y coches, trabajadores sin empleo, vagabundos y malas tierras, o tierras prometidas… El propio Bruce Springsteen confesó que, al leer esta novela, “se le aclaró la mente”. Trasladó la crítica social de Steinbeck a su propia época, para describir la vida a mediados de los noventa en Estados Unidos y en México, apoyándose en el espíritu de lucha de Tom Joad.
Paul McCartney ya no es ese niño grande con expresión inocente y ojos saltones a quien ni siquiera el bigote lograba hacerle parecer mayor. Hoy cumple 73 años y lo hace convertido en el artista más exitoso de la música pop de todos los tiempos. Su rostro ajado tiene un cierto aire de momia simpática o bulldog enternecido que no ha perdido la capacidad de mover masas en sus directos y que continúa sorprendiendo a sus seguidores con álbumes de calidad, el último de los cuales, New, fue lanzado en 2013.
Paul McCartney en la actualidad
James Paul McCartney –Sir James Paul McCartney, desde 1997- es uno de los dos Beatles supervivientes; el otro es Ringo Starr, el antiguo batería, que sigue pululando por el mundo crepuscular de los viejos rockeros al frente de la banda rotatoria Ringo Starr & His All-Starr Band, formada en 1989. Pero la fama de Ringo nunca fue comparable a la de McCartney, aunque hoy se recuerde con simpatía como el autor de aquel entrañable tema de 1969, “Octopus Garden”.
Pero Paul es algo más. Paul coprotagonizó el liderazgo de aquellos Cuatro de Liverpool que comenzaron su andadura en el entonces humilde Cavern Club, allá por los comienzos de la década de los sesenta. Ante la pregunta tópica de “¿Cuál es tu Beatle preferido?”, enseguida surgen los dos bandos: el favorable a John Lennon y aquellos que nos consideramos más próximos a McCartney –no me olvido de George Harrison, ya que siempre aparecen los clásicos heterodoxos que se ponen de su parte, remarcando así su originalidad, y hare-krishna, krishna-hare…-.
Quizá Lennon lo supere en popularidad. Porque sí: ya sabemos que John es ese mártir de la libertad, de la mítica consigna de Peace & Love, asesinado por un psicópata a finales de 1980. El hombre de voz rota y nariz aguileña que soñó con un mundo utópico en el que no existieran las religiones, años después de pedirnos que no perdiéramos la cabeza en aquel mayo del 68 y mientras se olvidaba de su hijo Julian, nacido de su primera mujer, Cynthia Powell. El que descubrió una nueva filosofía vital al lado de su segunda esposa, la asiática Yoko Ono, causante, para muchos, de la disolución de The Beatles en 1970.
Paul McCartney en los sesenta
Ciertamente, McCartney nunca alcanzará, en creatividad, a ese espíritu carrolliano autor de temas tan surrealistas y geniales como “Lucy In The Sky With Diamonds” (1967) o “I Am The Walrus” (1968). Tradicionalmente, ha sido el más “empresario” de la banda, famoso por amor al dólar y su apasionado narcisismo, que contribuyeron muy activamente al fin de los Beatles, al conducirle a un feroz enfrentamiento con Lennon. Pero también es el autor de los temas más románticos de la banda, que aderezó con su timbre melodioso: “And I Love Her” (1964), “Michelle” (1965), “Here, There And Everywhere” (1966), «Oh! Darling» (1969) o la mítica “Yesterday”, que acaba de cumplir 50 años y que, como la famosa “Satisfaction” de los Stone, nació de un sueño. Y sin olvidar “Eleanor Rigby”, de 1966, enigmático homenaje a las almas solitarias que revolucionó el género al introducir acordes de violín en la música, y otros más marchosos como “Drive My Car” (1965) o “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” (1967).
