Paul McCartney en Madrid: una ventana al tiempo de los Beatles

El término “agujero de gusano” se define como un atajo a través del espacio y del tiempo: una “puerta” que te teletransportaría al pasado o al futuro de manera inmediata. Se trata de un concepto puramente científico, pero lo que la otra noche vivimos en el Estadio Vicente Calderón fue lo más cercano a un agujero de gusano que conoceré, y sin que la ciencia interviniera en modo alguno. Porque a veces el arte –la literatura, la música– es capaz de derrumbar por sí mismo las barreras del tiempo.

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Con mi hermano en el estadio Vicente Calderón, antes del inicio del concierto

Ese jueves, junio nos contemplaba con sus ojos de recién nacido desde las nubes que se iban arremolinando en el techo de la tarde. El estadio se llenaba lentamente, en mitad de una algarabía alegre y de una profusión de camisetas de los Cuatro de Liverpool, de todos los tamaños, colores y modelos inimaginables. Porque el concierto era de Paul McCartney, pero la mayoría íbamos a ver a los Beatles.

Para una gran parte del público, McCartney –los Beatles– constituía una parte de su juventud. Para el resto, era un mito perteneciente a un pasado musical glorioso al que se nos permitía asomarnos, durante una sola noche. Por ello el público resultaba tan heterogéneo.

Tras la actuación insípida de un disc jockey que se limitaba a ponerle fondos funky a canciones de Lennon y que nos hizo desear con más fuerza el inicio del concierto, apareció Paul McCartney, a cuestas con su leyenda, tras doce años sin pisar España. Anochecía. Paul, para mí extraño sin su peinado a tazón de los primeros sesenta, lucía una camisa blanca, chaqueta y vaqueros. Todo muy british, muy formal, muy de estrella pop momificada por la fama y por los millones. Nos esperábamos una vieja gloria de 74 años cansada, nostálgica y deliciosamente decadente.

Pero entonces, comenzó a cantar “A Hard Day’s Night” y se desató el hechizo.

Paul McCartney, Ringo Starr, George Harrison, John Lennon
Los Beatles al inicio de su carrera. A la izquierda, un joven Paul McCartney

Año 1964. Allí estábamos, de pronto. Antes de la época del LSD y de las muchachas con ojos de caleidoscopio planeando por cielos de mermelada. Antes de los Doors, de los Moody Blues, de Jefferson Airplane. Antes del Verano del Amor y de las drogas de diseño. 1964. John, Paul, George y Ringo, enfundados en sus trajes idénticos, con aquellos peinados repelentes y su imagen de “niños buenos” para diferenciarse de los Stone, tan gamberros, tan rompedores. Brian Epstein les dijo que los vaqueros no eran adecuados para sus actuaciones; tampoco comer pollo en el escenario. 1964 y todo el futuro por delante. La historia del rock, la que ellos estaban forjando sin saberlo.

Cambio de década, de paisaje, de recuerdos no vividos. McCartney, con su rostro amable de bulldog envejecido, se trasladaba a su papel de solista con su tema “Save Us”. Ya escribí anteriormente que Paul siempre será mi Beatle favorito, pero es que Paul fue más que un Beatle, después de romper de mala manera con Lennon –ambos actuaron cegados por su amor: John por el de Yoko y Paul por el de sus preciados millones–. Después McCartney continuó sorprendiéndonos con obras maestras como Ram y dando forma al vuelo de Wings, de la mano del antiguo guitarrista de los Moody, Denny Laine, y de su primera esposa Linda, a la que conoció siendo ella fotógrafa, allá por 1967.

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Paul y Linda McCartney en los tiempos de Wings. 1975, foto de James Fortune

Se desplegaron también las alas de Wings la otra noche, en el Calderón, con éxitos de la talla de “Letting Go”, “Band On The Run” o “Live And Let Lie”, que atronó entre fuegos artificiales y unas imágenes del Palacio de Westminster en mitad de una explosión que habrían hecho las delicias de Guy Fawkes. Dedicó a Linda el precioso tema “Maybe I’m Amazed”, y otro a su esposa actual, Nancy Shevell. En tributos no se quedó corto, porque también lo vimos rodearse de símbolos hippies en homenaje a John Lennon –la hipocresía, en estas ocasiones, puede perdonarse– para cantar “Give Peace A Chance”. Aunque el más emocionante, fue, sin duda, el de Harrison, en el que un polifacético McCartney, armado con un ukelele, nos deleitó con uno de los temas más memorables de los Beatles: “Something”.

Otras canciones de aquel grupo que cambiaría para siempre la historia de la música se elevaron en el aire nocturno del Calderón. Aparecieron los primeros Beatles, pulcros y políticamente correctos, en “Can’t Buy Me Love”, “We Can Work It Out”, “Love Me Do”… También esos otros más artistas, creadores de “The Fool On The Hill” o “Being for the Benefit of Mr. Kite!”. El público vibró con “Hey Jude” y se apagó misteriosamente con una canción de calidad superior, en mi humilde opinión, como es “Let It Be”. Todos nos desatamos en el desenfado circense y dadaísta de “Ob-La-Di, Ob-La-Da y volamos en avión con “Back in the URSS”. En el siglo XXI, la iluminación de los móviles ha sustituido a los antiguos mecheros en los conciertos, pero se encendieron todos, dibujando un manto plateado en el estadio, en los temas más románticos de McCartney, aquellos que le convirtieron en mi preferido, de los cuatro: “Here, There And EveryWhere”, “And I Love Her”…

No podía perdonar que se saltara “Michelle”, mi tema preferido; pero supo compensarlo bien con aquel “Eleanor Rigby” de violines y soledades líricas, insólita obra de excepcional belleza en la historia del rock. Terminó con el “The End” que también puso fin, en 1969, al álbum de Abbey Road.

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Paul McCartney durante el concierto. Fotografía de El País

Al concierto no le faltó nada, ni unas notas inusuales de modernidad –con “Four Five Seconds”, el tema que canta Paul con Rihanna y Kanye West– ni una extravagante pedida de matrimonio en mitad del escenario con el ex Beatle como oficiante del acto. McCartney, guasón y experimentado, talentoso al piano y a la guitarra, no flaqueó ni por un momento, demostrándonos que sigue siendo el mismo genio musical.

Sí; los agujeros de gusano existen y la ciencia no es estrictamente imprescindible. Ese jueves, pudimos ver a los Beatles. Nunca imaginé que escucharía en directo “Yesterday”, una de las primeras canciones de las que me enamoré en mi infancia; pero allí estábamos. Paul tenía la voz más ajada que en sus tiempos de peinado a tazón y muchas más experiencias en el bolsillo. El siglo XX lanzaba sus destellos en esa maravillosa, rota en ocasiones. Y Brian Epstein ya no podía reprenderle por llevar pantalones vaqueros en el escenario.

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Sí, tengo el examen de oposiciones a la vuelta de la esquina, pero McCartney tiene derecho a paralizar el tiempo, por una noche, a refrescar mi pobre y abandonado blog. Porque una cosa así ocurre una vez en la vida. ¡Volveremos pronto a leernos!

Una respuesta a «»

  1. Sin duda alguna McCarney uno de los músicos más importantes del planeta y un referente para los amantes del buen rock n roll…aca lo tuvimos en Bogotá en 2014..

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