Hoy, con su rostro de bulldog reciclado y sentimental, Sir Paul McCartney, refinado caballero de la reina Isabel II de Inglaterra, cumple 73 años, y lo hace en su estudiado papel de vegetariano, filántropo y activista por los derechos de los animales. Y con el saludo hipócrita de Yoko Ono, que me produce risa. McCartney, el cantante que más veces ha tenido que convencer a la opinión pública de que no está muerto, acusado de ser en realidad un policía llamado William Campbell que suplantó la identidad del músico, supuestamente fallecido en 1966 en un accidente de tráfico.
Paul McCartney y Yoko Ono tras su reciente reconciliación. Desde los tiempos de The Beatles, la esposa de Lennon y el bajista de la banda siempre se habían detestado mutuamente
Pero, superadas todas las leyendas y teorías conspiratorias, McCartney continúa embelesando a su público en los conciertos. Debajo de la papada y de las bolsas en los ojos es posible reconocer, aún, a aquel Beatle zurdo, descalzo, transeúnte por Abbey Road, que evocó la magia de esa calle de Liverpool llamada Penny Lane en 1967 y homenajeó a su madre, fallecida por un cáncer cuando él tenía 14 años, en el célebre tema “Let it Be” de 1970. Aquella “Mother Mary” de la canción no era, como algunos creen, una monja o la Virgen María: su progenitora tenía ese nombre. Más allá de su egoísmo legendario y su polémica moral, es preciso valorar al genio musical que habita en él. Sirva este artículo como homenaje a sus 73 años. Felicidades, Paul: siempre serás mi Beatle favorito.
Este es mi primer artículo dedicado a un álbum en exclusiva, pero es que pocas veces me ha parecido alguno tan redondo y perfecto como Days Of Future Passed, de los Moody Blues. El disco está en mi casa desde hace ya bastantes años, pero fue hace relativamente poco cuando me atreví a profundizar más en sus entrañas. Hasta entonces, de él solo conocía bien un tema que, curiosamente, ya se erigía como una de mis canciones preferidas de todos los tiempos. Me estoy refiriendo a “Nights Of White Satin”, el más exitoso de los temas que componen el álbum.
Con cierta música ocurre lo mismo que con algunos libros: una aparente complejidad inicial te produce una leve resistencia a profundizar en ellos, hasta que un día, lo haces y, casi sin darte cuenta, descubres que te fascinan. Hay discos que parecen libros y libros que se asemejan a personas: una de esas personas reservadas e introvertidas que guardan un mundo maravilloso por detrás de la mirada, accesible solo para aquellos valientes que se arriesgan y tratan de conocerlas. Days Of Future Passed es un álbum tímido, sentimental y sorprendente; bello y elegante, ingenuo y sabio, dulce y extraño. Un álbum magnético y envolvente, una historia cuajada de matices distintos que van naciendo cada vez que lo escuchas de principio a fin.
The Moody Blues en 1969
Fue lanzado en 1967, ese año que podríamos considerar El Año, musicalmente hablando, cuando se publicaron álbumes históricos: The Doors (The Doors), Sargeant Peppers Lonely Heart Club Band y Magical Mistery Tour (The Beatles), Their Satanic Majesties Request (The Rolling Stones), The Velvet Underground & Nico (The Velvet Underground), Forever Changes (Love), Disraeli Gears (Cream), Surrealistic Pillow (Jefferson Airplane)… Fue el año del “Verano del Amor”, un festival de música, celebrado en la ciudad de San Francisco, que acabó convirtiéndose en una masiva concentración de los primeros hippies de la Historia.
El Verano del Amor de 1967 asistió a la llegada del rock psicodélico, cuyos representantes más célebres fueron The Beatles y Jefferson Airplane. Pero, más allá de aquel festival, nacía también por la misma época el llamado rock sinfónico o progresivo, el género en el que se engloba Days Of Future Passed, el segundo álbum de The Moody Blues, una banda inglesa que se había formado en 1964.
Posee una duración aproximada de 40 minutos y está compuesto por 7 temas que, en conjunto, lo dotan de un sentido conceptual, en el que se va narrando un día, desde el amanecer hasta la noche, con todas las emociones implícitas en cada momento de esa jornada. Days Of Future Passed se erige, de esta forma, como una historia formada de capítulos, de temas orquestados que se mezclan con los ritmos sentimentales y entrañables característicos de la década de los sesenta, con la colaboración de The London Festival Orchestra –bajo la dirección de Peter Knight- y las voces de Justin Hayward, John Lodge, Ray Thomas y Graeme Edge.
The Moody Blues en 1969
El álbum se introduce con ese día que comienza de “The Day Begins”, el tema musical que constituye una sinopsis de las melodías que aparecerán en los capítulos posteriores, acompañada por un recitado de Mike Pinder que finaliza con una invocación al Sol: “Valiente Helios, ¡despierta a tus corceles! Trae la calidez que precisa el campo”.
Por eso, el amanecer “es un sentimiento”, como nos muestra el siguiente tema, “Dawn Is A Feeling”, lento y solemne, suave como un despertar tranquilo y progresivo, invadido de esperanza: “Hoy estás aquí, no hay miedos futuros; este día durará mil años, si así lo deseas”.
“The Morning: Another Morning” (“La mañana: otra mañana”) comienza con una melodía rítmica y graciosa, juguetona y saltarina, plagada de alegría que, de repente, realiza un giro vocal sentimental y nostálgico para, de nuevo, regresar a la alegría. Estos maravillosos cambios de tono y humor reflejan las emociones pasajeras de una persona que contempla jugar a los niños en una mañana cualquiera, lo cual le trae el recuerdo de su propia infancia, dando paso a la nostalgia. Esta canción, con su poderosa mezcla de alegría y tristeza, parece la propia melancolía hecha música. Y en verdad, “El tiempo todavía parece detenerse en el mundo de un niño, que siempre será”.
Ese mundo detenido se acelera repentinamente en el siguiente tema, “Lunch Break: Peak Hour” (“Descanso del almuerzo: la hora punta”), donde la voz lírica reflexiona mientras observa, desde su ventana, el incansable ir y venir de las multitudes, que actúan como si no dispusieran de tiempo. “Me entran ganas de salir corriendo y decirles que tienen tiempo”, confiesa la voz lírica. Este es el tema más “rockero”, por así decirlo, del álbum.
La calma regresa con la tarde, en el tema “Afternoon”, que refleja la ensoñación de la voz lírica, un martes cualquiera, contemplando el fluir de las nubes, que también parecen deslizarse en la música de Peter Knight. El sujeto lírico se ha olvidado del mundo y se vuelve hacia la Naturaleza, hacia el reflejo de su propio universo imaginario.
En “Evening” llega la caída de la tarde, el crepúsculo, envuelto en extraños ritmos tribales que cubren la historia de una luz rojiza que recuerda, de algún modo, a esas “tribus ocultas cerca del río esperando que caiga la noche” que habitarían, años más tarde, en la famosa canción de Radio Futura. Lentamente, cambia el ritmo y los coros invaden el tema, lo humanizan y lo aceleran, devolviéndonos a un estado de ensoñación, de exaltación de la fantasía: “Tiempo crepuscular, hecho para soñar un rato en velos de color azul profundo”.
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Y así llegamos al último tema del álbum, que para mí fue el primero: “Nights In White Satin” (“Noches de blanco satén”). Como dijeran Bruce Springsteen y Patti Smith, “la noche pertenece a los amantes”, y es precisamente el amor el tema de este broche final. La canción, honda y estremecedora, constituye una de las baladas más románticas de la Historia. La música crea un clima de complicidad y ternura, de confianza en tu propio sentimiento, algo a lo que también contribuye la letra, que nos recuerda que “Aquello que deseemos ser, será lo que seremos al final”. “Cause I love you”, es la sencilla y poderosa razón. El amor. La noche, el final del día. El día que comenzó con la esperanza de la incertidumbre concluye con la seguridad maravillosa del amor. Y cierra un álbum que es casi un libro, o una persona.
Un viento desapacible, embajador del recién inaugurado otoño, soplaba ayer, en medio de la tarde que caía como un manto gris sobre la madrileña Plaza Monumental de Las Ventas. El cielo amenazaba lluvia y las colas para pillar buen sitio en el ruedo se iban espesando a medida que se acercaban las ocho y media, hora en la que se anunciaba la llegada del grupo telonero.
Viejos rockeros, padres “modernos” con camisetas de Leño y canas en el cabello, un mini de birra en la mano, los ojos brillantes de tiempos en los que no eran padres y la melena de Rosendo aún gozaba de su versión technicolor. Y “Nos va a llover, esto va a ser como el concierto de los Rolling del 82; en el 82 también tocó Rosendo, ¿te acuerdas?”. Chavales jóvenes, colocados, que quisieran haber vivido aquellos años en los que estar colocado era casi motivo de orgullo; se empujan, corean el nombre del cantante, se quitan la camiseta en un intento absurdo por desfasar. Más allá hay un chiquito, no debe de tener ni 18, que lleva el mismo peinado que el ex líder de Leño en los setenta. Me llega hasta aquí el olor de porro; pues claro, son los de al lado los que lo están fumando…
Después estamos nosotros, que formamos parte de esa franja de público que no alcanza los veinticinco y adora a Rosendo desde niños, cuando nuestros padres –esos padres que podrían estar ahora con un mini en la mano contemplando expectantes el escenario- pinchaban sus álbumes en el tocadiscos y contaban las aventuras de su juventud con los ojos brillantes. “Esto es el rock, chicos”.
Rodrigo Mercado
Las gradas, que ya se han llenado, comienzan a hacer la ola, porque el telonero lleva ya media hora de retraso y el cielo continúa amenazando lluvia. Y el telonero no es otro que Rodrigo Mercado, hijo de la estrella: un treintañero simpático de pequeños tirabuzones en el cabello, barbita cuidadosamente arreglada y un jersey bonito de mezclilla. Rodrigo no es su padre: no toca la guitarra y se decanta por un ritmo jamaicano destilado, una extraña mezcla de rap y reggae que tiene algo de popero. Rodrigo quiere hacerlo bien y todavía no se puede creer estar teloneando el concierto de su padre en Las Ventas ante 17.000 espectadores. Publicó su primer disco en solitario, Puntualmente demora, el año pasado, y ya está preparando el segundo, aunque hasta ahora sólo ha tocado en bares y pequeñas salas de concierto. Y tal vez la de hoy sea su oportunidad definitiva para abrirse camino en el universo musical.
Se despide Rodrigo y la plaza entera comienza a corear el nombre de su padre, pero todavía falta casi media hora para que este aparezca, con la melena suelta, blanca, agitándose bajo el viento desapacible de finales de septiembre. “Esto es rock, chicos”. Sí, esto es rock carabanchelero, legendario, el rock de “este Madrid” donde “ni las ratas pueden vivir”: aquí están los sueños de tantos chicos de barrio que crecieron fumando porros e invocando la libertad. Rosendo, sesentón, de nariz aguileña y porte desgarbado, sonríe con la boca y con los ojos. Y ahora el viento agita las melenas blancas del Rock mientras de su guitarra comienzan a surgir los primeros acordes de “A dónde va el finado”. En el escenario no le acompañan más que un batería y un bajo, la guitarra ni siquiera tiene arreglos: así es Rosendo, mito del rock, legendario dentro de su sencillez de camiseta negra, lisa, y no necesita más que su guitarra, una batería y un bajo, para hacer vibrar a la Monumental. Porque eso únicamente lo consigue Rosendo.
Rosendo anoche en Las Ventas
No ha olvidado su pasado como líder de Leño y, sentado sobre un taburete homenajea, con el tema instrumental “Se acabó”, a sus antiguos compañeros de la banda, Chiqui Mariscal y Tony Urbano, fallecidos en 2008 y 2014, respectivamente. La emoción del momento culmina con una imagen luminosa donde se puede leer: “Leño, pa’siempre!”. Pa’siempre, que no “para siempre”, porque “esto es rock, chicos”, y si pudiéramos acercarnos y ver los ojos de Rosendo, apuesto a que los encontraríamos muy brillantes.
Homenaje a Tony UrbanoHomenaje a Leño
Los invitados de la noche son un lujo: cabezas visibles del rock duro nacional como El Drogas, líder de Barricada, que impresiona a los asistentes con una actuación afilada en la que sobresalen su vestimenta de viejo pirata y su bastón, que agita sin cesar; o Kutxi Romero, solista de Marea, amenazante su figura cubierta de cuero negro, y también Fito, que se ha aburguesado desde los tiempos de Platero y tú y ahora hace gala de un rock fino bajo su boina sempiterna. Después está Luz Casal, que asombra a la expectación con una ¿peluca? de un azul brillante, y el gran Miguel Ríos, otro astro del rock de los setenta que ya se había retirado hace tiempo, pero que no ha dudado en camuflar sus 70 años bien cumplidos bajo una chupa de cuero y la misma actitud jocosa de siempre. Se mueve con seguridad por el escenario y abraza con familiaridad a su anfitrión, compañero de correrías rockeras por un Madrid que estrenaba democracia; después le dedica, con su acento granadino, una versión muy particular y suya del célebre tema “Agradecido”. Porque todos reconocen a Rosendo como el padre del rock duro en español. Rodrigo también sale a cantar “A remar” con su padre, que lo mira entre orgulloso y emocionado.
Rosendo con Luz CasalRosendo con Kutxi Romero, líder de MareaRosendo con El Drogas, líder de BarricadaRodrigo y Rosendo MercadoFito Cabrales y RosendoMiguel Ríos y Rosendo
Todos lo rodean en un final apoteósico en el que se canta el que probablemente fuera el tema más popular de Leño: “Maneras de vivir”, que hace enloquecer a la multitud. Y Rosendo se va como ha venido, como siempre será: loco por incordiar, disparando pan de higo y denunciando, de nuevo, la vergüenza torera que debería sentir de sí misma la clase política española. Navegando a muerte. Dejando que el viento sobresalte su cabellera blanca, envuelto en un humo de porros y voces de rockeros de varias generaciones que corean su nombre con devoción.
Rosendo y sus invitados anoche en Las Ventas
Al final aguantó el cielo, y no comenzó a sacudir sus lágrimas de lluvia hasta que Rosendo y los demás se despidieron. Al salir de la Monumental, nos esperaba la noche desapacible de un otoño que quiere llegar para quedarse, pero yo me marchaba con la confianza de haber vivido un evento memorable, la grabación en directo de un disco de Rosendo en su gira “Vergüenza torera”, y pienso que, tal vez dentro de unos años, podré ponérselo a los niños del momento y decirles: “Esto es rock, chicos, y yo estuve allí”.
Mikel Erentxun, anoche, en el concierto de Duncan Dhu de San Sebastián de los Reyes
La mítica banda donostiarra cerraba anoche el cartel de conciertos de las fiestas del municipio madrileño de San Sebastián de los Reyes, en las que habían sonado nombres tan populares como Barón Rojo, El Drogas, Lori Meyer o Leiva. Era la tercera vez que veía en directo a Mikel Erentxun: la primera fue en solitario, celebrando junto a otros artistas la inauguración de la Fnac de Azca; la segunda, en la gira de regreso de Duncan Dhu en diciembre del año pasado, en el Teatro Circo Price de Madrid. En esta tercera ocasión, en el Auditorio Parque Marina, Erentxun representaba al dúo Duncan Dhu, pero no lo acompañaba el otro integrante, Diego Vasallo, debido a una lesión de columna que ya le ha impedido participar en los conciertos de las últimas semanas. Su compañero le dedicó el concierto públicamente al inicio de la actuación.
¿Cómo fue la experiencia de Duncan Dhu sin Vasallo? Contrariamente a lo que se pudiera imaginar, su ausencia sí se percibió, sobre todo en el acompañamiento musical –la armónica, especialmente, se echó en falta en temas como “Cuando llegue el fin”-. Es cierto que, del dúo, Erentxun es el alma y la cara visible, y Vasallo permanece en un modesto segundo plano. Su voz, ronca hasta niveles desconcertantes -¿la modulará así a propósito?-, se queda muy atrás en comparación con la dulzura del timbre de Erentxun –aunque hay que señalar que, en directo, la voz de Erentxun pierde parte de la riqueza de matices que la caracterizan-. Pero ayer quedó demostrado que, si no imprescindible, Vasallo es un componente esencial de la banda. Su compañero, tanto en el concierto de diciembre como en el de anoche, no tuvo problema en reconocer que la autoría de la mayor parte de las letras del último álbum, El duelo, pertenece a Vasallo.
Diego Vasallo, el otro integrante de la banda Duncan Dhu
Precisamente este disco, lanzado en 2013 después de una larga separación de doce años de Duncan Dhu, nos sorprendió muy favorablemente por la poeticidad y la hondura de la letra de las canciones, mezclada con melancólicos acordes de guitarra que lo convirtieron, en mi opinión, en uno de los mejores álbumes de la historia de la banda. Quedó bautizado así en homenaje al regreso del grupo después de años separados, acogiéndose a la madurez musical y al “duelo” al que retaron al tiempo, como bien especifica la letra del tema homónimo:
No sé hacia dónde vamos,
si esto es sólo un cara o cruz
en un duelo con los años.
En el concierto de anoche vimos a un Erentxun enérgico, ataviado con camisa tejana y chaqueta vaquera, que no escatimó tiempo a pesar de tratarse de un concierto de las fiestas locales de un municipio –la duración de su actuación fue similar a la del concierto del Price, en torno a dos horas-, y que cubrió la ausencia de su compañero –que no estuvo allí para interpretar “Llora, guitarra”, “Los días buenos” y “Rosa gris”- con temas antiguos como “Capricornio” o “Pienso en ti”.
Quedó confirmado el favoritismo de Erentxun por “La barra de este hotel”, canción perteneciente al álbum de 1987 El grito del tiempo. En el concierto de diciembre, explicó al público que se trata de un tributo a Elvis Presley, a quien Vasallo y él idolatraban. Anoche, el final de la canción dio paso a un sorprendente baile en el que Erentxun se ganó al personal imitando aquel célebre de Elvis. Ya lo vi hacerlo en el Price, pero, en esta ocasión, se desmelenó aún más subiéndose a los altavoces y quedando muy cerca del público, lanzando la guitarra y hasta desabrochándose la camisa. Erentxun, a sus 49 años, tiene más ritmo que muchos artistas veinteañeros.
Anoche en el concierto, el momento en que Erentxun se sube al altavoz para sorprender al públicoErentxun y su exuberante baile a la manera de Elvis
En directo, “Entre salitre y sudor” perdió gran parte de su fuerza, pero otros temas, como “La casa azul” o “Palabras sin nombre”, claramente la ganaron. Las célebres cien gaviotas mostraron su rumbo extraviado al final del concierto, haciendo vibrar al auditorio que, a pesar de poseer dimensiones inmensas, se hallaba bastante lleno. La actuación terminó con la habitual “Esos ojos negros”, coreada fuertemente por el público, y “Mundo de cristal”, en la que Erentxun cambió la palabra “Roma” del estribillo por “Siena” –suponemos que como homenaje a su primogénita, que lleva el nombre de la ciudad italiana-.
En conclusión: se echó de menos a Vasallo, pero Erentxun demostró que es capaz, sobradamente, de embelesar él solo a un auditorio y dejar en el ambiente una estela de, como dirían los Rolling, “satisfaction”.
El escenario del concierto, anoche, en San Sebastián de los Reyes